El castillo de Otranto

El castillo de Otranto Resumen y Análisis Capítulo 1

Resumen

Manfred, príncipe de Otranto, tiene dos hijos: Matilda y Conrad. Tiene una especial debilidad por su hijo, que es de constitución débil y enfermiza. Conrad está por casarse con Isabella, en un matrimonio planeado por los padres. Isabella se encuentra ahora bajo tutela de Manfred y su esposa Hippolita. Manfred está extrañamente ansioso por la ceremonia, e Hippolita está un poco preocupada por lo joven y débil que es su hijo. La mayoría de la gente supone que la prisa de Manfred se debe a una profecía que dice que el castillo y el señorío de Otranto dejarán de ser de la familia actual cuando “el verdadero dueño se hiciera demasiado grande para habitarlo” (p.22).

Se elige el cumpleaños de Conrad para el día de la boda. Ese día, sin embargo, un criado, asustado, corre hacia la familia y la gente reunida y apenas consigue pronunciar la palabra "yelmo". Manfred se alarma, al igual que Matilda e Isabella. Corre hacia el patio y encuentra a su hijo aplastado por un enorme yelmo cubierto de plumas negras, muerto y hecho pedazos. Este horrible espectáculo es estremecedor, pero Manfred parece más atónito y ensimismado que entristecido. Ordena a los criados que cuiden de Isabella, lo que a todos les parece una petición extraña.

Aunque consternada por lo sucedido, Isabella se siente aliviada de no tener que casarse con Conrad y consuela a Matilda, que es casi como una hermana para ella. Las dos jóvenes asisten a la aturdida Hippolita. Mientras hacen esto, Manfred intenta recabar información sobre lo ocurrido entre la multitud, pero nadie sabe nada. Un joven campesino de una aldea vecina aventura que el casco se parece al de la figura de Alfonso el Bueno, antiguo príncipe, situada en la iglesia de San Nicolás. Manfred estalla en un “ataque de cólera” (p.25), indignado con el campesino por hacer referencia al fundador de Otranto. El joven se muestra sorprendido por la reacción de Manfred pero no se deja amedrentar, lo que enfurece aún más a Manfred. Este ordena a sus criados que apresen al campesino. Otros espectadores gritan que falta el casco de la estatua. Manfred acusa salvajemente al joven campesino de haber asesinado a su hijo. La muchedumbre cree esto también, sin que nadie se detenga a pensar que el yelmo de la estatua y el que allí se encuentra difieren en material y en tamaño, y que al campesino le resultaría imposible levantar y mover por sí solo el pesado yelmo.

Al oír el apoyo de la muchedumbre, Manfred se repone, pero sigue enfadado. Acusa al joven campesino de ser un nigromante y ordena mantenerlo prisionero bajo el yelmo hasta que intervenga la Iglesia. La mayoría de la gente lo aprueba, pero algunos de los vasallos de Manfred se muestran preocupados, sobre todo porque al joven se le niega la comida.

Mientras tanto, las jóvenes reaniman a Hippolita. Isabella se queda con ella mientras Matilda va a ver a su padre. Matilda se muestra aprensiva, ya que está claro que él quería a su hermano más que a ella, pero imagina que debe de estar lleno de tristeza. Cuando llega a su puerta, oye cómo pasea de un lado a otro del aposento. El padre pregunta, furioso, quién está ahí, y le grita a Matilda que no quiere una hija.

Sorprendida y dolida, Matilda se retira. Sin embargo, le dice a su madre que su padre está bien, y las dos jóvenes se esfuerzan por mantenerla tranquila. Entra un criado y dice que Manfred exige ver a Isabella. Hippolita dice que su marido debe saber que Isabella es la más estable emocionalmente de todas en ese momento y que por eso la solicita a ella, y no a su esposa o a su hija.

