El juguete rabioso

El juguete rabioso Resumen y Análisis Capítulo II: Los trabajos y los días

Resumen

La familia de Silvio se muda a Floresta, un barrio cercano, porque no pueden pagar el alquiler. Silvio deja de ver a Lucio y Enrique. Su madre le exige que busque un empleo, ya que no les queda mucho dinero y ella no puede mantenerlo. Lila, la hermana de Silvio, que está estudiando, necesita libros y zapatos nuevos. Él, que ya cumplió 15 años, siente nostalgia por su infancia al intuir que ese momento de su vida termina para siempre. A pesar de que no quiere rebajarse a un trabajo modesto, acepta el pedido de su madre.

Silvio comienza a trabajar como dependiente en la librería de don Gaetano, un inmigrante italiano inculto y avaro. La librería está ubicada en una calle del centro de la ciudad de Buenos Aires. Es un local enorme, completamente repleto de libros, en su mayoría usados y baratos. Silvio llega con una carta de recomendación y lo recibe la esposa de don Gaetano, doña María, que se dedica a atender al público. Luego de hacerle un par de preguntas, don Gaetano contrata a Silvio por un sueldo miserable.

La mañana de su primer día de trabajo, Silvio llega a la casa de don Gaetano y observa cómo él y doña María agobian a un dependiente, llamado Miguel, con numerosas tareas domésticas. La primera tarea que don Gaetano le encomienda a Silvio es acompañarlo al mercado. Silvio se siente humillado al caminar con don Gaetano por la calle. En el mercado, su jefe demuestra ser muy avaro y desagradable. Su trabajo concluye a las once de la noche. Entonces vuelven a la casa de don Gaetano. Silvio debe dormir sobre un camastro desvencijado, en una habitación sucia, sin luz ni calefacción, que comparte con el viejo dependiente, Miguel, a quien apoda "Dío Fetente". Durante su primera noche allí, evoca con desesperada melancolía la belleza de las mujeres que vio durante el día.

Otro día en su trabajo, mientras está arreglando un libro con engrudo, Silvio observa cómo don Gaetano y doña María discuten con ferocidad. Luego de esa discusión, doña María tiene un gesto generoso con Silvio: le da un tiempo libre y cincuenta centavos para que vaya a comer afuera.

En este tiempo libre, Silvio va a la casa de Vicente Timoteo Souza, un hombre rico a quien Demetrio, un amigo, le recomendó que fuera a ver. Silvio llega muy nervioso a la lujosa casa. Allí le dicen que debe volver en media hora. Silvio va a comer a una lechería y se hace ilusiones acerca de cómo Souza puede ayudarlo a mejorar su situación. Evoca la vez que habló con Souza y Demetrio. Souza le dijo en esa ocasión que debía inventar cosas que pudieran venderse y le prometió que, si le escribía una carta, podría ayudarlo a conseguir un empleo. Cuando salieron de la casa de Souza, Silvio estaba esperanzado, pero Demetrio se mostró escéptico. Silvio le escribió varias cartas a Souza, sin recibir respuesta. Cuando, luego de evocar en la lechería esa primera visita, vuelve a la casa de Souza, este lo recibe con agresividad, le dice que no le escriba más cartas y lo echa de su casa.

Después de una gran pelea con don Gaetano, doña María decide separarse de él e irse de la casa. Le pide ayuda a Silvio y a Miguel para llevar algunas cosas a lo de su hermana. Mientras camina por la calle mudando las pertenencias de doña María a pie, Silvio ve la agitada vida de la ciudad y a las personas que gozan de una mejor situación económica. Esto le provoca una mezcla de humillación, envidia y melancolía.

Otro día, Silvio tiene la oportunidad de ver más de cerca un ambiente lujoso. Como parte de su trabajo, debe ir a entregar un paquete de libros a una lujosa casa de departamentos. Al llegar, el portero lo mira de arriba a abajo con desprecio y le indica dónde se debe dirigir. En el departamento, a Silvio lo recibe una criada. En seguida, aparece una elegante cortesana que habla en francés y le ordena a la empleada que le dé a Silvio una propina. Él rechaza el ofrecimiento con orgullo. La cortesana le da un fugaz beso en la boca.

De vuelta en la casa de don Gaetano, en su miserable habitación, Silvio evoca estos momentos. Siente, al mismo tiempo, fascinación por ese mundo de lujo y frustración por encontrarse tan lejos de esa situación.

