Las malas

Las malas Resumen y Análisis Capítulos 5-6

Resumen

Capítulo 5 (pp.78-92)

Camila comienza a prostituirse sola, por su cuenta, pero pronto descubre que el mundo de la noche es peligroso y está lleno de violencias: los clientes que la estafan, los que la golpean, los que le roban, los vecinos entrometidos que controlan quienes entran y salen de su cuarto de pensión; todo le demuestra lo vulnerable que puede ser estando sola.

Así llega hasta Parque Sarmiento y se encuentra con la manada de La Tía Encarna. Laura es la primera que se acerca a ella, cuando la ve sola, y le pregunta qué hace en esa zona. Laura, la única mujer cis de la manada, reconoce en Camila a la travesti joven y desamparada, la abraza y la presenta a su clan, que la recibe con insultos para demostrarle su cariño. Esa primera noche, La Tía Encarna le pregunta su nombre un sinfín de veces. Así como lo pregunta, parece olvidarlo, lo que es habitual porque, como dice la narradora, a las travestis no las nombra nadie. Para hacerla formar parte del grupo, Encarna cuenta parte de su historia: española, llegó a la Argentina en un barco, cargando la maleta de su suegra, después de que a su marido lo matara el franquismo. Rápido comprende Camila que Encarna es la nodriza protectora del grupo y que ella pondrá su cuerpo si a cualquiera de las travestis le pasara algo.

Luego de revisar el sentimiento de vergüenza por los padres que caracterizó toda su infancia, Camila se concentra en el día del bautismo de El Brillo de los Ojos. Ese día, la casa de Encarna alberga a travestis llegadas de todas partes, hasta las extranjeras que estaban de paso en Argentina se acercan para sacarse fotos con el niño y, como reinas magas, entregan sus humildes regalos. Las travestis brindan con champán, clericó y sidra, y hasta algunos de sus chongos están presentes, aunque solo los más educados y menos adictos, para que las fotos no se arruinen.

La única que no participa de la fiesta es María, la muda, que se la pasa encerrada en su cuarto. Camila va a verla para convencerla de que baje y evitarle así la furia posterior de Encarna, y la encuentra acurrucada en su cama. María llora desconsoladamente y se queja con unos ruidos que suenan como el quejido de un cabrito que va a ser degollado. Cuando Camila se acerca y la acaricia para calmarla, María se levanta la remera y le muestra que en su costado están creciéndole plumas. María aparece entonces como una santa sobre la que se está obrando un milagro, aunque ella no lo comprende y lo sufre, puesto que se pregunta quién va a poder quererla si se transforma en un monstruo. Camila, sin embargo, logra convencerla de que un hombre que no ame a una mujer que promete ser pájaro es estúpido y olvidable, y termina convenciéndola de que baje a participar de la fiesta.

El bautismo es oficiado por La Machi, una travesti paraguaya encargada de todos los ritos de la manada. Tras entonar una serie de bendiciones en quechua, La Machi Travesti brinda con una copa de cristal labrado, lleno de un líquido azul. En mitad del ritual, El Brillo de los Ojos deja escapar una ruidosa flatulencia y todas las travestis se desternillan a carcajadas.

Tras el bautismo, el niño ya ha sido consagrado. Si muere, irá al cielo de las travestis. Al finalizar la fiesta, mientras Camila observa a La Tía Encarna recoger los restos, se maravilla por aquella mujer y todo el amor que despierta en todas las travestis. Su casa es un lugar seguro para todas ellas, y la violencia queda fuera de ese mundo.

Capítulo 6 (pp.93-112)

Camila regresa sobre su niñez. Recuerda las amenazas de su padre, cuando decía en la mesa, rodeado de la familia: “Si tuviera un hijo puto o drogadicto, lo mataría. ¿Para qué tener un hijo así?" (p.92). El pequeño Cristian crece bajo la sombra del padre violento y amenazador, que golpea a su madre y que un día llegó a apuntarle con una pistola al medio de la frente.

Cuando Cristian es un niño, su padre decide que la familia se mudará a un pequeño pueblo entre San Marcos Sierras y Cruz del Eje llamado Los Sauces. Allí se instalan en una casa antigua, de techos altos y pisos de adoquines de madera, sin luz y con una letrina en el patio. La casa había pertenecido, supuestamente, a la familia de la madre de Sarmiento, los Albarracín. Lo único que rescata la narradora de aquel lugar es el arroyo que pasa por detrás y que salva sus veranos. Todo el resto es monte y significa peligro.

