Niebla

Niebla Citas y Análisis

Se empeña don Miguel de Unamuno en que ponga yo un prólogo a este su libro en que se relata la tan lamentable historia de mi buen amigo Augusto Pérez y su misteriosa muerte, y yo no puedo menos sino escribirlo, porque los deseos del señor Unamuno son para mí mandatos, en la más genuina acepción de este vocablo. Sin haber yo llegado al extremo de escepticismo hamletiano de mi pobre amigo Pérez, que llegó hasta a dudar de su propia existencia, estoy por lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman libre albedrío, aunque para mi consuelo creo también que tampoco goza don Miguel de él.

Víctor Goti, Prólogo, p. 9.

Así comienza Niebla, con un prólogo escrito por uno de los personajes, Víctor Goti. En este fragmento se revela el fatalismo en la existencia de Víctor, que no puede renegar de las órdenes de su creador. Sin embargo, todo esto pasa desapercibido para el lector, ya que en una primera lectura pareciera que Víctor es simplemente un amigo del escritor y no su propia creación. Víctor se compara con su amigo, Augusto, quien duda constantemente de su existencia. Si bien a él no lo atormenta esta duda, sí se reconoce sin libre albedrío y, por tal motivo, obedece las órdenes de Unamuno y escribe el prólogo que este le pide.

La última frase de la cita, en la que Víctor aventura que probablemente don Miguel tampoco goza de libre albedrío, se presenta al lector como enigmática. Este pasaje solo cobrará sentido al final de la novela, cuando Augusto y Unamuno discutan sobre la creación ficcional y la relación de dependencia entre el creador y sus creaciones. Tal como lo plantea Augusto, los autores terminan dependiendo de sus creaciones, y es a esto a lo que Víctor apunta en este pasaje.

––Pero, dime, Víctor, ¿la vida es juego o es distracción?
––Es que el juego no es sino distracción.
––Entonces, ¿qué más da distraerse de un modo o de otro?
––Hombre, de jugar, jugar bien.
––¿Y por qué no jugar mal? ¿Y qué es jugar bien y qué jugar mal? ¿Por qué no hemos de mover estas piezas de otro modo que como las movemos?
––Esto es la tesis, Augusto amigo, según tú, filósofo conspicuo, me has enseñado.

Víctor Goti y Augusto Pérez, Capítulo III, p. 44.

En este pasaje, Augusto recurre a su amigo Víctor para compartirle sus problemas amorosos. La reunión entre los amigos deriva en una charla filosófica que remite al método socrático, la mayéutica, en el que los interlocutores se van refutando las conjeturas a través de preguntas. Esta es la forma en que Miguel de Unamuno desarrolla las distintas posturas filosóficas dentro de la novela.

¿Sueño o vivo? ––se preguntó embozándose en la manta––. ¿Soy águila o soy hombre? ¿Qué dirá el papel ese? ¿Qué novedades me traerá el nuevo día consigo? ¿Se habrá tragado esta noche un terremoto a Corcubión? ¿Y por qué no a Leipzig? ¡Oh, la asociación lírica de ideas, el desorden pindárico! El mundo es un caleidoscopio. La lógica la pone el hombre. El supremo arte es el del azar. Durmamos, pues, un rato más.» Y diose media vuelta en la cama. ¡La Correspondencia!... ¡El vinagrero! Y luego un coche, y después un automóvil, y unos chiquillos después. «¡Imposible! ––volvió a decirse Augusto––. Esto es la vida que vuelve. Y con ella el amor... ¿Y qué es el amor? ¿No es acaso la destilación de todo esto? ¿No es el jugo del aburrimiento? Pensemos en Eugenia; la hora es propicia.

Narrador, Capítulo V, p. 53.

Augusto yace en la cama, víctima del insomnio y comienza a cuestionarse su propia existencia, sospechando por primera vez la naturaleza ficticia de su ser. Con la técnica del flujo de pensamiento, Miguel de Unamuno expone el caótico derrotero de pensamientos de Augusto, que se superponen y contradicen permitiéndole al lector comprender la confusión en la que está sumergido el protagonista. Así, Unamuno logra exponer los mecanismos irracionales que constituyen la base del pensamiento humano.

