Don Segundo Sombra

Don Segundo Sombra Resumen y Análisis Capítulos IV-IX

Resumen

Capítulo IV

Al día siguiente, Don Segundo Sombra llega a la estancia de Galván y le asignan el cargo de domador. Finge no conocer al protagonista, para mantener discreción respecto al incidente ocurrido en el pueblo. Este, mientras hace su trabajo, observa cómo Don Segundo realiza su tarea de domador, y admira las destrezas que posee.

Más tarde, el protagonista le ceba mates al patrón de la estancia y, después de la comida, escucha con atención a Don Segundo conversar con Goyo y Valerio, otro domador de la estancia de Galván, sobre el oficio de la doma.

Capítulo V

Quince días más tarde, Don Segundo concluye su tarea con las yeguas. En el pueblo se conoce el paradero del protagonista, pero él persevera firmemente en su decisión de no regresar allí. Por otra parte, Don Segundo y algunos peones de la estancia van a iniciar un arreo, por lo que el joven se postula como resero para viajar junto a ellos, con el fin de mantenerse durante un tiempo alejado del lugar. Valerio, quien será el encargado de la tropa, acepta su pedido.

El narrador decide comprar un nuevo potrillo para realizar el viaje. Por el camino, en el maizal, una joven lo saluda. De regreso de la chacra en donde venden el caballo conoce a Aurora, la joven que lo había saludado anteriormente. Es una morena por quien se siente atraído. Tras un breve intercambio de palabras, él extiende su mano hacia ella. Aurora lo rechaza y el protagonista la toma por la fuerza y la arrastra hacia unos pastizales. Ambos caen, ella se resiste al comienzo y luego cede ante la mayor fuerza del joven. Más tarde, ella se aleja con una mezcla de pudor y resentimiento.

Capítulo VI

El día de la partida de los reseros, el narrador se levanta temprano, aún de noche, con ansiedad. Luego, comparte mates con el resto de los integrantes de la tropa, en quienes observa una apariencia apesadumbrada. Deduce que se trata de un sentimiento habitual, previo a la partida, de quienes realizan el oficio de arrieros. Él experimenta una tristeza leve y, aunque no tiene familiares a quienes extrañar, piensa en Aurora, con quien se ha vuelto a ver al día siguiente del primer encuentro.

Valerio, el capataz de la tropa, da la orden de partir. El grupo está compuesto por Don Segundo Sombra, Horacio, Pedro Barrales, Goyo y el narrador. Al iniciar la cabalgata, este último se siente feliz por el nuevo oficio que emprende, al cual considera digno de un buen gaucho.

Capítulo VII

Al inicio del viaje, los compañeros se burlan sin malicia del narrador, y luego recuerdan la anécdota de un inexperto que había comenzado el arreo con todo su ímpetu y, tras cinco días de marcha, el cansancio lo había vencido. El protagonista no se desalienta con aquella historia y, en cambio, se propone ensillar a su nuevo potrillo para demostrar su coraje.

A las 8 de la mañana, los reseros se detienen en una pulpería a comer y beber. El narrador pide ayuda para ensillar su potrillo, y Horacio accede, incrédulo. Muy pronto, el joven pierde el control del animal y cae al suelo, golpeándose un hombro y la cadera. Pese a las bromas de sus compañeros, él quiere realizar un nuevo intento, pero Valerio lo persuade de que deje la actividad para el día siguiente, porque deben continuar con la marcha.

Capítulo VIII

Luego de varias horas de caminar junto a la tropa, pasado el mediodía, los arrieros llegan a una estancia, donde se detienen a descansar. El narrador, quien se siente particularmente exhausto a causa del largo viaje bajo el sol, se reconforta al oír que reanudarán la marcha después de la siesta.