Isabella es llevada ante Manfred en la galería. Este le dice que se seque las lágrimas y que Conrad nunca fue digno de su belleza. Mientras habla, Isabella se sorprende y se siente confundida. Piensa que a Manfred la pena le ha perturbado la razón o que intenta poner a prueba su fidelidad por su hijo. Pero pronto Manfred le dice que quiere divorciarse de Hippolita y casarse con ella para tener un heredero. Manfred la toma de la mano, pero ella, horrorizada, grita y huye. En ese momento, Manfred observa las plumas negras del yelmo a la altura de la ventana, ondeando de un lado a otro y crujiendo. También descubre que el retrato de su abuelo empieza a suspirar y mover el pecho. Luego sale del cuadro y le indica que lo siga. Manfred está desconcertado pero decide seguir al espectro, mientras Isabella se escapa.

El espectro avanza con lentitud y solemnidad, mientras Manfred afirma que lo seguirá hasta los infiernos. Le lleva hasta el final de la galería hacia una estancia. Manfred está aterrorizado, pero lo sigue. Cuando está por entrar en la estancia, la puerta se cierra violentamente, como por una mano invisible. Manfred no la puede abrir y se marcha en búsqueda de Isabella.

Mientras esto ocurre, la joven huye por las escaleras. No sabe cómo escapar de un castillo completamente vigilado, y sabe que no puede ir con Hippolita porque Manfred irá a buscarla allí. Recuerda un pasadizo secreto que va de las bóvedas del castillo a la iglesia de San Nicolás, donde podrá refugiarse. A pesar de que la ruta hacia el pasadizo es aterradora, Isabella consigue entrar en las silenciosas y húmedas regiones subterráneas del castillo. Se le hiela la sangre, sobre todo cuando oye a una persona suspirar. Supone que es Manfred, pero luego cree que podría ser un criado que quiere ayudarla. Cuando se acerca a la puerta de donde provenía el suspiro, una ráfaga de viento le apaga la luz.

La oscuridad es absolutamente petrificante. Isabella se siente desesperada y teme que Manfred llegue en cualquier momento. Está a punto de desmayarse e implora la ayuda de los santos del cielo. Finalmente, encuentra una puerta que da a una cámara acorazada. Un tenue rayo de luna ilumina la habitación y ve una figura entre las sombras. Grita, pensando que es el fantasma de Conrad, pero la figura le implora que se calme. Promete ayudarla y morir en su defensa si es necesario. Ella se calma y le dice al desconocido que hay una puerta secreta cerca que deben encontrar.

Mientras buscan una pieza de bronce pulido en la piedra que abre la trampa, Isabella teme que Manfred implique al joven misterioso. Este dice que no le importa su vida, y que la ayudará pase lo que pase. Ella se asombra, pero no tiene tiempo de interrogarle más porque encuentra el cierre y abre la puerta de golpe. Le dice al hombre que la sigua, pero que si no tiene necesidad de abandonar el castillo, le pide que le diga quién es. En eso oyen la voz de Manfred que se acerca. Isabella desciende por la puerta y el desconocido está por seguirla, pero el resorte de la puerta se cierra y queda atrapado del lado exterior. Manfred irrumpe y ve al mismo joven campesino que atrapó bajo el yelmo. Le grita que es un traidor, pero el joven le responde audazmente que no lo es. Logró escaparse porque una parte del yelmo había hecho una abertura en el suelo, y él cayó en aquella bóveda.

Manfred pregunta qué ruido ha oído al entrar. El campesino dice que fue el ruido de una puerta, pero no conoce este castillo, por lo que no puede adivinar qué pudo ser. Afirma que la providencia le mostró la cerradura y la puerta, pero que no tuvo tiempo de escapar. Manfred continúa interrogándole, pero no averigua nada sobre Isabella. Incluso se siente un poco impresionado por el joven y sabe que lo más probable es que no haya hecho nada malo.

De repente, unas voces confusas resuenan en la bóveda, a la que entran Jaquez y Diego, dos criados. Se ven muy asustados y apenas pueden expresarse. Los criados hablan uno encima del otro sin llegar a decir qué es lo que los ha espantado, lo que irrita mucho a Manfred. Este les pregunta si han visto un fantasma, y Diego dice que hubiera preferido ver un fantasma a lo que en verdad vio. Manfred se resigna y dice que irá a buscar a Isabella. Jaquez le dice que no entre en la galería, lo que hace reflexionar a Manfred cuando recuerda el retrato. Finalmente, los criados describen que vieron a un gigante cubierto de armadura que se levantaba del suelo. Salieron corriendo rápidamente y no saben dónde está ahora.

