Kim

Kim Resumen y Análisis Capítulo 11

Resumen

El capítulo inicia con un epígrafe de “La Canción del Malabarista”, que habla de aquellos hombres que nacen malabaristas y tienen facilidades para ingeniárselas en cualquier tarea.

Kim emprende su viaje a Benarés. Al llegar conoce a un agricultor panjabí que viajó a esa ciudad luego de un largo recorrido por distintos templos, para pedir que su hijo pequeño se cure. El agricultor escolta a Kim hasta el templo de los Tirthankars mientras le cuenta los intentos fallidos que hizo para salvar a su hijo de la enfermedad. El hombre le dice a Kim que él es muy pobre, pero ofrece lo que no tiene para que el lama ayude a curar a su hijo. Kim reflexiona y siente orgullo de sí mismo: tres años antes se habría aprovechado de la situación, pero el respeto que ese pobre hombre ha mostrado por él evidencia que ya es un hombre. Además, sabe lo suficiente para darse cuenta de que lo que sufre el hijo de ese hombre es desnutrición.

Al llegar al templo, Kim se anuncia y espera afuera hasta que el lama despierte y le avisen de su presencia. Cuando el lama va a recibirlo, el agricultor ruega al lama que ayude a su hijo a sobrevivir. Kim le dice a su maestro que le permita intentar curar al niño, y el lama se asombra de los nuevos conocimientos que ha adquirido su chela. Kim busca en el estuche para betel que le regaló el babu, le entrega al niño unas pastillas de jugo de carne y le da indicaciones a su padre para que le dé leche y otra medicina. El chico aplica, así, todo lo que recuerda de su propio tratamiento durante un ataque de paludismo que tuvo, pero aprovecha y pronuncia frases grandilocuentes para sorprender al lama.

Cuando el agricultor se va, prometiendo volver al día siguiente, el lama felicita a Kim y deduce que se ha convertido en un médico. Luego, al examinarlo de cerca, nota que se ha convertido en un hombre. El chico le dice que fue él quien lo hizo sabio y le agradece todo lo aprendido. Luego anuncia que su tiempo en el colegio ha terminado y ha vuelto a él, lo cual llena de alegría al maestro.

En el templo, el lama le cuenta a Kim de cómo fue enterándose de sus éxitos a través de Creighton y Hurri. También hablan de que Kim será un funcionario para el Gobierno, pero sin entrar en detalles. Por su parte, el lama le cuenta de sus viajes y le muestra unos dibujos que ha estado pintando sobre la rueda de la vida. Luego le dice que quiere volver a emprender la búsqueda de su río, la cual perdió sentido con la partida de Kim. El chico le dice que antes de partir deben esperar a ver al agricultor para ver si el niño se curó.

Por la mañana, ven al agricultor y su hijo está mucho mejor. El lama rebosa de orgullo ante el éxito de las prácticas de Kim. A cambio de su ayuda, Kim le pide al agricultor que le acerque al tren comida para su viaje. Kim está hambriento y, sin embargo, disfruta momentáneamente de ese estado, pues considera que le da un aspecto misterioso de santo joven. Más tarde, el agricultor les lleva un banquete, que Kim devora. Pronto el chico nota que el jat se prepara también para viajar con él y el lama. El hombre le dice que no es común encontrarse con alguien que haga milagros y, como su hijo aún está débil, prefiere quedarse cerca de ellos.

Emprenden así el viaje en tren. El lama observa a través de la ventana las columnas de humo que provienen de las piras funerarias junto al río. De vez en cuando, se observa algún fragmento de cuerpo a medio quemar flotando por la corriente. El agricultor agradece a Kim por haberle ayudado, pues, de no haberlo hecho, posiblemente él y su hijo habrían acabado flotando en ese río.

Kim está feliz de volver a la carretera y aprovecha las ocasiones que se le presentan, al subir distintos pasajeros, para presumir sus nuevos saberes con el lama. Pero en Somna Road sube un pasajero que le dará mucho que reflexionar. Se trata de un mahratta, un hombre de aspecto enfermizo, con tajos en la cara, la ropa desgarrada y una pierna vendada. El hombre les cuenta que el carro en el que iba volcó y casi acaba con su vida; ahora se dirige a ver a su hijo rumbo a Delhi. Kim observa detenidamente al hombre y nota que sus heridas no son raspones, como los que dejaría un accidente de carro, sino heridas limpias. Además, ningún accidente así provoca en alguien un terror tan intenso como el que presenta aquel hombre.

