La náusea

La náusea Resumen y Análisis Parte 1

Resumen

[Hoja sin fecha]

La novela comienza con una breve reflexión sobre la importancia de escribir un diario en el que quede un registro de los acontecimientos cotidianos de la vida del narrador. De esta forma, él va a poder tener una perspectiva más clara respecto de cómo cambian las cosas. Por otro lado, el narrador también reconoce que llevar un diario puede ser peligroso, ya que se exagera todo y se fuerza la verdad. Luego reflexiona sobre la poca claridad que tiene en ese presente a propósito de los acontecimientos que ocurrieron en los días anteriores. Cuando el narrador recuerda su participación en un juego en el que un par de niños lanzaban guijarros al agua, concluye que esa experiencia no ha dejado ninguna huella en él. Por último, afirma que no está loco y que le gustaría estar seguro de que todos los cambios, en realidad, conciernen a los objetos.

Las diez y media

El narrador comienza reflexionando sobre los acontecimientos escritos anteriormente y admite que tal vez sí tuvo una ligera crisis de locura. Luego, observa desde la ventana de su cuarto a un grupo de personas que esperan el último tranvía del día. También hace referencia al señor de Rouen, un hombre que va todas las semanas al hotel en donde él se está quedando y reserva siempre la habitación número 2. Cuando lo escucha subir las escaleras, reflexiona sobre el hecho de que no hay nada que temer en un mundo tan regular como en el que vive. El narrador decide irse a dormir y comenta que hay un solo caso en el que sería interesante escribir un diario, aunque no especifica cuál sería ese caso.

Diario: Lunes 29 de enero de 1932

Antoine Roquentin, el narrador, comienza oficialmente su diario haciendo referencia a “algo” que se instaló en él, que es como una sensación de molestia permanente. Al principio, Antoine se persuade de que no es nada, pero ahora que está escribiendo sus impresiones diarias entiende que ese malestar está creciendo. Luego, hace referencia a su profesión de historiador y menciona que, para escribir el diario, debería aplicar todo el conocimiento que tiene de sí mismo. Antoine es consciente de que en las últimas semanas se ha producido un cambio en su vida, aunque no termina de entender de qué se trata. Resuelve que es “un cambio abstracto que se apoya en nada” (p.3). Por último, se convence de que es él quien ha cambiado. Luego, recuerda su salida de Francia, sus seis años de viajes y su retorno al país. Revive el momento en que decidió regresar: estaba en Indochina luego de viajar durante años y un colega suyo le ofreció un trabajo en Bengala. Antoine siempre había querido ir a ese lugar, pero en el momento de tomar la decisión, sintió que su pasión estaba muerta y que se encontraba vacío. De esta forma, rechazó el ofrecimiento y volvió a Francia. Cuando tomó esta decisión sintió que había una idea “voluminosa e insípida” (p.4) frente a él, que no podía mirar directamente por la repugnancia que le producía.

Martes 30 de enero

Antoine escribe que ha trabajado desde las nueve hasta la una en la biblioteca, terminando un capítulo de su libro sobre el Marqués de Rollebon, un aristócrata de fines del siglo XVIII. Luego va al café Mably y almuerza un sándwich. Hace referencia a la normalidad que propone ese café que frecuenta. La dinámica es más o menos siempre la misma: la gente almuerza en pensiones de familia y luego va al café Mably, a cargo del señor M. Fasquelle, para tomar un café y jugar al póker de ases. Antoine Roquentin hace referencia a que las personas que van al café “necesitan ser muchos para existir” (p.5), mientras él vive solo, nunca habla con nadie, no recibe ni da nada.

Luego menciona a las únicas dos personas con las que tiene contacto: el Autodidacta y Françoise, la patrona del Rendez-vous des Cheminots. Con respecto a Françoise, Antoine expresa que solo le habla para concertar citas sexuales con ella. Antoine no le paga; hacen el amor “de igual a igual” (p.5). En los momentos previos al sexo, Françoise le sigue hablando como a un cliente del café, mientras se saca el vestido. Antoine antes pensaba en Anny, una antigua amante suya, pero ahora ya ni siquiera eso. No piensa en nadie. El hombre que vive solo, dice, es testigo de los relatos absurdos de las personas que giran alrededor suyo. Al mismo tiempo, para el hombre solo lo verosímil desaparece. Así y todo, Antoine se queda entre las personas, en lo que él llama “la superficie de la soledad” (p.6) para refugiarse. Por otro lado, Antoine también reflexiona sobre el exceso de importancia que estas personas le dan al hecho de pensar las mismas cosas. Así y todo, siente hastío de estar solo y quisiera tener a alguien para hablar de lo que le pasa, por ejemplo, Anny.