Muchas veces se me ha ocurrido pensar, Orfeo, que yo no soy, a iba por la calle antojándoseme que los demás no me veían. Y otras veces he fantaseado que no me veían como me veía yo, y que mientras yo me creía ir formalmente, con toda compostura, estaba, sin saberlo, haciendo el payaso, y los demás riéndose y burlándose de mí. ¿No te ha ocurrido alguna vez a ti esto, Orfeo? Aunque no, porque tú eres joven todavía y no tienes experiencia de la vida. Y además eres perro.

Augusto Pérez, Capítulo VII, p. 67.

En este pasaje, Augusto monologa con su perro, Orfeo, que funciona como la condición necesaria para que el protagonista pueda expresar sus sentimientos en voz alta. En su monólogo, Augusto aborda desde lo personal la cuestión ontológica, dudando de si él mismo existe. Esta duda le surge por la forma en que se siente percibido por la gente en la calle. En este sentido, resulta curioso que la respuesta sea que efectivamente es un personaje de ficción y que su existencia está íntimamente ligada con el ser percibido y observado por otros. Asimismo, Augusto sospecha que la gente lo percibe de una forma ridícula cuando él intenta ser serio. Este miedo, en definitiva, es una percepción real, ya que Miguel de Unamuno como escritor se burla de sus personajes, y los expone en sus contradicciones y patetismos para generar un efecto cómico.

Volvió a sentarse, volvió a sentarla sobre sí, la ciñó con sus brazos y la apretó a su pecho. La pobrecilla le echó un brazo sobre el hombro, como para apoyarse en él, y volvió a ocultar su cara en el seno de Augusto. Y allí, como oyese el martilleo del corazón de este, se alarmó.

Narrador, Capítulo XVIII, p. 134-135.

Cuando Augusto mantiene contacto físico con Rosario, pierde el control de su propio cuerpo y su corazón se acelera al punto de preocupar a la joven. Esta respuesta física, descontrolada y torpe, es producto del despertar de sus instintos sexuales, reprimidos por la razón hasta el momento. Es así que estos encuentros resultan de una gran importancia, ya que son los primeros pasos de Augusto para experimentar el mundo desde la sensualidad. De tal forma, en los reiterados encuentros con Rosario, Augusto se esfuerza infructuosamente por contener sus deseos, produciendo siempre alguna situación ridícula e incómoda.

Apenas pisó la calle y se encontró con el cielo sobre la cabeza y las gentes que iban y venían, cada cual a su negocio o a su gusto y que no se fijaban en él, involuntariamente por supuesto, ni le hacían caso, por no conocerle sin duda, sintió que su yo, aquel yo del "¡yo soy yo!", se le iba achicando, achicando y se le replegaba en el cuerpo y aun dentro de éste buscaba un rinconcito en que acurrucarse y que no se le viera. La calle era un cinematógrafo y él sentíase cinematográfico, una sombra, un fantasma. Y es que siempre un baño en muchedumbre humana, un perderse en la masa de hombres que iban y venían sin conocerle ni percatarse de él, le produjo el efecto mismo de un baño en naturaleza abierta a cielo abierto, y a la rosa de los vientos. Sólo a solas se sentía él; sólo a solas podía decirse a sí mismo, tal vez para convencerse, "¡yo soy yo!"; ante los demás, metido en la muchedumbre atareada o distraída, no se sentía a sí mismo.

Narrador, Capítulo XIX, pp.143-144.

Durante la novela, Augusto realiza largas caminatas por las calles cuando atraviesa sus crisis existenciales y amorosas. Sin embargo, la muchedumbre y la sensación de pasar desapercibido ante el resto de la gente acentúan su malestar y su crisis de identidad. En este pasaje, los caudales de personas ensimismadas en sus propios quehaceres lo inducen a una crisis ontológica en la que llega a considerar que él es -es decir, existe- solamente cuando está en soledad. Por otra parte, para Augusto, el paseo se siente como parte de una producción cinematográfica, lo que tiene muchos puntos en común con su realidad como personaje de un libro. De alguna forma, siente la situación irreal, ficticia y artística del mundo en el que vive.

