Las partículas elementales

Las partículas elementales Resumen y Análisis Primera parte, Capítulos 1-8

Resumen

Primera parte: El reino perdido

Capítulo 1

Michel Djerzinski se retira de su trabajo por un tiempo indeterminado el 1 de julio de 1998. La despedida que organiza en el laboratorio de genética donde dirige un equipo de investigación es breve; son quince los invitados, pero entre ellos no existe una relación de amistad más allá del trabajo, y rápidamente cada uno sigue su camino. Una colega un poco mayor que él, que seguramente lo sucederá en la dirección de su unidad de investigación lo acompaña hasta su auto y le tiende la mano.

Michel espera a que el Golf de su colega abandone el estacionamiento y luego arranca su coche y se dirige a su departamento en Palaiseau, Rue Frémicourt. Es verano, y todo el mundo parece haberse detenido. La autopista hacia París está desierta, y Michel se imagina como el protagonista de una película de ciencia ficción, El último hombre sobre la Tierra.

Al llegar descubre que su canario blanco ha muerto. Lo había comprado en 1993, ante la necesidad de compañía, y el animal se había acostumbrado a vivir en la jaula, apaciblemente. Una vez, lo había soltado y el canario se había caído por la ventana hasta la azotea de una vecina, muchos pisos más abajo. Michel había tenido que esperar hasta la noche a que su vecina regresara para poder rescatarlo.

Después de comer una de aquellas cenas precocidas comprada en el supermercado Monoprix Gourmet, Michel coloca al canario en una bolsa de plástico y lo tira al colector de basura. Esa noche, sueña con gigantes cubos de basura llenos de residuos y de órganos sexuales cortados; el cadáver de su canario es desmembrado por enormes gusanos provistos de picos. Se despierta de la pesadilla a la una y media de la mañana, temblando, y se toma tres sedantes para volver a dormirse.

Capítulo 2

El narrador relata el papel decisivo que jugó en el ámbito de la ciencia la teoría cuántica introducida por Max Plank en 1900, y cómo algunos modelos impulsados principalmente por Einstein y Bohr entre los años 1900 y 1920, intentaron encajar, sin éxito, este nuevo concepto en marcos teóricos anteriores.

Niels Bohr es considerado el verdadero fundador de la mecánica cuántica, no solo por sus trabajos individuales, sino también por el ambiente de trabajo y de intercambio de ideas que logró crear en Copenhague a partir de 1919, y que reunió a algunos de los científicos más prominentes de Europa durante la década de 1920.

La vida académica de Michel Djerzinski no se aproxima en nada a la de Bohr, explica el narrador. Si bien su grupo de investigación durante la década de 1990 es extremadamente prolífico y realiza numerosas publicaciones en el ámbito de la biología molecular y la decodificación del genoma, el ambiente del laboratorio de Michel se asemeja mucho al de una oficina. Según el narrador, no se necesita genialidad para convertirse en un biólogo molecular, sino que basta con haber hecho estudios secundarios para poder manejar los aparatos técnicos, y el resto es ajustarse a una rutina y repetirla incansablemente.

Djerzinski visita el despacho de Desplechin, el director del departamento de biología del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, un hombre de unos 60 años que se pasa el tiempo observando con un catalejo a los homosexuales que toman sol en la rivera del Sena, para anunciarle que se tomará una año sabático. Desplechin lamenta esta decisión, puesto que Djerzinski es un gran recurso para su instituto y dirige a un grupo de quince investigadores que realizan muchísimas publicaciones y dan prestigio al laboratorio. Sin embargo, no se le ocurre nada que decirle a su colega y subordinado, salvo que dejará todos los accesos al laboratorio abiertos, en caso de que Djerzinski quiera revisar resultados en el transcurso de ese año.

