Entre visillos

Entre visillos Resumen y Análisis Primera parte, Capítulos 1-3

Resumen

Capítulo 1

La novela comienza en la entrada de un diario íntimo que escribe una joven llamada Natalia Ruiz Guilarte, a quien apodan Tali. Allí detalla la visita del día anterior de su amiga Gertru, a quien no ve desde antes del verano, temporada que está próxima a terminar. El paseo que realizan las dos jóvenes es diferente a los del pasado, en los que ambas solían jugar. Ahora, Gertru está de novia y parece mayor: le cuenta que no se matriculará en el Instituto, porque a Ángel, su novio, no le gusta el ambiente, y que en pocos días se pondrá de largo en una fiesta en el aeropuerto, sitio donde él es capitán de aviación. Natalia no le dice que, a pesar de la insistencia de sus hermanas para que ella también asista, prefiere no ir. Se excusa diciendo que aún es pequeña, aunque Gertru solo le lleve dos meses de diferencia de edad.

La escritura del diario y de la narración en primera persona de los acontecimientos se cierra abruptamente cuando Candela, la empleada de limpieza, se asoma en el cuarto de Tali para decirle que ya es hora de levantarse. Le anuncia que las gigantillas, unas figuras festivas, están pasando bajo su balcón. La joven levanta el visillo de la ventana y observa la fiesta en la calle. Al hacerlo, se da cuenta de que sus hermanas, Mercedes y Julia, se acercan con otra joven, por lo que comienza a vestirse.

Al llegar al portal, Mercedes invita a Isabel, la amiga que las acompaña, a desayunar al mirador de la casa. Mientras Mercedes va en busca de Natalia, Julia le confiesa a Isabel, con lágrimas en los ojos, que la cara de preocupación que porta se debe a la relación por carta que mantiene con Miguel, su novio, quien vive en Madrid. Le pide que no cuente nada sobre esto a Mercedes y le confiesa que está preparando su ajuar de casamiento, pero que su novio no pone fecha certera y prefiere algo sencillo y casi sin dar aviso a los convidados. Además, dice que se pelean frecuentemente porque él le exige que vaya a Madrid, pero su padre no la deja ir sola.

Cuando Mercedes regresa con Natalia, las cuatro chicas desayunan. Isabel se muestra sorprendida al saber que Tali ya tiene dieciséis años y, sin embargo, todavía no quiere vestir de largo. Sus hermanas son mayores y comentan que la madre murió en el parto de Tali. De los cuidados de las chicas se encarga la tía Concha.

Capítulo 2

En el segundo capítulo, Pablo Klein narra en primera persona su llegada en tren, hacia mediados de septiembre, a la ciudad de provincia a la que asiste para desempeñarse como profesor de alemán en el Instituto de Enseñanza Media. El viaje es largo, dado que en el trayecto el tren sufre dos averías. En la segunda parada obligada, los viajeros descienden y charlan al costado de los vagones. Allí, Pablo es testigo de las conversaciones que se entablan a su alrededor: dos hombres comentan sus vacaciones y la clase turística en la que les ha tocado viajar; dos muchachas que se conocen allí, Goyita, la hija de uno de estos señores, y una madrileña que viaja en plan de visita familiar, conversan sobre los lugares donde pueden divertirse.

Al avistar la Catedral, arriba a destino. Nadie espera a Pablo en la estación, por lo que se toma un autobús que recorre la ciudad hasta el Instituto. En el camino, en una de las paradas, vuelve a ver a la joven madrileña del tren y la escucha hablar con otra muchacha que critica a Goyita.

Cuando llega al desolado Instituto, una mujer le informa que no hay nadie allí, que desconoce la existencia de una residencia para profesores y, además, que Rafael Domínguez, el director del establecimiento y quien lo ha citado para el puesto, ha fallecido hace cinco días. Pablo se retira tras averiguar la dirección del finado y decide buscar una pensión para pasar la noche.

Capítulo 3

Goyita y Marisol, la madrileña que conoce en el tren, charlan sobre las vacaciones en San Sebastián. Goyita envidia la apariencia y desenvoltura de su nueva amiga, así como las actividades que le cuenta que realizó durante el viaje. Al escucharla, tiene la sensación de no haber estado en el mismo lugar; de no haber descubierto lo que valía la pena. Goyita le cuenta lo más parecido a una aventura vivido allí: el encuentro con un joven mexicano al que conoce el último día. La madrileña la desestima: “Qué rollo los hispanoamericanos, chica, qué peste. Parece que los regalan” (39).