De pronto, el hombre se acomoda la ropa del cuello y deja al descubierto un amuleto. Haciendo el gesto de rascarse el pecho, Kim muestra su propio amuleto. La expresión del mahratta cambia por completo y retoma su relato, ahora en código, en el que cuenta que en aquel accidente se perdió un plato lleno de tarkian. Enseguida, termina pronunciando la frase clave de la que le habló el babu. Kim susurra que él es hijo del amuleto. Entonces el chico le pide al agricultor que se aparte hacia la ventana y le deje lugar al hombre enfermo que acaba de subir. El agricultor responde despectivamente, diciendo que no tiene interés en tratar con un vagabundo ni tampoco en escuchar su conversación. Kim le responde de mala gana, diciendo que nadie se interpuso entre él y su hijo cuando debía curarlo, de manera que anuncia que él ahora ayudará al mahratta a curarse.

Una vez que el agricultor se corre, el mahratta le pregunta si realmente tiene el don de curar y luego cuenta que carga una desgracia enorme. Kim comprende que aquello es un grado superlativo del Gran Juego y le dice al hombre que intentará sobre él algunos encantamientos.

Mientras, el hombre le cuenta su historia: viene del sur, donde uno de los “nuestros” fue asesinado a la vera del camino. Tras ello, el narrador da a entender que este hombre es E.23. Luego de encontrar cierta carta que se le envió a buscar, escapó a Mhow, donde no cambió de aspecto por creer que nadie lo había visto. Sin embargo, en Mhow una mujer lo acusó de robar y comprendió que se había corrido la alarma. Para huir, debió sobornar a la policía, que ya había sido sobornada para entregarlo a sus enemigos del sur. De allí se fue hacia la ciudad de Chitor y enterró la consabida carta bajo la piedra de la Reina en el lugar ya conocido, supuestamente, por “nosotros”, pero que Kim no conoce, aunque no quiere admitirlo. Tras ello, en Chitor fue perseguido porque allí detestan a los espías, y pronto lo acusaron de asesinar a un muchacho. Ante ello, Kim le pregunta si no puede protegerlo el Gobierno, pero el hombre señala que los del Juego están fuera de toda protección y, si alguien los mata, lo único que pasa es que los sacan del libro. Por eso, luego de Chitor viajó a Bandakui, donde se disfrazó de mahratta, y huyó hacia Agra. Planeaba volver a Chitor a recuperar la carta, y como quería reservarse todo el mérito de haberla conseguido, no envió ningún telegrama avisando dónde estaba escondida. Sin embargo, al llegar a Agra, alguien lo acusó de una deuda y quisieron llevarlo ante un tribunal: es evidente que buscaban al responsable de robar aquella carta. Huyendo, llegó a Somna Road y, una noche en la que estaba afiebrado, un hombre lo golpeó y lo hirió, registrándolo luego de pies a cabeza. Kim pregunta por qué no lo han matado y el hombre dice que no son tan estúpidos: si consiguen detenerlo legalmente, inventando algún crimen cometido, lo entregarán a algún Estado que lo meterá preso y así morirá lentamente para ejemplo del resto de los del Juego.

Tras oír su historia, Kim le dice que ahora está a salvo en el tren. Sin embargo, el hombre responde que está marcado y que en Delhi lo deben estar esperando con una acusación aún más organizada que en las anteriores. Luego, afirma agresivamente que Kim no sabe lo que es vivir en el Gran Juego y que no le sirve de ayuda para nada.

Kim tantea el cuello del hombre, pero este le dice que, salvo que conozca algún encantamiento para cambiar su forma, él ya es hombre muerto. Tras ello interviene el agricultor, diciendo que ese enfermo ya le ha quitado demasiado tiempo, pero Kim lo vuelve a increpar por ser tan molesto. Recordándole que él fue quien salvó a su hijo, le pide que lo ayude ahora a curar a este enfermo. Con aire de sabio hechicero, Kim empieza a revisar el fardo de alimentos que trae el agricultor, en busca de algunos elementos.

El lama observa y se asombra de que su chela se disponga a una nueva curación. Entonces el chico empieza a hacer una mezcla de harina, carbón y ceniza de tabaco en la pipa de E.23. El agricultor reprocha que esté utilizando su alimento y Kim lo amenaza, lo cual llena de miedo al hombre, pues teme que le eche una maldición.