Capítulo 3

Djerzinski cumple 40 años y se pregunta si estará atravesando la crisis de los 40; se compara entonces con su medio hermano, Bruno, que es un claro ejemplo de cómo dicha crisis puede afectar a un hombre. Sin embargo, cuando se observa a sí mismo, no encuentra ese deseo de vivir y de mantener la fantasía de la juventud, sino más bien todo lo contrario: está harto de vivir.

Al día siguiente, se sienta en los Campos de Marte a leer el comienzo de La parte y el todo, la autobiografía científica de Werner Heisemberg, en la que el autor relata cómo en 1920 toda una generación descarriada después de la atrocidad de la Primera Guerra Mundial encuentra su brújula en la ciencia y, especialmente, en el campo de la física.

Hacia el mediodía, Michel regresa a su casa y se tumba desnudo en la cama, y pasa las siguientes tres semanas en un estado de letargo casi absoluto. El 15 de julio llama a Mario, y la música de jazz que se escucha de fondo lo vuelve a hacer pensar en la crisis de los 40. Más tarde, encuentra una foto de cuando era niño. Cuando ve a ese pequeño de mirada tranquila y dispuesta a enfrentar la vida que tiene por delante, Michel no puede contener el llanto.

Capítulo 4

Este capítulo está dedicado a la historia de los abuelos de Michel. Martin Ceccaldi nace en Córcega en 1882, en el seno de una familia de campesinos analfabetos. Sin embargo, como muestra tener una inteligencia privilegiada, su maestro de escuela le consigue una beca para estudiar en un liceo de Marsella, tras lo cual Martin ingresa a la Escuela Politécnica. En 1911 lo envían a Argel, a realizar una importante red de canales de agua por toda Argelia. Martin se instala en Argel y en 1923 se casa con Geneviève July, con quien tiene una hija, Janine, en 1928.

Janine posee la misma inteligencia que su padre, y es una joven independiente y promiscua. En 1945 abandona a sus padres y se instala en París para estudiar medicina. En 1952 conoce a Serge Clément, un cirujano talentoso, con quien se casa al poco tiempo. Serge Clément, con la ayuda de los padres de Janine, abre la primera clínica de cirugía estética de Francia, que resulta ser un éxito absoluto. En 1956 Janine queda embarazada por descuido y decide tener al bebé, puesto que el embarazo le parece una experiencia valiosa de ser vivida. Sin embargo, al poco tiempo de nacer su hijo, Mario, la pareja de médicos se da cuenta de que no pueden cuidarlo y lo envían a Argel, con sus abuelos maternos.

En 1958 Janine se separa en buenos términos de Serge y queda embarazada de Marc Djerzinski. Marc es el tercer hijo de Lucien Djerzinski, un minero polaco que se mudó a Francia y trabajó en los ferrocarriles hasta que en 1944 murió en uno de los bombardeos aliados en Francia.

Marc es un joven inteligente pero triste. En 1946 ingresa como aprendiz de electricista a los estudios de cine Pathé, y luego, en 1951, entra a trabajar para Radio Televisión Austríaca. El joven se convierte en un iluminador excepcional y trabaja en la realización de documentales. A principios de 1957 conoce a Janine, durante un trabajo que realiza sobre Brigitte Bardot en Saint Tropez y se instala con ella en la Costa Azul. En 1958 nace Michel Djerzinski, y en 1959 Janine comienza a engañar a su marido con turistas norteamericanos que andan de paso por la Costa Azul. Gracias a ellos, Janine conoce las comunidades estadounidenses que a principios de los años 60 experimentan con psicodélicos y se convierte en la amante de Francesco di Meola, un norteamericano conocido de Aldous Huxley y de Allen Ginsberg.

En 1960, Marc pasa unos meses realizando un reportaje en la República Popular de China y, al regresar, encuentra que en su casa se han instalado algunos norteamericanos que se encuentran en estados alterados de la conciencia y halla a su hijo abandonado en una habitación, llorando en medio de sus excrementos. Marc deja una breve nota a Janine y se instala con su hijo en la casa de su madre. En 1964, se va a hacer un reportaje sobre el Tibet y a los pocos meses envía una carta a su madre en la que le afirma que se encuentra bien y le cuenta que se ha enamorado del budismo tibetano. Marc jamás regresa a Francia y no vuelven a tener noticias de él. Un año después, lo declaran oficialmente desaparecido.

