Kim

Kim Resumen y Análisis Capítulo 12

Resumen

El capítulo se abre con un fragmento de “El mar y las montañas”, que afirma que el hombre desea el mar, así como el montañés, a sus montañas.

Al llegar a Delhi, E.23 siente que ha recobrado su fuerza y comprende que el hambre y el miedo le impedían pensar con claridad. Le agradece a Kim porque le ha salvado la vida. En eso, ingresan al tren un grupo de policías acompañados por un hombre inglés bajo y gordo. E.23 le señala a Kim que el hombre lleva un papel con una descripción suya; es evidente que lo están buscando vagón por vagón. Cuando entran a su compartimento, el inglés advierte por lo que ve que solo se trata de un grupo de fanáticos.

E.23 le dice a Kim que necesita más ayuda de él: es necesario enviar un telegrama informando el lugar donde escondió la carta que se le mandó encontrar. Les interrumpe otro sahib, un superintendente de la policía alto y de piel cetrina. E.23 mira al policía fijo y le dice a Kim que le guarde el lugar mientras él va a beber agua. Al salir del compartimento, se choca contra el policía y comienza a insultarlo con palabras groseras; empieza a pronunciar maldiciones extrañas, que Kim no comprende. El inglés le ordena a E.23 que lo siga. Kim se baja del tren para acompañarlo y, de pronto, tiene la intuición de haber oído a aquel sahib aparentemente estúpido mantener una conversación ingeniosa con una anciana hace unos años.

Enseguida, E.23 le dice a Kim que todo está en orden y asegura que el superintendente ha ido a dar noticia de la carta que escribió. Kim le pregunta si es uno de ellos —“uno de nosotros” (323)— también y el saddhu le responde que es el sahib Strickland, el más grande de todos, y que ahora está protegido. Le dice a Kim que él le contará al sahib la ayuda que Kim le brindó, y le ordena que vuelva al vagón. Se despiden con la esperanza de volver a reencontrarse en el Juego.

Kim regresa al tren feliz, pero apesadumbrado. Se da cuenta de que él es tan solo un principiante en el Juego, mientras E.23 ha mostrado una enorme habilidad para ponerse a salvo aún a plena luz del día, valiéndose de supuestas maldiciones para comunicar información sensible en código. No obstante, el chico se contenta con haber salvado su vida.

En el vagón, nota que el agricultor se ha ido y el lama le dice que huyó por miedo. Al ver que Kim convirtió a un pacífico comerciante en un desvergonzado capaz de insultar sahibs, tuvo miedo de correr el mismo destino. Además, el lama le reprocha su vanidad: salvó al hijo del agricultor únicamente para adquirir mérito y por orgullo, tratando de impresionar a su maestro. Kim le pide disculpas, pero el lama le dice que sus acciones tendrán consecuencias desconocidas.

El narrador, por su parte, se encarga de describir las consecuencias de ese accionar de Kim: viaja un telegrama cifrado anunciando la llegada de E.23 a Delhi y el paradero de la carta; asimismo, un ministro de un Estado meridional recibe un telegrama que anuncia que han perdido el rastro del mahratta; la última consecuencia es que E.23 llega a una mezquita en la lejana Rum.

Kim y el lama se bajan del tren y deciden caminar, atravesando pueblos, continuando la búsqueda del río. El lama suele enseñarle a Kim su doctrina, mostrándole el dibujo de la rueda de la vida y enseñándole a buscar la senda. Sin embargo, a Kim le cuesta alejarse de la rueda, donde todo está vivo y en movimiento. Las enseñanzas que el lama imparte son contradictorias a las que Kim recibió de los sahibs. El lama le dice que esas enseñanzas son todas ilusiones y que en cuanto lleguen al río quedará por fin libre ellas. A lo largo del viaje con el lama, Kim va alejándose nuevamente de su raza y de su lengua materna. Vuelve a pensar y soñar en el idioma vernáculo. Ambos disfrutan de la compañía del otro y llevan una vida austera.

