Niebla

Niebla Resumen y Análisis Capítulos XVII-XXV

Resumen

Capítulo XVII

Víctor le cuenta a Augusto la historia de Eloíno Rodríguez de Alburqueque, a quien, como los médicos le advierten que le quedan pocos días de vida, convence a una mujer de que se case con él, para cuidarlo durante su agonía a cambio de cobrar luego la pensión de viudez.

Víctor revela que tiene la intención de utilizar esta historia en una novela que está escribiendo, aunque por las características que tiene su texto lo llama 'nivola' en vez de novela. De esa forma, Víctor evita lidiar con las reglas preestablecidas sobre la escritura literaria. Cuando describe las características de su nivola, explica que abunda en diálogos y monólogos del protagonista con su perro.

Finalmente, Augusto vuelve a su casa y Liduvina le avisa que Rosario lo está esperando.

Capítulo XVIII

Rosario le pide a Augusto que no la haga ilusionarse ni la vuelva a lastimar. Ella se demuestra interesada en Augusto, pero está confundida por sus raros comportamientos. Él se disculpa por hacerle creer que algo iba a pasar entre ellos, pero luego termina comentándole que planea hacer una viaje y la invita a acompañarlo. Rosario se retira compungida y Augusto queda solo, monologando sobre temas como el lenguaje y la expresión de la verdad, la inocencia y la malicia.

Capítulo XIX

Ermelinda le transmite las disculpas de Eugenia a Augusto y comunica que la muchacha acepta el favor que le hizo con la hipoteca. Augusto se enfurece ante el mensaje, puesto que sospecha que Eugenia lo busca porque tiene problemas con su pareja y le duele sentir que es su segunda opción. Al final de la conversación, sin embargo, intenta ser conciliador, aunque deja en claro que él ya no pretende nada de Eugenia más allá de su amistad. Ermelinda se va y el joven queda absorto en sus pensamientos, considerando que todas las mujeres son iguales, que hay miles de Eugenias y de Rosarios.

Capítulo XX

Augusto piensa acerca del lugar correcto al que viajar para alejarse de sus problemas, hasta que sus reflexiones son interrumpidas por la visita de Eugenia, quien intenta hacerle comprender que acepta su favor de buena fe y sin dobles intenciones. Sin embargo, la conversación comienza a ponerse tensa y el enojo de ambos escala aún más cuando Liduvina los interrumpe para informar que Rosario está esperando afuera.

Eugenia piensa que Augusto está interesado en otra mujer y se retira antes de darle tiempo a que pueda explicarse. Luego, Rosario le advierte a Augusto que no debe confiar en Eugenia y le asegura que ella le sería fiel de forma incondicional, puesto solo le importa su bienestar y no espera de él nada a cambio. Augusto queda estupefacto ante la demostración de amor y no puede comprender todo lo que Rosario le promete. Finalmente, se despiden y Augusto termina la noche jugando al ajedrez con Domingo, quien le aconseja que, si le gustan dos mujeres, intente ser el novio de ambas.

Capítulo XXI

Augusto escucha la historia de don Antonio, que le explica cómo hace para tener dos esposas. Resulta que su primera esposa se fue con un hombre casado y él terminó juntándose con la mujer de aquel. De tal forma, tiene su esposa oficial y luego la segunda, que es la que verdaderamente ama.

Capítulo XXII

Augusto le pregunta a Víctor cómo fue el nacimiento de su hijo y este le cuenta que, hasta el último minuto, tanto él como su esposa se encontraban malhumorados e irritados. Sin embargo, luego del nacimiento del bebé sus ánimos y perspectivas de vida cambiaron completamente. Ahora, la pareja se siente feliz. Aun así, Víctor le recomienda a Augusto que, si desea vivir la ilusión de la juventud eterna, es mejor que no se case.

Capítulo XXIII

Augusto recurre a un pensador llamado Antolín Sánchez Paparrigópulos para que lo oriente sobre su situación con las mujeres y enseñe sobre la psicología femenina. Antolín es presentado por el narrador como un filósofo atípico y excéntrico que no responde a los cánones de los pensadores de ese tiempo.