Capítulo 5

El narrador se retrotrae al verano de 1968, cuando Michel tiene 10 años y vive con su abuela en Charny. El niño se levanta temprano y prepara el desayuno de su abuela con meticulosidad. Luego, suele quedarse en su habitación, leyendo hasta el mediodía. Además de las novelas de aventura, le fascina la colección Todo el Universo, que desarrolla en sus páginas los temas más diversos, desde la forma de las nubes hasta la geometría inventada por Euclides.

A la tarde, suele sentarse en el jardín y contemplar reflexivamente la naturaleza. Otras veces, sale a pasear en bicicleta. Pocas veces juega con otros chicos de su edad, aunque en el colegio goza de popularidad; es el mejor de la clase, pero se sienta al fondo del curso, no intenta sobresalir y ayuda a sus compañeros desinteresadamente.

Capítulo 6

El narrador hace referencia a una tarde de verano de 1967 que Michel pasa con su prima mayor, Brigitte. Los muchachos juegan en el pasto y, al regresar a sus casas, les pica todo el cuerpo debido a los ácaros del campo, una especie de pulga pequeña muy común en las praderas de Francia.

En 1968, la abuela se muda a Crécy-en-Brie, en el departamento de Seine-et-Marne, para estar cerca de sus hijas. Al poco tiempo, compra una televisión, y Michel observa con admiración la llegada del hombre a la luna. En el nuevo pueblo, se adapta sin problemas al colegio y mantiene las mismas prácticas que en Charny. Al contrario de sus compañeros, compra las publicaciones de Pif, de edición semanal, no por los premios que trae, sino por las historias. Las que más le gustan son las de Lobo Negro, un indio solitario que encarna todas las virtudes morales puras o absolutas, es decir, para quien la moral es un valor que no depende de ningún hecho externo. Lobo Negro acude en ayuda de los necesitados y, a la vez, comenta sus propias acciones a partir de proverbios dakotas o crees.

La única emisión televisiva que sigue es La vida de los animales: si bien está fascinado por el mundo natural, la naturaleza salvaje le parece extremadamente cruel, y desde temprana edad piensa que el deber del hombre es empujarla a su destrucción completa.

Cuando Michel cumple 12 años, su abuela le regala un juego llamado “El pequeño químico”, que contiene los elementos necesarios para realizar una serie de experimentos químicos de forma lúdica. Michel descubre en la química un universo que lo fascina, y comienza a estudiarla, interesado cada vez más en la bioquímica y en los fundamentos químicos que posibilitan la vida en la tierra. La abuela fomenta este interés y le compra las obras de bioquímica que le pide.

Capítulo 7

Esta parte del relato se centra en la vida de Bruno, el medio hermano de Michel, y recupera sus primer recuerdo, a los 4 años: en el jardín, la maestra pone a los niños a hacer collares de hojas para entregárselos a las niñas. Por más que lo intenta, Bruno no consigue hacer el suyo. La maestra, en vez de ayudarlo, lo deja llorar de rabia.

Su abuelo muere en 1961 y, desde ese entonces, su abuela lo cría sola. Sobre la muerte de su abuelo, Bruno no piensa nada malo, y la imagen de su abuelo en un ataúd se convierte en una imagen feliz. Durante la primaria, su abuela y él deben mudarse a Marsella. La abuela no logra recuperarse de la muerte de su marido y no para de hablar sola, reprochando siempre a su hija que no haya asistido al funeral. Así transcurren 5 años, en los que la mujer envejece rápidamente y anda por la casa hablando sola y arrastrando sus pies, ante los ojos de Bruno, quien comprende que todo aquello va a acabar mal. Lo único que su abuela sigue haciendo con felicidad es cocinar, y Bruno se convierte rápidamente en un niño obeso. En 1966, la abuela recibe una carta de su hija en la que le anuncia parcamente que regresará a Francia, aunque no le dice dónde se instalará, ni habla de hacerse cargo de su hijo.

