Facundo

Facundo Citas y Análisis

¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: “¡No; no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!” ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo, como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre, que ha aspirado a tomar los aires de un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas.

Introducción, pp.7-9.

Sin dudas uno de los inicios más poéticos de la literatura argentina, la introducción de Facundo empieza con una invocación exclamativa, que interpela la sombra de un hombre que no ha muerto del todo, porque “vive aún” en su pueblo. Hay algo de sublime y de terrorífico en este principio, que compone una imagen sobrenatural con la evocación a un fantasma y con la personificación de un pueblo, que se comporta como un organismo de entrañas desgarradas y convulsiones internas. Facundo aparece como inmortal, porque su imagen vive en las creencias de las personas del campo y de la ciudad. Esta condición fantasmal hace que el caudillo riojano sea el portador de un secreto, aquel que el escritor busca revelar con su escritura.

Porque Quiroga sigue vivo “en Rosas”, comprender a Facundo significa comprender a este otro Grande Hombre, aquel “genio” que encarna “el modo de ser de un pueblo” y que, gracias a ello, tiene un dominio absoluto del país. Para Sarmiento, Rosas es la continuación de Facundo, pero es una continuación más terrible, porque la naturaleza bárbara de Quiroga se transforma con Rosas “en sistema y en política regular”. De esta manera, el paralelismo entre estos dos personajes tiene la función de explicar esa extraña conjunción entre civilización y barbarie, entre ciudad y campo, que significa Rosas, el verdadero enigma a descifrar del Facundo.

¿Qué impresiones ha de dejar en el habitante de la República Argentina, el simple acto de clavar los ojos en el horizonte, y ver… no ver nada; porque cuanto más hunde los ojos en aquel horizonte incierto, vaporoso, indefinido, más se le aleja, más lo fascina, lo confunde y lo sume en la contemplación y la duda? ¿Dónde termina aquel mundo que quiere en vano penetrar? ¡No lo sabe! ¿Qué hay más allá de lo que ve? ¡La soledad, el peligro, el salvaje, la muerte! He aquí ya la poesía: el hombre que se mueve en estas escenas, se siente asaltado de temores e incertidumbres fantásticas, de sueños que le preocupan despierto.

Capítulo 2, p.40.

En este fragmento del capítulo 2, Sarmiento ensaya una composición literaria que se inspira en el costado poético de la barbarie, el que proviene de las características sublimes de la pampa. En la imagen que realiza el escritor, la naturaleza del desierto, por su hiperbólica inmensidad, hace que se difumine la línea del horizonte. Esto genera en el espectador fascinación y terror, dos sentimientos que predominan en la apreciación de lo sublime. El “no ver nada” sintetiza esta imagen poética que produce, en quien la contempla, “incertidumbres fantásticas”, porque sabe que en el desierto acecha todo tipo de amenazas que su imaginación acrecienta.

La misma lucha de civilización y barbarie de la ciudad y el desierto existe hoy en África; los mismos personajes, el mismo espíritu, la misma estrategia indisciplinada, entre la horda y la montonera. Masas inmensas de jinetes que vagan por el desierto, ofreciendo el combate a las fuerzas disciplinadas de las ciudades, si se sienten superiores en fuerzas, disipándose como las nubes de cosacos, en todas direcciones, si el combate es igual siquiera, para reunirse de nuevo, caer de improviso sobre los que duermen, arrebatarles los caballos, matar los rezagados y las partidas avanzadas, presentes siempre, intangibles por su falta de cohesión, débiles en el combate, pero fuertes e invencibles en una larga campaña, en que al fin, la fuerza organizada, el ejército, sucumbe diezmado por los encuentros parciales, las soprresas, la fatiga, la extenuación.

Capítulo 4, p.67.

Sarmiento caracteriza la oposición entre el campo y la ciudad comparando el desierto y la montonera con África y las hordas de cosacos, comparación que recurre a las imágenes que Europa compuso de Oriente. En este fragmento, el escritor describe una estrategia de combate “indisciplinada” y despótica, en el modo en que sorprende y arrasa sin piedad. Aunque la montonera se caracteriza por su “falta de cohesión”, la ciudad no puede hacerle frente cuando se hallan en su elemento, la extensa llanura, en donde las fuerzas bárbaras se vuelven “fuertes e invencibles”. Esta descripción sirve a una crítica que Sarmiento le hace a los ejércitos civilizados que no saben cómo actuar frente a las montoneras que lideran caudillos en la campaña; es necesario conocer bien a la barbarie para que la ciudad venza sobre el campo.

