Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Resumen y Análisis Partes 2-3

Resumen

Parte 2 (19-37)

Las calles de Santiago en la primavera de 1986, como siempre en esa época del año, se llenan de energías renovadoras. Ese septiembre, en especial, están superpobladas por personas que cantan consignas libertarias y resisten a los pacos, es decir, los carabineros. Pero esto parece no preocupar al tirano, que todos lo fines de semana parte con una caravana de autos blindados hacia su casa en la zona del Cajón del Maipo.

Una mañana, la Loca oye golpes en la puerta: Carlos y dos amigos cargan un tubo metálico que introducen, sin preguntar, cuando la Loca, recién levantada, abre la puerta. Le dicen que son rollos de manuscritos valiosos, y ella comenta que va a transformar el artefacto en una columna para la sala. Apenas los muchachos salen, la Loca piensa en investigar aquello, pero un presagio temeroso la detiene: ¿y si es un torpedo submarino? Así y todo, rápidamente borra esa imagen de su cabeza e intenta convencerse de que Carlos no le mentiría; piensa que es "mejor hacerse la lesa" (21). Arrastra el cilindro hasta la sala y lo decora. Cuando Carlos regresa, le muestra cómo queda el artefacto allí, y él se sorprende gratamente porque no se nota lo que en realidad es y, por primera vez, se acerca íntimamente a ella al abrazarla emocionado. Antes de irse, le propone que, al día siguiente, lo acompañe al Cajón del Maipo, dado que debe hacer un herbario para sus clases de botánica. Ella, emocionada, comienza prontamente los preparativos: llevará pollo, huevos, el mantel bordado de pájaros y angelitos, la radio, una revista; vestirá un sombrero amarillo, guantes y gafas como Jane Mansfield, una actriz de Hollywood.

Al día siguiente Carlos pasa a recogerla en un auto prestado. En el camino, se cruzan con un control policial, y él se nota visiblemente nervioso: le pide a la Loca que se ponga el sombrero y se haga la loca ante los oficiales. El plan funciona: al verlos así, los dejan pasar y les auguran, burlones, "Feliz luna de miel, maricones". Continúan su marcha y escuchan en la Radio Cooperativa un anuncio sobre la adjudicación, por parte del grupo revolucionario y guerrillero de izquierda y opositor a Pinochet "Frente Revolucionario Manuel Rodríguez" (FRMR) del corte de energía "que dejó sin luz a la región metropolitana" (25). Esa radio, que antes molestaba tanto a la Loca, ahora se siente como un bálsamo para ella. Carlos detiene el auto en un barranco, desde el cual tienen una excelente visión panorámica, y disponen las cosas para el picnic. De repente, el sonido de un helicóptero interrumpe la calma y Carlos, apresurado, le dice que pose, que quiere tomarle una foto. Las sirenas de los autos que escoltan a la comitiva presidencial se escuchan cada vez más cerca; cuando pasan por detrás de ellos, Carlos, tembloroso, apunta la cámara hacia la Loca, encuadra el camino como fondo y toma la fotografía.

En paralelo, asistimos a la charla que, adentro de la limusina, mantienen un abrumado Augusto Pinochet y su conversadora y superficial esposa, Lucía Hiriart, quienes, a raíz del sombrero de la Loca que vieron por la ventanilla, discuten sobre moda y sobre las recomendaciones que a Lucía le hace Gonzalo, su estilista.

Afuera, Carlos continúa sacando fotos, tomando medidas y anotando datos. La Loca, mientras tanto, sin entender el trabajo que, supuestamente, era de botánica del joven, baila para él y logra distraerlo por momentos e, incluso, consigue hacerlo bailar también. Apresurado e incómodo ante los pensamientos que ella le genera, Carlos vuelve al trabajo, en el que no puede permitirse fallar. Cuando regresan y él la deja en la casa, se va sin saludarla luego de escuchar un comunicado en la radio que anuncia que se han incautado armas y panfletos del FRMR. Al principio, ante tal desaire, la Loca se enoja y manifiesta para sí sus sospechas sobre la situación que él no le cuenta, pero rápidamente se compone, porque escucha golpes en la puerta: es él nuevamente. Carlos se disculpa y deja oír cierta frase que es una suerte de presagio, pero que ella deja pasar: “Además, cuando me vaya, capaz que sea para siempre” (36).