Tras llegar a su casa, Goyita sale a dar una vuelta. Se cruza con un joven militar y le pregunta por su amiga, Toñuca. Caminan algunas cuadras y conversan sobre la cantidad de gente que hay en la ciudad y sobre la próxima fiesta del aeropuerto.

Al día siguiente, va al Casino con la madrileña y se sientan con Mercedes, Isabel y otras chicas mayores que ellas. Más tarde, su nueva amiga le reprocha el plan con tantas mujeres que, además, le parecen señoras. Goyita se incomoda por no estar divirtiéndola y le promete que Toñuca le gustará más. Al otro día, Toñuca, que está con un grupo de turistas franceses, se ríe de que Goyita la haya llevado a Marisol a planes aburridos, como el de la visita a la Catedral. Goyita se muestra algo incómoda y se retira porque en su casa la están esperando para comer.

En su casa, José María, su hermano, le pide que luego le presente a Marisol y le cuenta que Manolo Torre está en la ciudad. Ella se hace la desinteresada, pero cuando su hermano se retira, desde el despacho del padre, telefonea al bar del Hotel Nacional y pide por Manolo. El muchacho está allí con su amigo Ángel, quien le está contando sobre su noviazgo con Gertru. Cuando atiende el teléfono, Goyita corta sin responder.

Análisis

La novela Entre visillos (1957) es un claro exponente del realismo social practicado por algunos de los escritores de lo que se conoce como la Generación del 50 en España, muy cercana al neorrealismo literario y cinematógrafico en boga en Italia. En este tipo de historias, aparecen representados problemas que atraviesa la sociedad española de aquel momento y que no son expuestos como tales por los aparatos estatales de la propaganda franquista, sino, justamente, perpetrados por ellos y promovidos como forma de vida. La novela realiza, entonces, una crítica hacia esto, pero esta es implícita: el narrador no juzga los acontecimientos, sino que los muestra a modo de cámara cinematográfica que procura realizar una representación verosímil y cronológicamente lineal. La Generación del 50 está conformada por un grupo de escritores jóvenes conocidos como "hijos" de la Guerra Civil o "niños de la guerra", por lo que su producción literaria, temáticamente, está muy vinculada con la guerra, la posguerra y la dictadura franquista en la que fueron criados. En la novela de Carmen Martín Gaite, la crítica implícita se evidencia en cierto desasosiego que presentan algunos de los personajes femeninos, seres estancados en una realidad que les es hostil, y el inconformismo ante las normas impuestas socialmente. La narración en tercera persona se desplaza de manera lineal, cual cámara, por los espacios en los que circulan los diferentes personajes y da cuenta de sus conversaciones monotemáticas y actitudes pasivas. Pero este no es el único narrador ni punto de vista.

La narrativa social de la autora, en esta novela, se vuelca hacia una perspectiva intimista a partir de la utilización de tres narradores: un narrador omnisciente y objetivo, que recorre el texto como si fuera una cámara que va pasando por diferentes escenas una detrás de otra; la narración en primera persona de las impresiones de Pablo Klein, el recién llegado; la narración en primera persona de Natalia Ruiz Guilarte, una adolescente inconforme con la vida que se le propone debe hacer. Además, hay fragmentos de textos escritos que dan cuenta de los sentires de algunas de las mujeres de la historia: el diario de Natalia y la carta de Julia.

Es común que este tipo de obras presente un personaje colectivo o coral y no un protagonista concreto. Aquí, quien sirve de nexo o de hilo conductor de los acontecimientos es Pablo Klein, que al llegar desde otro sitio, presenta una mirada externa que permite la problematización de las situaciones vividas por el resto de los personajes que, en su mayoría, siguen un modelo de vida impuesto por rígidos mandatos sociales. De todas maneras, hay algunos de los personajes que tienen mayor relevancia que otros y que logran distinguirse más, por sus conflictos internos, que el resto.

La novela comienza en la entrada de un diario íntimo. Se trata del diario de Natalia, una de las protagonistas y narradoras. Uno de los temas recurrentes en la obra de Martín Gaite es la incomunicación, la soledad y la búsqueda constante de un interlocutor válido. El diario íntimo representa esta búsqueda de la joven por lograr comunicar lo que siente en un mundo en el que todos parecen acordar normas sociales con las que no se encuentra del todo cómoda. Con la única con la que puede hablar es con ella misma a través de su escritura. Escritura que se cierra abruptamente cuando Candela, la empleada, entra a su cuarto y, por tanto, la narración de la novela se vuelca a la tercera persona.