Sus ojos negros, llenos de fuego y sombreados por pobladas cejas, causaban una sensación involuntaria de terror en aquellos sobre quienes, alguna vez, llegaban a fijarse; porque Facundo no miraba nunca de frente, y por hábito, por arte, por deseo de hacerse siempre temible, tenía de ordinario la cabeza inclinada y miraba por entre las cejas, como el Alí-Bajá de Monvoisin.

Capítulo 5, p.81.

La imagen que de Facundo aparece en esta parte tiene una semejanza, que Sarmiento hace explícita, con la de un cuadro orientalista, Ali Pasha y Vassiliki (1832) de Raymond Monvoisin (ver sección “Enlaces relacionados”). Al comparar al caudillo riojano con un monarca del imperio otomano, el escritor quiere dar cuenta de una impostura, la que adopta Quiroga con más astucia que inocencia para producir temor; por eso mira por entre las cejas, como el modelo oriental que recupera Sarmiento y que constituye una imagen codificada del villano o del déspota. A esta imagen se le agregan los rasgos de Facundo que se asocian con su bestialidad, aquí centrados en una mirada de ojos negros y cejas gruesas.

Si alguna señorita se olvidaba del moño colorado, la Policía le pegaba gratis uno en la cabeza ¡con brea derretida! ¡Así se ha conseguido uniformar la opinión! ¡Preguntad en toda la República Argentina, si hay uno que no sostenga y crea ser federal…! Ha sucedido mil veces, que un vecino ha salido a la puerta de su casa y visto barrida la parte frontera de la calle: al momento ha mandado barrer, le ha seguido su vecino, y en media hora, ha quedado barrida toda la calle entera, creyéndose que era una orden de la Policía […]. ¡Y este era el pueblo que rendía a once mil ingleses en las calles y mandaba, después, cinco ejércitos por el continente americano a caza de españoles!

Capítulo 8, pp.123-124.

En este pasaje, Sarmiento denuncia el modo en que su adversario impone su poder con una ironía: todos son federales en la República Argentina, sostiene, cuando se “uniforma la opinión” a través del terror. La escena aquí representada pone de manifiesto cómo el gobierno de Rosas funciona a través del miedo: con que alguien sospeche que se dio la orden de barrer la vereda, por más arbitrario que esto parezca, se cumple la orden imaginaria por temor a las represalias. Esto demuestra hasta qué punto la ciudad de Buenos Aires, que en el pasado supo defender con valentía su territorio durante las invasiones inglesas, ahora está corrompida por el terror que genera la policía de Rosas.

Facundo, ignorante, bárbaro, que ha llevado, por largos años, una vida errante que solo alumbran, de vez en cuando, los reflejos siniestros del puñal que gira en torno suyo; valiente hasta la temeridad, dotado de fuerzas hercúleas, gaucho de a caballo, como el primero, dominándolo todo por la violencia y el terror, no conoce más poder que el de la fuerza bruta, no tiene fe sino en el caballo; todo lo espera del valor, de la lanza, del empuje terrible de sus cargas de caballería. ¿Dónde encontraréis en la República Argentina un tipo más acabado del ideal del gaucho malo? ¿Creéis que es torpeza dejar en la ciudad su infantería y artillería? No; es instinto, es gala de gaucho; la infantería deshonraría el triunfo, cuyos laureles debe coger desde a caballo.

Capítulo 9, p.140-141.

Esta descripción de Facundo incluye al caudillo dentro de uno de los tipos característicos de la pampa: el gaucho malo. La representación tiene elementos negativos, como la ignorancia y la fuerza bruta, pero también está compuesta por elementos positivos, como la valentía y las “fuerzas hercúleas”. Facundo es apreciado por ser el mejor portador de los ideales gauchos, como el de tener una fe ciega en el caballo, al punto de depositar en el animal todo su honor, que se perdería si el gaucho intentase valerse de un recurso de ciudad, como la infantería o la artillería. Se trata de una imagen que busca fascinar al lector, convirtiendo al gaucho Facundo en un ser al mismo tiempo temible y admirable.

El terror entre nosotros es una invención gubernativa para ahogar toda conciencia, todo espíritu de ciudad, y forzar, al fin, a los hombres a reconocer como cabeza pensadora, el pie que les oprime la garganta; es un desquite que toma el hombre inepto armado del puñal, para vengarse del desprecio que sabe que su nulidad inspira a un público que le es infinitamente superior.

Capítulo 11, p.170.