Parte 3 (39-58)

Tras el fin de semana pasado en el Cajón del Maipo, Pinochet y su esposa regresan a la ciudad. En el auto, ella va durmiendo y él, silencioso, intenta no despertarla. No quiere que comience nuevamente a hablar, ya que durante el fin de semana, incluso sonámbula, le ha recriminado el trato recibido en el viaje a Sudáfrica, en el que el mandatario no fue recibido. Al mirar por la ventanilla, él recuerda a la pareja que vio unos días atrás y, enojado, se da cuenta de que se trataba de homosexuales, por lo que decide hablar con el alcalde para poner vigilancia en el sitio.

Mientras tanto, quien también se encuentra durmiendo es la Loca, que sueña que escapa de cierto difuso peligro en un caballo cabalgado por un viril jinete, cuando, de repente, la despiertan unos golpes en la puerta. Es la señora del almacén de enfrente que le avisa que tiene teléfono. Quien la llama es doña Catita, la esposa del general Ortúzar y su clienta más antigua, y lo que quiere es el mantel que le ha mandado a bordar y que la Loca ha llevado y ha manchado en el picnic en el Cajón del Maipo. La Loca le inventa excusas y le dice que se lo llevará por la tarde, pero que no tiene el escudo chileno solicitado porque le resulta ordinario. Apresurada, sale, mientras las vecinas la observan alejarse, para lavarlo y almidonarlo.

En su casa, la Loca sintoniza las noticias y escucha sobre una serie de disturbios y detenciones de estudiantes, lo que hace que se preocupe por el bienestar de Carlos, de quien no posee ningún dato para contactarlo. Piensa que, de estar en peligro, podría pedirle a la señora Catita que su esposo interceda por su enamorado. Sin embargo, esa preocupación se difumina al verlo acercarse por la calle. Al entrar, él le solicita el altillo para realizar una reunión por la noche y ella se ofusca porque percibe, en la caballerosidad del pedido, la distancia con la que él la trata. Le pregunta, entonces, qué es lo que esconde, y él cambia de tema, sintoniza la radio y una canción infantil le recuerda cómo celebran los cumpleaños los niños cubanos. Entonces le cuenta a la Loca que los cumpleaños no se festejan allí de forma individual, sino que se celebran todos juntos, por barrio y por mes, con lo que todos son invitados y festejados: "no hay injusticia y ninguno llora porque su vecino tiene un cumpleaños mejor" (50).

La Loca sale hacia la casa de Catita, que vive en el barrio alto y, en el camino, un viaje en micro que atraviesa toda la ciudad y que va mostrándole al lector cómo cambia el paisaje en cada zona, mantiene una conversación con una mujer de moño y collares que simboliza el apoyo de ciertos sectores civiles a la dictadura. Ella recrimina el accionar de los jóvenes que protestan, tiran piedras y hacen barricadas. La Loca, al principio, se incomoda, pero luego, un impulso irrefrenable, la lleva a contestarle con unas palabras que, apenas pronunciadas, la asustan y sorprenden, porque no está acostumbrada a tratar temas relacionados con la política: "Mire, señora, yo creo que alguien tiene que decir algo en este país, las cosas que están pasando, y no todo está tan bien como dice el gobierno. Además, fíjese que en todas partes hay militares como si estuviéramos en guerra, ya no se puede dormir con tanto balazo" (51-52). Algunos jóvenes que la escuchan la aplauden; la señora se baja, ofendida, de la micro. La Loca piensa en lo orgulloso que estaría Carlos con su accionar.

