Las penas del joven Werther

Las penas del joven Werther Resumen y Análisis Libro Primero: Cartas 30 de Julio - 10 de septiembre de 1771

Resumen

Esta sección está compuesta por doce cartas, las cuales están fechadas el 30 de julio; el 8, 10, 12, 15, 18, 21, 22, 28 y 30 de agosto; y el 3 y 10 de septiembre de 1771.

Werther conoce a Albert, a quien considera un hombre tranquilo y digno de respeto. No obstante, le resulta doloroso verlo junto a Lotte, su prometida, y por eso aprovecha los momentos en que él no está para encontrarse a solas con ella. Aunque Werther y Albert entablan una amistad, el primero sabe que su situación es incómoda. Él no logra tomar una decisión al respecto y, a pesar de que en ocasiones cree que debe alejarse, no sabe adónde dirigirse.

Un día, Werther le pide a Albert sus pistolas con el pretexto de que desea realizar un viaje. Mientras conversan, el primero apunta el arma a su propia sien, y esto desencadena una conversación en torno al tema del suicidio. Albert considera necias a las personas que toman esa decisión. Werther, enfurecido con quienes opinan acerca de un tema sin conocer las causas íntimas que llevan a tomar semejantes decisiones, sostiene que el suicidio puede ser un alivio para un hombre atormentado.

Finalmente, Werther ya no puede disfrutar, como antes, de la naturaleza y de la belleza que lo rodea, y siente que todo aquello tiene un enorme poder destructivo. A medida que transcurren las semanas, crece su obsesión por Lotte. En las cartas sucesivas, narra cuán desanimado se siente y considera la posibilidad de aceptar un trabajo en la corte, como lo había sugerido tiempo atrás su amigo Wilhelm. Teme perder su libertad, pero al final decide partir. El día de su cumpleaños, el 28 de agosto, Lotte le envía de regalo uno de los moños rosados que llevaba puestos la noche que lo conoció. Werther siente devoción por ese moño, ya que le recuerda los días de felicidad que vivió junto a ella. Antes de partir, comparte la última noche con Lotte y Albert, y les comenta fugazmente su decisión de marcharse. No obstante, ella no toma sus palabras con seriedad.

Análisis

Durante un poco más de un mes, Albert, Lotte y Werther logran una especie de equilibrio: el triángulo funciona, porque cada miembro respeta a los demás. Albert es un hombre muy bueno, quizás demasiado sensato para el gusto de Werther, y un buen amigo. Habla, en cierto modo, desde una perspectiva análoga a la de Wilhelm y también a la del editor, como veremos luego. A pesar de las diferencias, ambos podrían ser grandes amigos, si no fuera por la atracción que Werther siente por Lotte.

En estas cartas se hace evidente el contraste entre Werther y Albert. En la carta del 30 de julio, Werther afirma: “Su serenidad exterior contrasta vivamente con la intranquilidad de mi carácter, algo que no se puede ocultar” (p. 50). En la carta siguiente, lo define como “íntegro” (p. 53), y también comenta: “He visto a pocos que puedan comparársele en el método y la aptitud para los negocios” (p. 54). Como podemos observar, él es la antítesis de Werther, quien está alejado del mundo de los negocios y, además, es incapaz de moderarse y se deja dominar por sus pasiones. Incluso Albert le hace ver su desmesura cuando afirma: “Ese es otro de tus desvaríos (…), exageras todo (…)” (p. 56). En el medio de los polos opuestos que Werther y Albert representan, podemos situar el carácter más equilibrado de Lotte.