El joven campesino se ofrece a explorar la galería; Manfred vuelve a quedar impresionado por su valentía, pero dice que él también irá porque solo confía en sus propios ojos.

Previo a esto, Manfred había ido hacia el aposento de Hippolita para interrogar dónde estaba Isabella. Le había dicho insensiblemente a Hippolita que debía estar celosa de Isabella, pero ni su esposa ni su hija entienden qué está pasando. Cuando Manfred va a la galería, se encuentra allí de nuevo con su esposa. Esta le asegura que no ha visto nada, que debió ser una locura de los criados. Manfred se tranquiliza un poco y se siente mal por cómo ha tratado a su mujer, sintiendo remordimiento y recobrando sus sentimientos de amor. Pero pronto se vuelve a endurecer y pensar en su malvado plan. Se convence de que Hippolita podría aceptar el divorcio y convencer a Isabella de que se case con él. Pero antes debe hallar a la joven, por lo que ordena que haya guardias en todas las salidas y entradas del castillo. Le pide al joven desconocido que se quede en una habitación, diciéndole que hablará con él por la mañana, y se retira a sus aposentos.

Análisis

Ni bien comienza El castillo de Otranto, muere Conrad, el hijo de Manfred, iniciando así una serie de acontecimientos truculentos, fantásticos y, en ocasiones, cómicos en la historia. La fusión del romance antiguo y moderno es evidente desde el primer momento: mientras suceden cosas extrañas, el relato se arraiga de los deseos y maquinaciones de los personajes. Los elementos sobrenaturales se encuentran con las reacciones supuestamente naturales o realistas de los personajes; impulsan la trama sin absorberla. Los principales elementos del gótico ya están aquí: un castillo, una profecía ominosa, una muerte espantosa por causas sobrenaturales, espectros, seres extraños, pasadizos oscuros y emociones tempestuosas. Los personajes reaccionan constantemente en paroxismos de horror, rabia, euforia y miedo, lo que exacerba la sensación de terror y ansiedad que impregna el relato. La novela también contiene elementos de lo sublime, una categoría estética que Edmund Burke describe en 1755 como aquello que despierta “la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir” (Burke 1987, p.29), y que lleva al sobrecogimiento y el asombro. Para Walpole, lo sublime no se encuentra en la naturaleza –en inmensas cascadas, cumbres escarpadas o interminables paisajes marinos–, sino en los abrumadores y oscuros encuentros dentro de los claustrofóbicos muros del castillo. Sus personajes soportan privaciones, dolor, dificultades e intensas perturbaciones mentales, como sentimientos asociados a los elementos terroríficos de lo sublime.

El crítico David B. Morris analiza la novela de Walpole a la luz de su relación con lo sublime, pero sugiere que un mejor marco analítico es el ensayo de Sigmund Freud sobre “Lo ominoso” (1919). La teoría de Burke de que el terror es el principio básico de lo sublime es limitada en cuanto a su aplicación a la novela gótica, porque hace hincapié en el terror como algo relacionado únicamente con el miedo al daño corporal o a la muerte. Esto es, según Morris, insuficiente para El castillo de Otranto, donde el terror también tiene sus raíces en lo cómico y en elementos estilísticos como la repetición y la exageración. La repetición, como se ve en el frecuente encarcelamiento de Theodore por parte de Manfred y en las interacciones de Theodore con Isabella y Matilda, "crea la inquietante posibilidad de que todo lo que ocurre una vez […] puede suceder de nuevo” (Morris 1985, p.303, traducción propia). Lo ominoso o lo siniestro, en la teoría freudiana, tiene que ver con esa inquietud, con la incapacidad de poder determinar la identidad de los personajes y con la sensación de que algo terrible dentro del mundo que creíamos conocido o familiar está por suceder.