Luego de escribir diez páginas de su diario, Antoine se da cuenta de que ese “Nada nuevo” con el que empezó su entrada correspondiente a ese día, en realidad, no ha sido del todo sincero, ya que sí tiene una pequeña historia para escribir. Esta historia se reduce a que esa mañana, cuando estaba yendo a la biblioteca, encontró un papel en el suelo y quiso levantarlo, pero no pudo. Este episodio le hizo sentir que no era libre. A su vez, esa idea lo persiguió durante todo el día y fue la que prácticamente le “dictó” las páginas anteriores. Antoine no está conforme con el hecho de no haber escrito sobre este episodio en el café Mably, ni tampoco con el resultado de su escritura mientras estuvo allí. Repasa el momento en que no pudo levantar el papel del suelo y concluye que ya no es libre, porque no puede hacer lo que quiere. Al mismo tiempo, recuerda el episodio con el grupo de chicos que estaba jugando con los guijarros. La piedra le produjo una “repugnancia dulzona” (p.8) que pasaba del guijarro a sus manos; una especie de náusea.

Jueves por la mañana en la biblioteca

Antoine cuenta que acaba de oír a Lucie, la mujer que ayuda con la limpieza del hotel, quejándose con la patrona respecto del borracho de su marido. Según Antoine, el marido de Lucie está tuberculoso. Más allá de esto, él reflexiona sobre cómo Lucie suele tratar de evadir sus problemas cantando en las habitaciones mientras las limpia. En ese sentido, Antoine dice que Lucie parece una mujer avara y se pregunta si, en el fondo, ella no preferiría “hundirse en la desesperación” (p.9) como una forma de explotar de una buena vez y terminar con todo.

Jueves por la tarde

Antoine Roquentin hace referencia a las palabras de Germain Berger sobre M. de Rollebon. En principio, dice que, aunque era muy feo, tenía todas las mujeres de la corte porque despertaba en ellas los más oscuros deseos. Además, Rollebon parece haber estado involucrado en el asesinato de Pablo I en Rusia. Por otro lado, luego de este episodio, M. de Robellon viaja por diversos países, traficando y espiando. De regreso en Paris, con setenta años ya, se casa con una joven de dieciocho. Por último, es acusado de traición y lo encierran sin juicio de por medio. M. de Rollebon muere en un calabozo cinco años después.

Fueron estas palabras de Berger las que hicieron que Antoine se fascinara por M. de Rollebon y decidiera convertirlo en su objeto de estudio. A su vez, como la mayoría de los documentos sobre las estadías de Rollebon en Francia se encuentran en la biblioteca de Bouville, Antoine decidió radicarse por un tiempo en esta ciudad. Por otro lado, Antoine también expresa que, a pesar de contar con una gran cantidad de cartas, informes secretos y archivos de policía, toda la información que gira en torno a M. de Rollebon es inconsistente. Aunque al comienzo Antoine estaba fascinado por M. de Rollebon, confiesa que este hombre ya empieza a aburrirlo. Solo continúa escribiendo sobre él por el apego que siente hacia al proyecto del libro. Cuando Antoine repasa algunas de las aventuras de Rollebon como, por ejemplo, el tráfico de fusiles con los principados asiáticos, concluye en que no hay forma de probar nada de lo que se dice sobre el marqués. Todo en última instancia serán “hipótesis juiciosas que explican los hechos” (p.11). Por lo demás, Antoine tiene la impresión de que lo que está realizando con su libro es un trabajo imaginativo.

