Kim

Kim Imágenes

La carretera de la India (Imágenes auditivas y visuales)

En el capítulo 4, Kim se deja maravillar por la enorme diversidad y la vertiginosidad de la carretera de la India, que le muestra un gran catálogo de novedades: castas que jamás vio, costumbres nuevas, lugares desconocidos. Esa es una experiencia invaluable para el chico, que siente que por primera vez se está enfrentando verdaderamente al mundo.

El narrador describe esa experiencia mediante una profusión de imágenes sensoriales:

Aquello era ver el mundo de verdad; aquella era la vida tal como él la deseaba: el bullicio y el griterío, el enganche de las correas, el aguijoneo de los bueyes y el chirrido de las ruedas; los fuegos que se encendían para cocinar los alimentos y nuevas cosas que ver cada vez que el ojo aprobador miraba en otra dirección (...). La India estaba despierta y Kim se hallaba en medio de ella, más despierto y más animado que nadie (120).

Como vemos, el retrato de la ciudad incluye imágenes auditivas, como el bullicio y el griterío de las personas, el enganche de las correas y el aguijoneo de los bueyes; e imágenes visuales, como el fuego que cocina los alimentos y las “nuevas cosas” que “el ojo aprobador miraba”. En suma, la yuxtaposición de imágenes construye cabalmente la idea de que la India, como una persona, está despierta, activa.

La habitación de Lurgan (Imágenes auditivas, olfativas y visuales)

Durante su primera noche en la casa de Lurgan, Kim debe dormir en una habitación cargada de objetos maravillosos que producen un efecto inquietante. Es evidente que el sahib quiere poner a prueba la resistencia de Kim y por eso lo expone a una serie de estímulos de toda especie.

En principio, como la habitación está a oscuras, Kim solo puede recurrir a lo que le indican sus otros sentidos. Siente primero una serie de olores que le recuerdan a los templos de Oriente: “Una bocanada de almizcle, un soplo de sándalo y un hálito de dulzona esencia de jazmín” (232). Esos olores tienen un efecto desconcertante, que desorienta a Kim: “Le hicieron olvidar que volvía a ser sahib” (ibid.).

Luego, la habitación se describe mediante imágenes siniestras y confusas. Primero se detalla lo que Kim llega a distinguir a pesar de la oscuridad:

Saltó de las paredes una colección de máscaras tibetanas para las danzas del diablo, colgadas sobre los demoníacos ropajes bordados que se utilizan en esas espantosas ceremonias: máscaras con cuernos, o ceñudas, o con expresión de terror irracional (233).

A su vez, el impacto de esas imágenes visuales en Kim queda representado en el uso del verbo “saltar”: las máscaras aparecen bruscamente, saltan a la vista como si estuvieran vivas.

Como vemos, el escenario que envuelve al chico es macabro, está asociado a ceremonias demoníacas. A estas imágenes visuales se les suman las auditivas, que causan gran pavor en Kim:

No fue una noche alegre, la habitación rebosante de voces y música. Kim despertó dos veces porque alguien le llamaba por su nombre (...), una caja que sin duda hablaba con lengua humana, pero con un acento que nada tenía de humano (235).

El camino por las montañas (Imágenes visuales y auditivas)

A lo largo del viaje de Kim y el lama por las montañas, el narrador reconstruye un escenario desolador, donde los dos viajeros se sienten en soledad y sobrecogidos por la inmensidad: “Entraron en un mundo dentro de otro mundo” (363). Para evocar las particularidades de ese espacio se vale de imágenes visuales y auditivas. Las primeras, por ejemplo, tienen que ver con las dimensiones hiperbólicas que asumen esas montañas, que hacen sentir a Kim y al lama muy pequeños:

Un valle interminable donde las grandes colinas estaban formadas con los simples cascotes y desechos desprendidos de las rodillas de las montañas (364).

En esta imagen, el narrador detalla ese espacio como un espacio que, de tan inmenso, parece inabarcable, y en el que las distancias son tan grandes que la experiencia de atravesarlo se vuelve pesadillesca.

A ello se le suma el efecto de oscuridad que se produce en el cielo por “la sobrecogedora envergadura y extensión de las sombras de las nubes después de la lluvia” (364) y el espectáculo de “la tormenta y los remolinos errantes [que] se encaramaban para bailar” (365).

Más allá de las imágenes visuales, el recorrido por la montaña se encuentra envuelto en un silencio absoluto. Este le produce a Kim una sensación de soledad y le hace sentir que “No es un sitio para hombres” (364).

Los cuerpos quemados del río (Imagen visual)

Al salir de Benarés en tren, el lama, Kim, el agricultor y su hijo enfermo observan por la ventana un espectáculo macabro: el humo denso de las piras funerarias junto al río y, de vez en cuando, “algún fragmento de un cuerpo a medio quemar pasaba flotando en el centro de la corriente” (305). Esta imagen visual de alto impacto construye un espacio sucio y sórdido, que la población de Benarés parece haber naturalizado por completo.