Hasta que un día llega a ellos un criado urya, trayendo el pedido de su ama, la dama de Kulu, para que el lama la visite nuevamente. Kim y el lama viajan durante dos días y, al llegar, son recibidos con mucha hospitalidad. La mujer dice necesitar un sortilegio del hombre santo para curar los gases de uno de sus nietos. Kim se sorprende al enterarse de que, años atrás, cuando dejó solo al lama con la mujer, esta lo importunó para que el lama le concediera sortilegios de ese tipo. Kim cree que la mujer es impertinente con el lama. Además, la mujer les habla de un hakim que vive por ahí y que le ha ofrecido unas medicinas.

Cuando el lama se va a acostar, la mujer manda a llamar al hakim, y Kim, orgulloso y por diversión, emprende un enfrentamiento con él, tratándolo de farsante. Pronto la mujer se va, los sirvientes también, y Kim queda a solas con el hakim. Este lo saluda y le dice que es un placer volver a verlo. Entonces el chico descubre con sorpresa que se trata de Hurri Chunder Mukerji, y se siente avergonzado por haberse dejado engañar.

Hurri felicita a Kim por su accionar con E.23, y le asegura que todos en el departamento, especialmente Lurgan, están orgullosos de que el chico haya sobresalido en esa prueba. Por primera vez, Kim siente orgullo de recibir elogios profesionales de un colega. Sin embargo, sospecha de las verdaderas intenciones de Hurri. Este le confiesa que viajó allí a pedido del coronel Creighton para buscar la carta que sustrajo E.23. Luego se enteró de que Kim andaba por allí con el lama y quiso visitarlo. Kim desafía a Hurri, diciéndole que es un sahib y ya no un niño. Le dice que él quiere participar del Juego y le pide que le diga la verdad sobre su visita, ofreciéndose a ayudarlo.

Hurri le cuenta que se trata del pedigrí de un semental blanco. Hubo cinco reyes o rajás que prepararon una guerra por sorpresa hace tres años, cuando Mahbub Alí le dio a Kim el pedigrí del semental blanco. Gracias a esas noticias, lograron enviar un ejército para caer sobre ellos antes de que se hubieran preparado. Pero la guerra no se llevó hasta el final, porque el Gobierno, fiel a su estilo, consideró que los reyes ya habían tenido su lección y resultaba muy caro mantener una guerra. En ese entonces, dos de los rajás, Hilás y Bunár, pactaron con el Gobierno que ellos, a cambio de un dinero, cuidarían los desfiladeros contra cualquier invasión del norte. Entonces Hurri fue contratado para quedarse en ese territorio y hacer cumplir el acuerdo entre el Gobierno y los rajás. Sin embargo, pronto comprobó que los dos rajás eran conspiradores que trabajaban para fortalecer a los enemigos rusos. Mahbub Alí lo confirmó, pero no se hizo nada. Hurri asegura que este año cruzaron el paso dos extranjeros, con el pretexto de venir a cazar, pero traían consigo cadenas de agrimensor y brújulas. Por eso Creighton le ha pedido a Hurri que viaje otra vez al norte para ver qué están haciendo esos extranjeros. Hurri se lamenta de que el orgulloso Creighton descrea de la conspiración de esos rusos.

El babu le dice a Kim que no quiere ir a encontrarse con esos extranjeros sin un testigo, pues desconfía de ellos. Confiesa al chico que teme porque él es asiático y muy miedoso; se sentiría más tranquilo si contara con un ayudante europeo. Por eso le pide a Kim que, si no tiene apuro, le pida al lama un desvío para ayudarlo a buscar a esos hombres. Incluso le dice que él puede ir unos kilómetros delante, sin que el lama sepa que Hurri y Kim se conocen.

Kim se pasa la noche cavilando sobre su destino. Comprende los alcances del Gran Juego y cree que debe adentrarse en el norte con Hurri, entregándose a las maravillas del mundo. Por eso, a la mañana siguiente, Kim le sugiere al lama seguir su viaje rumbo al norte, por las montañas, argumentando que allí se encontrarán menos personas que en la llanura y evitarán el calor agobiante.

