Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Resumen y Análisis Partes 12-13

Resumen

Parte 12 (147-155)

La noche posterior al atentado la ciudad queda conmocionada. Hay allanamientos, se escuchan balaceras, el Ejército corta las rutas de salida de la ciudad y llenan sus camiones de sospechosos. La Loca, en su casa, no puede dormir pensando qué será de Carlos. La radio, con volumen bajo y sintonizada en Radio Cooperativa, la informa.

Por la mañana, su vecina le avisa que tiene teléfono. Es Laura, que le dice que Carlos está bien, pero que no es por él por lo que la llama: necesita que se reúnan en la próxima hora; un auto pasará a buscarla. Una vez en el auto, la joven le indica que es muy peligroso que continúe viviendo en su casa, que casi todas las casas de seguridad están siendo allanadas por la CNI y que solamente falta la de ella; que es una cuestión de vida o muerte y debe hacerlo por el bien de todos. La Loca pone como condición para irse de Santiago volver a ver a Carlos y, ante eso, Laura le dice: "Veremos qué se puede hacer" (149). Al día siguiente, a las siete, la pasarán a buscar para ir a su nuevo y misterioso destino.

De vuelta en su casa, la Loca junta sus cosas y se da cuenta de que casi no tiene nada, salvo el mantel, el sombrero amarillo, los guantes, unas revistas y "una foto suya en que aparecía de travesti (...) Se veía casi bella" (150). En la radio, las noticias siniestras continúan sonando: están tratando de dar con el paradero del grupo terrorista.

Lucía Hiriart, la esposa del dictador, da una improvisada conferencia de prensa desde el jardín y les asegura a los periodistas que la imagen de la Virgen del Carmen, Patrona del Ejército, se hizo presente en el vidrio astillado del auto. Desprecia a la joven corresponsal de Radio Cooperativa y da un trato preferencial al resto de los reporteros. Desde su cama, el dictador la escucha mientras se va quedando dormido y comienza, otra vez, a soñar. En su mente está en una entrega de premios, en la que aparecen varios nombres de reconocidos artistas del momento. Cuando llega el turno de entregar el último galardón, nota, con furia, que es para el joven que ha expulsado de la Escuela Militar. El enojo lo despierta.

Parte 13 (157-173)

En el último día de la Loca en Santiago, su casa parece una "cuenca sin vida" (157). La Loca no puede siquiera llorar la despedida de su lugar. Decide ir temprano a ver a la Rana para pedirle que guarde su radio y sus pocas pertenencias, dejarle unos trabajos de bordado que debe terminar y despedirse de ella. Por allí pasa a buscarla Laura, con una peluca puesta, en automóvil. Al subir, le pregunta si no ha dicho nada y la Loca se ofende: "¿Acaso ustedes no creen que hay gente como yo que puede guardar un secreto?" (159).

Las dos y un muchacho que oficia de chofer se dirigen a Viña del Mar. Al llegar, Laura le indica qué pasos debe seguir y dónde debe esperar. La dejan en un bar frente a la playa. Mientras piensa qué va a decir si los militares le piden documento, algo que ella nunca tuvo, una voz en su oído musita: "¿Tienes miedo torero?" (162). Es Carlos quien pronuncia la clave secreta compartida.

En ese mismo instante surge la voz de Lucía Hiriart. También están en Viña del Mar. Descansarán allí unos días. Nadie lo sabe. Mira con ansiedad un bar frente a la playa al que le gustaría ir.

Carlos se sienta junto a la Loca, le toma la mano bajo el mantel y le dice que deben salir de allí. Toman un taxi hasta Valparaíso para ir a Laguna Verde. Al pasar por el nuevo edificio del Congreso, la Loca expresa que parece un hospital de la política.

La comitiva presidencial, camino a Cerro Castillo, pasa por el nuevo edificio del Congreso. Lucía le dice a su esposo que parece un chiste que haya mandado a construir tamaño edificio para los políticos que lo odian.

Carlos y la Loca descienden del auto al llegar a la hermosa playa de Laguna Verde; Carlos le pide al taxista que los recoja a las cinco de la tarde por el mismo lugar. Una vez en la playa, se abrazan y juegan sobre la arena. Cuando van a comer, la Loca despliega el mantel bordado. Por momentos, hablan casi teatralmente con ternura; por momentos, vuelven a la realidad y discuten sobre la emboscada y la participación de ella en los hechos. Carlos le entrega dinero para alojamiento y manutención en nombre de la organización, para que pueda vivir por un tiempo de manera clandestina.