Antolín le dice a Augusto que las mujeres son todas una sola, comparten el alma y basta conocer a una para conocer a las demás. Augusto insinúa su intención de estar con dos mujeres a la vez, pero Antolín está completamente en contra de esa idea y le recomienda que, si desea conocer la psicología femenina, esté con una sola o con tres, pero jamás con dos.

Capítulo XXIV

Augusto sale de su entrevista con Paparrigópulos debatiéndose entre deshacerse de una de las dos mujeres que le interesan o incluir en sus experimentos a Liduvina como el tercer sujeto de estudio. Esta última idea comienza a tener sentido en su cabeza y se lamenta por el pobre Domingo, a quién le robaría la pareja.

Sus divagaciones se interrumpen por la presencia de Rosario y Augusto decide repentinamente que va a hacer un experimento psicológico con ella, aunque no lo ha planificado detalladamente. Así, comienza a besarla y apretarla contra su pecho, aunque no tiene certeza de lo que está haciendo. Como resultado, ambos se espantan: Rosario porque no sabe qué esperar de Augusto y él porque se siente incómodo y ridículo. Por ello, echa a la joven y sale a dar una vuelta para tranquilizarse. En su caminata se pregunta por su sanidad mental, pero logra calmarse y vuelve a su hogar.

Capítulo XXV

Augusto visita a Víctor, quien le comenta que desde que nació su bebé está más enfocado en la escritura. Eventualmente, Víctor detecta que Augusto sigue afectado por sus problemas de amor, así que lo insta a hablar sobre ellos y le recomienda que se case con cualquiera de las mujeres que le gustan.

Al final del capítulo, el narrador introduce una acotación dirigiéndose directamente al lector para compartir la revelación de que sus personajes están, sin saberlo, justificándolo a él y a sus decisiones.

Análisis

En esta sección analizaremos los capítulos XVII a XXV. En primer lugar, nos dedicaremos a los experimentos psicológicos que Augusto pretende ensayar sobre Eugenia y Rosario; luego, nos enfocaremos en el problema de la realidad y la ficción, especialmente a partir de las conversaciones de Augusto con Víctor Goti.

Una vez que Augusto es rechazado por Eugenia, coloca su interés sobre Rosario. Él, que nunca había dejado que su libido se expresara, comienza a ceder ante la sensualidad que lo domina y sufre arrebatos de pasión que lo confunden y alarman. En el capítulo XVIII, por ejemplo, cuando se arroja sobre Rosario: “Una niebla invadió la mente de Augusto; la sangre empezó a latirle en las sienes, sintió una opresión en el pecho. Y para libertarse de ello empezó a besar a Rosarito en los ojos, que los tenía que cerrar” (p. 135). Momentáneamente cegado por sus impulsos, Augusto trata de sentir y experimentar una realidad externa a sí mismo que se le presenta, al mismo tiempo, como una fuente de placer y de tormentos.

Tras sus acercamientos a Rosario, Augusto sostiene que, si se estudia a una mujer, ya se las conoce a todas, porque todas responden a los mismos patrones. Si bien en un comienzo estaba muy enamorado de Eugenia, ahora empieza a fijarse en otras chicas y a sentir que, en el fondo, le da igual una mujer que otra. Así, ante el rechazo de Eugenia, reflexiona: “Le debo a ella, a Eugenia ¿cómo negarlo?, el que ha despertado mi facultad amorosa; pero una vez que la despertó y suscitó no necesito ya de ella; lo que sobran son mujeres” (p. 143). Con esta idea en la cabeza, intenta racionalizar el amor y explicita el proceso que utiliza para construir su conocimiento sobre las mujeres: “Ella, Eugenia, me ha bajado del abstracto al concreto, pero ella me llevó al genérico, y hay tantas mujeres apetitosas, tantas... ¡tantas Eugenias!, ¡tantas Rosarios! No, no, conmigo no juega nadie, y menos una mujer. ¡Yo soy yo! ¡Mi alma será pequeña, pero es mía!” (p. 143). Sin embargo, este método para aproximarse a las mujeres se muestra del todo falible. Tal como se verá en los próximos capítulos, cada experimento psicológico que Augusto intenta ensayar sobre Eugenia y sobre Rosario falla, y es él quien termina siendo el objeto de estudio de ellas. Con el humor característico de toda la novela, el narrador pone palabras en boca de Augusto y luego lo desacredita para mostrar que la racionalidad fracasa cuando se propone como el único camino para conocer el mundo. Augusto intenta ser racional todo el tiempo y solo logra convertirse en un sujeto ridículo que fracasa en cada uno de sus proyectos.

