Julio César

Julio César Resumen y Análisis Acto I

Resumen

Escena I

Dos tribunos romanos, Flavio y Marulo, se cruzan con ciudadanos que desfilan por una calle de Roma en lugar de estar trabajando en sus oficios, y les preguntan qué sucede. Un zapatero les informa que la gente está celebrando el triunfo de César. Marulo se enfurece y afirma que César no ha derrotado a un enemigo, sino a los hijos del gran Pompeyo, quien gobernó previamente Roma junto con César, hasta que su alianza se desmoronó, momento en el que fueron a la batalla por el derecho a gobernar.

El subsiguiente discurso de Flavio hace que los plebeyos se avergüencen por celebrar la victoria de César, y parten con un humor más sobrio. Flavio y Marulo se disponen a quitar los adornos rituales colocados en las imágenes de César e instar a los ciudadanos a regresar a sus casas, en un esfuerzo por evitar que Roma celebre la victoria de César.

Escena II

Julio César regresa triunfante a Roma durante la fiesta de Lupercalia, que se celebra entre el 13 y el 15 de febrero. Lo siguen Antonio y Bruto, sus esposas, otros senadores y muchos ciudadanos. César le dice a Antonio que toque a su esposa Calfurnia durante la carrera para librarla de su esterilidad. Antonio responde: "si César dice «hazlo», ya está hecho" (I.II, 27).

Un adivino se acerca a César y le advierte que tenga cuidado de los Idus de Marzo, es decir, el 15 de marzo, pero César lo ignora y se retira con sus hombres.

Bruto y Casio permanecen en el escenario. Este último le dice a Bruto que lo ha notado más serio últimamente. Bruto le responde que está en guerra consigo mismo, y que no debería preocuparse. Entonces se escuchan vítores desde fuera del escenario, y Bruto comenta que teme que los ciudadanos elijan rey a César. Casio se entusiasma al deducir que Bruto no querría que eso ocurriera. Agrega que ellos han nacido tan libres como César, y le cuenta una historia que, afirma, tiene como tema el honor. Una vez, a orillas del Tíber, César lo instó a nadar con él. Ambos se lanzaron al río, pero César comenzó a ahogarse en las turbulentas aguas. Casio tuvo que rescatarlo, y en este momento se queja de que César "se ha vuelto ahora un dios", mientras él es "una pobre criatura / que ha de doblar su cuerpo apenas César / le dirige un saludo descuidado" (I.II, 33).

Casio le dice luego a Bruto que su nombre es tan bueno como "César", y que ambos podrían gobernar Roma con la misma facilidad. Invoca a un antepasado de Bruto que fundó la república romana tras expulsar a los antiguos reyes. Bruto, temeroso de que Julio César se convierta en rey, manifiesta sus dudas sobre unirse a Casio para tomar medidas contra César, pero finalmente decide no hacerlo.

César, por su parte, regresa acompañado de sus seguidores. Le comenta a Antonio que desconfía de Casio. Antonio descarta la preocupación de César, pero este insiste. Según él, Casio "Lee mucho, / es muy observador, y ve muy claro a través de los hechos de los hombres" (I.II, 37).

Salen César y su séquito, y Casca permanece en el escenario con Bruto y Casio. Les comenta que los tres vítores que escucharon se debieron a que Antonio le ofreció la corona a César tres veces, pero las tres César la rechazó. Luego se desmayó y le salió espuma por la boca. Cuando despertó, suplicó que lo perdonaran. También explica que Flavio y Marulo fueron destituidos de sus cargos por quitar los adornos de las estatuas de César. Con la esperanza de atraerlo a su conspiración contra César, Casio invita a Casca a cenar la noche siguiente. Bruto también se despide, no sin antes acceder a encontrarse con Casio la noche siguiente. En un soliloquio, Casio confiesa que enviará cartas falsas a la casa de Bruto, emulando ciudadanos preocupados por el creciente poder de César que le piden que tome medidas contra él.

Escena III

Casca se encuentra con Cicerón, uno de los grandes oradores romanos, y le dice que ha visto muchas cosas extrañas en las calles de Roma esa noche: extraños fenómenos naturales, un esclavo con la mano izquierda ardiendo pero ilesa, un león suelto por las calles y un búho ululando al mediodía. Cicerón le dice que los hombres interpretan las cosas a su manera y se despide.