El presidente dictador y su esposa, mientras tanto, ya están alojados en Cerro Castillo.

Carlos le pregunta a la Loca si se iría con él a Cuba. Ella le dice que no, que no sucederá en Cuba lo que no se ha dado en Chile. Reflexiona y llega a la conclusión, irónica, de que a ella también le falló el atentado. En ese momento llega el taxi a buscarlos. Cuando él le pregunta si recogió todas sus cosas, ella miente que sí: ha dejado su mantel, que ya se encuentra escrespado en la marea.

Análisis

Tras el atentado, la ciudad de Santiago se oscurece, pero no duerme. El narrador da cuenta de la realidad de los barrios populares tras la operación: "El Ejército se tomó Santiago, cortando las rutas de salida. Se montó un cerco armado desde la periferia que se fue cerrando a medida que los militares revisaban autos, casas, poblaciones enteras, formadas en fila oda la noche en las canchas de fútbol. A la menor equivocación, al más simple titubeo, a culatazos se llenaban camiones y camiones de sospechosos" (147). En ese estado de situación, la Loca no duerme y escucha Radio Cooperativa: se mantiene alerta, ya se sabe parte de la organización y prepara té caliente por si Carlos o alguien de la organización acceden a buscar asilo en su guarida.

El Frente demuestra tener un plan preparado. Por la mañana, la Loca recibe la visita de Laura, quien le dice que debe dejar la casa y, con el dinero que la organización tiene para ella, debe partir con ellos al día siguiente. La Loca, colaboradora doblemente secreta del Frente, por la clandestinidad de la organización y porque ni siquiera estaba enterada realmente de las actividades que se hacían en su casa, ahora debe partir: "Es cosa de vida o muerte, ¿me entiende? Si alguien más cae, caemos todos" (149). Y, como las veces anteriores, cuando entraban cajas y armamento, Laura no le ofrece ningún tipo de elección: "no le estamos preguntando si usted quiere irse, debe hacerlo por su bien y el de todos" (149). La Loca, entonces, comprende que "le arrebataban lo único amado de su piltrafa vida. Era el fin, la historia de amor se deshojaba como una magnolia aplastada por las ruedas del auto" (149).

Al limpiar su casa, se da cuenta del despojo. Ya no tiene nada, salvo los restos de su pasado: el sombrero amarillo, los guantes y el mantel, escenografía y vestuario de una escena de amor que, finalmente, no se concretó; una bella pero añeja foto suya de su pasado travesti que la consuela ante la fealdad del presente: "Alguna vez fui bella" (151). Esa casa, de la que debe despedirse, le prometió cierta felicidad en su escenografía, le permitió pensar que podía ser feliz y reproducir una vida aprendida en su educación sentimental, basada en boleros, rancheras y melodramas.

Mientras la Loca se apresta para la huida, otra escena de la pareja antagónica da cuenta de cómo se encuentran y cómo se ironiza con sus figuras en la novela. Lucía Hiriart, supersticiosa, da una conferencia de prensa, en la que atribuye la salvación de su marido a la Virgen del Carmen. En la parte anterior, menciona que Gonzalo, su estilista, le advirtió, mediante las cartas de tarot, que había peligro. Sin embargo, cuando una periodista de Radio Cooperativa le pregunta si habían pensado que podía ocurrir algo así, irritada le contesta: "¿Dónde estudió periodismo usted, señorita, que pregunta tamaña tontera? ¿Cree que somos magos para adivinar el futuro?, ¿o piensa que soy una bruja que sabe lo que va a pasar?" (153), dando cuenta de las contradicciones en las que cae constantemente esta mujer. Y, además, eso lleva a pensar al dictador que "algo de bruja tenía su mujer" (153) y que desde ese momento tomaría en cuenta sus opiniones, que incluso "era posible que nombrara a ese maricucho asesor consejero del gobierno" (154).

