Rosaura a las diez

Rosaura a las diez Temas

La verdad, la falsedad y las mentiras

El crítico Daniel Link explica que todo policial “es un relato sobre el Crimen y la Verdad” (2003: 7), en la medida en que su trama siempre se articula en torno a un delito que presenta un misterio e implica un proceso de investigación para alcanzar la verdad. En este sentido, Rosaura a la diez comparte este argumento central con el resto de las obras que componen al género. Hacia el final del primer capítulo, los lectores terminamos de comprender cuál es el principal enigma a resolver en la novela: ¿quién es el asesino de Rosaura?

Pese a sus similitudes con otras obras del género, el proceso de desvelamiento que se produce en esta obra se distingue en tanto ubica al lector en el lugar del encargado de descubrir la verdad. Por regla general, el policial tiende a presentar a un investigador o detective, de gran inteligencia y capacidades deductivas, como la persona encargada de recopilar las pruebas y los testimonios que, en su conjunto, harán posible la resolución del misterio. Pero en Rosaura a la diez, la figura del inspector, pese a estar insinuada, no participa como un personaje activo en la trama, sino que es un mero receptor de las declaraciones de los testigos y del sospechoso. En ese sentido, la novela propone un ejercicio activo por parte del lector, quien tiene que reconstruir los hechos y comparar los testimonios para resolver el caso.

Ahora bien, al enfrentarnos únicamente ante los testimonios de los personajes, los lectores no contamos con datos objetivos, sino más bien con las perspectivas subjetivas de los habitantes de La Madrileña. Esto nos lleva a tener que sospechar de sus declaraciones, no solo porque ellos puedan mentir, sino también porque es posible que tengan -y en efecto, tienen- una visión distorsionada de las cosas. A la centralidad del tema de la verdad, entonces, debe sumársele el de la falsedad y la mentira.

El crimen

Como todo policial, el principal acontecimiento que motiva la trama de esta novela se produce a partir de un crimen. Daniel Link explica que “Para que haya policial debe haber una muerte”, pero “no una de esas muertes cotidianas a las que cualquiera puede estar acostumbrado (si tal cosa fuera posible), sino una muerte violenta: lo que se llama asesinato” (2003: 9).

Cada una de las declaraciones que constituyen los capítulos de la novela se ofrecen como testimonios para dilucidar los acontecimientos que condujeron al asesinato de Rosaura. Estos testimonios, además, nos llevan a pensar que el asesinato se encuentra motivado por cuestiones pasionales. Sobre esto, Link explica que en los policiales el “conflicto casi siempre está contado a partir del eje del deseo y la pasión, aun en los casos más «duros» del género: siempre se trata de secretos, terrores, angustias no dichas, infamias indescriptiblemente toleradas, proyectos absurdos y fantasiosos. Sólo se mata por un desorden del espíritu” (2003: 9).

En este sentido, la historia produce falsas expectativas respecto tanto a los posibles sospechosos del crimen como a sus motivaciones: sea Camilo, David, el padre de Rosaura o incluso Elsa; la venganza, los celos y el amor parecerían ser los motivos que conducen al asesinato. Sin embargo, al leer el último capítulo de la novela, los lectores advertimos que Rosaura a la diez presenta una particularidad en cuanto a los motivos del crimen. No es a causa de celos, de una venganza o de un amor desmesurado que se comete el crimen, sino debido a la negativa de la víctima a prostituirse con un siniestro proxeneta.

Los chismes y el fisgoneo

Salvo Camilo y Rosaura, todos los integrantes de La Madrileña se caracterizan por ser fisgones y chismosos. Cuando se enteran de que Camilo tiene un amorío, esto no hace sino acrecentarse. Milagros y sus hijas le revisan las cartas cuando ya no soportan ignorar su contenido; Milagros promete ser discreta al enterarse de su relación con Rosaura, pero rápidamente difunde el secreto entre el resto de los huéspedes; Eufrasia se desespera por saber todo acerca del romance y espía, a través de su habitación, todo lo que sucede en relación con los novios y con lo que hace Elsa, la mucama; David Réguel, quien desconfía profundamente de Camilo, llega incluso a seguir a los recién casados en un taxi para ver a dónde se dirigen en la noche de bodas. La escena en que Milagros lee la carta de Rosaura para todos los huéspedes y cuando todos se meten en la habitación de Camilo para ver el cuadro de Rosaura son los momentos en los que el tema de los chismes y el fisgoneo cobra mayor centralidad.

El amor imposible

Rosaura a las diez es una historia de amores frustrados e imposibles. Camilo anhela una vida en la que la gente lo respete y lo quiera, y su mayor sueño es que una mujer lo ame. Con el correr de las páginas, los lectores nos enteraremos de que la mujer que inspira los sueños de Camilo es nada menos que la hija mayor de Milagros, Matilde. Sin embargo, el protagonista cree que nadie va a quererlo nunca debido a su feo aspecto y su personalidad excesivamente tímida. Su anhelo de amor, entonces, es “El sueño de un imposible”: “Yo soñé que una mujer me amaba” (206).