Un día, su padre anuncia que se marcha y la madre le reprocha que se va con otra, con lo que se consigue un golpe antes de ser abandonada. Así, el niño maricón y la madre sumisa se acostumbran a vivir en medio del monte, en aquella enorme casa llena de murciélagos. El padre regresa esporádicamente y trae consigo animales para criar. La familia arma un gallinero, pero todas las aves mueren una noche, devoradas por zorros y gatos monteses. Entonces, el padre coloca trampas para animales. Con sus pocos años, Cristian se acostumbra a encontrar animales apresados en las trampas, con su pelaje erizado de odio y desesperación. Esa mirada que destila una profunda violencia la volvería a ver en los ojos de su padre borracho y en las peleas entre travestis.

Su padre se dedica a carnear animales para vender su carne, y tanto el niño como la madre deben ayudarlo a sostener la presa mientras le quita la vida y la despelleja. Camila tendrá pesadillas toda su vida con esos momentos en los que los animales luchan desesperadamente por zafarse de su agarre y escapar, y deseará fervientemente que su padre sea castigado por tanta muerte y tanta violencia.

Camila también recuerda su tiempo en una escuela rural, los siete grados de la primaria juntos en un mismo salón, con una sola maestra. Su compañero de séptimo grado, el más bello de todos los niños, suele sentarlo en su regazo y le dice "maricón", algo que al pequeño Cristian le gusta. También suele llevarlo al baño, donde le hace meter la mano en su bragueta y masturbarlo hasta eyacular. Así, desde sus seis años, el niño que luego se convertirá en Camila ya ha descubierto a qué puede llevar tanto manoseo del sexo masculino. Y se siente atraído por la carne.

Además de las miradas cargadas de odio de los animales atrapados, de su padre borracho y de las travestis trabadas en combate, Camila recuerda la ternura de la mirada de un cliente suyo, un discapacitado de cuerpo hermoso y piernas atrofiadas. El joven llega una vez al mes y paga su sueldo entero de preceptor por hundir su rostro entre las nalgas de Camila y quedarse oliéndolas por un buen rato. A la narradora le encanta aquel joven, y hasta piensa en proponerle matrimonio. Un día le dice que no quiere cobrarle más, que puede ir cuando él quiera y siempre será bienvenido, pero el joven se ofende y le contesta que no quiere nada por pena, tras lo cual se marcha y no vuelve más. Un día Camila se lo cruza en la calle. Va en silla de ruedas, acompañado por sus padres, unos viejos chiquitos. Es la imagen de la ternura. Sin embargo, los dos intercambian una mirada y no dan signos de reconocerse. Cada uno sigue su camino, y Camila piensa que realmente se habría casado con aquel hombre.

El relato salta a la historia de Natalí, una travesti nacida séptima hija varón que en las noches de luna llena se convierte en lobizona. Vive con Encarna y El Brillo de los Ojos, y una vez al mes las otras travestis la encierran en una pieza y cierran la puerta con cadenas y candados para que no pueda hacer daño a nadie transformada en lobizona. Por ser séptimo hijo varón, Natalí es ahijada de Alfonsín, aunque la política no le interese en absoluto. La casa de Encarna se ordena en función de los ciclos de la lobizona, y su encierro remeda de alguna manera la menstruación de las mujeres cis. Una vez al mes, toda la casa se pone en alerta y se resguarda puertas adentro. La transformación que vuelve doblemente bestia a Natalí -travesti y lobizona- extenúa su cuerpo y la vuelve muy vieja. Por eso, Natalí muere mucho más joven que otras travestis. Cuando no está transformada en bestia, Natalí es la travesti más tierna y amable de la casa, y se desvive por El Brillo de los Ojos.

Luego, Camila se concentra en otros episodios de la manada: la llegada de Las Cuervas, dos niños ricos que juegan a travestirse y presentarse algunas noches en el Parque, cargando licores finos y ropas caras, y que ponen de manifiesto la enorme brecha que existe entre ellos y las travestis que se ganan la vida como prostitutas. La Tía Encarna desconfía de aquellos dos niños ricos que llevan una vida de varones durante el día y algunas noches usurpan los lugares de las travestis y se llevan a sus clientes, a quienes no les cobran, puesto que no necesitan venderse como mercancía. Pero sabe cómo mantenerlos a raya y ubicarlos cuando sus ínfulas de oligarcas estallan contra ellas. Mirándolos a los ojos y riendo, deja caer amenazas que parecen puro alarde, pero que las travestis saben que son verdad, como que podría quemarles la casa o contarle a toda Córdoba que aquellos niños de la alta sociedad hacen la noche con un grupo de travestis de mala muerte.