Había tenido la virtuosa fortaleza de resistir a todas las corrientes de sentimentalismo neo-romántico y a esa moda asoladora por las cuestiones llamadas sociales. Convencido de que la cuestión social es insoluble aquí abajo, de que habrá siempre pobres y ricos y de que no puede esperarse más alivio que el que aporten la caridad de estos y la resignación de aquellos, apartaba su espíritu de disputas que a nada útil conducen y refugiábase en la purísima región del arte inmaculado, adonde no alcanza la broza de las pasiones y donde halla el hombre consolador refugio para las desilusiones de la vida.

Narrador, Capítulo XXIII, p.169.

En este fragmento, Miguel de Unamuno explica de manera burlona la relación del pensador Paparrigópulos con la tradición filosófica, destacando sutilmente su concepción enmascaradamente clasista: según Paparrigópulos, al no haber posibilidad de movimiento entre los estratos sociales, el pobre y el rico deben aceptar su realidad y acostumbrarse a ella. Además, el narrador se burla a través de Antolín de todos aquellos que piensan que el arte es una cuestión de un orden superior, aislado de otras actividades humanas. En este sentido, todo el pasaje dedicado a don Antolín ridiculiza mediante el grotesco los pensamientos conservadores de los intelectuales españoles de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Este tipo de humor caracteriza Niebla de principio a fin.

Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá vivir juntos con algún desahogo. No te pido que me perdones, porque después de esto creo que te convencerás de que ni yo te hubiera hecho feliz ni tú mucho menos a mí. Cuando se te pase la primera impresión volveré a escribirte para explicarte por qué doy este paso ahora y de esta manera. Mauricio quería que nos hubiéramos escapado el día mismo de la boda, después de salir de la iglesia; pero su plan era muy complicado y me pareció, además, una crueldad inútil. Y como te dije en otra ocasión, creo quedaremos amigos. Tu amiga.

Eugenia Domingo del Arco, Capítulo XXIX, p. 203.

Este fragmento corresponde a la carta que Eugenia le envía Augusto cuando lo abandona antes de su casamiento. En ella, Eugenia demuestra su carácter resuelto, diligente y claro. A pesar de reconocer que obró mal y utilizó a Augusto, deja explicaciones sobre su accionar y evita la “crueldad inútil”. Asimismo, espera que Augusto la comprenda en un futuro y que puedan quedar en buenos términos. Con ello, Eugenia logra resolver su situación económica y terminar en pareja con el hombre que ella ama. Esta forma de abordar y resolver sus problemas es una forma de representar a la mujer moderna que comienza a cobrar protagonismo en la sociedad española de principios del siglo XX.

-Y hay que corroer. Hay que confundir.

Víctor Goti, Capítulo XXX, p. 207.

Cuando Augusto se ofende por el humor con el que Víctor se toma su tragedia, él responde con este pasaje. En estas pocas palabras se sintetiza la cosmovisión de Víctor, que es a su vez la de Unamuno, y constituye el proyecto escritural de Niebla: el autor pretende confundir, al punto de imposibilitar la diferenciación entre personajes ficticios y personas reales, y corroer hasta desdibujar los límites entre la ficción y la realidad. De este modo, Unamuno busca generar una fuerte crítica a la racionalidad y destacar la subjetividad de la percepción humana.

Y luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros aullábamos y por imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con él. Solo le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla o grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales.

Orfeo, Epílogo, p. 236.

Esta cita es un fragmento del extenso monólogo interior de Orfeo tras la muerte de su amo. El epílogo está casi enteramente dedicado a los pensamientos del perro y sus profundas concepciones filosóficas sobre el ser humano y la vida, desde su identidad perruna. El pasaje da cuenta de la fusión que realiza Unamuno entre filosofía y narrativa de ficción, al mismo tiempo que representa una gran ruptura con el realismo literario del siglo XIX. Es así que Niebla se consolida como una obra clave para el posterior desarrollo de la novela existencial y experimental durante el siglo XX.