En 1967, la abuela tiene una accidente mientras cocina y fallece en el hospital. Bruno no guarda recuerdos negativos de la muerte, y durante muchos años continúa hablando con su abuela como si esta lo acompañara. Recién luego de convertirse en profesor abandona ese hábito, y no por una decisión voluntaria, sino porque su abuela simplemente deja de aparecérsele como interlocutora.

Después del entierro de su abuela, sus padres se presentan en la casa y discuten sobre el futuro de Bruno. Finalmente, deciden enviar al niño a un internado. El padre pasará con él algunos fines de semana y la madre lo llevará algunas veces de vacaciones. Bruno no se preocupa demasiado por las decisiones y se resigna a esa nueva vida sin decir nada al respecto.

Capítulo 8: El animal Omega

Los años de Bruno en el internado están marcados por la violencia a la que lo someten sus compañeros. Brasseur, Pelé y Wilmart son tres estudiantes de su curso que suelen acosarlo sistemáticamente; a veces lo golpean, otras lo desnudan, le afeitan la entrepierna y le pasan por la cara la escobilla usada para limpiar los inodoros. Brasser incluso suele abusar sexualmente de él y lo obliga a veces a practicarle sexo oral. El vigilante general, Cohen, conoce los abusos e intenta expulsar a los muchachos problemáticos, pero no logra reunir pruebas suficientes como para culparlos. Bruno repite sexto año, y piensa entonces que se ha librado de sus agresores; sin embargo, debido a los recortes en educación que siguen a las revueltas de 1968, en el internado no hay tantos vigilantes, y los chicos de quinto suelen cruzarse a los dormitorios de sexto (el año anterior, puesto que en el sistema educativo Frances los años se cuentan a la inversa: El Collège va de sexto a tercer año, y el Lycée de segundo hasta terminal) a cazar uno o dos niños sobre los que descargar su violencia.

El narrador compara el comportamiento cruel de los muchachos con el reino animal: en prácticamente todas las sociedades animales, los machos suelen organizarse en un sistema de jerarquías y de dominación vinculado a la fuerza. Los machos alfa obtienen ciertos privilegios sobre los subordinados, mientras que los machos omega se ubican en el escalón más bajo de la jerarquía, y se caracterizan por mostrar sumisión ante sus superiores. Bruno, en el instituto, ocupa el lugar de un macho omega: es incapaz de desafiar a otros estudiantes y es el objetivo predilecto de las crueldades de sus compañeros.

La maldad de Brasseur y de sus secuaces es extrema, y un niño llega a arrojarse por la ventana del instituto con tal de escapar de ellos. Aunque no muere, el niño sufre numerosas fracturas y termina con una cojera de por vida. Cohen, el vigilante, está dispuesto a expulsar a los revoltosos, pero como no tiene pruebas, solo logra expulsar por algunos días a Pelé.

Fuera del instituto, el tiempo que Bruno pasa con su padre es totalmente insustancial. Serge Clément es un hombre exitoso y sigue abriendo nuevas clínicas de cirugía, tanto en Francia como en Suiza. Cuando está con su hijo los fines de semana, se abstiene de llevar amantes a su casa, pero no le presta demasiada atención a Bruno.

El niño, por las noches, suele levantarse y prepararse enormes potes de cereales con leche y azúcar, y come hasta que siente náuseas.