El asco y el rechazo de Silvio por su situación van en aumento. Se siente agotado y oscila entre estar rabioso y taciturno. Soporta con pasividad tener que limpiar una letrina sucia y que don Gaetano lo humille al revisar si se roba libros ocultándolos en la ropa. Silvio afirma que, en este tiempo y durante unos meses, deja de percibir los sonidos. En la librería le encomiendan salir a la calle con un cencerro para atraer clientes. Esto lo expone a la mirada de quienes pasan por allí y Silvio se siente aún más humillado. Una noche, intenta incendiar la librería, tirándole una brasa a un montón de papeles. Luego de hacerlo, fantasea con lo que puede pasar, experimentando una mezcla de sentimientos contradictorios. Al otro día, descubre que la librería no se incendió, porque la pequeña brasa fue apagada en un charco de agua. Finalmente, le presenta su renuncia a don Gaetano y se va.

Análisis

Al comienzo de este capítulo, Silvio deja atrás sus actividades delictivas y ya no vuelve a relacionarse con Enrique y Lucio. A diferencia del primer capítulo, en el que los modelos a seguir son bandoleros y ladrones, y la figura adulta más relevante es el zapatero andaluz, en este es la madre de Silvio la figura adulta que lo orienta. Ella le hace notar que, debido a su pobreza, es necesario que él aporte dinero a la economía familiar. La obligación de trabajar es uno de los aspectos que reflejan el final de la infancia del personaje y su paso a la adultez: "Y así es la vida, y cuando yo sea grande y tenga un hijo, le diré: 'Tenés que trabajar. Yo no te puedo mantener'. Así es la vida. Un ramalazo de frío me sacudía en la silla" (pág. 78).

Silvio acepta el mandato de su madre y comienza su primer intento de integrarse a la sociedad a través del trabajo. El empleo en la librería, en un principio, pareciera ser una forma de estar cerca de la literatura, pero pronto Silvio se da cuenta de que la lectura y su afición por escribir tienen muy poco que ver con ser dependiente de una compra venta de libros, donde don Gaetano compra libros baratos y los vende caros. En este sentido, el libro se valora solamente según su valor de cambio, o su valor económico, al igual que cualquier otra mercancía. El valor literario de los libros no se contempla en ningún momento. Esto se puede observar en el siguiente dialogo de don Gaetano con Silvio: "—¿Así que vos antes trabajaste en una librería? —Sí, patrón. —¿Y trabajaba mucho el otro? —Bastante. —Pero no tiene tanto libro como acá, ¿eh?" (pág. 80). La importancia que le da don Gaetano a la acumulación de mercancía (libros) se complementa con sus actitudes miserables y humillantes para con sus empleados y su tacañería. De esta manera, Arlt lo configura como un estereotipo de la clase pequeño burguesa urbana y, por medio del punto de vista de Astier, expresa una crítica a la moral burguesa.

En este sentido, se podría relacionar El juguete rabioso con la novela social, corriente literaria de estética realista cuyo objetivo es la denuncia de las injusticias sociales y la desigualdad. Como mencionábamos en el análisis del capítulo I, en general el tono de la novela es realista, por su ambientación y por los temas que trata (la pobreza, el clasismo, el trabajo). Muchas de las novelas contemporáneas que adscriben a la corriente de la literatura social tratan estos temas con una perspectiva crítica frente a los representantes de la burguesía muy similar a la que se expresa en este capítulo sobre don Gaetano. Sin embargo, una diferencia fundamental es que, en la novela social, el proletariado suele ser caracterizado como un personaje colectivo valorado positivamente, pero en El juguete rabioso no existe una valoración positiva de la moral del proletariado per se. Este es uno de los aspectos que marcan la originalidad de la obra: hay personajes viles, envidiosos, mentirosos, grotescos en todo el espectro de la sociedad, independientemente de a qué clase social pertenezcan (por ejemplo, la caracterización de la familia Naidath en el capítulo III).

En este sentido es que Ricardo Piglia afirma que Arlt es "demasiado excéntrico para los esquemas del realismo social y demasiado realista para los cánones del esteticismo". La originalidad de Arlt como autor plantea la imposibilidad de identificarlo dentro de alguna de las dos corrientes que le son contemporáneas dentro de la literatura argentina: los grupos de Boedo y Florida.

Los escritores del grupo "Boedo" están más vinculados a la corriente de la literatura social. De hecho, su nombre refiere al nombre de una calle y también de un barrio de la ciudad de Buenos Aires de clase media y trabajadora. Estos autores adscriben políticamente a ideas de izquierda; al socialismo o al anarquismo. En el aspecto estético, el grupo de Boedo se acerca al realismo social, por sus temáticas y por la creencia en la función social de la literatura. Se nuclean en torno a la editorial Claridad, cuyo editor también adhiere a estas ideas y crea la editorial para difundir la literatura popular y de contenido social. Entre los más célebres escritores del grupo Boedo están Elías Castelnuovo, Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, Raúl González Tuñón y César Tiempo.

