Carrie

Carrie Representaciones de lo monstruoso-femenino en Carrie

La figura de Carrie es, entre otras cosas, como se trabaja en la guía, la encarnación de la mujer oprimida que repentinamente descubre su poder y lo ejerce. De este modo, Carrie es un relato que tiene como uno de sus temas primordiales el empoderamiento. En este sentido, no es un dato menor el hecho de que ella se encuentre con sus fuerzas telepáticas en el momento en que tiene su primera menstruación: en muchas culturas ancestrales, la chamana o bruja recibía sus primeras visiones, sueños premonitorios o mensajes sobrenaturales durante su menarquia. No es casual tampoco que su madre, que perpetra el orden patriarcal cristiano ortodoxo en el ámbito doméstico, le señale que es ahora una mujer y, en tanto tal, es sucia e impura, así como el hecho de que Carrie sienta brotar, junto con su telepatía, su deseo sensual y su erotismo.

La novela brinda todo un abanico de roles femeninos no-monstruosos que pintan cuál es el lugar de la mujer en los años 70 en la sociedad norteamericana. Hay personajes sencillos de identificar como arquetipos de la preparatoria: Chris, la joven bella y popular pero cruel y dominante; Sue Snell, igual de popular pero aparentemente bondadosa y temerosa; Frieda, chismosa y extrovertida. Todas ellas se constituyen como objetos de deseo sexual. Se embellecen el pelo y la piel, usan diseños de última moda, son condescendientes y se pliegan a los deseos de los varones más populares. Sue “le había permitido [a su novio] metérselo (...) sencillamente porque él era popular” (p.53); Chris, la agresiva y contestataria, tiene relaciones sexuales con Billy de un modo que roza el abuso por parte de él, y domestica sus arrebatos caprichosos.

La madre de Carrie, de un carácter mucho menos arquetípico en este sentido, dice al final haber sido abusada por el padre de su hija en la juventud. Posiblemente, de poder empatizar con un personaje tan cruel y despiadado como Mrs. White, deberíamos comenzar por comprender su temor divino a la lascivia, la lujuria y el deseo en función de su biografía personal. Pero Mrs. White ejerce una violencia implacable contra su hija y perpetúa la opresión patriarcal sufrida por ella misma. Por su parte y en respuesta, Carrie destruye toda una ciudad como venganza por esta violencia padecida, rompiendo el pacto empático con el lector debido a la desmesura de su arrebato.

De no poder constituirse como objeto de deseo masculino y, por ende, no poder acceder a los roles de mujer adulta reservados para las normales, la joven de “Nuestra Ciudad” (2006), es decir, cualquier ciudad estadounidense, debe conformarse con ser una “sustituta” (p.79), como llaman Hargensen y su banda a las jóvenes como Carrie, a las que el futuro no les depara nada bueno. Para merecer un porvenir luminoso como el de Sue, una debe doblegarse ante los parámetros preestablecidos, sobre todo los masculinos. Es por esto que resulta interesante que a la realidad opresiva que la rodea, Carrie la haga doblegarse también a su paso. Allí, en esa rebeldía fruto de su nuevo poder adquirido en la menarquia, reside su monstruosidad-femenina de bruja. “Doblégate”, dice cuando mueve el cepillo de dientes, los muebles, los cables e inclusive cuando tira a Miss Desjardin por los aires contra la pared del gimnasio en la fiesta.

Para King, la comparación de Carrie es con Sansón. Se trata de un personaje curiosamente masculino que se aleja del tipo de venganza deliberada y premeditada, asociada en los textos de King, generalmente, a los roles femeninos melodramáticos como el de Chris. Las mujeres normales urden planes diabólicos, pero maquínicos y muchas veces tercerizados mediante la manipulación. Por el contrario, para King en Danza Macabra, “Carrie es una Mujer que pasa a ser consciente de sus poderes por primera vez y que, como Sansón, al final del libro acaba derrumbando el templo sobre todos los que están dentro del él” (2006).

Nuestra protagonista puede quizá ser pensada como un niño terrible, forma en que la ha categorizado muchas veces la crítica literaria del género, al emparentarla a las figuras de niños y niñas poseídos por demonios o espíritus. Sin embargo, la categorización de bruja parece adecuarse mejor, dadas todas las señales vinculadas al rol de mujer que ejerce (o no) Carrie y que le es asignado al nacer. Al explotar en medio de la fiesta, da la sensación de que no es solo el deseo sexual reprimido por su madre castrada lo que le da poder a la adolescente, sino el profundo deseo frustrado y ancestral de hablar lo que alimenta su ira apocalíptica. Quiere decir aquí estoy, y por esta razón vaga por la ciudad destruyendo y matando a su paso y, ante todo, metiéndose en la mente de toda la comunidad para que tengan claro su nombre y que es ella, Carrie White, quien está trayendo el apocalipsis a Chamberlain.

Si la mujer, es decir, Carrie y su “mirada bovina” (p.14) es el cordero sacrificial de la fiesta de primavera de una sociedad patriarcal normalizada, también es ese ser mujer, la sangre menstrual que la empodera, lo que la saca de su rol de víctima y le permite jugar un nuevo juego.