La lucha entre la barbarie y la civilización toma en este pasaje la forma de una venganza que se cobra el bárbaro –el hombre inepto y nulo– contra “el espíritu de ciudad”, es decir, la civilización. Se desprende de esta confrontación la mirada despectiva de Sarmiento ante quienes utilizan el terror como sistema de gobierno produciendo un contrasentido lógico, porque el pie que oprime la garganta –metáfora que significa silenciar con violencia a la oposición– se transforma a la fuerza en cabeza pensadora. Pero también puede verse una crítica a la ciudad que, al despreciar al bárbaro, provoca en este el uso del puñal para desquitarse.

Es Tucumán un país tropical, en donde la naturaleza ha hecho ostentación de sus más pomposas galas; es el Edén de América, sin rival en toda la redondez de la tierra. Imaginaos los Andes cubiertos de un manto verdinegro de vegetación colosal, dejando escapar por debajo de la orla de este vestido, doce ríos que corren a distancias iguales en dirección paralela, hasta que empiezan a inclinarse todos hacia un rumbo, y forman, reunidos, un canal navegable que se aventura en el corazón de la América. […] Los bosques que encubren la superficie del país son primitivos, pero en ellos las pompas de la India están revestidas de las gracias de la Grecia.

Capítulo 12, pp.174-175.

En la descripción de Tucumán aparece otra imagen orientalista, diferente a la que se utiliza para denunciar el despotismo de la barbarie. La naturaleza exuberante de Tucumán, a la que se describe como un paraíso terrenal, evoca imágenes exóticas provenientes de Grecia o de la India que son apreciadas por su belleza y esplendor. En otra parte incluso se compara a las mujeres tucumanas con las beldades de Las mil y una noches. Tucumán se convierte, de esta manera, en una versión argentina de esas naturalezas imaginadas que los europeos buscaban encontrar en Oriente. Cuenta, además, con la fecundidad de los ríos, que son para Sarmiento el recurso más importante que tiene el país para promover la civilización.

El Gobierno de Buenos Aires dio un aparato solemne a la ejecución de los asesinos de Juan Facundo Quiroga; la galera ensangrentada y acribillada de balazos estuvo largo tiempo expuesta al examen del pueblo, y el retrato de Quiroga, como la vista del patíbulo y de los ajusticiados, fueron litografiados y distribuidos por millares como también extractos del proceso, que se dio a luz en un volumen en folio. La Historia imparcial espera, todavía, datos y relaciones para señalar con su dedo, al instigador de los asesinos…

Capítulo 13, p.199.

Este párrafo que cierra el capítulo 13 no aparece en el folletín; fue otro agregado de la publicación del libro, cuyo tono es más combativo. Aparece aquí un instrumento propio del rosismo: el de hacer uso de lo visual para generar consenso en la población. La exposición de la galera donde murió Facundo, el retrato de Quiroga y las litografías de la ejecución de sus asesinos son como la divisa punzó y los retratos del Restaurador de las Leyes y de Encarnación Ezcurra: símbolos que buscan fijar una versión de los hechos, en la que Rosas aparece como el vengador del caudillo riojano. Pero Sarmiento denuncia que esta no es la versión objetiva de lo que sucedió, y que todavía queda por dilucidar quién fue el actor intelectual de la muerte de Facundo. Insinúa, de esta manera, que Rosas es el verdadero responsable, quien más se benefició con la desaparición de Quiroga, consolidando de esta forma el poder que tiene sobre el territorio argentino.

Las palabras Mueran los salvajes, asquerosos, inmundos unitarios son, por cierto, muy conciliadoras; tanto, que solo en el destierro o en el sepulcro habrá quienes se atrevan a negar su eficacia. La mazorca ha sido un instrumento poderoso de conciliación y de paz; y si no, id a ver los resultados y buscad en la tierra, ciudad más conciliada y pacífica que la de Buenos Aires.

Capítulo 14, p.208.

A Sarmiento le interesa particularmente lo que Rosas y la Mazorca han producido entre los habitantes de Buenos Aires, única ciudad en donde había llegado, hasta entonces, la civilización europea. Es tan eficaz el uso de la violencia física y verbal del rosismo, que cualquiera que se atreva a enfrentarla deberá sufrir la muerte o el exilio (Sarmiento, claro está, se encuentra entre los desterrados opositores a Rosas). Así plantea la ironía de que se haya conseguido en Buenos Aires la paz y la conciliación tan buscada por los civilizados, pero por medio del terror. Esta es, para el autor del Facundo, la unidad en la barbarie que produjo Rosas.