Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Resumen y Análisis Partes 6-7

Resumen

Parte 6 (77-89)

La acción se abre con los preparativos para el cumpleaños de Carlos: la Loca, inspirada en la historia de festejos cubanos de cumpleaños infantiles que le ha contado Carlos, está armando una gran mesa con cajas en el centro de la habitación, a la que decora con el mantel de pájaros y angelitos; además, está preparando chocolate caliente; tiene una torta con veinte velas que preparó la señora del almacén; hay globos y coronas; los invitados son todos los niños de la cuadra, que llegarán a las cinco de la tarde. Cuando el agasajado llega, se emociona al ver la imagen del homenaje que la Loca preparó para él: "¿Se parece a Cuba?" (80). Ambos, felices, después de que Carlos sopla las velas y pide su deseo, atienden a los chiquillos. El resultado es exitoso: "el cumpleaños a la cubana de Carlos fue una agotadora alegría parvularia" (81).

Cuando al fin se encuentran solos, ella le da su regalo privado: enciende el tocadiscos para que suene "Tengo miedo torero" y sirve pisco para los dos. Mientras charlan, ella le dice que él es un desconocido para ella, pero no le pide saber todo, porque asume que todo no puede contarlo. A cambio, le pide que le confiese un secreto, algo que nunca le haya contado a nadie. Carlos, ya algo embriagado, comienza a narrar un viejo recuerdo. Le cuenta que a los trece o catorce años tuvo una experiencia sexual con quien era su mejor amigo, con quien se había masturbado y habían intentado penetrarse. Nunca más volvieron a hablarse. A la Loca la historia le genera cierta excitación, pero, también, cierta incomodidad, no por cuestiones morales, sino por la forma de narrarla: "es la forma de contar que tienen los hombres. Esa brutalidad de narrar sexo urgente" (85).

La Loca se retira hacia la habitación para buscar una frazada para Carlos, dado que después de haber bebido toda la botella no puede irse en ese estado, y, al regresar, lo encuentra durmiendo. Lo mira, lo desea, se acerca lentamente y le realiza una felación: "Es un trabajo de amor, reflexiona al escuchar la respiración agitada de Carlos en la inconsciencia etílica" (88). Al terminar, duda: no sabe si realmente eso sucedió o fue producto de su imaginación. Prefiere no saberlo. Y así se va a dormir a su cuarto, dejando al joven allí.

Parte 7 (91-97)

Mientras tanto, en la residencia presidencial, Augusto Pinochet se despierta asustado al escuchar ruidos y busca, alerta, su pistola. Los ejecutores de los ruidos son los cadetes de la Escuela Militar que asisten a saludarlo el día de su aniversario. Pero él no quiere levantarse aún. Su esposa, al pie de la cama, habla sin detenerse sobre los preparativos del cumpleaños del dictador. Le recrimina las arrugas que tiene en el cutis y que asocia a lo soportado a su lado, a cómo la prensa mundial lo menciona, a cómo lo tildan de tirano, dictador y asesino. Ella lo culpa por haber dejado ingresar al país a escritores, a quienes se refiere peyorativamente como "comunistas patilpelados" (92) y "tropa de literatos marxistas" (92). En este punto, rescata al escritor argentino Jorge Luis Borges, de quien dice que perdió el Premio Noble por hablar bien de Pinochet. Molesta por la forma en la que él la mira, sale del cuarto y ordena que nadie lo moleste, que va a dormir un rato más.

Entonces, él vuelve al sueño y sufre otra de sus recurrentes pesadillas. Sueña que está en su cuarto, mirando sus colecciones de juguetes bélicos y pensando cuál será la siguiente colección que pedirá como obsequio: prefiere regalos y no festejos después de la mala experiencia de su fiesta de diez años. En aquella ocasión, su madre decide invitar a todos los compañeros del curso de Augustito, a quien el niño considera enemigos. Él no quiere festejos ni invitados, por lo que rellena una de las tortas con insectos despedazados, para descomponer a los niños. Cuando la hora de la fiesta llega, ningún invitado se hace presente. Terminan, horas después, festejando Augusto, su madre y la empleada. El niño, con náuseas, se ve obligado a comer el pastel relleno de arañas, moscas y cucarachas.

Los gritos de su esposa lo despiertan y lo salvan de aquella pesadilla traumática. Debe prepararse para el festejo de ese día.

Análisis

En estas dos partes asistimos a dos festejos de cumpleaños muy diferentes entre sí. El primero, el de Carlos, es organizado por la Loca e inspirado en lo que él le contó anteriormente: cómo se festejan los cumpleaños en Cuba para que todos los niños accedan a un momento de felicidad compartida sin distinciones, sin injusticias. Al cumpleaños sorpresa de Carlos asisten todos los niños del barrio y colabora la comunidad: la dueña del almacén prepara el pastel, las madres promueven la fiesta en el vecindario y alistan a los invitados en fila para que ingresen a la casa, la Rana presta su tocadiscos para el evento. Cuando el agasajado llega, un montón de pequeños con sombreritos lo sorprenden y entonan, en un ambiente de total algarabía, el “Feliz cumpleaños”. El festejo es un éxito y se extiende hasta que anochece.

