La náusea

La crisis

Lo que lentamente se iba aproximando, lo que lentamente le iba mostrando a Roquentin, lo absurdo de las cosas y de los menesteres cotidianos de la vida, tendrá su crisis o desencadenamiento en un parque público. El pasaje es de varias páginas, y ha llegado a mover al pensador Alphonse de Waelhens, para decir que en ese fragmento se cifra todo el pensar heideggeriano de "Ser y tiempo". Para el profesor de Lovaina, en esas palabras se traduce la experiencia central de toda la filosofía del filósofo alemán.[1]​

Estaba, pues, hace un momento en el jardín público. La raíz del castaño se hundía en la tierra justamente por debajo de mi banco. No me acordaba ya de que esto era una raíz. Las palabras se habían desvanecido, y con ellas la significación de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas que los hombres han trazado en su superficie. Estaba sentado, un poco inclinado, la cabeza baja, solo ante esta masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me causaba miedo. Y después tuve esta iluminación.

Roquentin manifiesta que la visión le cortó el aliento. Nunca antes había presentido lo que quería decir "existir". Era como todos los otros. Decía: "El mar "es" verde." Pero no sospechaba el existir que se escondía detrás del "es". El protagonista reconoce de inmediato que la brutalidad de la existencia, que es y que no es una nada, se esconde regularmente en la vida de todos los días. Se usan las cosas, como útiles, se las maneja, se hacen proyectos, se encuentran o dibujan caminos, pero todo ello en un afán humano de tejer una "inteligibilidad" que se adosa a la existencia o a lo que brutamente existe, para quitarle toda su aspereza. Las palabras contribuyen a ello. Son como láminas significantes que alejan de lo existente, en toda su crudeza. Toda la diversidad de las cosas, su separación, no es más que una apariencia. El ente es total y sin fisuras, como en lenguaje parmenídeo. Cuando ese barniz puramente externo se diluye, la existencia del todo en su totalidad se abalanza sobre nosotros.

En su diario, estima Roquentin que la palabra absurdidez aparece. Todo es sin sentido y "sin fundamentación". Por ello, lo esencial es la "contingencia", la carencia de explicación. Ese absurdo, día a día, es disimulado por el mundo coloreado por los hombres. El mundo de la existencia de los entes, de todos los entes, de todos los hombres, es un mundo sin razones y sin explicaciones. Ante la raíz "revelada", hubiese podido repetirse: "Es una raíz." Sin embargo, ya las palabras no hubiesen hecho mella en lo entrevisto. La raíz des-velada de la película envolvente era obscena, nudosa, inerte y sin nombre.

Roquentin concluye:

Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes -leamos nosotros los entes- aparecen, se dejan encontrar; pero no se los puede nunca deducir...

Esta visión filosófica, anticipada en cien detalles de la novela, desencadenará el desenlace. Roquentin se ha de alejar de los propósitos o tareas o profesiones habituales. Solamente llega a entrever que acaso pueda otorgarle un sentido a su vida, sin sentido como la de todos los hombres, y se entregará a la escritura de alguna obra de ficción.

Deja Bouville en tren. No se conoce su destino -a excepción de que se dirigirá a París- ni el de su manuscrito, que al comienzo de la obra declararán haber hallado los editores.


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