Al llegar a la casa de Doña Catita, la empleada la hace esperar porque la señora está ocupada con amigas, y la Loca, curiosa, ingresa al comedor y prueba el mantel. Allí, horrorizada, imagina a los militares brindando por el 11 de septiembre y por haber "matado a tanto marxista" (55). En ese momento, piensa en Carlos y, apesadumbrada por las imágenes que invaden su mente, toma el mantel y se lanza a la calle, donde vuelve a respirar. En un primer momento, se apena por perder a su mejor clienta, pero, inmediatamente, reafirma su acción y, orgullosa, se aleja de esa casa dispuesta a visitar a unas viejas amigas a quienes hace mucho tiempo no ve.

Análisis

En estas dos partes se puede notar cierta evolución en el conocimiento de la situación que rodea a la Loca, en su pensamiento en relación con lo político y en su forma de vincularse con los hombres.

En relación con la situación en la que está inmersa sin saberlo, vemos cómo la Loca empieza a dudar y a preguntarse qué es lo que el muchacho hace. Primero, cuando llega el objeto metálico, tiene la intención de revisarlo para sacarse las dudas que hace días rondan por su cabeza, pero, cuando lo está haciendo, tiene un presagio en el que lo compara con un torpedo submarino, se asusta e intenta justificarlo: Carlos no le haría algo así a ella. Luego, cuando están en el Cajón del Maipo y Carlos toma fotos y realiza planos en lugar del trabajo de botánica que supuestamente haría, ella duda, pero prefiere hacer el papel de desentendida y seguir interpretando el personaje de superficial actriz hollywoodense estereotipado: "Ella no entendía mucho, no sabía de esas cosas universitarias. Y prefería no preguntar para no meter la pata. Prefería hacerse la cucha, ya que él la creía tonta contenstándole siempre: Después te explico" (30). Más tarde, al llegar a su casa, cuando el joven se retira sin despedirse al escuchar una noticia en la radio, en su enojo se percibe cómo ella conoce la situación que está viviendo, pero decide disimular su entendimiento: "¿Creía que ella era una loca tonta, una bodega para guardar cajas y paquetes misteriosos?, ¿qué se creía el chiquillo de mierda que ella no se daba cuenta?, ¿qué tanta reunión de barbones en su casa?, ¿qué tanto estudio? Mira tú. ¿Ah? Que si se hacía la lesa era nada más que por él" (34-35). En la sección anterior, se menciona que al realizarse las reuniones en el altillo, "uno se quedaba en la esquina haciéndose el leso" (13); ahora es ella la que toma ese rol: "mejor hacerse la lesa" (21). Sin embargo, todavía no es plenamente consciente de la participación y militancia del joven. Esto se evidencia en el momento en que piensa que, si él corriera peligro, ella podría llamar a Catita Ortúzar para que su marido interceda en la búsqueda de Carlos. Quizás, como un mecanismo de defensa y también para continuar su vínculo con Carlos, ella decide callar y no tratar de entender las señales que recibe. Sin embargo, cada vez se hace más evidente lo que está viviendo. De a poco, va siendo cada vez más funcional a la organización política del joven, incluso al disimular lo que sabe.

La noticia que altera a Carlos es sobre un allanamiento e incautación de armas y panfletos pertenecientes al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), una organización revolucionaria guerrillera de ideología marxista-leninista y orientación patriótica, ligada al Partido Comunista de Chile. Esta organización, que es uno de los grupos opositores a la dictadura, surge en el año 1983 con el objetivo de derrocar al gobierno dictatorial. Este año, 1986, están preparando el atentado contra Pinochet, por lo que tienen varios puntos de acopio y escondite de armas y panfletos, y realizando otras acciones como apagones eléctricos y manifestaciones. Aquí aparece, entonces, un indicio que muestra al lector cuál es la agrupación a la que pertenecería Carlos: por qué guarda materiales en el hogar de la Loca, con quiénes se junta por las noches en el altillo y qué está haciendo en esa excursión al Cajón del Maipo, en la que usa a la Loca como excusa al crear una imagen agreste de enamorados para, disimuladamente, poder tomar fotos de la comitiva que acompaña al presidente.