Algunos de los temas principales de la novela ganan claridad y fuerza en esta sección. El autoconocimiento de Werther, por ejemplo, comienza a adquirir un brillo trágico. Él escribe sobre su amor imposible hacia Lotte: “Cómo veía con absoluta claridad en qué estado me encontraba y, sin embargo, estaba actuando como un niño, cómo lo sigo viendo ahora con absoluta claridad pero sin perspectivas de corregirme” (pp. 52-53). No importa qué tan claro sea para Werther lo que debe hacer: su corazón, y no su razón, guía mayormente sus acciones, para bien o para mal. Por ejemplo, en la carta del 30 de agosto, afirma: “¡mi corazón me obliga a cada cosa!” (p. 66). Él reconoce las contradicciones en su ser, pero en lugar de verlas como problemáticas, las ve como definitorias.

El tema de la infancia en esta obra es ambivalente. En muchas ocasiones se ensalza la condición de los niños. Por ejemplo, se dice: “los más felices son aquellos que -como niños- viven el momento” (p.15). Werther afirma: “los chicos son los que más cerca están de mi corazón. Los observo y descubro en ellos el germen de toda virtud, de todas las fuerzas que algún día -sin duda- necesitarán (…)” (p. 35). También alude a un pasaje bíblico donde Jesús invita a imitarlos: “Recuerdo entonces una y otra vez las palabras del Divino Maestro: «si ustedes no llegan a ser como uno de ellos…»” (p. 35). La cita bíblica procede del Evangelio según San Mateo: “En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?». Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos»” (Mt 18, 1-3).

Werther admira a los niños y, en más de una oportunidad, se compara con ellos. En una ocasión incluso afirma: “Aprendo mucho con ellos (…)” (p. 60). Pero en algunos casos, la condición de los niños adquiere un valor negativo. Por ejemplo, esto sucede cuando Werther explica: “(…) los mayores deambulan por esta tierra, igual que niños, sin saber de dónde vienen, ni adónde van, sin saber los verdaderos motivos de su hacer, regidos por dulces y azotes (…)” (p. 15). También lo infantil adquiere un valor negativo cuando Werther lo utiliza para referirse a su incapacidad para ver las cosas con claridad y de aceptar la realidad, como en el símil del pasaje citado anteriormente, cuando dice “estaba actuando como un niño” (p. 53). Además, en una carta previa (del 8 de julio), afirma: “¡Qué infantiles somos! ¡Cómo deseamos tan solo una mirada!” (p. 42), y concluye: “¡Qué infantil soy!” (p. 43). En este caso, su condición infantil está ligada al acto de reclamar la atención de otros, en su caso, la de Lotte, de quien estaba esperando que le dirigiera la mirada.

Por otro lado, las referencias al suicidio adquieren más relevancia durante este periodo. Luego de que Albert acceda a prestarle las pistolas a Werther y, paradójicamente, justo cuando se explaya sobre qué implica ser una persona prudente, Werther, divagando en sus pensamientos, termina apuntando un arma a su propia sien. Luego explica el suicidio como el acto de quien que ha sobrepasado el límite de lo que puede soportar. Para Albert, en cambio, se trata de un acto de cobardía o de debilidad. Ellos no logran ponerse de acuerdo. Por supuesto, en su debate, Werther habla a un nivel muy personal: al pronunciarse en defensa del suicidio, no defiende una causa abstracta, sino que se defiende a sí mismo, y se reserva el derecho de acabar con su propia vida si alguna vez lo desea.

Finalmente, es significativa la reflexión de Lotte al final del libro primero. En la víspera de la partida de Werther, cuando él aún no les ha anunciado a sus amigos que ha decidido marcharse, ella habla acerca de su madre muerta y se pregunta: “¿habremos de volver a vernos, a reconocernos?” (pp. 68-69). Werther, profundamente conmovido, parece hablar de su propia esperanza de reencontrarse con ella, tal vez en otro mundo, cuando responde: “(…) nos volveremos a ver. ¡Nos veremos aquí y allá!” (p. 69). Al final de la novela, reencontraremos la frase, en la carta de despedida de Werther dirigida a Lotte: “¡nos volveremos a ver!” (p. 140). Allí también se refiere al encuentro con la madre de ella: “¡Veré a tu madre!, iré a verla, la buscaré (…)” (p. 140).