El conde de Montecristo

El conde de Montecristo Resumen y Análisis Capítulos IX-XXI

Resumen

Capítulo IX

Villefort convence a los marqueses, padres de su futura esposa, de que utilicen su influencia para ponerlo en contacto con el monarca reinante, Luis XVIII. El joven magistrado piensa que si es el primero en contactarse con el rey, dicha jugada le valdrá una excelente recompensa, por lo que emprende el viaje a París sin demoras.

Capítulo X

Luis XVIII recibe la advertencia de Villefort acerca del complot sobre el regreso de Napoleón. Villefort le cuenta acerca de Dantès, la isla de Elba y cómo apresó al marinero bonapartista. Sin embargo, Luis XVIII confía en su poder de controlar la situación y no considera que nada de lo mencionado represente un verdadero peligro.

Capítulo XI

El ministro de policía interrumpe la reunión entre Villefort y el rey para darle exactamente la misma información que acaba de comunicarle el joven magistrado: existe una conjura en marcha para volver a colocar a Napoleón en el trono de Francia. Ahora preocupado, el monarca felicita a Villefort por su servicio. El policía describe a un hombre acusado de jugar un rol muy importante en el regreso de Bonaparte, y Villefort comprende que describe a su padre y que, por ende, ambos corren peligro.

Capítulo XII

El señor Noirtier visita a su hijo, Villefort. El encuentro es incómodo y está lleno de tensión; su hijo le explica cómo acaba de salvarle la vida y le advierte que lo están buscando. Noirtier demuestra una gran tranquilidad y se vale de un disfraz para retirarse sin ponerse en riesgo.

Capítulo XIII

Luis XVIII no puede contener el golpe de los bonapartistas y pierde el poder por un periodo de cien días. Durante ese tiempo, Villefort pide ayuda a su padre para mantener su trabajo, y Morrel acude a él para pedir por la liberación de Dantès. Sin embargo, Villefort oculta los pedidos de revisión del caso.

Mientras tanto, Caderousse y Fernando son reclutados para formar parte del ejército. Danglars, temeroso de que el regreso de Napoleón implique la liberación de Dantès, se escapa a Madrid y no vuelve. El padre de Dantès fallece y Morrel, en otro gesto de consideración hacia la familia de su joven empleado encarcelado, salda todas sus deudas.

Capítulo XIV

Un año después del retorno de Luis XVIII, el nuevo inspector de prisiones visita el castillo de If para escuchar los reclamos de los prisioneros y en busca de irregularidades. Allí conoce el caso de Dantès y el del abate Faria, un prisionero conocido por su locura, que ofrece una inmensa suma de dinero a quien lo saque de la prisión.

El inspector no encuentra nada irregular respecto a la encarcelación de Edmundo y da por concluido el asunto. Mientras tanto, Dantès tiene esperanzas de que el inspector lo libere, algo que finalmente comprende que no va a suceder.

Capítulo XV

Desesperado, Edmundo decide suicidarse. Sin embargo, cuando está dejándose morir de hambre, el sonido de un prisionero excavando la tierra le devuelve la esperanza y emprende entonces el trabajo de sacar una piedra del suelo. Gracias a ello, puede hablar con el otro prisionero, el abate Faria, quien le comparte sus planes de escape.

Capítulo XVI

Faria y Dantès se conocen personalmente gracias al túnel con el que el sacerdote conecta, accidentalmente, la celda de ambos. Dantès está feliz de ver a otra persona y se siente esperanzado. Sin embargo, Faria está desanimado, porque la abertura que cavó no debía dejarlo en la celda de Dantès, sino en un lugar que le permitiera fugarse.

Capítulo XVII

Dantès visita la celda del abate y conoce todas las herramientas y objetos que el hombre pudo fabricar. Gracias a la sabiduría del abate, Dantès descubre quiénes urdieron la traición que lo llevó a la cárcel. Edmundo se transforma en el discípulo de Faria y juntos planean escapar. Trágicamente, el abate sufre un ataque de apoplejía que le paraliza el brazo y, por ende, le impide escapar. Dantès, en un acto de empatía, se niega a huir sin él.

Capítulo XVIII

El abate habla por primera vez con Dantès sobre el tesoro: le cuenta que pertenecía al cardenal César Spada, quien lo ocultó para que el Papa, Alejandro VI, y su sobrino, César Borgia, no tomen su fortuna luego de quitarle la vida. El abate le asegura que de lograr escapar, el tesoro les pertenecerá a ambos.

Capítulo XIX

El abate sufre otro ataque y llama a Dantès, aunque esta vez no puede ayudarlo, y fallece. A la llegada de los guardias, Dantès se esconde en el túnel, escucha que amortajan al cadáver y que planean sacarlo de la celda en la noche.

Capítulo XX

Dantès sustituye el cuerpo del Abate y se coloca él mismo dentro de la mortaja. Su plan es escapar una vez que lo entierren. Sin embargo, en la prisión no tienen la costumbre de sepultar a los prisioneros, sino que los arrojan al mar, colocándoles un peso en las piernas para que se hundan. Edmundo, entonces, cae sorprendido al mar y, gracias a un cuchillo que había guardado con él, corta la mortaja, se deshace de las ataduras en sus pies y escapa nadando.