El otro cumpleaños es el de Pinochet. Ese día, ruidos de fusiles lo despiertan: son los cadetes de la Escuela Militar que, protocolarmente, están allí para mostrarle sus respetos. En la conducta de Pinochet se evidencia cierta paranoia, la de un hombre que vive bajo un gran temor, incluso en su propia casa y rodeado por sus personas de confianza: inmediata e inconscientemente, ante el ruido, lo primero que atina hacer es buscar su pistola de cabecera. Se tranquiliza al darse cuenta de lo que sucede, pero no tiene ánimos para levantarse aún ni para festejar. Opta por quedarse un rato más en la cama, por lo que se duerme y sufre una de sus recurrentes pesadillas: la segunda en la novela. Recuerda, entonces, otro de sus cumpleaños, uno traumático: su festejo de diez años. En esa ocasión, su madre preparó una gran fiesta a la que nadie acudió; él planificó someter a sus invitados a comer insectos y terminó haciéndolo él.

Mientras el de Carlos es un festejo alegre, repleto de niños que llegan a horario, impacientes por que la fiesta comience y en el que el agasajado sopla las velas de una torta que compartirá con todos los invitados y desea el fin de la dictadura y la concreción de sus planes; el de Augustito es un festejo fallido, solitario, al que nadie más que la madre y la empleada asisten y en el que el agasajado sopla unas velas de una torta que es un “insectario manjar” (96) y que se niegan a apagarse ante sus funestos deseos.

Tras el festejo grupal, cuando la Loca y Carlos se quedan solos, se producen dos momentos de intimidad: la confesión de un secreto sobre el pasado de Carlos, que funciona en espejo con la noche en la que ella, en la primera parte, se detiene a contarle su pasado, y un acercamiento sexual entre los protagonistas. Nos detendremos, en primer lugar, en ese secreto que Carlos le cuenta a la Loca, que se trata de una experiencia vivida al inicio de su adolescencia con un amigo de la infancia. Al inicio de la novela, la Loca le cuenta a Carlos la traumática violación a la que lo sometió, de niño, su padre; esta fue su primera experiencia sexual. Aquí Carlos le cuenta a ella su primera exploración en el terreno del sexo, que no constituye un trauma para el protagonista, pero que sí fue guardada en silencio por la vergüenza heteronormativa: "A los dos nos quedó una cosa sucia que nos hacía bajar la vista cuando nos cruzábamos en el patio del liceo (...) ahora que lo cuento se me pasó, y puedo hablar sin culpa porque fue hace tanto y eran cosas de cabros chicos" (85).

Lo que a la Loca le llama la atención de este relato no son los hechos sino la forma en la que el muchacho los relata. Es una forma que reconoce como propia de los hombres y que rechaza por su autoritarismo y por su incapacidad de narrar el amor: “Esa brutalidad de narrar sexo urgente, ese toreo del yo primero, yo te lo pongo, yo te parto, yo te lo meto, yo te hago pedazos, sin ninguna discreción” (85). A diferencia de la lengua marucha utilizada por la Loca, que es exuberante y barroca, Carlos usa un lenguaje directo, económico, práctico, sin metáforas, sin alegorías. Para hablar del pene, habla del pene: “picazo” y “pichula” (84), dos términos que, informalmente, en Chile significan pene; para referirse a las acciones sexuales, dice “culiando”, “pajeándose”, “lo monté”, “masturbándome” (84); para aludir a las partes del cuerpo de su amigo, usa “culito”, “nalgas”, “piernas” (84). Lo macho continúa latiendo en su relato, en su forma de hablar, en la falta de ternura que la Loca percibe.

En contraposición a este modo de narrar, se ubica, como ya vimos, la lengua marucha. Justamente, esta es la que aparece en el momento posterior a la confesión de Carlos; una forma totalmente diferente de vincularse con las palabras y con el mundo. Cuando él se duerme, ella, tras contemplarlo largamente, se dispone a la realización de una felación. Aquí, el pene no es nombrado como tal, sino, a partir de procedimientos característicos del neobarroco, el de la sustitución de esa palabra por otra alejada semánticamente de la original y el de una catarata de metáforas concatenadas: "Y ahí estaba... por fin, a solo unos centímetros de su nariz ese bebé en pañales rezumando a detergente. Ese músculo tan deseado de Carlos durmiendo tan inocente, estremecido a ratos por el amasijo delicado de su miembro yerto" (87). Y continúa con otros sustitutos para nombrar al pene: es una momia a la que libera de las vendas, un "cuerpo tibio de ese nene en reposo" (87), una "guagua-boa, que al salir de la bolsa se soltó como un látigo" (88), un "guarapo" (88), "un grueso dedo sin uña que pedía a gritos una boca que anillara su amoratado glande" (88), un "animalito" (88), una "calva reluciente" (88), un "hongo lunar" (88), un "micrófono carnal" (88), un "muñeco (...) con su ojo de cíclope tuerto" (88), un "títere moreno" (88) de "boquita japonesa" (89), un "mono solidario" (89).

Mientras realiza esa tarea, a la que califica como un trabajo y arte de amor, reflexiona sobre ese acto y llega a una conclusión: "Las mujeres no saben de esto, supuso, ellas solo lo chupan, en cambio las locas elaboran un bordado cantante en la sinfonía de su mamar. Las mujeres succionan nada más, en tanto la boca-loca primero aureola de vaho el ajuar del gesto. La loca solo degusta y luego trina su catadura lírica por el micrófono carnal que expande su radiofónica libación. Es como cantar, concluyó, interpretarle a Carlos un himno de amor directo al corazón" (88). En conclusión: los hombres no saben narrar, en su urgencia por llegar a la desembocadura de los hechos, y las mujeres no saben mamar, en la practicidad de su accionar; en cambio, las locas bordan y cantan, narran e interpretan una historia con un lenguaje propio que crea una realidad.

Al terminar la tarea, la Loca, embriagada de alcohol y felicidad, no sabe si eso sucedió realmente o fue creado por su imaginación.