Análisis

Las partículas elementales es una novela compleja que despliega múltiples visiones o perspectivas sobre la realidad de Europa occidental en la segunda mitad del siglo XX; en sus páginas, el narrador combina el relato anecdótico sobre la vida de los dos personajes principales, Michel y Bruno, con una serie de reflexiones sociológicas, políticas y filosóficas. Esta combinación de múltiples perspectivas termina presentando al lector un análisis de los modos de ser, de sentir y de relacionarse entre las décadas de 1950 y 1990 de la sociedad occidental (y, especialmente, de la francesa), así como también una discusión de la naturaleza humana que conjuga diversas teorías científicas y perspectivas religiosas.

Hasta el epílogo, la novela puede leerse como un análisis del siglo XX. Sin embargo, las páginas finales cambian esta orientación y abren una nueva potencialidad de interpretación a todo lo planteado: el narrador revela que es un post-humano, una especie de nuevo humano, nacido en el laboratorio, que homenajea a sus creadores. Con este final, la narración cobra un nuevo sentido y puede leerse como una novela de anticipación social distópica, es decir, un relato que en algún punto presenta al lector un futuro distópico más o menos posible, en el que los discursos ideológicos son llevados a su mayor extremo de realización. Sin embargo, y aunque se volverá sobre la cuestión en los capítulos finales, no es en esta dimensión donde radica la riqueza de Las partículas elementales.

Este carácter de novela distópica se anuncia de forma críptica antes del capítulo 1, ya que el narrador presenta una sección que no está incluida en la numeración de capítulos y está señalada con cursivas. En ella, la voz narrativa se presenta en la primera persona del plural y se focaliza en un grupo de individuos a los que se refiere como “nosotros”. El contenido de esta sección, al inicio de la novela, es particularmente confuso, y el lector solo puede interpretarlo a la luz del epílogo, cuando se revela que el narrador es uno de aquellos post-humanos, una especie de humano creado en el laboratorio que no está sometido a las mutaciones genéticas propias de la reproducción sexual y, gracias a ello, ha superado los sentimientos y los problemas inherentemente humanos. El narrador comienza la novela anunciando:

Hoy vivimos en un reino completamente nuevo,

Y la mezcla de circunstancias envuelve nuestros cuerpos,

Baña nuestros cuerpos,

En un halo de júbilo. (p. 9)

El narrador indica también que en su actualidad han llegado a su destino, que han dejado atrás el universo de la separación y que cuentan el final del antiguo reino. Ese “antiguo reino” es el reino de la humanidad que se extiende hasta principios del siglo XXI. Sin embargo, salvo por esta aclaración oscura, al lector se le presenta un relato centrado en la vida de dos personajes entre 1960 y 2000, por lo que Las partículas elementales puede leerse, en primer lugar y como ya se ha dicho, como una crítica a la segunda mitad del siglo XX.

Como el narrador anuncia en el prólogo, La novela reflexiona en torno a las mutaciones metafísicas que vivió la humanidad a lo largo de su historia y, más precisamente, la que se gestó durante la segunda mitad del siglo XX y se desarrolla efectivamente en el siglo XXI distópico de la novela. El concepto de “Mutación metafísica” (p.8) se usa en la novela para referirse a “las transiciones radicales y globales de la visión del mundo adoptada por la mayoría” (p. 8) Un ejemplo de ello es la aparición del cristianismo en occidente.

Las mutaciones metafísicas son de una potencia avasalladora y determinan el curso de la historia; en verdad, “la visión del mundo adoptada con mayor frecuencia en un momento dado por los miembros de una sociedad determina su economía, su política y sus costumbres” (p. 7). Como indica el narrador:“En cuanto se produce una mutación metafísica, se desarrolla sin encontrar resistencia hasta sus últimas consecuencias. Barre sin ni siquiera prestarles atención a los sistemas económicos y políticos, los juicios estéticos, las jerarquías sociales. No hay fuerza humana que pueda interrumpir su curso…, salvo la aparición de una nueva mutación metafísica” (p. 8).