Viernes

Son las tres de la tarde y Antoine reflexiona sobre lo absurdo que resulta esa hora, en la que es demasiado temprano o demasiado tarde para lo que una persona quiere hacer. Por otro lado, hace referencia a que el sol embadurna todo con un barniz dorado, y que sería conveniente dormir una siesta. El problema es que ha dormido demasiado bien la noche anterior y no tiene suficiente sueño. Al mismo tiempo, ese sol lo incita a la introspección, lo que Antoine trata de evitar porque siente que llegaría al hastío absoluto de sí mismo. Por esta razón, se queda sentado, con los brazos colgando, esperando que llegue la noche. Luego Antoine se pregunta si efectivamente M. de Rollebon habrá participado del asesinato de Pablo I. Según un tal Tcherkoff, Robellon fue contratado para hacerlo, pero, al mismo tiempo, Antoine no confía demasiado en las palabras de Tcherkoff, ya que no coinciden con la idea que él tiene del marqués. Luego, Antoine hace referencia a las palabras que Mme. de Charrieres le dedicó a M. de Rollebon, en las que lo definía como un hombre absolutamente inexpresivo, hasta el punto de provocarle aburrimiento. En este punto, Antoine se pregunta cómo hacía Rollebon para seducir a las mujeres. Por último, luego de repasar algunos hechos sobre la noche en la que Pablo I fue asesinado, Antoine concluye que existe la posibilidad de que M. de Rollebon se haya disfrazado de partera y se haya inmiscuido en el palacio para cometer el asesinato. Antoine Roquentin dice que Rollebon lo harta. Se levanta y va a mirarse al espejo, al que define como “un agujero blanco” y “una trampa” (p.13). Lo que ve es el reflejo de su rostro, al que hace referencia como “una cosa gris” (p.13). A propósito de su rostro, afirma que no comprende nada en él. Luego de examinar sus facciones, Antoine dice que no cree que nadie pueda atribuirle a su rostro las cualidades de lindo o de feo, ya que sería como atribuírselas a un montón de tierra o a un bloque de piedra. Luego de quedarse un buen rato recorriendo en detalle su rostro, Antoine pierde el equilibrio. Al final, concluye que se le hace imposible comprender su propio rostro fundamentalmente porque es un hombre solo. En cambio, las personas que viven en sociedad han aprendido a mirarse al espejo de la misma forma en que las ven sus amigos. Esta conclusión lo deja abatido y confiesa ya no tener ganas de trabajar. Solo le queda esperar la noche.

Las cinco y media

Antoine está preocupado porque le ha dado la Náusea. Lo extraño es que le da por primera vez en un café. Antes, estos lugares eran los únicos refugios que él encontraba para sobrellevar la Náusea, pero ahora que le ha dado en uno de ellos, Antoine se lamenta, porque ya no sabrá a dónde ir. Antoine está en el café Rendez-vous des Cheminots para tener sexo con la patrona, pero Madeleine, la sirvienta, le comunica que ella no está. Cuando la sirvienta le pregunta qué quiere tomar, es en ese momento que a Antoine le da la Náusea: no sabe dónde está, los colores giran a su alrededor y tiene ganas de vomitar. Desde ese momento, la Náusea lo posee. Luego de analizar el color de la camisa de Adolphe, el primo de la patrona que atiende cuando ella no está, Antoine reflexiona sobre la Náusea y entiende que no está en él, sino en todas las cosas alrededor de él. En ese sentido, la Náusea es el café y, de esta forma, Antoine está dentro de ella. Antoine observa a un hombre que se mece con la silla hacia atrás, creando un gran suspenso respecto de si se caerá o no de espaldas al suelo. El hombre llega a agarrarse del mostrador antes de perder el equilibrio. Antoine está harto y le pide a Madeleine que ponga la canción Some of these days en el fonógrafo. Ella va a preguntarle a un grupo de cuatro personas que están jugando a las cartas si les molesta que ponga música. Cuando Madeleine pone el disco, Antoine comienza a sentirse feliz; experimenta lo que él llama una “dicha de Náusea” (p.17). Mientras los hombres siguen jugando a las cartas, Antoine percibe la llegada del veterinario con su nieta. La Náusea desaparece justo en el momento en que suena el estribillo de la canción. A partir de esta sensación, Antoine, que sigue los movimientos de las personas que juegan a las cartas, reflexiona sobre su pasado y reconoce que ha tenido aventuras en su vida. Como ejemplo de esto hace referencia a que ha tenido mujeres y que ha peleado con individuos. Antoine se compara con el disco, en el sentido que después de esas experiencias él no pudo volver atrás, como un disco no puede girar al revés. Uno de los jugadores lanza el nueve de corazones y Antoine se levanta para retirarse del café. Cuando pasa por el espejo, ve un rostro inhumano.

