Los adioses

Los adioses Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

Las mucamas del hotel, el enfermero, todos hablan del hombre, a quien todavía llaman “el nuevo” (p.55). “Cuando la soledad nos importa somos capaces de cumplir todas las vilezas adecuadas para asegurarnos compañía” (p.55), dice el narrador con respecto al enfermero, que cada día le cuenta los asuntos del nuevo para congraciarse con él; ganarse su favor, su amistad, y, por qué no, alguna copa de cortesía.

El tendero se entera a través de este traficante de rumores que los días que hay tren para la Capital el hombre viaja en ómnibus hasta el Correo, despacha dos cartas en la ciudad y luego toma una cerveza en algún bar antes de volver al pueblo. El almacén del narrador es también estafeta de correos y, sin embargo, el hombre decide hacer este viaje para despacharlas él mismo en la ciudad. Esto molesta un poco al almacenero, y aumenta su curiosidad por la correspondencia.

No obstante esta situación, por más que, para enviar cartas viaje hasta la ciudad, el hombre no puede evitar recibir las respuestas en el almacén: estaciona en el ómnibus que trae la correspondencia y el almacenero envía las cartas que van al hotel con “el muchacho de Levy, que hacía de cartero aunque no cobraba sueldo del cartero” (p.54). Para no esperar, el hombre comienza a bajar del hotel cada día al almacén, siempre en el momento en que llega el ómnibus con el correo. Un día, inclusive, se presenta ante el almacenero, para que este retenga su nombre y apellido en la memoria y le avise si hay carta para él sin necesidad exponerse y preguntar cada día.

El almacenero cuenta que el hombre recibe con regularidad dos tipos de sobres: uno con tinta azul, “escrito con letra de mujer, ancha, redonda” (p.55), y otro escrito con una “máquina vieja de tipos sucios y desnivelados” (p.55), y que espera esa correspondencia con ansiedad.

Un día, el enfermero trae nueva información: el hombre alquiló “el chalet de las portuguesas” (p.58) a Andrade, el agente inmobiliario del pueblo, por lo que deduce que se irá pronto del hotel. “No debe saber nada de lo que pasó en el chalet. Si no habla con nadie, ¿quién le habría de avisar? (...) [Es] una casa donde se murieron tres hermanas y con la prima cuatro…” (p.58), dice el enfermero. Sin embargo, corren los días y el hombre no se muda al chalet, sino que pasa nada más que las tardes en esa casita de la sierra. Cada noche, vuelve a dormir al hotel y sigue pagando su cuenta normalmente. El narrador se convence, entonces, de que se trata de una persona acaudalada.

Análisis

El rumor, y el prejuicio forman, asociados, uno de los temas fundamentales de esta novela de Onetti. A partir de información fragmentaria, los personajes construyen una historia que hilvana datos aislados de, en este caso, la vida del hombre enfermo que acaba de llegar al pueblo. Además, esa historia contiene, a veces solapados, a veces expuestos sin tapujos, juicios de valor personales de cada uno de los proveedores de información. En el caso del enfermero, hay un rencor hacia el hombre que al narrador le resulta un tanto irreductible. El enfermero parece ofendido por la actitud del “tipo” (p.57) y, por la irritación con la que se refiere a él, inclusive parece que esa ofensa fuera personal.

Además, el rumor parece oficiar de moneda de cambio entre algunos personajes. El enfermero sabe que el narrador está interesado en el hombre; nota esto desde el primer día en que el enfermo llegó al pueblo. Por esto mismo, utiliza los rumores que circulan en el hotel y sus propias observaciones para congraciarse con el almacenero. Este último no es inocente con respecto a las intenciones del enfermero: “Cuando la soledad nos importa somos capaces de cumplir todas las vilezas adecuadas para asegurarnos compañía” (p.55), dice en relación con la actitud de su informante.

La soledad es otro de los grandes tópicos de este texto y de la obra onettiana en general. A pesar de que las reacciones ante ella sean diversas, parece ser un mal que aqueja a todos los personajes por igual: el enfermero, el almacenero, el enfermo y, veremos más adelante, otros personajes que aún no han aparecido, padecen en mayor o menor medida cierto grado de aislamiento o distancia con respecto a los otros. El rumor acerca al enfermero y el tendero; el primero tiene algo que ofrecer al segundo a cambio de un poco de conversación o, al menos, un oído para volcar sus teorías y paliar la soledad.

