Don Segundo Sombra

Don Segundo Sombra Resumen y Análisis Capítulos I-III

Resumen

Capítulo I

El narrador, acostado en la orilla de un río donde suele pescar, repasa los acontecimientos de su vida. Él es huérfano y tiene entonces catorce años. A los siete u ocho años lo habían separado de la mujer a la que llamaba “mamá” para trasladarlo al pueblo, a la casa de dos mujeres, Asunción y Mercedes (a quienes llama “tías”), a fin de que pueda asistir al colegio. En aquella casa se siente prisionero, y su relación con las tías empeora progresivamente. Ellas lo reprenden continuamente y lo obligan a ir a misa y a rezar por las noches. Su protector, Don Fabio Cáceres, va a buscarlo dos o tres veces durante el primer año y lo lleva a su estancia, una de las más lujosas de la zona. En su primer paseo por este campo, el narrador ve el “puesto” donde se crió y, a su regreso, llora recordando los años de infancia que vivió allí.

El protagonista abandona el colegio después del tercer año. Sus tías lo envían permanentemente a realizar distintos recados, de manera que ocupa su tiempo yendo al correo, al almacén, a la tienda. Allí las personas lo tratan bien y se siente cómodo recorriendo las calles. El contraste entre el trato que recibe dentro y fuera de su casa lo conduce a odiar a sus tías.

Sus recorridos también incluyen la peluquería, el hotel donde se juega a las cartas y la pulpería. En estos lugares conoce a mucha gente del pueblo y sus historias, obtiene popularidad y se gana fama de “dicharachero” (p. 31). También, algunas personas lo juzgan como un “perdidito” (Ídem.), y creen que, cuando sea adulto, vivirá de malos recursos. Sin embargo, el narrador se mantiene al margen de los entornos nocivos.

A los doce años se aburre de los sitios que frecuenta. En esa época, don Fabio lo visita a menudo y le obsequia un poncho, ropa, un par de “petisos” (p. 31) (caballos) y un “recadito” (Ídem.) (piezas que componen la montura). Al año siguiente, su protector disminuye las visitas y sus tías le prestan al hijo del tendero uno de sus caballos. El protagonista se siente cada vez más solo. Las personas del pueblo dejan de festejar sus ocurrencias y él pierde el interés en entretenerlos. Entonces aprende a nadar y a pescar, y saca provecho en la pulpería vendiendo o intercambiando bagres. Así finaliza el repaso de su vida, sopesando la idea de irse del pueblo. Se aleja del río al atardecer y comienza a caminar en dirección al pueblo.

Capítulo II

En su camino de regreso hacia el pueblo, el narrador, con la visión reducida por la oscuridad de la noche, espanta a un caballo. El jinete se aleja al galope y su figura parece enorme. Entonces, el protagonista siente nuevamente el deseo de marcharse del pueblo. A continuación, llega a la pulpería “La Blanqueada”, donde le vende al patrón, Don Pedro, los bagres que pescó. Allí comenta que por el camino se encontró con un “pajuerano” (p. 35) (persona que viene de otro lugar) y, por la descripción que hace, Don Pedro cree que puede tratarse de Don Segundo Sombra, un hombre oriundo de San Pedro.

Enseguida, Don Segundo entra a la pulpería. Allí le pregunta a Don Pedro dónde puede conseguir trabajo, y este menciona que Don Galván está buscando un domador. Don Segundo se sienta luego a tomar una sangría, y el tape Burgos, un hombre del pueblo que está bebiendo caña, se burla de él con indirectas, con la intención de provocarlo. Sin embargo, Don Segundo, elude el enfrentamiento con tranquilidad y astucia. Entonces Burgos lo espera agazapado, a la salida de la pulpería, para atacarlo. El forastero, alertado de la maniobra por el protagonista, sale de la pulpería, precavido, y esquiva el ataque. Tras el fracaso del agresor, Don Segundo queda en una posición ventajosa, pero prefiere no pelear. Entonces Burgos se muestra condescendiente y, luego de saludar, abandona el sitio. Tras él, Don Segundo y el protagonista se marchan juntos.