Enseguida, aparece Hurri a lo lejos y Kim le hace una señal imperceptible para indicarle que todo va encaminado. Entonces el babu se acerca al lama para presentarse como un aficionado de la medicina. Kim siente envidia por Hurri al ver sus habilidades en la recreación de un nuevo personaje. El lama y el babu intercambian sobre medicina, y el lama se convence de sus conocimientos.

Finalmente, Hurri se despide, anunciando que emprende viaje rumbo al norte. Convencido por ese sabio doctor, que le ha hablado bien de la gente devota de los montes, el lama acepta salir rumbo al norte. Por la tarde, Kim y su maestro emprenden viaje. El lama le asegura que ese hakim es un hombre de muchos conocimientos pero nada orgulloso, que le ha asegurado que su río aparecerá tal como él lo ha soñado.

Análisis

El capítulo se abre con un fragmento de un poema de Kipling que termina aludiendo a los montañeses que añoran sus montañas. De esa manera, el epígrafe anticipa el destino que el lama y Kim tendrán al final del capítulo, rumbo a las montañas.

Al llegar a Delhi, es evidente que la policía está buscando a E.23. Una comitiva de policías indios, y un sahib gordo y bajo buscan en los vagones al presunto criminal. E.23 describe el trabajo de estos hombres con una metáfora que da cuenta del aspecto de cazadores en busca de una presa que tienen: “Examinan vagón por vagón, como pescadores que echan la red en un estanque” (321). Sin embargo, el “encantamiento” de Kim ha surtido efecto y el sahib sale despavorido de su compartimento: “Aquí no hay más que una cuadrilla de fanáticos” (ibid.), señala, dando cuenta de su mirada prejuiciosa contra las religiones de la India.

Enseguida, aparece otro personaje: un superintendente de policía, alto y de piel cetrina. E.23 se lo queda mirando y enseguida, sin que Kim se lo espere, da inicio a una escena de enfrentamiento con aquel: lo insulta y le echa maldiciones extrañas, que Kim desconoce. Más tarde, el chico comprenderá que E.23 estaba comunicándose en código. Ante el enojo del policía, E.23 le entrega su billete, “fingiendo no entenderlo” (323). Kim sigue a E.23 porque lo asalta una intuición: “De repente se le pasó por la cabeza que había oído a aquel sahib tan estúpido y tan enfadado mantener un vivo intercambio de frases ingeniosas con una anciana tres años antes no lejos de Ambala” (ibid.). En efecto, en seguida E.23 le anuncia a Kim que están a salvo y todo marcha bien: ese policía, en realidad, es uno de ellos —“uno de nosotros” (ibid.)—, y no cualquiera, sino que “nada menos que el más grande de todos” (ibid.). Es evidente, entonces, que E.23 ha desplegado una vez más una escena de actuación para dirigirse en código a ese policía y hacerle saber que son compañeros de misión.

Al volver al vagón, luego de despedirse de E.23, Kim se siente contento pero también desconcertado, pues comprende lo novato que es, y admira la gran habilidad de E.23, que fue capaz de ponerse a salvo en plena luz del día, comunicándose en código: “No soy más que un principiante en el Juego (...) Nunca se me hubiera ocurrido transmitir información con el pretexto de lanzar maldiciones” (324). A pesar de ese pensamiento, que da cuenta de la ambición de Kim, se contenta sabiendo que ha salvado una vida.

Apenas se quedan solos, el lama le reprocha a Kim su vanidad. Esta apreciación del lama es una sorpresa para el lector, que creía que el lama estaba abstraído en sus cosas. Al contrario, el hombre santo estuvo observando a su chela y es consciente de que el chico obró por orgullo, para ganar méritos y no por verdadera empatía. Kim se siente avergonzado de quedar en evidencia y pide disculpas, pero el lama lo advierte sobre los alcances aún desconocidos que tendrá su accionar. Utiliza para ello un símil: “Has lanzado un acto al mundo y, al igual que una piedra arrojada a un estanque, también se extenderán tus consecuencias sin que puedas saber hasta dónde” (325). Comparando su accionar con una piedra arrojada a un estanque, el lama advierte sobre los alcances que esa acción tendrá, como las ondas en el agua que una piedra arrojada puede desencadenar.