Por otro lado, y al mismo tiempo, se conforma otro movimiento literario denominado "grupo de Florida", en referencia a una elegante peatonal del centro porteño. Este grupo también tiene como objetivo la renovación de la literatura argentina, pero con una inclinación a la experimentación formal y a la idea de la autonomía del arte, teniendo como principal referencia a las vanguardias estéticas europeas de principios del siglo XX, en especial, el surrealismo. De este círculo participan autores renombrados como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Victoria Ocampo y Ricardo Güiraldes. Los principales instrumentos de difusión de este grupo son la revista Martín Fierro, fundada en 1924 por Evar Méndez, y la revista Proa, fundada en 1922 por el propio Borges.

En la obra de Arlt conviven rasgos de estas dos estéticas; la influencia de las vanguardias europeas, sobre todo del expresionismo, pero también un fuerte contenido social, como la descripción de las condiciones de vida de las clases populares. No obstante, como decíamos más arriba, los personajes arltianos suelen ser más complejos que aquellos construidos por esta corriente, en tanto no responden solamente a su clase y están atravesados por una psicología profunda y llena de contradicciones.

Es interesante analizar también la perspectiva del narrador sobre el mundo del trabajo en este capítulo. Anteriormente, en el capítulo I, ya se había expresado al respecto al valorar positivamente el dinero ganado gracias al delito frente al dinero fruto del trabajo: "No era el dinero vil y odioso que se abomina porque hay que ganarlo con trabajos penosos" (pág. 52). Ya desde el primer capítulo vemos, entonces, el punto de vista de Astier sobre el trabajo. No obstante, en el segundo capítulo el personaje experimenta en carne propia cuán penoso realmente puede ser este. El personaje padece cualquier tarea encomendada por su jefe y la vive como humillante, ya sea tocar una campana en la vereda de la librería o llevar una canasta para ir al mercado: "Entristecido salí tras él con la canasta, una canasta impúdicamente enorme, que golpeándome las rodillas con su chillonería hacía más profunda, más grotesca la pena de ser pobre" (pág. 84). La imagen táctil de la canasta golpeándole las rodillas como símbolo del dolor físico, pero también emocional, que le causa la tarea, es una muestra del estilo de Arlt, que imprime este dolor en el cuerpo del protagonista, para hacer más patentes estas humillaciones. Otro ejemplo del uso de este procedimiento literario, con este mismo sentido, es la imagen de los resortes del camastro desvencijado clavándosele en las costillas. Estas imágenes son muy pregnantes y permiten describir, con mucha economía y de una sola pincelada, la crueldad del patrón y el resentimiento y padecimiento del empleado.

La perspectiva de Arlt, entonces, con respecto al trabajo se opone diametralmente a aquella del saber popular que indica que "el trabajo dignifica", expresada por medio de la voz de don Gaetano: "Parece que tenés vergüenza de llevar una canasta. Sin embargo, el hombre honesto no tiene vergüenza de nada, siempre que sea trabajo" (pág. 84). Lo que Arlt expresa, por medio de la vivencia del personaje, es lo que esta afirmación esconde, es decir, la explotación del trabajador por parte del patrón, que para Arlt es central en la comprensión de la dinámica perversa del trabajo.

Al comenzar a trabajar en la librería, Silvio deja el barrio familiar y se muda al centro de la ciudad. Allí conviven y se chocan representantes de todas las clases sociales, con estilos de vida muy diferentes. Por lo tanto, la desigualdad social se le hace evidente a Silvio: "Eran las siete de la tarde y la calle Lavalle estaba en su más babilónico esplendor. Los cafés a través de las vidrieras veíanse abarrotados de consumidores; en los atrios de los teatros y cinematógrafos aguardaban desocupados elegantes" (pág. 101). En contraste al ambiente que se plantea en el primer capítulo (el barrio de Flores), la descripción de la calle Lavalle presenta una representación de una Buenos Aires futurista y próspera: cinematógrafos, el esplendor, la elegancia. Pero, aunque ahora Silvio vive en ese entorno, solo puede mirarlo desde afuera, "a través de las vidrieras". Mientras otros consumen y disfrutan del ocio, Silvio debe someterse a trabajos humillantes y vivir en la miseria.