Sin embargo, la presencia del amor imposible no solo se revela en los sentimientos de Camilo. Antes de enterarnos de que el romance entre él y Rosaura es una farsa, la historia inventada por nuestro protagonista reproduce la típica estructura de muchas novelas y tragedias románticas, como Romeo y Julieta y La dama y el vagabundo, entre otras. Al igual que en estas obras, la relación entre Rosaura y Camilo se encuentra imposibilitada debido a la presión de las familias de los novios.

Más aún, con la declaración de Eufrasia nos enteramos de un personaje “hasta ahora escondido, como quien dice, entre bastidores” (230), que atraviesa su propia historia de amor frustrado en la soledad de la hospedería: se trata de Elsa. Además, sin que se desarrolle demasiado en la novela, personajes como Eufrasia, “quien tiene una gran desgracia, y que no se ha casado ni se casará” (27), y David Réguel, de quien se dice que es feo, parecen encontrarse imposibilitados de cualquier relación amorosa.

La soledad

La mayoría de los huéspedes de La Madrileña se caracterizan por su soledad: Rosaura -en realidad, María Correa- pierde el apoyo de todos sus afectos al caer en prisión; Elsa se la pasa trabajando en la hospedería sin que nadie la advierta siquiera; Eufrasia es una jubilada chismosa y entrometida a quien nadie quiere tener cerca; y David Réguel es igualmente despreciado por su soberbia.

Sin embargo, quién más carga con el peso de su soledad es Camilo Canegato, quien se sabe rechazado y aislado de la sociedad debido a su personalidad introvertida y a su aspecto frágil y desagradable: “En aquel salón bullicioso y turbio, donde los hombres profesaban el rito secreto de la amistad, en medio de aquellos grupos que fumaban y conversaban y se llamaban y reían y jugaban, yo me sentía tan solo y tan triste” (197). La farsa de las cartas de amor, en este sentido, son la estrategia que encuentra nuestro protagonista para combatir la profunda soledad que caracteriza su vida, para que las personas a su alrededor y Matilde, sobre todo, comiencen a interesarse por él.

La correspondencia

La correspondencia ocupa un lugar central en esta novela. En principio, esto sucede porque toda la intriga narrativa del primer -y más extenso- capítulo se organiza en torno a ella. La mención a las cartas es constante a lo largo de las páginas, y tanto los falsos manuscritos de Rosaura como la carta de María Correa abren y cierran la historia, proporcionando un marco para el relato. Pero además, la centralidad de este tópico se debe a que condensa y reúne varios de los otros temas principales. En un principio, la confección de las cartas falsas opera como una estrategia de Camilo para combatir el desinterés de los demás y la soledad que lo caracteriza. Por medio de ellas se instala la posibilidad de que nuestro protagonista esté viviendo una historia de amor, y le sirve para llamar la atención de Matilde sobre sí, lo cual trae a colación el tema de “El amor imposible”. En tanto documentos, las cartas se presentan como un motivo fundamental para la investigación policial, para la búsqueda de la verdad. Sin embargo, resultan siendo falsas, por lo que pueden vincularse con el tópico de “La verdad, la falsedad y las mentiras”. Por último, la aparición de estos manuscritos agitan la tranquilidad de la hospedería, cuyos habitantes se encuentran ávidos de secretos y cotilleo. Esto pone de relieve su vinculación con el tema de “Los chismes y el fisgoneo”.

La familia

Los vínculos familiares, sus conflictos y las formas que pueden asumir son un motivo reiterado a lo largo de Rosaura a las diez. Camilo Canegato llega a La Madrileña luego de que su padre, el único familiar que tenía, muera. Según el protagonista, la relación con su padre era compleja y de algún modo lo responsabiliza por su propia personalidad débil y falta de carácter: “Severo y silencioso. Era capaz de pasar todo un día sin hablarme. Pero me manejaba con la mirada” (195).

Cuando comienza a vivir en la hospedería, rápidamente es adoptado por Milagros como un hijo y, por las hijas de ella, como una suerte de tío o hermano mayor. La intensidad de este vínculo explica, en parte, el excesivo interés de las cuatro mujeres en la historia romántica de Camilo, quienes se entrometen al punto de revisar su habitación y su correspondencia.

La historia que Camilo inventa acerca de Rosaura tematiza también este tópico. Rosaura se presenta como una joven sensible y culta, que padece del enclaustramiento y la severa rectitud a la que la somete su padre. En parte, es debido a esta realidad familiar de la joven que David Réguel justifica el romance que ella tiene con Camilo. David considera a Camilo como un hombre inferior y desagradable. Para él, el único motivo que explica su romance con Rosaura es el desesperado interés de ella por escapar de la disciplinada vida familiar que sufre en la mansión.

Al margen de estos personajes, todos en La Madrileña conviven, pese a sus diferencias y hostilidades, como una numerosa familia. Al ser, en su mayoría, personajes solitarios y sin vínculos fuertes, compensan su aislamiento cenando juntos todas las noches y entrometiéndose mutuamente en sus asuntos.