Julio César

Julio César Metáforas y Símiles

"(...) «¡ay!», gritaba, como una niña enferma (...)" (Casio, I.I., 33). (Símil)

Casio compara en este pasaje a Julio César con una niña enferma al narrar una ocasión en la que el líder fue atacado por la fiebre. Con esta comparación, Casio quiere destacar la cobardía y la debilidad de César como parte de su estrategia para convencer a Bruto de unirse a su conspiración, con el argumento de que el líder no solo dista mucho de tener un carácter divino, sino que es, de hecho, un cobarde, por lo que no merece liderar Roma más que el mismo Bruto.

"Bien, Bruto, tú eres noble; pero veo (...) que tu honesto metal puede labrarse" (Casio, I.II., 44). (Metáfora)

En un aparte que se inicia con estas palabras, Casio evidencia su intención de manipular a Bruto para que se una a su malintencionada conspiración. Aquí, el metal funciona como metáfora del carácter, la nobleza, la integridad de Bruto, a quien Casio reconoce honesto pero manipulable.

"Quien de prisa quiere encender un gran fuego lo comienza con débil paja" (Casio, I.III., 50). (Metáfora)

Con esta metáfora, que se inserta en una serie de metáforas en la que asocia a César con animales fuertes y al pueblo romano con seres débiles, Casio reconoce la estratégica influencia que su enemigo tiene sobre las masas, aludiendo que estas son fácilmente manipulables. Luego compara a Roma con una hojarasca que, encendida, sirve para iluminar a César, es decir, para enaltecer su figura.

"(...) tengo la misma daga para mí cuando mi país considere necesaria mi muerte" (Bruto, III.II., 111). (Metáfora)

Estas palabras forman parte del discurso con el que Bruto intenta justificar la acción de los conspiradores contra César. Con esta metáfora, Bruto argumenta la falta absoluta de animosidad con la que ha obrado, arguyendo que ha participado del magnicidio en nombre de una justicia que aplicaría, de igual manera, sobre sí mismo.

"(...) me temo que algunos que sonríen en su corazón llevan mil intrigas" (Octavio, IV.I., 134). (Metáfora)

Con estas palabras cierra Octavio el cuarto acto, y con ellas le advierte a Antonio sobre la posible hipocresía e inminente traición de algunos de sus aliados. La advertencia no resulta sorpresiva en tanto el mismísimo Bruto, amigo cercano y confidente de César, participó de su asesinato.