La plaza del Diamante

La plaza del Diamante Citas y Análisis

"Y eché a correr otra vez. Y él detrás de mí. Las tiendas cerradas con la persiana ondulada delante y los escaparates llenos de cosas quietas, tinteros y secantes y postales y muñecas y tela extendida y cacharros de aluminio y géneros de punto..."

Natalia, p. 11

La cita ejemplifica uno de los procedimientos recurrentes en la novela: el polisíndeton. Se trata de una figura retórica que consiste en la repetición de una o varias conjunciones dentro de una misma frase o texto con el fin de dar más fuerza a lo que se expresa. Como se ve aquí, ese exceso de repetición produce un efecto estilístico en el modo de narrar de la protagonista.

"Me dio un golpe en la rodilla con el canto de la mano que me hizo levantar la pierna de sorpresa y me dijo que si quería ser su mujer tenía que empezar por encontrar bien todo lo que él encontraba bien".

Natalia, p. 15

Este fragmento muestra una de las tantas situaciones de maltrato y sometimiento que vive Natalia a lo largo de la historia. En este caso, Quimet le advierte -mediante una acción violenta, como es un golpe con el canto de la mano- que para ser su mujer debe estar siempre de acuerdo con él. Este hecho grafica un modo de accionar que es recurrente en Quimet, personaje masculino que somete la voluntad de Natalia y representa el machismo y el conservadurismo que caracterizaba a la sociedad española de la época.

"Toda la calle estaba llena de alegría y pasaron chicas guapas con vestidos muy bonitos y en un balcón me tiraron una lluvia de papelitos de colores y yo me metí unos cuantos muy adentro del pelo para que se quedasen allí".

Natalia, p. 55

Natalia describe esta situación después de un año de casada con Quimet, al tiempo en que recuerda las promesas de baile y felicidad que habían acompañado su primer encuentro. Narra la escena que está observando con un tono de anhelo y melancolía, y de ese modo coloca la alegría y la diversión como algo que está sucediendo lejos de ella; por eso intenta aferrarse a algo de esas sensaciones guardando papelitos en su pelo.

"Un día, en la Rambla de las Flores, en medio de un torbellino de olores y de colores, sentí una voz detrás de mí:

—Natalia...

Creí que no era a mí, de tan acostumbrada como estaba a oír solo Colometa, Colometa".

Natalia, p. 57

El episodio corresponde al reencuentro de Natalia con su ex novio, Pere, quien la llama por su nombre. Sin embargo, ella manifiesta que no se siente interpelada. Esto tiene que ver con el proceso de pérdida de identidad que atraviesa la protagonista desde que conoce a Quimet, quien la apoda "Colometa" e ignora su verdadero nombre, además de que la somete en sus voluntades y deseos personales.

"La Julieta vino a verme y me trajo un pañuelo de seda para el cuello, blanco, con mariquitas desparramadas. Y una bolsa de bombones. Dijo que la gente solo piensa en la criatura y que nadie se acuerda de la madre".

Natalia, p. 67

Julieta, amiga de Natalia, representa uno de los pocos personajes femeninos capaces de correrse de los límites establecidos para las mujeres en el contexto histórico de la novela. Es extrovertida, rebelde y desafía el rol asignado a la mujer en esa época. En esta ocasión, con motivo del primer embarazo de Natalia, Julieta pasa de visita para agasajar y dar apoyo a su amiga, antes que para conocer al bebé; incluso, es capaz de decirlo.

"Muchas tardes me iba a mirar las muñecas con el niño en brazos: estaban allí, con los mofletes redondos, con los ojos de vidrio hundidos, y más abajo la naricita y la boca, medio abierta; siempre riéndose como encantadas".