Su plan para después es ir al cinematógrafo, pero son las siete y media y la película empieza a las nueve. Antoine hace tiempo deambulando por Bouville. A medida que recorre sus calles, precisa ciertos aspectos de la ciudad como, por ejemplo, cuáles son los barrios menos poblados, o el aporte de los hermanos Soleil para la construcción de la bóveda de la iglesia Saint-Cécile-de-la-Mer. Por otro lado, mientras pasea por la ciudad, mete los pies en diferentes charcos. La descripción que hace Antoine cuando toma el bulevar Noir es minuciosa pero, al mismo tiempo, intrascendente y apática. De hecho, afirma que “Ni siquiera hay asesinatos, por falta de asesinos y de víctimas” (p.21). Antoine compara este bulevar con un triángulo y con un mineral y dice que es inhumano. Al mismo tiempo, reconoce que es una suerte que haya un bulevar así en Bouville. Antoine está feliz por la pureza del frío y de la noche. De repente aparece una pareja a unos metros de Antoine. El hombre se enoja y deja a la mujer sola en medio de la calle. Antoine se da cuenta de que la mujer es Lucie, la criada, y que el hombre es su marido alcohólico. La observa sufriendo por la discusión con su marido, pero decide darle la espalda y también dejarla sola, ya que entiende que solo puede recibir de una soledad trágica como la de Lucie “pureza vacía” (p.22).

Jueves once y media

Luego de trabajar dos horas en la sala de lectura, Antoine baja al patio de las Hipotecas a fumar su pipa. Desde allí observa a las señora paseando a sus perros y la estatua de Gustave Impétraz, inspector de academia, pintor y escritor de Bouville. Mientras contempla la estatua, aparece detrás de él el Autodidacta. Antoine otra vez estás sin ganas de trabajar. Sin embargo, entra de nuevo en la biblioteca con el Autodidacto. Cuando Antoine le pregunta qué está leyendo, el Autodidacta le contesta que lee a Larbalétrier y a Lastex. Antoine percibe una vergüenza innecesaria en el joven al confesar sus lecturas ya que, después de todo, son lecturas decentes.

Las tres

Antoine se pone a trabajar sin entusiasmo ante la mirada del Autodidacto, que ha ido a buscar otros libros también de autores que empiezan con la letra “L”. En este punto, Antoine saca la conclusión de que el método del Autodidacto es instruirse por orden alfabético. Al darse cuenta de esto, Antoine valora su fuerza de voluntad.

Viernes, las tres

Antoine ahora contempla a través de la ventana de su habitación a una vieja que corretea afuera. Por alguna razón, esta señora lo irrita. Antoine debería rellenar su pipa, pero le faltan fuerzas para hacerlo. Él adivina la dirección que tomará la vieja porque ve el porvenir: “Está allí, en la calle, apenas más pálido que el presente” (p.25). Antoine tiene la capacidad de “prever” a la vieja. Ya no distingue presente de futuro, porque el tiempo, según él, produce asco cuando llega, ya que nos damos cuenta de que siempre estuvo ahí. Luego de apartarse de la ventana, se mira al espejo, se hastía de su propia imagen y se tira en la cama, con toda la intención de dormir. Comienza a ver imágenes en el techo. De a poco, esta imagen cobra forma y resulta ser un camello atado a una piedra que él vio en Marruecos en el pasado. Esto lo lleva a recordar a un montañés que los asustó a él y a Anny, también en Marruecos. Sin embargo, Antoine no logra recordar algunos detalles de ese momento, como, por ejemplo, si Anny estaba a su derecha o a su izquierda. Ya ni siquiera logra recordar los detalles de esa plaza a la que él iba todos los días; así y todo tiene una vaga sensación de que era encantadora. A propósito de esto, Antoine acepta que del pasado solo lo quedan restos de imágenes y no le queda muy claro si son recuerdos o ficciones. Antoine piensa en ir a buscar las fotos de Meknes para tener una imagen más viva de su recuerdo, pero al final desiste de la idea, ya que el otro día encontró una foto de una mujer que sonreía junto a un estanque y no se dio cuenta de que era Anny sino hasta que miró el reverso de la foto, en donde estaba escrito.