Capítulo III

El narrador llega tarde a la casa de sus tías, quienes lo castigan privándolo de la cena. Él decide escaparse esa misma noche. En su cuarto, reflexiona sobre su futuro, y cree que su destino está ligado a Don Segundo Sombra de alguna manera. Entonces planea ir a la estancia de Galván, adelantándose a la visita prevista del forastero. Prepara su ropa y duerme unas pocas horas. Cuando se despierta es aún de noche y, mientras las tías duermen, sale de la casa, dispone su caballo y parte.

Entonces se dirige a la cochera de Torres, y allí recupera el caballo que sus tías habían prestado. Con ambos caballos en su poder, se dirige hacia la estancia de Galván. En el camino, se siente libre y colmado de emoción. Al llegar, Goyo López, un conocido del pueblo que trabaja en la estancia, lo presenta ante Don Jeremías, el mayordomo. El protagonista explica que busca empleo y el mayordomo lo acepta y le asigna su primera tarea.

Al mediodía, el protagonista almuerza con los otros peones de la hacienda y luego continúa trabajando durante la tarde. Al anochecer, le otorgan una cama en la misma habitación que Goyo y él se duerme profundamente, pensando en sus tías y en cómo escapó del pueblo.

Análisis

La novela comienza con una dedicatoria, en la que el autor menciona, en primer lugar, a “Don Segundo” (p. 25). Este nombre alude a Segundo Ramírez, el hombre en quien se inspiró Güiraldes para creer al personaje ficticio Don Segundo Sombra. El autor también menciona, entre otras personas, a José Hernández, autor del poema emblemático de la literatura gauchesca, Martín Fierro (1872), obra con la que esta novela está ligada temáticamente por tener al gaucho como figura central. Por último, la dedicatoria de Güiraldes concluye con estas palabras: “Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia” (p. 25). Este pasaje nos adelanta la dimensión legendaria y sagrada que la figura del gaucho adquiere en la novela.

En el primer capítulo se presenta al protagonista, cuyo nombre se revelará recién hacia el final de la novela (Capítulo 25): Fabio Cáceres. Él es un joven de catorce años que desconoce su identidad y al que algunos denominan “guacho”, es decir, huérfano. Él es también el narrador en primera persona de la novela. Cuando inicia el relato, se encuentra frente a un arroyo, donde rememora los días pasados en su niñez. En este caso, como en otras circunstancias posteriores en el relato, el agua funciona, simbólicamente, como un espejo en el que el protagonista contempla el transcurso de su vida. Otras fuentes de agua desempeñarán la misma función en los capítulos X y XXVII: un río y una laguna respectivamente.

La narración retrocede temporalmente a los años en que él fue trasladado a vivir con sus tías. Allí podemos ver cómo su relación con ellas se va deteriorando, y también se hace patente la polaridad que el narrador establece entre los espacios del interior y exterior de la casa: “La calle fue mi paraíso, la casa mi tortura” (p. 29). En otras ocasiones también se refiere al encierro comparándolo con una prisión: “la casa de mis presuntas tías, mi prisión” (p. 27); “Lo que llevaba yo escondido de alegría y de sentimientos cordiales, se libertó de su consuetudinario calabozo y mi verdadera naturaleza se expandió libre, borbotante, vívida” (p. 29). Así, se establece una oposición entre el espacio cerrado, ligado a la idea del encarcelamiento, y el espacio exterior, que se asocia a la libertad, principal motor del viaje que Fabio emprenderá poco después.