A las cuatro de la tarde, los arrieros se despiden y abandonan la estancia. Un poco más tarde, Goyo y el narrador se apartan de la tropa y compran un cordero para carnear. Goyo es muy hábil para la tarea, por lo que el narrador, que es inexperto, observa con detenimiento el procedimiento. Luego, transportan la carne y se reincorporan a la tropa. El narrador desdeña su inexperiencia y repasa mentalmente las destrezas del oficio que aún debe aprender.

Esa misma noche llegan a destino, y el narrador se acuesta bajo un cobertizo en las afueras del pueblo. Entonces, siente un rebencazo sobre su cuerpo, y escucha la voz de Don Segundo, que le dice: "¡Hacete duro, muchacho!" (p. 82).

Capítulo IX

A la mañana siguiente, el protagonista está profundamente dormido y Goyo debe arrastrarlo por los pies aproximadamente tres metros para poder despertarlo. Luego, este le informa que pronto emprenderán el regreso. El joven siente un dolor intenso en varias partes del cuerpo. Enseguida se dirige a buscar a Don Segundo, quien lo ayuda a ensillar su potrillo. Siguiendo sus instrucciones, el narrador logra amansar su caballo. A continuación, se dirige hacia donde están sus compañeros, quienes lo reciben con gritos y aplausos.

Luego de reanudar la marcha, comienza a llover fuertemente. Media hora después, el protagonista, empapado y con mucho frío, se pregunta si sus compañeros sufren como él, pero, al observar sus rostros indiferentes, comprueba lo contrario. Finalmente, tras dos horas de arreo bajo la lluvia intensa, sale el sol y el narrador se reanima.

Análisis

En el capítulo IX concluye la primera parte en la que se divide estructuralmente la obra. En los capítulos iniciales, el narrador relata los primeros años de su niñez, hasta los catorce años (Capítulo I); su encuentro con Don Segundo Sombra y su posterior huida de la casa de sus supuestas tías adoptivas -quienes son realmente sus tías, como sabremos al final de la novela- (Capítulos II y III); y finalmente, sus primeros años de aprendizaje del oficio de resero, junto a Don Segundo (Capítulos IV al IX).

En estos capítulos podemos observar algunos de los rasgos que se presentan como característicos del gaucho, y en los que se insiste en varios momentos de la obra. Uno de estos rasgos es la impasibilidad. En el análisis precedente vimos que el protagonista admira a Don Segundo por su actitud impasible frente a las provocaciones del tape Burgos. La misma cualidad demuestran tener los gauchos frente a las adversidades, como lo vemos en el momento en que, durante el primer arreo del protagonista, se precipita una lluvia intensa: "Acobardado miré a mis compañeros, pensando encontrar en ellos un eco de mis tribulaciones. ¿Sufrirían? En sus rostros indiferentes el agua resbalaba como sobre el ñandubay de los postes, y no parecían más heridos que el campo mismo" (p. 87).

Además, en este pasaje, como en otros, podemos observar que los gauchos comparten ciertos rasgos con el entorno natural que transitan, el campo. A propósito, en más de una ocasión en la novela, la naturaleza se representa como un ser indiferente: “Y salimos al galope corto, rumbo al campo, que poco a poco nos fue tragando en su indiferencia” (p. 188); “De grande y tranquilo que era el campo, algo nos regalaba de su grandeza y su indiferencia” (p. 189).

El campo, y más precisamente la llanura pampeana, se presenta además, en ocasiones, como un lugar hostil: “la pampa es un callejón sin salida para el flojo” (p. 218), se dice más adelante. Esto da cuenta de la fortaleza que necesita el gaucho para desenvolverse en ese entorno. En efecto, especialmente los gauchos que ejercen el oficio de reseros se muestran repetidamente como hombres tenaces, valientes y poseedores de una fuerza de voluntad inquebrantable. Estas condiciones son las que los hacen aptos para un oficio que, tal como le advierte Valerio al protagonista en el capítulo V, es “duro” (p. 59).