De a poco, E.23 recupera la esperanza, pues ve que Kim tiene un plan. Kim le saca la camisa y le dice que quiere convertirlo en un saddhu de pies a cabeza. Le cubre el pelo con la ceniza, le dibuja una marca de casta en la frente, con pintura de su estuche de topógrafo, y con una pastilla de pintura amarilla, hecha de harina y cúrcuma, le frota las piernas y el pecho. E.23 le pregunta si es un principiante y Kim le dice que solo hace dos días entró en el Juego. El hombre también le pregunta si conoció a un curador de perlas y Kim le dice que fue su maestro. Al ver cómo Kim le pasa ceniza por el cuerpo para curar sus heridas, E.23 le dice que él fue un orgullo para Lurgan, pero que Kim es casi mejor. Por último, Kim oculta la ropa vieja del hombre bajo su túnica.

Enseguida, el agricultor vuelve a reparar en Kim y, sin reconocer a E.23, se pregunta a dónde se ha ido el mahratta que Kim estaba curando, pues ahora en su lugar hay un saddhu de cabellos polvorientos, casi desnudo, con aspecto insolente. Tanto Kim como E.23., adiestrados por Lurgan, son buenos actores. El agricultor le dice a su hijo que no se asuste, pero están en presencia de un brujo. Kim vuelve a enfrentar al insolente agricultor y le dice que, por urgencia, debió hacer un encantamiento en presencia de ellos para cambiar la figura y el alma de ese hombre. Luego lo amenaza: le dice al agricultor que si cuenta a alguien lo que vio, caerá una maldición sobre él y su hijo. Asustado, el hombre le pide que tenga piedad por él.

Durante toda la escena de disfraz, el lama observa con mucho asombro las nuevas habilidades de Kim y lo felicita por la sabiduría que ha adquirido. Enseguida, el tren llega a Delhi.

Análisis

En este capítulo se ponen a prueba los alcances del aprendizaje de Kim. El epígrafe que lo antecede remite a las habilidades del malabarista, que es capaz de ingeniárselas para cualquier tarea. De forma análoga, Kim debe buscar cómo arreglárselas para salvar la vida de E.23.

El aprendizaje de Kim queda ya representado en su actitud frente al agricultor que lleva a su hijo enfermo. Cuando el hombre le pide que le consiga una bendición del lama a cambio de dinero, Kim siente orgullo de sí mismo, pues entiende que hace tres años se habría aprovechado de la situación sin pensarlo dos veces. Sin embargo, ahora ve que su figura es digna del respeto de ese hombre al que apenas lo conoce, lo cual “demostraba que ya era un hombre” (291). Después de años de educación, Kim es capaz de detenerse y reflexionar, no se deja llevar ya por la picardía y por el impulso de conseguir dinero. El respeto que despierta en otro hombre lo hace sentir orgullo de su aprendizaje. En ese mismo sentido, el lama también lo ve distinto, como un hombre: “Ya no es un niño, es un hombre, madurado en sabiduría” (294).

El lama se sorprende de que Kim tenga conocimientos para curar al hombre y se pregunta si ha sido educado para ser médico. Kim, por su parte, en lugar de decir la verdad, aprovecha la situación para sorprender a su maestro. De este modo, parece canalizar su actitud pícara hacia un nuevo lugar: ya no se aprovecha de la gente para ganar dinero, pero exagera su accionar para llamar la atención del lama. Por eso se hace pasar por un curandero, pero en realidad se vale de los conocimientos que adquirió una vez que él mismo se enfermó: “Era todo lo que Kim recordaba de su propio tratamiento durante un ataque de paludismo en otoño…, si se exceptúan las frases masculladas que había añadido para impresionar al lama” (293). Nuevamente, Kim echa mano de sus estrategias de persuasión para impresionar a los demás y engañarlos con apariencias.

Sin embargo, estas picardías de Kim son inofensivas. En este caso, incluso, llevan a buen puerto, pues Kim, a pesar de su egocentrismo, logra curar al hijo del agricultor. Además, el chico logra anteponer su propio interés de partir cuanto antes de viaje para cumplir con su palabra de ayudar al hombre. Por eso le dice al lama que antes de volver a la carretera él debe cumplir con su responsabilidad: volver a encontrarse con él y su hijo enfermo, para ver cómo ha evolucionado la enfermedad.

Es evidente que Kim está disfrutando de verse a sí mismo tan cambiado. Se enorgullece del respeto que infunde, de las habilidades que logra desplegar. Incluso, a pesar del hambre voraz que siente, le gusta la apariencia de hombre santo que el hambre genera en él:

A Kim le sentaba bien la palidez de hambre mientras permanecía inmóvil, alto y delgado, envuelto en sus amplios ropajes de tonos apagados, con una mano en el rosario y la otra en la actitud de bendecir, fielmente copiada del lama. Un observador inglés podría haber dicho que se parecía bastante a un santo joven de una vidriera de colores, cuando en realidad no era más que un chico en época de crecimiento y a punto de desmayarse de hambre (303).

