Estudio en escarlata

Estudio en escarlata La novela policial

El género policial nace en el siglo XIX. Se atribuye a Edgar Allan Poe (1809-1849) su creación, ya que sus cuentos “Los crímenes de la calle Morgue”,“El misterio de Marie Roget” y “La carta robada” establecieron las reglas del género. En los dos primeros cuentos se encuentran las características del policial de enigma: un crimen inexplicable, un detective encargado de resolver el caso, la investigación como tema principal y uno o varios sospechosos. Auguste Dupin, el personaje creado por Poe, es el primero de una larga lista de detectives de este género literario.

El crecimiento de las ciudades en el siglo XIX cambió por completo la forma de vida de sus habitantes. Con ella coincidió el auge de la prensa escrita y la modernización de los métodos policiales. Todos estos factores contribuyeron en el éxito del género policial. Aparecieron entonces otros escritores: Wilkie Collins (1824-1889), considerado uno de los padres de la novela policíaca; Émile Gaboriau (1832-1873), creador del detective ficcional Monsieur Lecoq; Arthur Conan Doyle, cuyo personaje Sherlock Holmes es un referente obligado del género policial; Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), creador de un detective atípico, el Padre Brown; y Agatha Christie (1890-1976), creadora del famoso detective Hércules Poirot.

Watson se refiere a algunos de estos autores y a sus personajes en el capítulo 2: “Me recuerda usted al Dupin de Allan Poe. Nunca imaginé que tales individuos pudieran existir en realidad" (p. 35); “¿Ha leído usted las obras de Gaboriau? -pregunté-. ¿Responde Lecoq a su ideal detectivesco?” (p. 35). Holmes también conoce a estos personajes, aunque desestima un poco sus habilidades detectivescas.

El género policial se divide en dos etapas. Los primeros relatos se inscriben dentro del denominado “policial de enigma”. Los elementos que presentan generalmente son: un delito o crimen que se convierte en el enigma a resolver; uno o varios sospechosos de ser los culpables; y una investigación a cargo de un detective. Además, en ellos el lector participa de un interesante juego siguiendo los razonamientos del detective. En general los relatos presentan un caso al comienzo, luego el detective procede al análisis -a menudo científico- de los indicios de la escena del crimen, más tarde somete los datos a un análisis deductivo e inductivo y esboza una hipótesis de los hechos y de quiénes son los sospechosos. La investigación culmina cuando las pruebas condenatorias son irrefutables y no quedan dudas sobre la identidad del criminal.

El héroe de los relatos policiales es el detective que, gracias a su gran capacidad analítica, puede alcanzar el conocimiento de la verdad del caso partir de las evidencias dejadas por el criminal. Estos detectives en general se caracterizan por tener una moral rígida y sentir aversión por la actividad criminal. Por otra parte, la presencia de estos detectives se repite en varios relatos y muchas veces están acompañados por un ayudante, como en el caso de Sherlock Holmes, por Watson, o el Capitan Hastings en el caso de Hércules Poirot. Estos personajes cuestionan sobre el proceso investigativo pero sus conocimientos son parciales. A veces son los narradores en primera persona de los acontecimientos, por lo que el lector suele identificarse con él. Un estudio en escarlata pertenece a este subgénero de la literatura policial.

A comienzos de la década de 1920 nace en Estados Unidos una nueva vertiente del género: la novela policial negra. La violencia, el crimen, la ambigüedad moral y los ambientes oscuros reemplazan al enigma del lugar central en el relato. Los detectives ya no resuelven enigmas por medio de su razonamiento, y su criterio de verdad se basa en la experiencia y no en la lógica. Además, deben sumergirse en ambientes dominados por la corrupción, la marginalidad y los negocios sucios para enfrentarse a los criminales. Algunas de las más destacadas novelas de la serie negra son Cosecha roja (1929), de Dashiell Hammet (1894-1961); ¿Acaso no matan los caballos? (1935), de Horace Mac Coy (1897-1955); y El sueño eterno (1938), de Raymond Chandler (1888-1959).