El desarrollo hasta las últimas consecuencias de la última mutación metafísica que se anuncia de manera solapada en este prólogo se comprobará en el epílogo distópico mencionado en los párrafos anteriores, al final de la novela, y dará cierre a la dimensión distópica del relato.

La voz del narrador es realmente compleja. Salvo por los fragmentos en los que se enuncia desde la primera persona, el relato se desarrolla en tercera persona, con una focalización múltiple. En gran parte de la novela, la focalización interna sigue la visión de mundo de Michel: mecánica y determinista. Estos pasajes presentan la irrupción del discurso explicativo del ámbito de las ciencias naturales y tratan de explicar el funcionamiento del mundo desde la física y la biología. Así, el narrador propone al lector una mirada sobre la sociedad y el individuo humano que se aproxima a los modos de entender el mundo de Michel, científico totalmente desconectado de sus emociones y de las subjetividades propias de los seres humanos.

Esto puede observarse desde el primer capítulo, cuando las acciones concretas de la vida de Djerzinski son atravesadas por consideraciones científicas, o las descripciones físicas se complementan con análisis fisiológicos más rigurosos. Un ejemplo paradigmático de este procedimiento puede citarse en el capítulo 6, en el que el narrador describe un día de campo de Michel junto a su prima en el que los ácaros les pican todo el cuerpo. Tras la anécdota, el narrador indica: “El Thrombidium holosericum, llamado también ácaro, era muy común en las praderas durante el verano. Tiene unos dos milímetros de diámetro. El cuerpo es grueso, carnoso, muy abombado, rojo vivo. Planta la boca en la piel de los mamíferos, causando irritaciones insoportables” (p. 35).

A su vez, la focalización interna se alterna también con el otro protagonista, Bruno, el medio hermano de Michel, un profesor de literatura obsesionado con el placer que a sus 42 años repasa su vida sexual frustrada. Los capítulos dedicados a Bruno sirven al narrador para observar otras dimensiones de la vida humana que Michel no experimenta, dados su carácter solitario y su vida al margen de la sociedad. Además de esta doble focalización interna sobre los dos personajes, existe también una focalización externa que el narrador utiliza para despegarse de Bruno y de Michel, y reflexionar sobre el contexto socio-histórico en el que se desarrollan sus vidas. Este abordaje le permite al narrador realizar una serie de observaciones sobre la cultura, las modas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y la constitución de la sociedad francesa después de la Segunda Guerra Mundial. Dichas observaciones son el complemento perfecto para encuadrar las vidas y las cosmovisiones de Michel y de Bruno en una perspectiva macro, y comprender el sinfín de elementos que se conjugan para producir sus subjetividades tan particulares.

Con la conjugación de estas dos focalizaciones que permiten observar la realidad desde distintas perspectivas, el narrador se propone, como lo indica en un pasaje, realizar “un examen mínimamente exhaustivo de la humanidad” (p. 92) y reconstruir los procesos socio-históricos que desencadenaron la última mutación metafísica que se abordará al final de la novela.

La focalización marca también el estilo de la novela. En general, la prosa de Houellebecq es derrotista y pone el énfasis en los fracasos de la vida de los personajes. El tono de Las partículas elementales es, salvo por las breves secciones en cursiva, deprimente y desalentador. La narración es cruda y en ella hay poco lugar para las figuras de estilo o la metaforización. El discurso no está embellecido con dispositivos literarios, y las descripciones son precisas y directas, lo que le ha valido al estilo de Houellebecq la denominación de “forma plana”. Esto se ve, por ejemplo, en la descripción física de los personajes, que está subordinada a aquellos rasgos que se relacionan con el deseo sexual -tan importante en la vida de Bruno y en las corrientes libertarias de las décadas del 70 en adelante- y con la salud y el vigor físicos: complexión, tamaño de los senos o del pene, tonicidad muscular y tersura de la piel son los rasgos a los que el narrador -y el personaje focalizado- suele prestar atención.