Esta situación configura el doble movimiento que se genera en la ciudad moderna. Por un lado, las personas son atraídas hacia la ciudad, que les ofrece la esperanza de un trabajo que les permita una vida digna y/o ascender socialmente, y luego, una vez allí, los rechaza hacia los márgenes y los somete a las peores condiciones de trabajo y de vivienda. A través de toda la novela, esta dinámica entre la atracción y el rechazo que experimenta Astier en relación al dinero, los ricos y el poder se manifiesta de diversas maneras.

Silvio tiene una oportunidad de asomarse a ese mundo de riqueza cuando acude a Vicente Timoteo Souza, un hombre rico, en busca de ayuda. Este le promete ayudarlo, pero finalmente lo rechaza, haciendo como si no lo conociera. En este episodio se puede notar que Silvio considera que no podrá mejorar su situación con el trabajo que tiene y busca el favor de alguien rico para progresar. El mundo de los ricos es, al mismo tiempo, lo que Silvio anhela y lo que rechaza. En su relación con Souza, Silvio descubre que no le bastará con su imaginación para abrirse paso en ese mundo. Cuando le cuenta a Souza de sus inventos, este le responde: "—Teoría... sueños... (...) el que quiere enriquecerse tiene que inventar cosas prácticas, sencillas" (pág. 97). Lo que le interesa a Souza no es la invención sino el dinero. Su capacidad para inventar, que le sirvió a Silvio para hacerse famoso en su barrio, no le sirve para entrar al mundo de los ricos.

Por otro lado, la promesa incumplida de Souza de ayudarlo y conseguirle trabajo prefigura de alguna forma el final abierto de la novela, sobre todo el momento en que Vitri le promete a Astier recompensarlo de alguna manera por haberlo puesto al tanto del intento de robo que planeaba el Rengo. Vitri también le promete que lo ayudará, Astier le cree y allí termina el relato, pero, teniendo en cuenta que Souza no cumplió con su palabra, se podría especular que Vitri tampoco lo hará.

En este capítulo también aparece el despertar del deseo sexual y el anhelo de encontrar una compañera, emociones más propias de la adolescencia y la adultez. La iniciación sexual, o los intentos de concretar esta iniciación, suelen marcar un rito de pasaje a la adultez. Pero también en este aspecto de su vida Silvio se siente insatisfecho y no puede avanzar. El bajo salario y las humillaciones de su trabajo hacen que se angustie y sienta frustración. Solo consigue evadirse momentáneamente de sus problemas al fantasear con las mujeres hermosas que ve durante el día. También en estas fantasías Silvio está influenciado por sus lecturas: "Y aunque el deseo de mujer me surge lentamente, yo desdoblo los actos y preveo qué felicidad sería para mí un amor de esa índole, con riquezas y con gloria; imagino qué sensaciones cundirían en mi organismo si de un día para otro, riquísimo, despertara en ese dormitorio con mi joven querida calzándose semidesnuda junto al lecho, como lo he visto en los cromos de los libros viciosos" (pág. 107). En su imaginación, Silvio pone a la cortesana con la que se encontró ese día en el lugar de esa "querida", y a él mismo en esos ambientes de lujo. De esta manera busca compensar imaginariamente las carencias de su situación real, en la que se encuentra muy lejos de acceder tanto a la riqueza material como al disfrute de la sexualidad. Los libros y la lectura le ayudan a darle forma a esas fantasías. La cortesana le ofrece una propina pero Silvio la rechaza, ya que esto sería aceptar una posición subordinada respecto a esa alta sociedad. Lo que él desea es ser integrado y reconocido en una posición superior dentro de ese mundo.

Sobre el final del capítulo, Silvio puede recobrar ciertas esperanzas y el amor por la vida. Experimenta estos sentimientos al intentar incendiar la librería, es decir, al optar nuevamente por el crimen. El incendio de la librería simboliza el intento de destrucción de la acumulación o del capital que simbolizan la desigualdad y la humillación que sufrió a manos de su patrón. Los que tienen (los capitalistas, los comerciantes, simbolizados en el personaje de don Gaetano) son lo que son y hacen lo que hacen (humillan, maltratan) porque tienen. La posesión de un cierto capital es lo que los define. Silvio entonces decide destruir este capital para vengarse de la desigualdad que fomentan aquellos que tienen dinero sobre los que no tienen nada. En este caso, el intento delictivo se frustra: Silvio no logra despojar al patrón de su capital y su renuncia marca una alternativa (en este caso, legal) para salir de esa relación de dominación.