En la cita anterior es posible observar también una de las preocupaciones más importantes de Augusto: el tema de la identidad. En capítulos previos, el protagonista se ha cuestionado su identidad en más de una ocasión; ahora, solo puede llegar a una conclusión: que él es él mismo y que su alma le pertenece. Tal como mencionamos en el tema “La constitución de la identidad”, la cuestión de la identidad está íntimamente relacionada con los conceptos de realidad y de ficción; conceptos que se exploran en mayor profundidad hacia el final de la novela, pero ya se esbozan a partir del capítulo XVII. En este caso, el narrador realiza una puesta en abismo (es decir, coloca una nueva historia dentro de la historia narrada) mediante el personaje de Víctor Goti, quien le cuenta a Augusto el caso de Don Eloíno, el hombre que se casó con la propietaria de un hospedaje por pura conveniencia. Aquí, Víctor expresa que pensaba escribir un sainete con aquella historia tragicómica, pero luego decidió colocarlo “de cualquier manera, como Cervantes metió en su Quijote aquellas novelas que en él figuran” (p. 129). La fusión entre la realidad y la ficción resulta evidente en este pasaje.

Como muchos críticos han señalado, Víctor es un personaje que expresa en la novela los pensamientos y las posturas del propio Miguel de Unamuno. En este sentido, el diálogo que sostiene con Augusto es de vital importancia, puesto que revela las bases del proyecto de escritura de Niebla: Víctor está escribiendo una obra y, al referirse a ella, realiza toda una serie de observaciones sobre la creación ficcional que aplican a esta novela. En primer lugar, indica que su novela

no tiene argumento, o, mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace solo (...) Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y las veces su carácter será el de no tenerlo (...) lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada (p. 130).

Esto es, claramente, una forma de hablar del proyecto escritural de Niebla que, como hemos dicho, se estructura fundamentalmente a través de los diálogos entre sus personajes. La base dialogal enmascara, según Víctor, el pensamiento del autor, ya que lo que digan los personajes no lo dicen ellos, sino que es él quien lo pone en sus bocas. Ante ello, Augusto se muestra en desacuerdo y le retruca que a veces los autores creen que tienen el control sobre sus personajes, pero en verdad “es muy frecuente que un autor acabe por ser juguete de sus ficciones” (p. 131). Con esta idea puesta en boca de Augusto, Unamuno se está adelantando muchas décadas a la teoría literaria que se desarrolla hacia fines de la década de 1960 y se extiende hasta la actualidad. El semiólogo Roland Barthes, famoso por su texto La muerte del autor, sostiene que un texto se co-construye en la instancia de recepción, sobre la que el autor no tiene control, y, por ello, la creación ficcional es autónoma y se deslinda de su creador. Esta idea, junto a muchas otras que componen la teoría de la recepción, son fundamentales para pensar la creación ficcional contemporánea, pero resultan realmente innovadoras a comienzos del siglo XX, y ello demuestra hasta qué punto Unamuno es un adelantado a su época.

A continuación, Víctor introduce el concepto de nivola, con el que Unamuno se refiere a Niebla:

Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una vez le llevó a don Eduardo Benoit, para leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo: «Pero ¡eso no es soneto! …» «No, señor —–le contestó Machado—, no es soneto, es… sonite. » Pues así con mi novela, no va a ser novela, sino… ¿cómo dije?, navilo… nebulo, no, no, nivola, eso es, ¡nivola! Así nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género… Invento el género, a inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho diálogo! (p. 131).

