La plaza del Diamante

La plaza del Diamante Símbolos, Alegoría y Motivos

Las palomas (Motivo y símbolo)

Las palomas constituyen un motivo central en la novela. Aparecen en los momentos decisivos de la vida de Natalia y establecen un paralelismo con la propia protagonista, apodada Colometa, que significa "palomita" en catalán.

El apodo impuesto marca el primer episodio importante en el conflicto de identidad que tendrá que resolver la protagonista a lo largo de su vida. Desde el momento en que se conocen, Quimet ignora su nombre y la trata como a un objeto al que posee, al igual que luego hará con las palomas.

La construcción del palomar coincide con el inicio de la vida de casada de Natalia. La casa se convierte en un espacio análogo al palomar; se inicia con ciertas dificultades pero con entusiasmo (por parte de Quimet). Al igual que Natalia, las palomas sufren la adaptación, pero luego se acomodan en su jaula-casa con relativa libertad, hasta que empiezan a reproducirse y ocuparse de sus crías, como hace Natalia con sus hijos.

No obstante, la situación rápidamente se convierte en agobiante y genera un quiebre en la psiquis de la protagonista. A medida que todo empeora y su vida va quedando despojada de toda promesa de libertad, las palomas de su palomar se van marchando o muriendo. Al liberar a las palomas, Natalia se libera también de una parte de su pasado. Así es que cuando muere Quimet, encuentra a la última paloma que quedaba muerta.

Ya adulta y con una nueva vida, la protagonista enfrenta sus traumas del pasado y vuelve a hablar de las palomas recurrentemente con las señoras de la plaza. Al principio lo hace transformando sus recuerdos, hasta que luego decide no hablar más de eso, y guardárselo para sí misma. Por último, las palomas reaparecen en sus sueños, en el momento de la catarsis final.

Como elemento simbólico, que representa universalmente la paz y la libertad, las palomas sirven para mostrar la evolución del personaje, al mismo tiempo que los hechos históricos que la acompañan. La liberación de las palomas coincide con el fervor de la revolución, pero también con sus problemáticas: al igual que los jóvenes entusiastas, las palomas no saben bien cómo actuar cuando se las deja en libertad. En tanto, la destrucción del palomar se produce a la par de la caída de la Segunda República y el fin del sueño revolucionario.

El embudo (Símbolo)

El embudo es un elemento que aparece en primera instancia como un objeto insignificante, pero que luego se revela como crucial en el momento crítico en el que Natalia piensa en matar a sus hijos y suicidarse por el hambre que están pasando. Este constituye un trauma en la vida de Natalia, que volverá una y otra vez a atormentarla en pensamientos y sueños.

El embudo se convierte así en símbolo de la muerte, que la acecha durante gran parte de su vida. Por su forma, este objeto representa la impotencia frente a lo inevitable de la caída, el descenso hacia el agujero-fin.

En el final de la novela, cuando Natalia tiene ese sueño decisivo, llega a la plaza del Diamante y el cielo se convierte en un embudo invertido que la va encerrando y la amenaza con succionar todo, hasta que ella lanza el grito y escupe el escarabajo de saliva que representa su juventud, y el embudo desaparece.

Las muñecas (Motivo y símbolo)

Las muñecas constituyen otro motivo recurrente en la novela. Son varias las veces en que Natalia se para frente a la tienda de los hules para observarlas. Además, esas ocasiones ocurren de manera cronológica, acompañando el desarrollo de su vida, puntualmente en momentos en los que ella se siente vulnerable. La primera ocurre mientras camina por la calle Mayor mirando vidrieras y es acosada por un grupo de hombres. La siguiente se produce cuando se cruza a Pere -su exnovio- y ella no reconoce su propio nombre; luego le oculta a Quimet que llegó tarde por quedarse mirando las muñecas. Más adelante, ya con su primer hijo en brazos, revela que es algo que se ha transformado en una rutina: "Muchas tardes me iba a mirar las muñecas con el niño en brazos: estaban allí, con los mofletes redondos, con los ojos de vidrio hundidos, y más abajo la naricita y la boca, medio abierta; siempre riéndose y como encantadas (...). Siempre allí, tan bonitas dentro del escaparate, esperando que las comprasen y se las llevasen" (p. 68-69).

En el momento en que, desesperada, Natalia se dirige a la casa de sus antiguos patrones a pedir trabajo y casi es arrollada por un tranvía, Natalia vuelve a frenarse para mirar las muñecas, al borde del desmayo. Al regresar, tras haber sido rechazada y habiendo perdido su última esperanza, se detiene nuevamente frente a la tienda, esta vez por más tiempo. Esto vuelve a suceder en el momento crucial en que Natalia consigue el aguafuerte y emprende el regreso a su casa, aturdida. Sin embargo, hay una última vez en que la protagonista menciona que pasa frente a la tienda donde se encuentran las muñecas, pero no se detiene. Esto ocurre en el sueño final, donde ella "escupe" su juventud y le da un cierre a su proceso de maduración.