En la última parte asistimos a la huida de la Loca. Lo primero que hace es despedirse de su familia elegida: su "Mami Rana". Laura, quien la acompaña en el auto hacia Valparaíso, corta el clima de afectuosa despedida y le pregunta a la Loca si no le dijo nada sobre lo que está sucediendo. La Loca, indignada, le contesta: "Y si le hubiera dicho ¿qué? ¿Acaso ustedes no creen que haya gente como yo que puede guardar un secreto? ¿Creen que todos los maricones somos traicioneros?" (159). Lo que se está poniendo en jaque con esta frase, pronunciada por la protagonista, es la homofobia de las organizaciones de izquierda. La usan para sus necesidades, pero no le ofrecen un ápice de confianza. Ella no es parte de la organización, es una colaboradora necesaria y, también porque es necesaria, invierten en su huida: no porque la sigan necesitando para su accionar, sino porque requieren que no cuente lo que sabe, que no los incrimine: "estaba segura que si no fuera por la inseguridad que sentían con él, esa tal Laura la dejaba botada ahí mismo, en la mitad del camino a Viña del Mar" (159). En esa frase que imbrica el pensamiento de la Loca con lo que cuenta el narrador, se mezclan los géneros: se utiliza el pronombre masculino para referirse a la Loca, pero el adjetivo revela el femenino. Aquí lo que se muestra es la mirada de la organización, y, en este caso particular, de Laura, sobre la Loca: es él; es un él que actúa de ella y no hay lugar para esas disidencias en el FPMR, o al menos así lo demuestra "esa niña con aires de sargento" (159) que se arregla la peluca cobriza y cree que solo con ese gesto obtiene una identidad diferente, sin darse cuenta de lo profundidad que hay en eso.

Cuando la Loca, en el bar en el que Laura le deja, escucha sobresaltada la voz de Carlos que musita la contraseña "¿Tienes miedo torero?", el relato nos muestra en paralelo que por allí también están el dictador y su esposa, como si el peligro nunca dejara de acechar a los protagonistas: a Lucía le gustaría entrar a un bar como aquel en el que están los enamorados y luego, cuando desde sendos autos pasan frente al Congreso, las dos emiten opiniones sobre el edificio.

En la última escena, los protagonistas asisten, por segunda vez en la novela, a un picnic. Esta vez es en la playa y vuelven a representar una escena teatral, como tantas otras veces, son el príncipe cochero y la princesa mariposa. La Loca despliega nuevamente el mantel y él le reconoce su capacidad creativa: "Usted, princesa, de la nada construye un reino" (168). Allí, a veces jugando y a veces hablando con seriedad, se despiden para siempre.

Él le ofrece un licor al que tilda de revolucionario porque "hace olvidar las clases sociales" (168) y, cuando ella lo bebe, le dice "Ve que ahora somos iguales" (168). Ella le retruca que iguales no deben ser porque no siente su caricia de amor. Y, además, la desigualdad entre ellos se evidencia cuando hablan sobre la participación de la Loca en el Frente. Ella recrimina que la hayan usado y que siempre hayan desconfiado de ella y él lo reconoce, aunque también se lo agradece. La desigualdad entre ellos se evidencia también cuando él le pide que le diga cómo pagarle todo lo que ella ha hecho por la organización y, especialmente, por él, pero, ante la respuesta de ella, él no se anima a ir a más: en su mirada da cuenta de "cierta vergüenza en sus ojos de macho marxista" (169). En un último arrebato, él la invita a huir juntos a Cuba y le da a esa película que están protagonizando en la mente de la Loca un final digno: "Toda la vida te voy a agradecer esa pregunta" (172). Pero ella se niega, porque las intensidades del amor de cada uno de los participantes es diferente. Y, además, porque sabe que todavía no son iguales, que así como a él le queda más por luchar para la liberación de su patria, a ella todavía no le llegó el tiempo en el que como minoría sexual deje de ser desplazada: "Lo que nos hizo encontrarnos fueron dos historias que apenas se dieron la mano en medio de los acontecimientos. Y lo que aquí no pasó, no va a ocurrir en ninguna parte del mundo. Me enamoré de ti como una perra, y tú solamente te dejaste querer. ¿Qué podría ocurrir en Cuba que me ofrezca la esperanza de tu amor...?" (173). La que iguala a los protagonistas, finalmente, es la Loca, al insinuar que los dos fallaron en sus objetivos: "¿Te fijas, cariño, que a mí también me falló el atentado?" (173).

Al irse de allí, la Loca deja en la playa el mantel y, en el auto carente de radio que los saca del lugar, entona, bajito, la antigua canción "Mantelito blanco", cuyos versos parecen poder aplicarse a los alegóricos dibujos bordados de ese mantel que se enrolla en las olas del mar y a los deseos de libertad y felicidad de la protagonista: "Tienen sus dibujos / figuras pequeñas, / avecitas locas / que quieren volar..." (173).