Esto lo lleva a afirmar que construye sus recuerdos con el presente, y que él está abandonado en ese presente, desde el cual el pasado se vuelve inaccesible. El Autodidacto llama a la puerta; Antoine había olvidado que le había prometido mostrarle sus fotos de viaje. No quiere mostrárselas, pero acaba haciéndolo. Mientras observa una foto de una vista de San Sebastián, el Autodidacto le dice a Antoine que tiene mucha suerte y le pregunta si no cree que los viajes son la mejor escuela. Antoine apenas hace un gesto vago como respuesta. Cuando el Autodidacto llega a una foto de Segovia, se entusiasma por haber leído algo sobre la ciudad, pero no logra recordar el nombre del autor. Antoine le recuerda que va por Lavergne, dándole a entender que ha descubierto su estrategia de leer alfabéticamente todos los libros de la biblioteca. El Autodidacto se entusiasma y dice que, en seis años, cuando termine su instrucción, quiere unirse a un crucero de un año al Cercano Oriente para vivir nuevas aventuras. Luego, el Autodidacto lo pregunta a Antoine si ha tenido muchas aventuras, a lo que este responde, sin entusiasmo, que algunas. Esta pregunta del Autodidacto lleva a Antoine a reflexionar sobre el concepto de “aventura”, hasta el punto de ya no saber qué significa esa palabra.

El Autodidacto finalmente se va y Antoine se enciende su pipa. Reflexiona que, en realidad, no ha tenido aventuras. Antoine recuerda que ese marroquí que lo asaltó en Meknes quiso atacarlo con una gran navaja, pero él le dio un puñetazo y luego un grupo de árabes lo persiguieron. Más allá de si eso puede ser considerado una aventura, es ante todo algo que le sucedió. Al final, Antoine opta por sentenciar que no tuvo aventuras; sí historias, incidentes, acontecimientos, pero aventuras, no. Y el hecho de haber creído que las tuvo hace que sienta que se ha engañado por mucho tiempo. En ese sentido, Antoine cree que la aventura solo cobra sentido con su muerte.

Análisis

La náusea comienza con una reflexión del narrador y protagonista Antoine Roquentin sobre la importancia de escribir un diario para dejar un registro de los acontecimientos cotidianos de su vida. Según Antoine, esto es importante porque da una perspectiva más clara respecto de cómo cambian las cosas. Esta introducción ya nos permite establecer una relación directa con un movimiento filosófico que tuvo una gran influencia en el pensamiento existencialista de Sartre: la fenomenología. Este movimiento sostiene que el estudio filosófico del mundo solo se puede concebir en tanto se manifiesta en la conciencia, es decir, en la experiencia subjetiva del ser humano. De esta forma, Antoine Roquentin se dispone a analizar los fenómenos de su propia existencia a partir de la descripción y el examen de los mismos. En ese sentido, el diario de Antoine comprenderá las anotaciones de su experiencia personal y subjetiva, y, en función de estas notas, él podrá obtener una perspectiva concreta respecto del mundo.

Por otro lado, Roquentin ya nos presenta el punto de vista del existencialismo: para él la vida no tiene un propósito esencial e inherente al ser humano. Lo que cuenta, aquello que podría darle algo de sentido a la existencia, son las decisiones individuales y el responsable ejercicio de la libertad de las personas. Por esa razón, lo único que vale la pena analizar para Roquentin es su cotidianidad, ya que es la consecuencia directa de sus decisiones. Así y todo, escribir un diario tiene sus riesgos: se exagera, se fuerza la verdad. Además, está el problema de la memoria: la falta de claridad con respecto a los acontecimientos de los días anteriores. De esta forma, se presenta la escritura como una acción peligrosa y necesaria; una decisión casi heroica en un mundo que, de tan regular y absurdo, se vuelve aburrido.

El formato "diario" normalmente produce una mayor sensación de verosimilitud respecto de lo narrado, ya que genera en el lector una suerte de complicidad con el narrador, como si estuviera accediendo a su intimidad. Dicho de otra forma: un diario personal normalmente se escribe para uno mismo y eso supone, de alguna manera, que el que lo escribe no tiene ninguna intención de engañarse o de mentirse a sí mismo. En ese sentido, podemos decir que el formato diario nos acerca de una forma más profunda e íntima a la visión del mundo que tiene Antoine Roquentin.

Cabe aclarar que la visión del mundo de Antoine está estrechamente relacionada con la del propio Jean Paul Sartre al momento de escribir la novela. En la década del treinta, que es cuando Sartre escribe La náusea, el mundo está sufriendo las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial y, al mismo tiempo, se percibe como inminente el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, el existencialismo se consolida como una de las corrientes filosóficas que mejor encastra con la cruda realidad, y Sartre es uno de sus máximos exponentes.