Las muñecas simbolizan la inocencia y la idea de un mundo encantado, que Natalia asocia a su juventud perdida. De esta manera, también las vincula con mujeres que ella idealiza, como Griselda y Rita, a quienes describe como muñecas. Su fijación en ellas representa una evasión de la cruel realidad que le toca vivir, todavía siendo una muchacha; los juguetes son para la protagonista un espacio seguro donde puede refugiarse para continuar sobreviviendo. De ahí que, cuando siente haber concluido su camino de maduración, ya no los necesita.

La balanza (Motivo y alegoría)

La balanza es un elemento que se reitera como motivo desde el momento en que Natalia la descubre como figura tallada en la pared de la escalera que conduce a la terraza, en la casa donde se muda con Quimet. Nunca se explica por qué la protagonista está obsesionada con esta imagen, pero su importancia es innegable: cada vez que pasa por ahí necesita tocarla, y lo hace innumerables veces.

Al igual que las muñecas, la balanza aparece en los momentos más decisivos de su vida. La descubre cuando se está por mudar, en el umbral de su vida de casada; aparece cuando Natalia va a buscar el aguafuerte para matarse y matar a sus hijos y, una vez más, cuando acepta la propuesta de matrimonio de Antoni, en el comienzo de su nueva vida. Más adelante, en el sueño del final, la balanza regresa: la observa por última vez en su vieja casa, donde no puede entrar, pero después la vuelve a ver, transformada, en las manos de un vendedor de frutas.

La imagen de la balanza forma parte de la alegoría de la justicia, un antiguo emblema que la representa con una mujer ciega que la sostiene en sus manos. La idea de destino (como justicia divina) y de justicia se asocian con este emblema, al igual que en la vida de Natalia. Pasar y tocarla, como un rito, es un modo que tiene la protagonista de preguntarse por su destino y por la existencia de una justicia que pueda inclinarse a su favor. Sin embargo, al final también debe deshacerse de ella. Si el destino está ahora en sus manos, no depende de una justicia que dice su futuro, tallado en piedra. Por eso, aparece el elemento por última vez en manos de una persona a la que ella le dice que no:

Y al pasar miraba las entradas anchas donde un vendedor vendía los melocotones y las peras y las ciruelas hacía años, con balanzas antiguas, con pesas doradas y con pesas de hierro. Con balanzas que el vendedor sostenía pasando un dedo por el gancho de arriba. Y en el suelo había paja y copos de viruta y papeles finos estrujados y sucios. No, gracias (p. 251-252).

El cruce de la calle Mayor (Símbolo y motivo)

El cruce de la calle es otro de los motivos más significativos de la novela, en especial el de la calle Mayor. Como símbolo, ir de una vereda a la otra, cruzar la avenida, representa el peligro de dar el salto a lo desconocido para enfrentarse a lo nuevo. En el caso de Natalia, lo desconocido es su identidad y la exploración de su propia conciencia.

El cruce, junto al peligro que implica el tranvía, aparece desde el momento en el que conoce a Quimet, cuando ella corre despavorida, cruza los rieles y se le caen las enaguas. Instintivamente, Natalia está huyendo del peligro que representa Quimet, quien busca poseerla y quitarle su identidad. El peligro del cruce reaparece en el momento en que la protagonista debe salir a trabajar, dejando a sus hijos solos. Angustiada y apurada por volver a su casa lo más pronto posible, con el miedo de que les pase algo, corre el riesgo de que la atropelle el tranvía. Más adelante, en la circunstancia de máxima desesperación, cuando sus viejos patrones le niegan ayuda, emprende el regreso a su casa y se desmaya justo en el momento en el que empieza a cruzar la calle Mayor. Luego, ya decidida a poner fin a su situación con el aguafuerte, tiene que hacer un gran esfuerzo para poder cruzar la calle. Antes de llegar a hacerlo, escucha al tendero que la llama y eso la hace regresar. Años más tarde, vuelve a sucederle algo parecido cuando la hija cuenta que el padre de una compañera, que se había dado por muerto, regresa de la guerra. Esto coincide con un momento en el que Natalia tiene dificultades para salir de la casa. Ese día, sale con Rita a pasear y, justo cuando está por cruzar la calle Mayor, se descompensa.

Atravesar esa calle se convierte, para Natalia, en un símbolo de peligro, porque implica involucrarse en su mundo interior, algo que se vuelve cada vez más amenazante. Este peligro se materializa bajo la forma del tranvía, como máquina imparable que avanza sin miramientos. Animarse a cruzar representa la única forma de superar el peligro y seguir camino. Así es que al final, en su sueño, Natalia enfrenta sus miedos y logra cruzar esa calle simbólica:

Sobre la piedra del bordillo de la acera de la calle Mayor, miré arriba y abajo a ver si venían tranvías y crucé corriendo y cuando llegué al lado bueno todavía me volví otra vez para ver si me seguía aquella pizca de cosa de nada que me había hecho volverme tan loca. Y andaba sola (p. 251).