Natalia, p. 68

Son varias las veces en que Natalia, tratando de evadir su cruel realidad, se para frente a la tienda de los hules a observar las muñecas y otros juguetes. El detenimiento y el nivel de detalle de sus descripciones demuestra más una admiración que una mera observación de ese lugar y sus objetos. Esto permite pensar en que la protagonista, que se casó y fue madre de muy joven, siente una especie de melancolía por la inocencia, la infancia y la juventud que le fueron arrebatadas tempranamente.

"Y fue aquel día cuando me dije que aquello se había acabado. Que se habían acabado las palomas (...). Este pensamiento se me quedó adentro de la cabeza como una brasa (...). Sentía la brasa dentro del cerebro, encendida y roja".

Natalia, p. 131-132

Este fragmento muestra el modo que tiene Natalia de procesar las situaciones, los pensamientos y las sensaciones que atraviesa a lo largo de su vida. Dado que el personaje no tiene la capacidad de comprender del todo lo que le pasa y de expresar lo que siente, apela a la descripción de metáforas que transforman esos sentimientos en cuestiones más gráficas, como sucede en este caso con la brasa en su cerebro. Natalia busca explicar que llegó a un límite y que se convenció de la idea de poner fin al tema de las palomas.

“Había aprendido a leer y a escribir y mi madre me había acostumbrado a llevar vestidos blancos. Había aprendido a leer y a escribir y vendía pasteles y caramelos y chocolatinas macizas y chocolatinas huecas con licor dentro. Y andaba por la calle como una persona entre las otras personas. Había aprendido a leer y a escribir y había servido y había ayudado…”

Natalia, p. 190

La cita constituye un ejemplo de anáfora, figura retórica que consiste en la repetición de una palabra o conjunto de palabras al principio de un verso o una frase. Se trata de otro de los recursos utilizados por la autora para producir un efecto estilístico que se asemeje al modo en que funcionan los pensamientos y el fluir de la conciencia. En el ejemplo, Natalia, que se encuentra al borde del colapso y se dirige a buscar el aguafuerte, se mete en sus pensamientos y recuerda su aprendizaje y su juventud, cuando no tenía los problemas de la adultez.

“Cuando los niños no estaban en casa y el Antoni despachaba en la tienda, iba de arriba para abajo por el pasillo como si lo hubiesen hecho especial para mí sola mucho antes de saber que le necesitaría para ir arriba y abajo: del balcón de la sala a la japonesa del comedor, de la japonesa al balcón de la sala. ¿Entraba en el dormitorio del niño? Pared. ¿Entraba en el camaranchón que hacía de almacén? Pared. Todo era paredes y pasillo y canutillos con japonesas. Paredes y paredes y pasillos y paredes y pasillos y yo arriba y abajo y vuelta con lo mismo y de vez en cuando entrando en alguna de las habitaciones de los niños, y otra vez arriba y abajo".

Natalia, p. 218

Nuevamente mediante la forma de la anáfora, la autora logra que la narradora transmita sus sensaciones. Aquí, se trata del encierro. Natalia describe parte de su nueva casa, donde se muda tras casarse con Antoni, y cuenta cómo se siente al habitarla. Su soledad y vagabundeo por la casa, así como la reiteración de espacios y paredes, son el modo en que la protagonista manifiesta la sensación de encierro.

"... di un grito de infierno. Un grito que debía hacer muchos que llevaba adentro y con aquel grito, tan ancho que me costó mucho pasar por la garganta, me salió de la boca una pizca de cosa de nada, como un escarabajo de saliva... Y aquella pizca de cosa de nada que había vivido tanto tiempo encerrada dentro, era mi juventud que se escapaba con un grito que no sabía bien lo que era..."

Natalia, p. 250-251

Otra vez, Natalia evidencia dificultades para distinguir y expresar lo que está sintiendo. En este caso, mientras cuenta un sueño, utiliza nuevamente una metáfora para decir que ha podido descargarse: esa "cosa", ese "escarabajo de saliva", ese "grito que no sabía bien lo que era" representan el cúmulo de angustias que el personaje tiene desde el comienzo y que, finalmente, logra expulsar con mucho esfuerzo.