Historias de cronopios y de famas

Historias de cronopios y de famas Citas y Análisis

La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, del sucio tablero de ventanas de tiempo con su letrero «Hotel de Belgique».

Narrador, “Manual de instrucciones”, p. 407.

En esta cita asistimos al primer texto del libro de Cortázar. Se trata de una introducción a la primera sección, en la que nos deja entrever la metáfora del mundo como un ‘ladrillo de cristal’, un espacio chato, frágil y duro a la vez. Este fragmento refleja el espíritu cortazariano de ir contra lo establecido, contra lo acostumbrado, de no resignarse. En lugar de suponer las cosas como dadas, la cita es una invitación a romper con la percepción cotidiana en busca de otra posible.

Cómo duele negar una cucharita, negar una puerta, negar todo lo que el hábito lame hasta darle suavidad satisfactoria. Tanto más simple aceptar la fácil solicitud de la cuchara, emplearla para revolver el café.

Narrador, “Manual de instrucciones”, p. 407.

En línea con el análisis anterior, la introducción a “Manual de instrucciones” sirve como introducción a todo el volumen. Acá vemos planteados algunos de los temas centrales de la obra: la crítica a las convenciones, y al pragmatismo y utilitarismo imperante en la sociedad. La primera sección especialmente está dedicada a narrar anécdotas en las que los lectores pueden ver algo conocido hasta el hartazgo bajo una nueva luz. Esta cita es parte de la invitación que hace Cortázar a los lectores para que se animen a experimentar el mundo como si fuera algo nuevo y asombroso. El lenguaje figurativo que utiliza en esta cita, al hablar de “el hábito que lame hasta darle suavidad satisfactoria” al mundo, es una imagen impactante que subraya el modo en que las cosas cotidianas pierden su lustre, sus aristas y su capacidad de afectarnos mediante la repetición o hábito.

Somos una familia rara. En este país donde las cosas se hacen por obligación o fanfarronería, nos gustan las ocupaciones libres, las tareas porque sí, los simulacros que no sirven para nada.

Narrador, “Simulacros”, p. 421.

Dando paso a la segunda parte del libro, este texto nos presenta a una familia peculiar, que se dedica a ejercer acciones sin utilidad ni búsqueda de recompensa monetaria. Nos propone, incluso, pensar los vínculos familiares desde un lugar divertido y cómplice. Mediante una crítica social y política a la Argentina de mediados del siglo XX, los integrantes de esta familia prefieren unirse en pos de algo que no les da fama ni satisfacción económica. Este primer párrafo constituye una especie de manifiesto de la familia del narrador de esta sección. Dado lo que viene después en el relato, podemos interpretar al “simulacro” como un juego, un ejercicio de imaginación y pura libertad, un ‘hacer de cuenta’ que se hace algo necesario.

Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía […] no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra […]. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia.

Narrador, “Conducta en los velorios”, p. 433.

En esta cita asistimos a la explicación del narrador acerca de por qué su familia concurre a velorios de personas que apenas conoce. Lo fundamental es que quieren poner en evidencia a aquellas personas que no lloran realmente a sus muertos. Asimismo, los integrantes de esta familia se muestran como seres sensibles y entregados a una suerte de misión, entre artística y moral, que los une a ellos mismos contra una sociedad que no siempre es auténtica. Esto constituye una crítica a las convenciones y los guiones sociales que empobrecen nuestra experiencia del mundo.

Mi fiel secretaria se ocupa o querría ocuparse de todo en mi oficina. […] Las palabras, por ejemplo, no hay un día que no las lustre, las cepille, las ponga en su justo estante, las prepare y acicale para sus obligaciones cotidianas.

Narrador, “Trabajo de oficina”, p. 440.

En este cuento un jefe con vocación literaria se encuentra con la constante censura de su secretaria, quien busca eliminar todo adjetivo o giro en el lenguaje de su vocabulario. Los dos personajes se enfrentan porque representan modos opuestos de encarar sus tareas. Precisamente, en esta cita podemos observar el contraste entre la practicidad de la secretaria y la creatividad del jefe con inclinación de escritor. Mientras la secretaria piensa en la utilidad de las palabras, el jefe busca expresarse tal como se le ocurre en cada momento, sin pensar en la corrección ni en la mesura. En este sentido, el cuento nos presenta la figura del artista contra la figura de quien censura la expresión escudándose en las reglas establecidas.

Esto último puede suceder pero no es humillante, primero, porque solo constituye una probabilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorable que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.

Narrador, “Vietato introdurre biciclette”, p. 442.

