Rosaura a las diez

Rosaura a las diez Símbolos, Alegoría y Motivos

Los sueños de Camilo (Motivo)

Camilo Canegato sueña constante e intensamente. Sueña con tal regularidad que el mundo real y el de los sueños se le entremezclan y confunden, al punto en que ya no puede identificar el uno del otro. Para él, “El sueño es la contrapartida de la acción”; “El que durante la vigilia se dedica a la acción, de noche no sueña” (201). Como Camilo es un hombre sin carácter, tímido e introvertido, cree que la intensidad de sus sueños compensa la represión que atraviesa día a día.

La intensidad y periodicidad de sus sueños incrementa significativamente cuando Camilo se encuentra ante una situación estresante. Cuando el inspector Baigorri lo interroga respecto al asesinato, él dice haber atravesado todos los días, desde la llegada de Rosaura a La Madrileña, como si hubiera estado soñando. Además, utiliza ese pretexto como excusa ante la violencia que ejerció contra ella. Lo mismo explica respecto al día de la muerte de su padre: durante varias semanas, luego del entierro, Camilo soñaba que su padre seguía vivo y se le presentaba para juzgarlo por considerarlo muerto. Más aún, Camilo explica a través de este motivo la farsa inventada de su romance con Rosaura: “Yo soñé que una mujer me amaba” (206)

Las cartas de Rosaura (Símbolo)

Camilo engaña a los huéspedes de La Madrileña al escribir unas cartas amorosas en las que se presenta a sí mismo como destinatario. El objetivo de esta farsa consiste en que los demás lo consideren como alguien digno de ser amado, alguien digno de interés. En particular, Camilo desea llamar la atención de la hija mayor de Milagros, Matilde, de quien se encuentra secretamente enamorado y a quien ha visto besarse con Hernández, otro de los inquilinos. Camilo considera que las personas son como las gallinas: puede que haya un pedazo de comida pudriéndose en el piso sin que ninguna le preste atención, pero “basta con que una empiece a picotearlo, para que todas se lo disputen y corran por el gallinero quitándose unas a otras el pedazo de bazofia” (211).

Las cartas de Rosaura operan entonces como un símbolo de su imposibilidad de tener una relación amorosa, la cual solo se le hace accesible por medio de la mentira. Hacia el final de la historia, se induce que es probable que Matilde correspondiera los sentimientos de Camilo. Pero ahora es el asesinato de Rosaura lo que hace imposible que este se concrete. Su mentira termina jugándole en contra, lo que refuerza el simbolismo de las cartas.

Las declaraciones (Símbolo)

Tal como desarrollamos en la sección Temas, todo policial se presenta como un relato sobre la verdad en la medida en que se articula en torno a un misterio que debe ser revelado. Rosaura a la diez comparte este argumento con el resto de las obras del género. Sin embargo, el modo en que se organiza la trama, a través de las declaraciones de los testigos y el principal sospechoso, le da una vuelta de tuerca al problema de la verdad. Si bien cada uno de los personajes describe en términos generales los mismos acontecimientos relacionados a los hechos que desembocaron en el asesinato de Rosaura, su apreciación subjetiva respecto de los involucrados y los acontecimientos difiere significativamente en cada uno de ellos. En este sentido, podemos afirmar que las declaraciones operan en la novela como un símbolo del carácter subjetivo de la verdad, al punto de que es posible afirmar que no hay una Verdad en Rosaura a las diez, sino verdades múltiples. Es solo gracias a la superposición de todas estas versiones de los hechos que es posible desentrañar el misterio de la muerte de la víctima.

La carta de María Correa (Símbolo)

Marco Denevi es un maestro a la hora de caracterizar a sus personajes mediante sus modos de hablar y comunicarse. Más que valerse de descripciones, las personalidades de los personajes de Rosaura a las diez se van definiendo a través del léxico que utilizan, sus chistes, modismos y sintaxis. Esto vale para las declaraciones de Milagros, David, Camilo y Eufrasia.

En el caso de Rosaura -en realidad, María Correa-, los lectores no accedemos a su declaración, sino a la carta que Elsa le ofrece al inspector luego de la muerte de la joven. Este manuscrito de “letra pequeña y desmañada (...) no guarda ninguna analogía o semejanza con la que (...) lucían las perfumadas epístolas de Rosaura” (243) que había falseado Camilo. Sin embargo, no solo la caligrafía contrasta con la imagen de una mujer culta y refinada que había pintado Camilo. Además, el cuerpo de la carta está repleto de faltas de ortografía y maneja un tono informal que nada tiene que ver con el registro que uno esperaría de la Rosaura inventada por Camilo.

Al presentar de este modo la escritura de la carta, Denevi caracteriza a María como una mujer de pocos ingresos, que ha estado en prisión y no ha completado sus estudios. De esta manera, la carta se ofrece como un símbolo de sus orígenes humildes.

La vestimenta de Camilo (Símbolo)

Cuando Milagros detalla el modo en que conoció a Camilo Canegato, dice que el día en que se presentó en La Madrileña lo vio llegar con “un enorme sobretodo negro que le caía (...) como el cajón de un muerto”, “con un anticuado sombrerito en forma de galera” y “unos tremendos zapatos (...) con unas zuelas de goma tan altas, que parecía que el hombrecito había andado sobre cemento fresco” (8). En conjunto, Milagros advierte que Camilo quería “aumentarse la altura, pero lo que conseguía era tomar ese aspecto ridículo del hombre calzado en tacos altos” (9). Camilo Canegato es un hombre de pequeña estatura y una personalidad excesivamente tímida. Tanto su aspecto como su personalidad lo acomplejan sobremanera y busca compensarlos utilizando prendas que lo hagan ver más grande y respetable. Irónicamente, consigue con ello el efecto exactamente inverso. De esta manera, la vestimenta de Camilo se presenta en el texto como un símbolo de sus anhelos frustrados de ser alguien digno de interés, respeto y, en definitiva, amor.