En relación con la evolución en el pensamiento y compromiso de la Loca, que en la primera parte se muestra alejada de toda cuestión política, podemos ver cómo ahora, en diversas situaciones, se va despertando una conciencia política que la llena de miedo ante lo desconocido, pero también de dignidad. En primer lugar, esto se hace evidente porque ya no sólo encuentra consuelo en los boleros y cuplés, ahora también la Radio Cooperativa cumple esa función: "De tanto oír esa radio, ella se había acostumbrado a soportarla. Es más, cuando no encontraba su música preferida, cuando los bombazos cortaban la luz, cuando tenía que ponerle pilas a la radio, la voz de Sergio Campos era un bálsamo protector en esas tinieblas de guerra" (25). Conocer el tema a través de lo escuchado en la radio, hace que se conmueva ante la búsqueda desesperada de las madres de los desaparecidos y ante el maltrato hacia ellas por las fuerzas oficiales. En segundo lugar, el día que lleva el mantel a la casa de Catita Ortúzar siente dos momentos que la inundan de dignidad. Primero, en el viaje en micro, cuando una mujer busca su complicidad para mantener una charla en contra de los que protestan en el centro de la ciudad y la Loca se anima a expresar su opinión, contraria a la de la mujer. En ese momento es aplaudida por otros pasajeros y ella siente miedo por hablar por primera vez en público de esos temas, pero también orgullo. Luego, cuando sale apresurada de la casa de Catita, tras haber decidido no dejarle el mantel. Las funestas imágenes de celebración de la muerte que aparecen en su mente al imaginar la cena que los militares oficiarían sobre su creación hacen que se decida; esa toma de conciencia también la llena de miedo y orgullo.

En relación con su forma de relacionarse con los hombres, esto también da cuenta de cambios. A la Loca "el amor la había transformado en una Penélope doméstica" (58). Ella, acostumbrada a andar hasta largas horas de la noche buscando hombres para mantener relaciones sexuales esporádicas, ahora se queda en casa, esperando solamente a uno: a Carlos. Y, como Penélope, también es una tejedora; en este caso, literal y metafórica. Su herramienta, además del bordado, como ya señalamos, es la lengua marucha, que construye realidad a través de un imaginario nutrido de canciones y cine de Hollywood. Ella crea y recrea imágenes y situaciones que toma del mundo de la cultura popular. Así, en la excursión al Cajón del Maipo, prepara desde el día anterior el vestuario para ser Jayne Mansfield, actriz y símbolo sexual de las películas de Hollywood de la década de 1950.

Otro personaje que presenta cierta evolución en relación con sus sentimientos es Carlos. En este caso, vemos cómo va cambiando en su vínculo con la Loca, pero cómo, a la vez, los mandatos sociales de una sociedad heteronormativa y patriarcal siguen vigentes. En primer lugar, cuando la Loca oculta el extraño artefacto que, supuestamente, alberga rollos de manuscritos. Ella, inmediatamente, lo asocia con el pene: "parece un condón para dinosaurio" (21) y decide transformarlo y ocultarlo. La casa de la Loca, como su cuerpo, es usado, en varias oportunidades, por hombres que introducen, sin preguntarle o esperar su permiso, cosas. En la primera parte, vimos cómo el padre viola al hijo; aquí, cómo Carlos y sus compañeros "cargaban un agresivo tubo de metal que sin preguntarle introdujeron al interior" (20). En este momento, el falo es metafórico: se trata de un tubo de metal que ella, acostumbrada a travestirse, a ocultar el pene, disimula con pericia en el salón, haciéndolo parte de la escenografía de la casa en la que vive. Cuando Carlos llega y ambos ven que eso está allí, pero "no se nota lo que es" (21), es decir, que el falo queda oculto, el joven se emociona y se acerca a ella por primera vez, de manera sugerente, "tomándola por sus gruesas ancas de yegua coliflor" (21). En ese momento, surgen una serie de comparaciones que trabajan sobre la estética travesti: "Como una chiquilla enguindada de rubor, como una caracola antigua enroscada en sus brazos, a centímetros de su corazón haciendo tic-tac tic-tac, como un explosivo de pasión enguantado, por su estética de brócoli coliflor" (21-22).