Por otro lado, Jean Paul Sartre se considera a sí mismo un humanista, pero no en el sentido tradicional del concepto. El humanismo renacentista, surgido a finales del siglo XIV, destaca el valor del hombre por sus producciones y valores morales, y lo considera el más perfecto de todos los seres. En cambio, el humanismo de Sartre, lejos de enaltecer la importancia del hombre en función de sus cualidades morales y sus logros, se basa en que la dignidad humana radica en la libertad, es decir, en su capacidad de construir su identidad tomando decisiones y actuando en consecuencia. Sartre explicará en su conferencia "El existencialismo es un humanismo", llevada a cabo el 29 de octubre de 1945 en el club Maintenant de París, que el existencialismo es un humanismo "porque recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde decidirá de sí mismo; y porque mostramos que no es volviendo hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará precisamente en cuanto a humano". En relación con esto, entendemos que el humanismo de Sartre no busca poner énfasis en la dignidad humana a partir de sus valores morales, sino a partir de la libertad individual de los hombres. Naturalmente, las dos Grandes Guerras de principios del siglo XX tuvieron gran influencia en esta alteración del paradigma filosófico con respecto a la concepción del hombre, obligando a los pensadores a cambiar el eje del humanismo tal como se lo venía construyendo desde el Renacimiento.

El existencialismo, entonces, pone énfasis en que cada persona es responsable de sus actos y que no hay una esencia humana que determine al hombre, sino que son sus decisiones y sus actos los que van construyendo su esencia. Esa libertad individual que reconoce el existencialismo en el hombre conlleva una gran responsabilidad que deriva, a su vez, en una profunda angustia existencial. Antoine reflejará a lo largo de toda la novela el vértigo que irradia cada una de sus decisiones y nos ofrecerá una reflexión sincera, por momentos descarnada, de su propia existencia. Si el hombre es arrojado al mundo sin un propósito claro que lo justifique, como sentencia el existencialismo, cada una de sus acciones es la tentativa de darle un sentido a la vida y, en consecuencia, un potencial fracaso.

Roquentin comienza su diario haciendo referencia a una sensación de molestia permanente que se instaló en él y que se profundizó con el correr de la escritura. Habla de “algo”, de un “cambio abstracto que se apoya en nada”, de una “idea voluminosa e insípida” que le produce repugnancia. De esta forma, Antoine ya comienza a esbozar su náusea, esa sensación de asco, de rechazo hacia todo que crece en él. Cuando recuerda sus años trabajando y viajando por el exterior, y la razón por la que decidió volver a Francia, lo deja muy claro: “Mi pasión estaba muerta. Me había arrebatado y arrastrado: en la actualidad me sentía vacío” (p.4). Antoine Roquentin comienza a asociar esa sensación de náusea con el vacío, es decir, con la falta de motivación.

Esta falta de motivación se relaciona, en parte, con la insulsa y obvia normalidad de los días. Antoine describe su almuerzo en el café Mably como un contexto en el que la dinámica es más o menos siempre la misma. Cuando afirma que todos aquellos que van al café “necesitan ser muchos para exisitir” (p.5), se puede entender como una crítica propia del existencialismo a la falta de individualidad, es decir, a la falta de libertad de las personas. Al mismo tiempo, Roquentin se reconoce como un hombre que vive solo, que está solo; eso lo condena a los relatos absurdos de los demás. Pero, al mismo tiempo, para el hombre que vive en soledad, como Antoine, lo verosímil desaparece, ya que no tiene a nadie que apoye, crea o, incluso, discuta su relato. De esta forma, Antoine está condenado a los relatos absurdos de los demás y a su propia incapacidad de alcanzar el verosímil. De a poco, se va construyendo la idea de que Roquentin está condenado y que esa condena tiene que ver, como se verá más adelante, con la imposibilidad de llegar a un relato más o menos consistente respecto del propósito de la existencia.

La soledad es, sin duda, uno de los grandes temas de La náusea. Esta no solo se aborda desde el punto de vista de la vida solitaria que lleva Antoine, sino también en cuanto al desamparo que siente respecto de lo absurdo de su existencia. El hombre es arrojado al mundo sin un propósito que le dé sentido a su existencia, y esto produce una fuerte sensación de soledad. En ese sentido, la soledad no es una condición que se relacione estrictamente con el hecho de estar solo, sino también con la sensación de vacío que produce lo absurdo de la existencia.