Este texto puede definirse como una defensa del derecho a entrar bicicletas en los locales. A lo largo del texto las bicicletas aparecen personificadas y se habla de ellas como “entes dóciles y de conducta modesta” (p. 442). Hacia el final, se compara la prohibición de las bicicletas con el permiso de ciertos animales que, si nos atenemos a la falta de normativa, podrían perfectamente entrar a los locales, como las tortugas y las libres. Se compara esa ausencia de prohibición explícita con la norma expresa y grabada en una chapa que no admite la entrada de las bicicletas. El problema que el narrador parece tener con esta norma es que no da lugar a la espontaneidad y, por lo tanto, también elimina el asombro. De hecho, más adelante advierte que, ante la injusta prohibición, no debería extrañarnos que las bicicletas se rebelen. Si bien el texto es lúdico y juega con el absurdo, detrás hay una reflexión sobre la inutilidad de ciertas reglas e, incluso, la posibilidad de que algunas resten a nuestra experiencia cotidiana.

Lo verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones igualmente cerca del estómago acompañan siempre la presencia de Prometeo; el resto es la comodidad, lo que siempre sale más o menos bien; los verbos activos contienen el repertorio completo. Hamlet no duda: busca la solución auténtica y no las puertas de la casa o los caminos ya hechos, por más atajos y encrucijadas que propongan. Quiere la tangente que triza el misterio, la quinta hoja del trébol. Entre sí y no, qué infinita rosa de los vientos.

Narrador, “¿Qué tal, López?”, p. 453.

En estas palabras elocuentes podemos observar la insistencia del narrador en no obedecer a la comodidad. Hay aquí una apuesta por lo nuevo, lo distinto, lo otro, lo que interrumpe el flujo cotidiano de las cosas, el statu quo. Encontramos aquí una referencia a Hamlet, protagonista del drama homónimo de William Shakespeare, quien no aceptaba las cosas tal como intentaban imponérselas en el orden real, buscando siempre una alternativa u otra explicación posible.

Los famas habían puesto una fábrica de mangueras, y emplearon a numerosos cronopios para el enrollado y depósito. Apenas los cronopios estuvieron en el lugar del hecho, una grandísima alegría. Había mangueras verdes, rojas, azules, amarillas y violetas. Eran transparentes y al ensayarlas se veía correr el agua con todas sus burbujas y a veces un sorprendido insecto. Los cronopios empezaron a lanzar grandes gritos, y querían bailar tregua y bailar cátala en vez de trabajar. Los famas se enfurecieron y aplicaron en seguida los artículos 21, 22 y 23 del reglamento interno.

Narrador, “Comercio”, p. 484.

En este humorístico fragmento podemos ver ejemplificado el carácter subversivo de los cronopios frente a las reglas que intentan imponer los famas. Estos últimos aparecen siempre dedicados a las actividades útiles y rentables, mientras que los primeros solo buscan divertirse con cada ocasión, saltando a sabiendas cualquier regla protocolar. En esta línea, el fragmento pone en evidencia una tensión que recorre todo el libro: la oposición entre una mirada que hace foco en la productividad y la eficiencia, y otra que celebra la imaginación y el aspecto lúdico de la vida.

Los cronopios no tienen casi nunca hijos, pero si los tienen pierden la cabeza y ocurren cosas extraordinarias. Por ejemplo, un cronopio tiene un hijo, y en seguida lo invade la maravilla y está seguro de que su hijo es el pararrayos de la hermosura y que por su venas corre la química completa con aquí y allá islas llenas de bellas artes y poesía y urbanismo. Entonces este cronopio no puede ver a su hijo sin inclinarse profundamente ante él y decirle palabras de respetuoso homenaje.

Narrador, “Educación de príncipe”, p. 497.

En este fragmento asistimos a una descripción más detallada de los cronopios. Con su carácter caótico y de poca previsión, estos singulares personajes eligen deliberadamente no tener hijos. Su decisión coincide perfectamente con su modo intenso, entregado y absurdamente emocional de existencia: en caso de ser padres, practicarán tal devoción a sus hijos que llegarían a considerarlos casi como obras de arte sublimes dignas del más profundo respeto.

Pero los cronopios no sufren demasiado con eso, porque también ellos odiaban a sus padres, y hasta parecería que ese odio es otro nombre de la libertad o del vasto mundo.

Narrador, “Educación del prínicipe”, p. 497.

Fiel a la crítica cortazariana hacia el poder, en esta cita la mención del padre puede fácilmente remitirse hacia la autoridad, a las expectativas externas y a la norma que se impone en sociedad. Frente a todos estos límites, el cronopio, un ser que se realiza en el caos, la libertad y la experimentación, rechaza al padre; es decir, rechaza la autoridad. En “Educación del príncipe”, sin embargo, la figura paterna no se figura como una imposición autoritaria y violenta, sino más bien como una mirada amorosa, pero no exenta de expectativas. El amor que demuestran los padres de los cronopios resulta asfixiante para los pequeños y, frente a ello, estos últimos responden con rechazo para poder ser libres.