En segundo lugar, en el auto, camino al Cajón del Maipo, le sigue el juego teatral a ella y, cual galán de telenovela, culebrea las curvas y le muestra sus dotes como conductor al grito de "Sujétate, mariposa" (24). Sin embargo, esa alegría se corta abruptamente cuando aparece el control policial y, entonces, él le pide que exagere sus modales. El juego paródico de parecer actores de una película en una escena por la carretera se detiene y, entonces, él le propone a ella que realice la parodia de la parodia. Le dice: "hazte la loca" (24). Con esto, le solicita a la Loca que actúa como loca, término que puede interpretarse con dos sentidos, como alguien que no está en sus cabales y como alguien que exacerba su femineidad y se muestra como un otro ante la sociedad. Esta acción, premeditada por Carlos, provoca la burla de los militares y los salva: "Porque buscaban otra cosa, digo yo. ¿No es cierto, Carlos?" (24). Porque la subversión, en este caso, es la de los géneros, entonces no se preocupan por la militancia política. En este sentido, Carlos y los militares piensan igual: en la disidencia sexual no habita la disidencia política. Esto es algo que la Loca va a desarmar a lo largo de la novela, así como Lemebel lo hace a lo largo de su vida y con sus presentaciones performativas.

Otro momento en el que se puede notar cómo el joven está cambiando su percepción sobre la Loca y sus sensaciones hacia ella es cuando baila para él en el barranco: "Nunca una mujer le había provocado tanto cataclismo a su cabeza. Ninguna había logrado desconcentrarlo tanto, con tanta locura y liviandad. No recordaba polola alguna, de las muchas que rondaron su corazón, capaz de hacer ese teatro por él" (31). Pero estos pensamientos son cortados tajantemente por la practicidad del trabajo militante al que fue encomendado: debe hacer números y trazar planos, "por eso le pedía que por favor, que al menos por media hora dejara de mirarlo así, con esa llamarada oscura quemando su virilidad" (31).

En estas dos partes, en tres momentos el narrador se ocupa de ubicar, de forma paralela, al dictador Augusto Pinochet. La representación que se realiza del tirano en la novela es diametralmente opuesta a las versiones oficiales. Aquí, Pinochet, en su viaje de ida y vuelta a su casa de fin de semana, queda reiteradamente ridiculizado; se lo muestra avejentado, nostálgico, sumiso, cansado, temeroso. Su esposa habla de temas superficiales sin detenerse y él no soporta ni su voz ni sus temas de conversación, que suelen incluir a Gonzalo, el estilista de la primera dama. La homofobia del dictador se expresa, primero, hacia la figura de Gonzalo, pero es sugerente cómo, la voz narradora, que se camufla en el texto y va tomando el punto de vista de los diversos personajes, sostiene: "Ya estaba cansado de escucharla batiendo la lengua, halagando a ese mariposón que se metía hasta en sus calzoncillos" (29).

Esa ridiculización satírica del dictador se reitera cuando mira por la ventana a la pareja de sombrero amarillo y recuerda un picnic compartido con su esposa cuando eran novios. La imagen recreada por la Loca lo lleva a pensar en aquello que añora. La Loca, con su minuciosa teatralización, consigue engañar a todos, incluso al dictador, que, cuando finalmente se da cuenta, ya es tarde porque Carlos ha cumplido con el trabajo solicitado por la organización guerrillera. La Loca primero piensa los detalles cuando Carlos la invita, luego interpreta su rol y recrea la imagen hollywoodense que tenía en mente y, tal es su éxito que, al recordarla, Pinochet piensa "Tan extraña esa mujer como de una foto antigua" (43). Luego, al regresar, descubre que la señorita de sombrero y el enamorado fotógrafo eran "dos degenerados tomando sol en mi camino" (43). Lo han burlado, pero no descubre el verdadero objetivo de la actuación: "Como si no bastara con los comunistas, ahora son los homosexuales exhibiéndose en el campo, haciendo todas sus cochinadas al aire libre" (43).