Esta incomunicación se expresa también en lo que narra en el diario que abre la novela: ella está confesando allí la distancia que siente respecto de alguien que antes le era cercano, su amiga Gertru. A medio camino entre la infancia que idealiza y el futuro que le depara la sociedad patriarcal en la que se halla inmersa, Natalia no quiere crecer. Es que, en la España de mediados de los años 50, crecer significa seguir una cadena de rituales que llevan a las mujeres hasta el matrimonio. Por eso, cuando Gertru le anuncia que "se pone de largo dentro de pocos días en una fiesta que dan en el Aeropuerto" (11-12), Natalia ni se emociona ni quiere pasar por lo mismo. "Ponerse de largo" es un ritual de pasaje que consiste en ser presentada en sociedad como una señorita disponible para el casamiento. La distancia que separa a las dos amigas se manifiesta en las actividades que quieren hacer: Natalia quiere jugar o remar por el río; Gertru no quiere arrugar su vestido de organza amarillo y prefiere hablar sobre la fiesta en la que pasará, formalmente, de niña a mujer casadera. Gertru, a su vez, no entiende que Natalia no siga los mandatos que ella tiene naturalizados: "No comprendía que no hubiera convencido a mis hermanas para ir yo también" (12); Natalia no quiere tener que explicar que es ella la que en realidad no los cumple: "No le quise contar que he tenido que insistir para convencerlas precisamente de lo contrario" (12). Sos dos amigas que ya no se comprenden. La ausencia de interlocutor que experimenta Natalia se evidencia en los silencios: "Me dijo que por qué estaba tan callada, que le contase alguna cosa, pero yo no sabía qué contar..." (12).

En el primer capítulo, Natalia espía por entre los visillos de su ventana lo que sucede afuera. En la calle hay una fiesta: las gigantillas, unas figuras enormes y desproporcionadas tradicionales, desfilan por la calle y persiguen con garrotes a los niños que corren alegremente. Esta imagen representa una alegoría del poder y anticipa la forma en la que se disciplina de forma autoritaria a la sociedad. Parte de esta pedagogía autoritaria está relacionada con ciertos mandatos sociales que se imponen, en mayor medida, sobre las mujeres. Un anticipo de estos se presenta en la conversación que mantienen en el mirador, lugar femenino por excelencia en los hogares españoles de mediados del siglo XX, Isabel y Julia. Julia está muy angustiada por las discusiones que tiene con su novio dado que la autoridad de su hogar, el padre, no le permite viajar sola a verlo a Madrid, a pesar de que ella ya tiene 27 años.

Desde el primer capítulo y hasta el final de sus páginas, la novela pone en tensión dos ejes: el de la tradición y el de la modernidad. Pablo, que aparece en el segundo capítulo a partir de la narración en primera persona, es representante de este segundo eje y lo manifiesta a través de una mirada extrañada sobre lo que lo rodea. Es la mirada del extranjero, del que llega de afuera y descubre situaciones que le llaman la atención o que no tiene naturalizadas. Ingresa a la ciudad, después de un viaje accidentado en el que tiene la oportunidad de empezar a conocer, a través de las banales conversaciones de las que es testigo, la idiosincrasia de la sociedad en la que se inserta. Su llegada está indicada por la aparición a la distancia de una construcción arquitectónica que, como veremos, tiene un lugar central en la vida de los habitantes de este lugar: la Catedral. La religión católica se hace presente desde que el joven profesor llega y se reitera en diferentes imágenes que observa a través de la ventanilla del autobús que lo traslada hacia el Instituto: procesiones de mujeres con velas, monaguillos, el campanario de una iglesia.

En ese viaje en tren, se conocen Goyita y Marisol. Goyita está volviendo a su ciudad tras las vacaciones; Marisol está llegando desde Madrid. Marisol trae consigo una modernidad de las apariencias: es, como la autora de la novela describe en uno de sus ensayos, una "chica topolino", es decir, jóvenes con dinero, desenvoltura y apariencia que no condice con la moral recatada y más tradicional de la época. Ante los ojos de Goyita, Marisol representa la novedad, por eso intenta, sin éxito, asombrarla y divertirla.