Entra Casio y le dice a Casca que hay una razón detrás de todos los extraños eventos que tienen lugar en Roma. "Te refieres a César, Casio, ¿no?" (I.III, 49), reconoce Casca, y le anuncia que los senadores planean convertir a César en rey a la mañana siguiente. Ante la noticia, Casio saca su daga y amenaza con morir antes de permitir que César alcance tanto poder. Casca le da la mano y acuerdan trabajar juntos para evitar que César sea coronado.

Llega Cina, un cómplice, y Casio le da las cartas que debe arrojar por la ventana de Bruto; tiene confianza de que este se les una al día siguiente.

Análisis

Julio César comienza con los tribunos del pueblo reprendiendo a los plebeyos por inconstantes, dado que apoyan la victoria de César sobre los hijos de Pompeyo, a quien hasta poco tiempo antes abrazaban como su líder. Marulo se exaspera: "¡Sois como bloques! ¡Sois como peñascos! / ¡Peores que materia inanimada! (I.I., 23). Esta imagen de las masas como materia inanimada se repetirá a lo largo de la obra, y se asocia a un tema central en la misma: el orden armónico del universo.

Como desarrollamos en la sección Temas, la armonía necesaria del universo es parte esencial de la cosmovisión isabelina, que supone un orden cósmico establecido y jerárquicamente organizado. Cada cosa en el mundo tenía su lugar más cercano a la cima o la base de una suerte de pirámide: en la cima se encontraba Dios, como el gran creador, y en el último peldaño, las cosas inanimadas. En el centro, en una posición privilegiada pero también peligrosa, estaban las personas. Mientras se respetara la jerarquía intrínseca de las cosas, el orden del universo estaba asegurado, pero un desorden en una parte de la pirámide podía poner en peligro todo el resto.

A lo largo de la obra se describirán múltiples hechos y situaciones que dan cuenta de que este orden está problematizado. Apenas iniciada la obra, el comentario citado de Marulo parece una referencia a este problema: la plebe no está ocupando el lugar que le corresponde en la jerarquía, y cobra las cualidades de un elemento inferior. Como veremos más adelante, de hecho, el carácter acrítico y manipulable de los ciudadanos será un factor esencial que determinará, en buena medida, el curso de los acontecimientos. Ya en esta instancia, la reprimenda de Flavio y Marulo tiene efecto y la multitud se dispersa, arrepentida.

En la segunda escena se pone énfasis en un elemento que dotaba la obra de un gran atractivo para los contemporáneos de Shakespeare: la esterilidad de Calfurnia, que significa que César no tiene heredero. Lo mismo sucedía con la reina Isabel en el momento en que Shakespeare escribió Julio César, hecho que preocupada a los ingleses de la época. Sin embargo, en la obra, el deseo de César de tener un heredero tiene un significado más oscuro. De hecho, Bruto interpreta la importancia que César le da a este tema como evidencia de que este espera crear una dinastía, alimentando así sus razones para unirse a la conspiración contra él.

A partir de la segunda escena, abundan los presagios que anuncian la caída de César. Un adivino le advierte al líder sobre los Idus de Marzo, y este le comenta a Antonio su desconfianza respecto a Casio. En la tercera escena, Casca le cuenta a Cicerón una serie de hechos extraños, sobrenaturales, que estuvieron sucediendo. Coherente con la cosmovisión isabelina arriba descrita, estos sucesos, que dan cuenta de un desorden en la naturaleza, presagian turbulencias en la vida política de los ciudadanos romanos. La sordera de César en su oído izquierdo ("Ponte a mi diestra, que este oído es sordo", I.II, 38, le pide a Antonio) constituye un símbolo de su incapacidad de ver el peligro que lo rodea.

En relación con estas señales, se introduce también el tema de la interpretación, muy significativo en la obra. Cicerón reflexiona sobre esto: "Sin duda es tiempo de extraños sucesos, / pero los hombres pueden explicar / las cosas a su modo, aunque éste / sea contrario al de las cosas mismas" (I.III, 46). El Renacimiento supuso la posibilidad de despegarse de la interpretación unívoca —y religiosa— de los sucesos, en tanto se le empezó a dar relevancia a otro tipo de discursos. En buena medida, esto explica el interés por los textos clásicos. Esta nueva libertad interpretativa trajo consigo una crisis respecto de la mirada de las personas sobre el mundo y, con ella, todo un cuestionamiento de la identidad: ante la posibilidad de hacerse preguntas sobre el significado de cosas que antes se explicaban únicamente en términos religiosos, se introduce necesariamente la pregunta sobre el sentido propio, sobre la propia identidad.