Al final del capítulo, Camila narra un episodio crudo y brutal: el encuentro de una travesti muerta en la Cueva del Oso. La hallan una noche, durante una redada policial. La Tía Encarna rasga con sus uñas el nylon que la cubre y descubre la cara de una vieja amiga suya, ya medio devorada por los gusanos. Con aquella cabeza contra su regazo, pide a Dios a todo pulmón que le explique por qué pasan esas cosas, por qué tienen que morir las travestis y ser arrojadas en cualquier lado. Todas las demás lloran a su lado y se encuentran desgarradas frente a la muerte injusta e innecesaria de una compañera.

Análisis

Camila comienza el capítulo 5 hablando sobre su trabajo como prostituta, cómo ha aprendido a despertar el deseo en sus clientes:

Soy joven, sé contar historias y mentir, les hablo cuando cojo, les cuento historias pornográficas. Me subo encima de ellos, los cabalgo y les cuento que siendo muy muy niña un señor mayor se sentó en su falda y me hizo jugar a la amazona y el corcel. No hay nada que les retuerza más el morbo que fantasear con niñas abusadas. Explotan dentro de mí, que soy casi una niña, no he cumplido todavía la mayoría de edad (p. 77).

En la calle debe aprender a explotar sus condiciones, sus particularidades, aquello que hace que sea única, para que los clientes la elijan a ella. Y Camila se reconoce como una geisha comechingona, una mestiza en la que conviven dos mundos que parecerían opuestos.

Observamos en este capítulo, también, del comienzo de un episodio de animalización: María, la muda, comienza a transformarse en ave. La metamorfosis en animal parangona la que las travestis realizan sobre su propio cuerpo. A María comienzan a brotarle plumas en el torso, lo que la desespera y la empuja a encerrarse en su cuarto. Cuando Camila la visita, María escribe en su pizarra “KIEN ME BA QUERER ASI” (p.86). En verdad, la lucha de María con su cuerpo es la que experimentan las travestis como parte de su metamorfosis: el afeitarse a diario y ocultar la sombra de la barba con una máscara de maquillaje, el inyectarse silicona líquida que luego les produce trastornos -como a Encarna, que se le mueve por el cuerpo y le genera una serie de moretones-, el alisarse el pelo u ocultarlo debajo de pelucas baratas… las plumas de María, que asoman primero como canutos oscuros en su piel, pueden interpretarse incluso como la aparición del vello corporal con el que muchas travestis tienen que lidiar a diario. Sin embargo, la transformación de María va mucho más allá: la muda termina convertida en un pequeño pájaro de color plomizo, algo que todas las travestis aceptan naturalmente, sin cuestionarse el milagro. En esta metamorfosis pueden leerse reminiscencias del realismo mágico, con lo portentoso naturalizado en lo cotidiano, y del chamanismo latinoamericano, en el que las conversiones de lo humano en animal abundan hasta desdibujar las líneas entre especies. Como se ha mencionado antes, la animalización es una manera de hacer visibles los límites y las gradaciones entre las vidas valiosas y las descartables. La vida travesti, nuevamente, se ubica próxima a la animal.

Un episodio fundamental de este capítulo es el bautismo del Brillo de los Ojos, oficiado por La Machi Travesti. Los rituales abundan también en la novela y en la vida travesti y configuran una forma especial de irrupción de lo sagrado en el mundo profano. La religiosidad travesti es ecléctica y no responde a ninguna institucionalización. La Machi Travesti oficia los rituales y sus prácticas mezclan gestos de las religiones cristianas con elementos de culturas nativas de América Nativa y hasta reminiscencias de los ritos de la umbanda y de los dioses Orillas. Las consagraciones desestabilizan realmente el binomio sagrado/profano tal como lo comprenden las sociedades cisheteronormadas, cristianas y patriarcales al consagrar dimensiones de la vida que la sociedad considera sacrílegas. Por ejemplo, La Machi Travesti bautiza a María la Muda como travesti de la manada, lo que la habilita a participar de un mundo lleno de transgresiones desde la lógica cisheteronormada.

Pero no cualquiera puede ser bautizado o participar de los rituales travestis. En el caso de los hijos de Laura, La Machi Travesti se niega rotundamente a bautizarlos, puesto que no están preparados para ser presentados ante las Diosas Travestis. Pero con El Brillo es diferente; el niño está preparado para ingresar a la sacralidad travesti e integrarse a su mundo y a sus fidelidades. La Machi oficia una ceremonia en la que destaca el sincretismo de los gestos rituales: “Antes de empezar la ceremonia bebió un líquido azul oscuro que parecía tinta, de una vaso muy fino de cristal labrado. Lo alzó con la punta de los dedos, las uñas tintineando contra el cristal, y cantó una canción en quechua que aseguraba que habría de ser feliz y fuerte, que el viento que soplara en su cara lo haría más bonito y que su muerte le sobrevendría durmiendo plácidamente, porque habría conocido el amor” (p.88).