Por otro lado, así como Víctor refiere la historia de Don Eloíno en el capítulo XVII, en el XXIII el narrador recupera la de Antolín Sánchez Paparrigópulos, un erudito al que Augusto quiere consultar, puesto que se dedica al estudio de las mujeres. Antes de la visita, el narrador introduce al personaje y describe su labor teórica con un tono solemne que, sin embargo, está cargado de profunda ironía. En verdad, Paparrigópulos se presenta como una burla hacia determinados intelectuales contemporáneos de Unamuno. El personaje está caricaturizado hasta el extremo de lo grotesco y se lo describe como un sujeto conservador y preocupado por rescatar el glorioso pasado de España. Con un lenguaje rico en metáforas, el narrador continúa exaltando las dotes del intelectual, al tiempo que da a entender que se trata tan solo de un plagiador, alguien cuya erudición no produce ideas originales, sino que se limita a traducir al español las ideas de pensadores extranjeros aún no conocidos en España:

Y era que leía las principales obras de crítica a historia literaria que en el extranjero se publicaran, siempre que las hallase en francés, y una vez que había cogido la opinión media de los críticos más reputados, respecto a este o aquel autor, hojeábalo en un periquete para cumplir con su conciencia y quedar libre para rehacer juicios ajenos sin mengua de su escrupulosa integridad de crítico (p. 171).

Tras esta presentación que deja muy mal parado, no solo a Paparrigópulos, sino al perfil del intelectual erudito español, el autor pone en boca de este personaje una serie de ideas desopilantes sobre las mujeres, como el cuestionamiento sobre la naturaleza de sus almas:

—Dice ese escritor, y lo dice en latín, que así como cada hombre tiene su alma, las mujeres todas no tienen sino una sola y misma alma, un alma colectiva, algo así como el entendimiento agente de Averroes, repartida entre todas ellas. Y añade que las diferencias que se observan en el modo de sentir, pensar y querer de cada mujer provienen no más que de las diferencias del cuerpo, debidas a raza, clima, alimentación, etc., y que por eso son tan insignificantes. Las mujeres, dice ese escritor, se parecen entre sí mucho más que los hombres y es porque todas son una sola y misma mujer (...) Y añade ese interesantísimo y casi desconocido ginecólogo que la mujer tiene mucha más individualidad, pero mucha menos personalidad, que el hombre; cada una de ellas se siente más ella, más individual, que cada hombre, pero con menos contenido (pp. 175-176).

Augusto se interesa por esta idea y le pide consejos a Antolín, quien le sugiere que estudie a cualquier mujer, puesto que en esencia son todas lo mismo. Al poner estas ideas en boca de un erudito caricaturizado hasta lo grotesco, queda clara la burla, propuesta por el narrador, sobre la forma en que Augusto intenta conocer a las mujeres. Así, este capítulo es un excelente ejemplo de la dimensión humorística de Niebla.

Podemos hallar otra clave de lectura de Niebla en el tono comédico que domina el capítulo XXV, cuando Víctor intenta alegrar al abrumado Augusto y hace un elogio de la bufonería. Las comedias bufas, cabe aclarar, son aquellas que presentan un tono burlesco y abundante en escenas grotescas; es decir, en situaciones llevadas al ridículo o a los límites de la extravagancia. Víctor, quien escribe una nivola cargada de bufonería, le indica a Augusto: “La risa no es sino la preparación para la tragedia” (p. 186). Esta afirmación puede funcionar a modo de presagio, puesto que toda la situación que vive Augusto, aunque desopilante y ridícula, lo está conduciendo hacia su muerte. Con todo ello, es posible pensar a Niebla como una tragicomedia. Como el mismo Unamuno afirma, su objetivo con esta obra es fundir lo trágico, lo grotesco y lo sentimental para construir una novela pedagógico-humorística. Queda claro, al recorrer sus páginas con detenimiento, que dicho objetivo se ha logrado con maestría.