A partir del capítulo 4, la novela utiliza como principal recurso la retrospectiva y se concentra en la reconstrucción de la historia familiar de Michel y Bruno, y la relación que guarda con los movimientos sociales y culturales del siglo XX. Al abordar la vida de un personaje, el narrador realiza una observación que pone en evidencia el interés sociológico que funciona como germen a la novela: cuando se presenta el personaje, se invoca también la dimensión histórica y social en la que ha vivido, y uno puede concentrarse no tanto en las características personales del individuo, sino en cómo este ha sido un elemento sintomático en la evolución de la sociedad.

En este sentido, el narrador propone una serie de categorías sociales de personajes: los personajes sintomáticos son aquellos que “arrastrados por la evolución histórica de su época y, a la vez, habiendo decidido formar parte de ella, (…) llevan, por lo general, una vida simple y feliz; el relato clásico de sus vidas puede ocupar una o dos páginas” (p. 27).

Los personajes precursores, por el contrario, son aquellos que además de adaptarse al modo de vida mayoritario de su época intentan a la vez sobrepasarlo y “preconizar nuevos comportamientos o popularizar comportamientos todavía poco practicados” (p.27). En este sentido, la vida de Janine Ceccaldi, la madre de Bruno y Michel, corresponde a la categoría de precursores: nacida en 1928, en el seno de una familia acomodada, Janine es una joven promiscua y brillante que transgrede barreras sociales con naturalidad y soltura. No solo debuta sexualmente a edad temprana para una chica de la época (los 13 años), sino que en 1945, con 17 años, abandona a sus padres y se instala en París para estudiar medicina. Janine atraviesa los años existencialistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, conoce a un cirujano, con quien tiene un hijo en 1956, comprende que no está hecha para criar niños y se lo envía a su madre para poder continuar con su vida. Luego conoce a Marc Djerzinski, un documentalista triste y soñador, y en 1958 tiene a su segundo hijo, Michel.

En esa época, Janine comienza a relacionarse con el movimiento hippie que se instala en Francia desde los Estados Unidos, experimenta con sustancias alucinógenas y se muestra totalmente incapaz de cuidar de Michel, por lo que Marc se lo termina quitando y lo lleva a vivir con su madre.

El movimiento hippie es el primer movimiento cultural importante que se presenta en la novela y que marca a los personajes y a toda una generación. Las comunidades que se crean se basan en la libertad sexual y el consumo de drogas psicodélicas y son el primer síntoma de un cambio en la sensibilidad occidental, que luego se generaliza en los años 70 con el auge de los movimientos libertarios.

Los capítulos siguientes exploran la infancia de los hermanos, marcadas por el abandono de la madre y la crianza en manos de las abuelas. Para ilustrar el contexto de crianza, el narrador recurre a la mención de una serie de productos de la cultura muy populares en Francia que insertan al personaje en un panorama social más amplio. Por ejemplo, sobre la infancia de Michel, el narrador indica que “lee a Julio Verne, El perro Pif o El Club de los Cinco, pero sobre todo se sumerge en su colección de Todo el Universo” (p. 33). Los productos de consumo cultural no son inocentes, sino que transportan una cierta sensibilidad y una ética relacionada a la época, a la clase social e incluso al sistema capitalista imperante en occidente. Así, se indica, por ejemplo, que Michel estuvo preocupado desde pequeño por la cuestión de la moral, y que la comprendía en su dimensión kantiana, como una potencia única y universal, de valor absoluto. Esta comprensión de la moral como una fuerza ordenadora de la sociedad de carácter monolítico la podía observar, por ejemplo, en Lobo Solitario, un personaje literario de la época que encarna el ideal del héroe kantiano.

Mientras que la infancia de Michel está marcada por la reflexión sobre el mundo natural y una comprensión de las conductas humanas asociadas al comportamiento animal, la infancia de Bruno revela toda una historia de abusos y sufrimientos común a su generación que derivan en la frustración que experimentará, como se verá en las secciones siguientes, durante su vida adulta.