En relación con lo anterior, también observamos que el narrador reflexiona con frecuencia sobre la importancia de la fuerza de voluntad para sobrellevar las pesadas tareas del oficio. En el primer viaje que realiza, advierte que la fuerza de voluntad es incluso más valiosa que la fuerza física para enfrentar los desafíos que se le presentan: “Metido en el baile bailaría, visto que no había más remedio, y si el cuerpo no me daba, mi voluntad le serviría de impulso” (p. 60).

Por otra parte, una de las principales características de esta novela es el intento por reproducir el habla de los hombres y las mujeres del campo. Lo podemos observar, por ejemplo, en algunos rasgos fonéticos, como el añadido de consonantes -“dentremos” (p. 31) por “entremos”, o “vido” (p. 106) por “vio”-, o la supresión de consonantes en la sílaba final -como “arreglao” (p. 37) por “arreglado”-. También encontramos algunos cambios de consonantes -por ejemplo, “güenas” (p. 61) por “buenas”, “juera” (p. 79) por “fuera”, “golvió” (p. 107) por “volvió”- y la modificación de vocales: “mesmo” (p. 37) por “mismo”, “peliar” (p. 38) por “pelear”, o “aura” (p. 53) por “ahora”. Por último, observamos otras modificaciones, como “desabordinao” (p. 74) por “insubordinado”, “altor” (p.107) por “altura”, o “dijusto” por “disgusto” (p. 175), entre otras.

De esta manera, se introduce en el relato el lenguaje campero, propio de los gauchos. Sin embargo, es notable el contraste que se establece en la narración entre el lenguaje culto del narrador y el lenguaje de los gauchos. Esta diferencia en el registro produce una escisión lingüística en la novela. El habla propia de los gauchos aparece principalmente en los diálogos en estilo directo que introduce el narrador. También el narrador incluye en su relato voces del lenguaje campero, pero casi siempre entre comillas, de manera que queda acentuada la distancia entre ambos lenguajes. Por ejemplo: “Por turno, un rato más tarde «tumbiamos» y yo me eché otra caña al cuerpo” (p. 73); “Valerio, de cuerpo pequeño y ágil, seguía a maravilla los lazos de una «bellaqueada», sabía en vueltas, sentadas, abalanzos y cimbrones” (p. 74). A diferencia de la literatura gauchesca, como en el caso del poema Martín Fierro, por ejemplo, la voz del gaucho en esta novela aparece delimitada. El narrador toma distancia respecto de este lenguaje, de modo que podemos notar que él no se identifica con un gaucho. Como señala Schwartz: "(…) en ningún caso la pulcritud del lenguaje sufre cualquier tipo de modificación. Jamás en la narración, por más que quiera acercar el lenguaje gaucho al suyo, va a escribir "llama'o" por "llamado". En ningún momento abdica en su narración de la sintaxis purista (…)" (1976, p. 440).

Aunque en varios momentos en la narración se incluyen modismos y palabras propias del habla rural, siempre se mantiene la sintaxis normativa y, como señala Schwartz, esto hace que notemos la presencia culta y elitista del narrador (1976, p. 440). Por último, el cambio de registro también señala una diferencia social latente entre quien narra y los personajes del universo narrado. Sin embargo, existe una inconsistencia entre el habla del protagonista, reproducida en los diálogos, y la voz de él mismo en el resto de la narración, como podemos observar en este pasaje:

Me di cuenta de que aquellas palabras, que en otro pudieran haber sido maldad, no eran más que estupidez y aproveché la ocasión, no queriendo hacer mentir a Goyo, que había prometido bueno para cuando yo tuviera confianza.

- ¿Pa acarriar basuras? -repetí-. Tené cuidao no vaya ser que algún día amanezcás por los zanjones.

(p. 46)

Finalmente, esta inconsistencia puede explicarse porque, como veremos al final de la novela, el protagonista se convierte en un hombre letrado: “A mi andar cotidiano sumaba mis primeras inquietudes literarias” (p. 219). De manera que esto explica la presencia del lenguaje culto en la voz del narrador.