Antoine no puede levantar un papel del suelo de la biblioteca y concluye que ya no es libre porque no puede hacer lo que quiere. Aquí aparece uno de los preceptos máximos del existencialismo: la libertad. Lo que le sucede a Roquentin es que no puede hace uso de su libertad para levantar ese papel. Según el existencialismo, son las acciones individuales que realizan las personas en pleno ejercicio de su libertad lo que le da un cierto propósito a sus existencias. Por eso, el hecho de no poder levantar ese papel del suelo hace que Roquentin se cuestione seriamente no solo su condición de hombre libre, sino también su capacidad de darle un sentido a su propia vida.

Al mismo tiempo, nos encontramos con que Antoine Roquentin utiliza la escritura como un mecanismo de autoconocimiento y de análisis de la realidad. El hecho de llevar un registro tan pormenorizado de sus actividades cotidianas y, sobre todo, de sus impresiones, funciona como un espejo en el que él se ve reflejado y en el que también contempla sus propias deformaciones. Por lo general, no está conforme con lo que escribe, ni tampoco con lo que no escribe, es decir, con lo que omite. La escritura es frustrante, pero no mucho más que la vida en sí misma. Por otro lado, siente que el personaje de M. de Rollebon ya comienza a aburrirlo. Este aburrimiento está relacionado, en parte, por la inconsistencia de toda la información que gira en torno al Marqués. El pasado de Rollebon se presenta como una subjetividad, y el hecho de escribir un libro sobre él, aunque Antoine se apoye en cartas y documentos, se vuelve un acto imaginativo, ya que no hay forma de probar nada de lo que se dice de él. De esta forma, el pasado no es más que un relato, es decir, una construcción subjetiva desde el presente que, simplemente, expone “hipótesis juiciosas que explican los hechos” (p.11).

En un momento, cuando Roquentin deja de escribir y va a mirarse al espejo, se marea al no poder comprender su propio rostro. Esta incapacidad para reconocerse, según él, está relacionada con el hecho de que es un hombre solo. La soledad, entonces, es una condición que, si bien le asegura a Antoine cierto nivel de libertad, al mismo tiempo puede resultar un obstáculo en la construcción de su propia identidad, por no tener cerca otras personas en las cuales verse reflejado. En ese sentido, podemos decir que toda identidad no solo se construye a partir de las decisiones y los actos individuales de una persona, sino también de que haya testigos que los validen por el simple hecho de percibirlos. La soledad representa un problema para Roquentin, sobre todo porque carece de personas que le den entidad tanto al relato de Antoine como a sus actos.

Roquentin ya ni siquiera encuentra consuelo en los cafés. De hecho, le da la náusea por primera vez en uno de ellos. Esta náusea es un concepto más bien abstracto, relacionado con la incomodidad que siente Antoine respecto de lo absurdo de su propia existencia. A lo largo de la novela, Roquentin irá descubriendo cada vez con mayor precisión de qué se trata su náusea y la relacionará con la falta de propósito con el que el hombre es arrojado al mundo. Por el momento, Antoine entiende que la náusea está en todas partes, y que él está en ella. De la única forma que se mitiga un poco el efecto es con el estribillo de su canción favorita. Si la náusea, en principio, está relacionada con una reacción refleja frente a la carencia de sentido de la vida, la única forma de combatirla, es decir, de amortiguar su efecto, tiene que ver con una expresión artística como, en este caso, la música. Aquí se presenta una idea que se terminará desarrollando mejor hacia el final de la novela: qué función cumple el arte en esta existencia sin sentido. En principio, por el ejemplo anterior, podemos decir que ayuda a sobrellevar la angustia del absurdo de la existencia.

Otro de los temas que se presentan en esta primera parte es el del tiempo. Antoine ya no distingue presente de futuro porque el tiempo, según él, produce una sensación de asco, ya que, cuando llega, tenemos la impresión de que siempre estuvo ahí. El tiempo, en ese sentido, se acumula sin ningún propósito, y esto es así porque tampoco nuestra vida lo tiene. Dicho de otra forma, el tiempo es la condición de existencia del absurdo humano y algo que hay que pasar, que matar. Para el existencialismo, el tiempo, lejos de ser un aliado en la búsqueda del sentido de la vida, es un obstáculo que hay que sortear. El aburrimiento marca la cadencia de los días y el hombre debe transcurrir su vida luchando permanentemente contra la incapacidad de justificar su propia existencia.