Los rituales son doblemente importantes en la vida de la manada porque son un medio para establecer fidelidades y pertenencias entre sus miembros al mismo tiempo que generan una estructura colectiva que reproduce con su propia lógica los ritos sociales de los que las travestis han sido desterradas.

La Machi Travesti es una figura que se asocia al chamanismo latinoamericano, rol social que en los pueblos originarios podía ser cumplido por una persona que participara tanto de la naturaleza masculina como femenina. Como tal, sus prácticas atraviesan todas las dimensiones de la existencia. La Machi “nos orientaba el espíritu y la carne y era tan capaz de desvanecernos con sus brebajes de raíces, lianas y cactus como de hacernos viajar al origen de nuestro dolor, además de inyectarnos silicona líquida, todo por el mismo precio” (p.41).

El capítulo 6 dedica su primera parte a los recuerdos de la infancia en un pequeño pueblo, Los Sauces, al que la familia Sosa Villada se muda por voluntad del padre. Allí, en las épocas en que su padre está presente y no las ha abandonado para irse con su otra familia, Cristian es obligado, junto a su madre, a ayudar a carnear animales. La crueldad de la vida del campo marca a la narradora para siempre: las miradas de los animales atrapados en las trampas, o momentos antes de ser carneados, llenas de una desesperación y una furia infinitas, se le quedan grabadas en la memoria para siempre y, como dice, las volverá a descubrir en las peleas de sus compañeras travestis: “esa ferocidad en los ojos, la mirada de odio de aquellas dos travestis mientras peleaban: mi papá, cuando bebía de más, tenía esos mismos ojos. Todos los animales atenazados por las fauces de una trampera de hierro comparten esa mirada” (p.101). La mirada es fundamental en la construcción de la identidad, y Camila enumera las miradas que ha recibido a lo largo de su vida travesti, como también las formas que ella tiene para mirar el mundo.

A la mirada de la furia y la desesperación le contrapone, a continuación, la de la ternura que también se le ha quedado grabada. La ternura, en el episodio del cliente paralítico, también es un grito desesperado por hacerse un lugar en el mundo, en medio de una sociedad que tiene a excluir a todos aquellos que se desvían de la norma. La ternura en la mirada de aquel joven tullido encuentra complicidad en la travesti que también se mueve por los márgenes.

Otro ejemplo de animalidad y bestialización -uno de los más importantes de la novela- se desarrolla en este capítulo: la historia de Natalí, la séptima hija varón que las noches de luna llena se convierte en lobizona. La transformación de Natalí en una bestia incontrolable que debe ser encerrada bajo llave es otra manera de poner de manifiesto la dualidad sobre la que se construye la identidad travesti: “Era tan buena Natalí que se nos hacía imposible asociar aquella bestia que mostraba los dientes y rugía desde la oscuridad del cuarto con la mujercita de rasgos mulatos que era la preferida de la pensión el resto del mes. Pero todas lo sabíamos: Natalí tenía una dentadura que podía masticar huesos humanos como si fueran fruta madura” (p.104).

La rabia de las travestis y sus explosiones repentinas son una respuesta a todo el veneno, a toda la violencia que la sociedad inocula en sus cuerpos día a día, y Camila narra numerosos episodios en los que alguna compañera da rienda suelta a toda esta violencia contenida, en peleas con otras travestis o en respuesta a la amenaza o la violencia de algún cliente. En Natalí, toda esta violencia contenida se desata una vez al mes, cuando se transforma en lobizona. Camila destaca esta animalización violenta como un rasgo positivo que transforma a Natalí en la más valiente de todas las travestis, porque “era dos veces loba, dos veces bestia” (p.104).

La transformación de Natalí también abre el relato a las consideraciones sobre el tiempo y las formas en que los cuerpos travestis atraviesan una temporalidad que se escapa del calendario cisheterosexual. La manada organiza la rutina de la casa alrededor del ciclo de transformaciones de la lobizona: “Decíamos que era como la menstruación de nuestra manada. Nos regíamos por el ciclo de la luna, sabiendo que no podíamos distraernos, porque no podíamos fallarle a Natalí. Cada mes la veíamos morir cuando retornaba de su forma lobuna, cada mes salía más deteriorada de su encierro” (p.104).