El narrador, por su parte señala, con marcada ironía, cuáles han sido los círculos provocados por la piedra que lanzó Kim, todos ellos positivos y de gran relevancia: se envía un telegrama con la información sobre el paradero de E.23 y la carta que se le encomendó buscar; el ministro del Estado meridional que mandó a apresar a E.23 recibe un informe que asegura que han perdido el rastro del mahratta; y, por último, “el último círculo provocado por la piedra que Kim había llegado a tirar llegaba a los escalones de una mezquita en la lejana Rum” (326). Esa piedra, presuntamente, es E.23. De esta manera, el narrador parece advertir la brecha que hay entre el entendimiento del lama respecto al accionar de Kim y lo que verdaderamente el chico está alcanzando. En esa trama oculta, secreta, que configura la entrada de Kim al Gran Juego, el chico está desempeñándose con éxito y de manera distinguida. Es precisamente lo que le señala Hurri cuando se lo encuentra: “Déjame decirte que estamos todos muy orgullosos de ti (...) Todo el departamento está satisfecho” (341).

El lama intenta enseñarle a Kim su doctrina, mostrándole sus dibujos e invitándolo a alejarse de la rueda de la vida y sus excesos, para adoptar la senda. Sin embargo, dice el narrador, a Kim “cuando llegaban al mundo de los seres humanos (...) se le escapaba la imaginación; porque al borde del camino giraba la rueda misma, comiendo, bebiendo, comerciando, casándose y peleándose: todo cálidamente vivo” (328). Con esto, el narrador da a entender que Kim es incapaz de abstraerse de los placeres terrenales, pues disfruta y se siente atraído por ellos.

Durante su estadía con la señora de Kulu, Hurri se presenta ante Kim irreconocible, con una nueva apariencia. Recién cuando el hombre decide revelar su identidad es que Kim lo descubre. Esto, otra vez, despierta resentimiento y envidia en Kim. No obstante, es suficientemente hábil para darse cuenta de que un hombre importante como Hurri no recorre kilómetros solo para felicitar a un chico por su misión, de modo que entiende que el babu debe perseguir un objetivo que no le manifiesta. Efectivamente, Hurri lo convoca para ayudarlo en una misión del Gran Juego: encontrar a dos extranjeros que parecen estar conspirando contra el Gobierno. Hurri aduce que él es asiático y necesita de la compañía de un europeo para sentirse más tranquilo. Una vez más, la ascendencia europea de Kim se presenta como una ventaja.

En paralelo, Kim engaña al lama. No solo le oculta que conoce a Hurri, sino que altera el rumbo del viaje, poniéndolo al servicio del Gran Juego: le hace creer que es una buena idea ir hacia el norte y atravesar las montañas. En verdad, su objetivo es seguir a Hurri para ayudarlo con su misión. Kim se siente atraído por lo maravilloso del mundo:

¡Con razón llaman grande al Juego! (...) Es verdad que va y viene por toda la India como una lanzadera. Y tomar parte y disfrutar de ello —sonrió en la oscuridad—, se lo debo al lama. También a Mahbub Ali… y al sahib Creighton, pero sobre todo a mi maestro (349).

Si bien no le confiesa sus intenciones, porque no puede hablarle del Juego ni de su identidad secreta, Kim se muestra agradecido con el lama y reconoce que ha llegado a ser quien es gracias a él.

Al final del capítulo, y tal como advertía el epígrafe que lo inició, Kim y el lama se desvían de su camino para adentrarse en las montañas. Con ello, el joven pícaro da un nuevo paso en su carrera hacia el espionaje.