En el tren, el chico aprovecha cualquier ocasión para presumir de sus conocimientos ante el lama y el agricultor.

Sin embargo, como anticipa el narrador, pronto Kim se enfrenta a una situación de gravedad que le significa un nuevo aprendizaje vital: “En Somna Road los hados le enviaron materia de reflexión” (307). La llegada del mahratta al tren expone con toda su crudeza la violencia y los peligros del Gran Juego, y le demuestra a Kim que ya no alcanza con presumir sus saberes, sino que tiene que ponerlos en ejecución, con responsabilidad y precisión. De lo contrario, corre peligro la vida de uno de sus compañeros.

Así, nuestro protagonista se enfrenta con el Juego pero su máxima expresión: “Kim se inclinó sobre el cuello del mahratta, con el corazón saliéndose casi del pecho, porque aquello era el Gran Juego, pero en grado superlativo” (310). El chico sabe identificar las señales de que ese mahratta es, en realidad, un miembro del servicio secreto disfrazado. Ya no alcanza con aparentar sus habilidades, ahora debe poner en práctica todos sus saberes para ayudar a ese hombre a recuperarse de sus heridas y escapar así de la muerte.

Como podemos comprobar, la historia que E.23 le cuenta a Kim es alarmante, y descubre la persecución que en la India sufre el servicio secreto: con tal de apresarlo, sus enemigos están dispuestos a armar crímenes que él no cometió, plantándole cadáveres cuyo objetivo es inculparlo e inventando testigos falsos que aseguran su condena. Cuando Kim le pregunta si el Gobierno no puede interceder a su favor, el hombre le dice que no hay protección para ellos: “Nosotros, los del Juego, estamos más allá de toda protección. Si nos matan, muertos estamos. Nuestros nombres desaparecen del libro. Eso es todo” (311). Esto significa para Kim un aprendizaje relevante: los hombres como él están solos, condenados a velar por su propia vida sin ninguna ayuda oficial. Ante el peligro, deben recurrir a escaparse y a disfrazarse, asumiendo distintas identidades con tal de salvar sus vidas. Por eso es que Kim resulta idóneo para este trabajo, pues es experto en disfraces. Así, Kim aprende lo suficiente, además, para intuir el escenario oscuro que le espera a E.23 en Delhi: “Sabía lo suficiente de los métodos indios para saber que, sin duda, el caso estaría preparado a la perfección, cadáver incluido” (312).

Por otra parte, E.23 no se deja engañar con la ostentación de Kim y lo desafía a ayudarlo, desconfiando de su inexperiencia. Por lo tanto, al chico no le queda otra opción que accionar y así lo hace exitosamente. Utilizando las hierbas del canasto del agricultor y algunos objetos que lleva en su maletín de topógrafo, Kim arma un disfraz para E.23 y lo convierte en una persona de aspecto irreconocible. Comprende de esta manera que no hace falta impostar sus habilidades, pues ya cuenta con el respaldo de la experiencia y de saberes reales. Por su parte, E.23, al ver el desempeño de Kim, lo felicita por sus virtudes y reconoce en él la impronta de Lurgan: “Yo fui su orgullo en una época, pero tú eres casi mejor” (316). Por su parte, el lama permanece toda la escena al margen, pero felicita a su discípulo por todos los saberes alcanzados: “Amigo de las Estrellas, es mucha la sabiduría que has adquirido” (318).

Al final, el éxito de la misión de Kim queda comprobado cuando el agricultor es incapaz de reconocer en el saddhu al mahratta. El narrador agrega que eso se logra no solo por su disfraz sino porque ambos personajes, alumnos de Lurgan, son excelentes para la actuación. El agricultor se asusta por ese cambio de apariencia y lo atribuye a brujería. Kim, actuando, se hace pasar por un experto hechicero: “He realizado el encantamiento en tu presencia” (318). Asimismo, y fiel a su carácter picaresco, amenaza al agricultor, asegurándole que si cuenta lo que vio, le caerá una maldición, y usa para asustarlo “una antigua maldición escuchada a un faquir junto a la Puerta de Taksali en los días de su inocencia” (318). La experiencia de vida, sumada a lo que aprendió a lo largo de esos años de recorrido, le permiten a Kim desplegar con habilidad esos juegos de identidades, propicios para el Gran Juego.