Por otro lado, el agua funciona además como un símbolo de renacimiento o regeneración. Los recuerdos que evoca Fabio junto al arroyo despiertan en él ansias de marcharse del pueblo: “Gradualmente mis recuerdos habíanme llevado a los momentos entonces presentes. Volví a pensar en lo hermoso que sería irse (…)” (p. 32). Poco después, el protagonista iniciará un viaje que transformará su vida significativamente.

En el capítulo 2 se presenta Don Segundo Sombra envuelto en un halo de misterio. Tras el primer encuentro con el gaucho, el narrador describe su figura sobredimensionada. El jinete le parece “enorme bajo su poncho claro” (p. 34), y adquiere características fascinantes y sobrenaturales a sus ojos: "Inmóvil, miré alejarse, extrañamente agrandada contra el horizonte luminoso, aquella silueta de caballo y jinete. Me pareció haber visto un fantasma, una sombra, algo que pasa y es más una idea que un ser; algo que me atraía con la fuerza de un remanso, cuya hondura sorbe la corriente del río" (p. 34).

A continuación, la imagen se proyecta como un presagio del destino del protagonista: “Entreveía una vida nueva hecha de movimiento y espacio” (p. 34). La visión agrandada del gaucho permite anticipar también la condición mítica que asume su figura en la novela.

Más tarde, el narrador insiste en el carácter extraordinario del personaje, cuando describe la expresión del pulpero que anticipa su llegada: “Como hablando de algo extraordinario el pulpero murmuró para sí: -Quién sabe si no es Don Segundo Sombra” (p. 35). A continuación, cuando las expectativas se cumplen y el gaucho ingresa a la pulpería, el narrador ofrece un retrato de él: "El pecho era vasto, las coyunturas huesudas como las de un potro, los pies cortos con un empeine a lo galleta, las manos gruesas y cuerudas como cascarón de peludo. Su tez era aindiada, sus ojos ligeramente levantados hacia las sienes y pequeños" (p. 36). Hacia el final del capítulo, la impasibilidad de Don Segundo frente a la provocación del tape Burgos vuelve a magnificar su figura: “De golpe el forastero volvió a crecer en mi imaginación. Era el «tapao», el misterio, el hombre de pocas palabras que inspira en la pampa una admiración interrogante” (p. 38).

Finalmente, esta imagen del gaucho es la razón fundamental que conduce al protagonista a iniciar su camino de aprendizaje. La decisión de huir de la casa de sus tías es el primer paso de su transformación. Más tarde, observamos que su partida coincide con el amanecer, momento del día que representa simbólicamente el renacer, y el protagonista experimenta entonces el comienzo de una nueva vida: “el sol salía sobre mi existencia nueva” (p. 43).

El narrador pronto comenzará un viaje, cuyas experiencias lo transformarán en un gaucho. Este es uno de los temas centrales de la novela: sus años de aprendizaje coinciden con sus viajes, en compañía de Don Segundo y de otros reseros, a través de la región pampeana. Además, este tipo de aprendizaje, adquirido con las experiencias, contrasta con la educación formal de la escuela, a la que el protagonista se ve obligado a asistir durante sus primeros años, y cuyas enseñanzas desprecia: “¿Para qué diablos me sacaron del lado de "mama" en el puestito campero, llevándome al colegio a aprender el alfabeto, las cuentas y la historia, que hoy de nada me servían?” (p.60).

En relación con la técnica narrativa, la novela está íntimamente ligada a la literatura europea. Como señala Lois (p. 16), en las descripciones poéticas se pueden observar influencias de la literatura francesa de la época. Así lo vemos, por ejemplo, en este fragmento en el que el protagonista describe el paisaje, al inicio de su viaje: "Una luz fresca chorreaba de oro el campo. Mis petizos parecían como esmaltados de color nuevo. En derredor, los pastizales renacían en silencio, chispeantes de rocío; y me reí de inmenso contento, me reí de libertad, mientras mis ojos se llenaban de cristales como si también ellos se renovaran en el sereno matinal" (p. 43-44).