Niebla

Niebla Metáforas y Símiles

“Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de servirnos de Dios; pretendemos abrirlo, como a un paraguas, para que nos proteja de toda suerte de males” (Símil) (p. 31)

Augusto toma su paraguas para salir a la calle, mientras filosofa sobre la belleza de las cosas que aún no fueron usadas. En ese momento, compara la forma en que la gente concibe a Dios con un paraguas, como si el primero fuera un mero protector de los males externos. Con este símil, Augusto destaca la visión utilitaria e interesada de sus contemporáneos y también la forma de practicar la fe. Para él, Dios es utilizado por las personas de forma totalmente interesada, privada de cualquier dimensión profunda y trascendental.

“Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle (...) es toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan” (Metáfora) (p. 40)

El narrador se refiere a la calle como una gran tela de araña conformada por hilos, que no son otra cosa que las interacciones de las personas: sus “miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos” (p.40). Estos finos hilos parecen invisibles, pero conectan a todos los transeúntes en múltiples direcciones, formando un entramado complejo e infinito que los enmaraña a todos.

“El mundo es un caleidoscopio. La lógica la pone el hombre. El supremo arte es el del azar” (Metáfora) (p. 53)

Esta metáfora expresa la concepción que tiene Augusto del mundo. Para él, el mundo es complejo, fragmentado y no responde a ninguna lógica, como un caleidoscopio. Sin embargo, el humano intenta comprender la realidad a través de la inteligencia y le otorga a la misma un sentido que originalmente no tiene.

“De su padre apenas se acordaba; era una sombra mítica que se le perdía en lo más lejano; era una nube sangrienta de ocaso” (Metáforas) (pp. 55-56)

Al referirse a la figura paterna de Augusto, el narrador lo describe metafóricamente como una sombra y una nube. De este modo, alude a su carácter difuso, ya que en la memoria de Augusto es apenas un recuerdo lejano. Además, el carácter sangriento refiere al único recuerdo patente que posee de su padre, “porque siendo aún pequeñito lo vio bañado en sangre, de un vómito, y cadavérico” (pp. 55-56).

“Paparrigópulos aspiraba (…) a introducir la reja de su arado crítico, aunque sólo sea un centímetro más que los aradores que le habían precedido” (Metáfora) (p. 172)

Cuando el narrador describe al pensador Paparrigópulos relaciona su trabajo con el cultivo de trigo a través de la metáfora del arado. Así, los intelectuales se retratan como aradores y la meta de Paparrigópulos es arar con un poco más de profundidad que ellos con el objetivo de cosechar un trigo mejor: “Para que la mies crezca, merced a nuevos jugos, más lozana y granen mejor las espigas y la harina sea más rica y comamos los españoles mejor pan espiritual y más barato” (p. 172). Es decir, Paparrigópulos pretende lograr nuevos y más profundos conocimientos con los que el pueblo español pueda nutrirse.

En este sentido, la metáfora le otorga a los pensadores el poder y el deber de alimentar al pueblo, estableciendo que, si un pensador trabaja bien y comprometidamente, puede repercutir en el bienestar de la sociedad a la que pertenece. Esta cosmovisión, que Miguel de Unamuno plasma en Paparrigópulos, es propia del Regeneracionismo y la generación del 98, movimientos a los que Unamuno pertenece.