Shakespeare reflexiona en prácticamente todas sus obras sobre estos temas. Por un lado, sus personajes se preguntan quiénes son, qué los define como tales, qué relación tienen con su nombre y su lugar en el mundo. Por el otro, hay una pregunta constante sobre el sentido de los sucesos, que muchas veces se debaten entre la realidad y el sueño, la alucinación o la ficción, y otras veces se abren a diferentes interpretaciones, provocando conflictos y malentendidos de todo tipo. Julio César no es una excepción y volveremos sobre esto a lo largo de este análisis. Por lo pronto, Cicerón anuncia que cada persona puede interpretar a su manera los extraños sucesos que Casca describe en la tercera escena, augurando así la actitud de César, que ignorará o malinterpretará sueños, advertencias y presagios que parecen predecir, a todas luces, su caída.

Por otro lado, estos temas se manifiestan también en el diálogo que tienen Bruto y Casio, en el que este intenta convencer al primero de unirse a su complot:

Bruto:

No, Casio, el ojo no se ve a sí mismo

sino por reflexión de otros objetos.

Casio:

Justamente.

Es así, Bruto, y mucho se lamenta

que no tengas espejos que devuelvan

a tus ojos tus escondidos méritos

y así pudieras ver tu propia imagen.

Bruto afirma que uno no puede verse a sí mismo sino reflejado, es decir, no tiene acceso directo al conocimiento de sí mismo. Y resulta interesante que Casio mencione los espejos. Estos, en principio, devuelven una imagen clara de la realidad, pero sabemos que Casio manipulará, mediante engaños, a Bruto con el objetivo de que se una a él. Es así que Casio le está ofreciendo a Bruto un espejo falso, y hará lo mismo con César. La necesidad del espejo como intermediario de la interpretación, entonces, introduce la posibilidad del engaño. La realidad, como decíamos, se presenta opaca, abierta a diferentes interpretaciones, y es esto, justamente, lo que aprovecha Casio para llevar adelante su empresa.

Otro argumento que utiliza Casio para convencer a Bruto alude al tema de la identidad: "«Bruto» y «César»: ¿qué habría en ese «César»? / ¿Por qué ese nombre habría de sonar / más que el tuyo? Escribe uno y otro; / el tuyo es tan buen nombre como el suyo" (I.II., 34). Casio alude acá al carácter arbitrario de los nombres; pone en duda que estos carguen un sentido inherente, lo que resulta muy rupturista en el contexto de un sistema monárquico en el que los nombres definen un lugar determinado en la sociedad y, también, ante Dios. En última instancia, Casio tienta a Bruto apelando a su derecho a ocupar el lugar de César en un sistema republicano.

La obra le da cierta razón a Casio en que César no parece un hombre necesariamente extraordinario. Se presentan de él dos caras, una pública y otra privada. En la esfera pública, César es un gran líder y estratega militar, noble, prácticamente todopoderoso; tiene un gran influjo en sus seguidores y sus palabras constituyen un mandato ("si César dice «hazlo», ya está hecho", I.II., 27, afirma Antonio). Pero en el ámbito privado, César es débil (Casio recuerda una vez que casi se ahoga y él tuvo que salvarlo), presenta dudas y temores, tiene ataques epilépticos. Nuevamente, Shakespeare problematiza aquí el concepto de identidad y da cuenta de cómo la perspectiva define lo que vemos, es decir, de qué modo los sucesos —y las personas— pueden interpretarse de diversos modos, lo que difumina, en última instancia, los límites entre la realidad y la apariencia.

Por último, es evidente ya en este primer Acto que la obra está mucho más centrada en Bruto que en César: es Bruto quien tiene más líneas y domina la trama: en última instancia, el curso de la acción se definirá en función de la decisión moral que él tiene que tomar, y que se debate. Además, se presenta como un personaje más interesante y complejo que el propio César. Por lo tanto, algunos podrían preguntarse por qué la obra se titula como se titula. Shakespeare ha titulado varias obras en honor a gobernantes (Enrique VIII, Ricardo III, etc.). Pero también es cierto que, en buena medida, Julio César realmente gira en torno a César. Por un lado, el conflicto interno de Bruto se dirime entre su amistad con César y su lealtad a la República Romana. Por el otro, la influencia de César en la trama continúa incluso después de su muerte, específicamente cuando su fantasma se le aparece a Bruto, indicando que la memoria y el mito de César nunca morirán.