Otro tema de la novela es el frecuente uso de la identidad y el doble. Es este un tema que desafía el concepto de un mundo en el que cada cual tiene sus diferencias intrínsecas y es poseedor de una singularidad que los hace ser exactamente lo que parecen ser. Isabella y Matilda son dobles o imágenes especulares porque se parecen y actúan de forma similar; Theodore se parece a Alfonso; Frederic es confundido con un enemigo, etc. La repetición y la semejanza son una fuente latente de terror en la novela. En este capítulo, el primer desdoblamiento ominoso es el del yelmo gigante que aplastó a Conrad y el de la estatua de Alfonso el Bueno, el primer dueño de Otranto, señal que parece indicar que la profecía temida por Manfred –que su familia sería desplazada cuando el dueño legítimo se hiciera “demasiado grande para habitarlo” (p.22)– se está por cumplir.

Uno de los temas principales de esta novela gótica –el incesto, anclaro en los sentimientos incestuosos de Manfred por Isabella– no está relacionado con el terror corporal o el miedo a la muerte, pero es igualmente perturbador. Es un crimen que acecha con mancillar a toda la familia, pero es particularmente amenazante para Isabella, que reconoce el peligro de ser víctima de una violación cuando Manfred dice: “Mi destino depende de que tenga hijos varones y esta noche confío en poder poner una fecha a mis esperanzas” (p.32). El incesto corrompería la virtud de Isabella, y también amenazaría con alterar el orden social. La reacción de Isabella ante la primera insinuación de Manfred no es de repugnancia, sino de terror absoluto, porque parece comprender la ruptura que esto supondría. Lo sublime en El castillo de Otranto no es, pues, un sentimiento trascendente, sino más bien un terror envolvente que incorpora la irracionalidad, la represión y la violación. La teoría de Freud sobre lo ominoso, según la cual el terror se deriva de la familiaridad de algo más que de su total extrañeza o exterioridad, resulta útil en este caso. Señala que lo ominoso o siniestro es extraño e inquietante porque nos enfrenta a algo en nosotros mismos que hemos negado y repudiado, pero que nunca podremos borrar del todo. Nos encontramos con imágenes distorsionadas de nuestros propios deseos reprimidos y sentimos una sensación de repulsión, una sensación de alarma de que se pueda acceder a algo tan profundamente enterrado en el inconsciente.

Otro de los aspectos más sobresalientes de la novela es que los personajes no son especialmente profundos ni complejos. Manfred es un villano gótico cabal, lleno de rabia, despotismo y lujuria –aunque por momentos se asoman en él atisbos de su carácter “de natural bondadoso” (p.40), que fue perdiendo víctima de “los avatares de un destino” (ibid.)–; Isabella y Matilda son bellas y nobles damiselas en apuros; Hippolita es la sufrida y paciente esposa; Theodore, el joven campesino gallardo y heroico. Son varios los motivos que explican estos caracteres. En primer lugar, el argumento y los componentes estilísticos importan más que los personajes. En segundo lugar, volviendo a lo sublime y el uso de la repetición y el desdoblamiento, resulta desconcertante que los personajes sean intercambiables o se asemejen unos a otros. En tercer lugar, Walpole bautizó a muchos de ellos con nombres de personajes de Shakespeare, tomando sus características: Isabella es una joven virginal y casta en Medida por medida, Conrad es un personaje de poca consecuencia en Mucho ruido y pocas nueces.

Las influencias literarias de Walpole son bastante evidentes en este primer capítulo. El “largo laberinto de oscuridades” (p.34) que recorre la parte subterránea del castillo recuerda el de Samuel Johnson en su novela Rasselas; el hecho de que Manfred siga al fantasma de su abuelo hasta “los infiernos” alude a Hamlet y el fantasma de su padre; hay otras numerosas referencias a Hamlet, La tempestad, Otelo y otras obras. El San Nicolás de la novela es probablemente San Nicolás de Myra, patrón de los niños, el mercado y el comercio. También podría ser una referencia a San Nicolás el Grande, un papa del siglo IX que defendió la moral cristiana en un mundo moralmente depravado de gobernantes seculares.