Pero, además de lo mencionado en cuanto a su contenido, el rumor ocupa a la vez un lugar estructurante en el nivel de la forma del relato. El narrador en primera persona es un narrador-autor, ya que va componiendo la historia en base a estos rumores, que combina con su imaginación y observaciones propias. De esta forma, asistimos en cierto modo a una suerte de proceso creativo. Los hilos de la trama no se ocultan, sino que están expuestos frente al lector. A través de los chismes del enfermero, el narrador dice, por ejemplo: “empecé a verlo en el hall con mesitas encarpetadas del bar, mirando un libro o un diario, aburrido y paciente, admitiendo, supersticioso, que bastaba exhibirse vacío (...)” (p.56), y abre de este modo una escena completa y compleja que nos hace olvidar por un momento que es fruto de la imaginación prodigiosa del narrador. El rumor funciona, entonces, casi como una consigna narrativa que dispara la creatividad del almacenero de forma tal que él mismo, también, llena sus días con la vida del hombre y combate la soledad componiendo su historia.

A pesar de que hay marcas textuales mediante las cuales el narrador da la pauta de en qué momento estamos ante un rumor, cuándo ante una observación personal y cuándo algo es parte de su imaginación, al lector no siempre le resulta sencillo mantenerse atento y no abandonarse al empate entre estas tres dimensiones del relato. Al lector de Los adioses no le resulta sencilla la pasividad, ya que quien compone la historia no es de fiar.

Un narrador no confiable es un narrador en primera persona que tiene comprometida su credibilidad. Esto puede darse por diversos motivos: locura, motivaciones personales, ingenuidad o simple espíritu lúdico. Este tipo de narrador coloca al lector en un rol más activo a la hora de recibir información y organizarla. En el caso de Los adioses, estamos ante un relato compuesto por alguien que se deja llevar casi ciegamente por los rumores, en primer lugar, y, en segundo lugar, lo que es más importante, se deja llevar más aún por su propia desmesurada imaginación.

El enfermo, por su parte, ocupa el lugar del outsider, el forastero, un sujeto ajeno a las tendencias propias de la comunidad que conforman los habitantes del pueblo y quienes se alojan en el hotel. Este hecho no solo se infiere por el modo en que se comporta al tomar distancia de todo el mundo, sino que el enfermero cree comprobarlo cuando el hombre alquila la casita de las portuguesas: “No debe saber nada de lo que pasó en el chalet. Si no habla con nadie, ¿quién le habría de avisar?” (p.58), se pregunta. El narrador no cree que el hecho de que cuatro mujeres hayan muerto en esa casa pueda disuadir al hombre de alquilarla, pero no rebate la idea del enfermero de que nadie debe haberle dicho algo al respecto, es decir, de que el hombre está totalmente aislado de la comunidad.

Este aislamiento, esta soledad del enfermo, es voluntaria. El hombre es celoso de su intimidad. El contenido de los rumores le son ajenos, pero no el hecho de que en esa comunidad se rumorea. Por lo tanto, las cartas que él envía, y que contienen los nombres de las dos mujeres a las cuales escribe en el sobre, las lleva personalmente a la oficina de correo en la ciudad. No puede, eso sí, evitar recibir las respuestas a esas cartas en el almacén, que es a la vez estafeta: de este modo, el almacenero sabe de la existencia de dos mujeres en la vida del hombre, personajes clave de esta historia, de los cuales sabremos más adelante.

En términos generales, voluntaria o no, en la literatura de Onetti, la soledad parece ser una cualidad intrínseca del hombre. Sobre todo del hombre varón, ya que las mujeres tienden a cumplir un rol puramente objetual. Es decir, son objeto de reflexión, observación, deseo, aversión, pero raramente reflexionan ellas mismas. Se mantienen, más bien, como fuente de secretos y misterio. Los varones, por el contrario, encarnan la mirada onettiana sobre la condición humana. La soledad y el aislamiento son inevitables para el hombre moderno, al igual que la frustración, que, como vimos, es otro de sus grandes tópicos. Generalmente, la crisis existencial del protagonista guarda relación con su adultez: varones que en sus cuarenta años han perdido su entusiasmo adolescente y no encuentran en su cotidianidad experiencias trascendentales que los motiven. Quizá por esta razón el amor adolescente, por ejemplo, sea de los pocos asuntos “optimistas” de la literatura de Onetti.

Como veremos más adelante, el hecho de que el enfermo no encuentre, desde el punto de vista del narrador, razones para curarse, no tiene tanto que ver con el avance o el estado de su enfermedad, sino con algo más profundo que excede su condición de tuberculoso, y que tiene que ver con un desencanto con la vida a partir de lo que le sucede a su cuerpo. Volveremos sobre esto en la sección siguiente del análisis, pero es importante pensar en los primeros comentarios que el tendero hace sobre el hombre enfermo con respecto a su falta de fe y capacidad de vencer la enfermedad, no solo como una adivinación o premonición, sino también como una forma de la empatía y comprensión del mundo que el narrador cree compartir con este hombre derrotado.