Capítulo XXI

Dantès nada hasta la isla de Tiboulen, una formación rocosa pequeña, en donde aprovecha para descansar y tomar fuerzas. Finalmente, un barco mercante genovés lo rescata e incorpora en su tripulación tras comprobar sus habilidades para comandar el barco. Dantès le pregunta a uno de los marineros en qué fecha se encuentran, y este le responde que es el 28 de febrero de 1829: han pasado catorce años desde su encarcelamiento.

Análisis

Mientras Edmundo comienza a cumplir su condena en el Castillo de If, en marzo de 1815, Napoleón Bonaparte desembarca en Francia y se dirige velozmente hacia París, apoyado por una gran parte de la población. Tal es la adhesión social que goza Bonaparte que el rey Luis XVIII huye de París y se refugia en Inglaterra, desde donde comienza a planear, ayudado por las grandes potencias de Europa, un contraataque para derrocar al Usurpador.

Durante todo este proceso, la novela se concentra en el personaje de Villefort, quien se traslada lo más rápido posible a París para dar aviso al rey de la conjura que los bonapartistas están conspirando contra él. El capítulo IX está dedicado al encuentro del magistrado con el monarca, a quien se representa como un sujeto ingenuo, más interesado en la poesía clásica que en el gobierno de su país. Alrededor de Luis XVIII se despliega toda una corte de ministros obsecuentes y temerosos que no se atreven a alzar su voz para hacerle entender al rey del peligro que corre. El ministro de policía es un claro ejemplo de ello: a pesar del rango que ostenta, no es capaz de darle ninguna información útil sobre el avance de Napoleón, al punto de que el rey termina exasperándose y confiando más en el recién llegado Villefort que en cualquier otro de sus súbditos.

Tras su encuentro con Luis XVIII, Villefort se entrevista con su padre, vicepresidente de los bonapartistas y responsable del asesinato del general Quesnel, un agente realista infiltrado entre los opositores. Hasta el momento, la novela había presentado a Villefort como un magistrado frío, aunque elocuente, capaz de articular emocionantes discursos sobre la verdad, la justicia y la importancia de sacrificarse por la patria. Sin embargo, el joven ambicioso queda totalmente opacado ante la ilimitada astucia y la penetrante sagacidad de su padre, el señor Noirtier. Noirtier es un hombre fuerte, cabal y totalmente entregado a sus convicciones. En un duelo de oratoria, da por tierra con las ambiciones de su hijo y no deja pasar la ocasión para enseñarle a moverse en el terreno de la política. Ante la acusación que Villefort le hace por el asesinato del general Quesnel, Noirtier le replica con vehemencia:

En política, no hay asesinatos. En política, querido hijo, y lo sabéis tan bien como yo, no hay hombres, sino ideas; no hay sentimientos, sólo intereses; en política no se mata a nadie, sino que se suprime un obstáculo, eso es todo. (…) De modo que, ¡asesinato! en verdad que me dejáis sorprendido, Villefort, ¿cómo es posible que vos, sustituto del procurador del rey, construyáis una acusación con tan débiles indicios? (p. 87).

Este pasaje presenta la mirada irónica que Dumas sostiene sobre todos los aparatos institucionales de gobierno y de justicia en la Francia del siglo XIX: la política es un ámbito despiadado donde, en el mejor de los casos, los hombres actúan en pos de un ideal, aunque para alcanzarlo tengan que seguir los caminos más despreciables. Lamentablemente, en la mayoría de los casos los actos de injusticia —como la condena que sufre Edmundo —no responden a los ideales de magistrados honrados, sino a la ambición trepadora de un puñado de mediocres arribistas. Otra dimensión propia del contexto histórico que puede leerse justo a continuación es la brutalidad y la crudeza que se vive en aquellas épocas entre los realistas y los bonapartistas. Noirtier continúa:

¿Alguna vez me he atrevido yo a deciros, cuando, en el ejercicio de vuestras funciones como realista, le cortáis la cabeza a uno de los nuestros: “Hijo mío, habéis cometido un asesinato”? No; lo más que he pensado es: “Muy bien, en esta ocasión habéis ganado; ahora, a esperar la revancha” (p. 87).

Con sus discursos inflamados por la inteligencia y con su capacidad de interpretar lo que políticamente sucede a su alrededor, Noirtier es representado como uno de los personajes más impresionantes del relato, y muchos críticos sostienen que Dumas se basó en su propio padre, general bonapartista de cierto renombre, para su construcción.

A pesar de la rivalidad política que los separa, Villefort respeta a su padre y se niega rotundamente a realizar cualquier acción que pueda perjudicarlo. Muchos años después, como veremos más adelante, Noirtier y Villefort continúan siendo rivales e incluso luchan por intereses familiares opuestos. Así y todo, y a pesar de mostrarse como un sujeto totalmente inescrupuloso, Villefort siempre ostenta una singular deferencia por la figura paterna y respeta siempre a su progenitor, aun cuando esto le juega en contra.

Volvamos ahora sobre Edmundo Dantès, quien se encuentra encerrado en una pequeña celda, en las entrañas de la prisión del Castillo de If. El sufrimiento de Edmundo es inmensurable:

Dantès pasó por todos los grados de desventura que sufren todos los prisioneros que permanecen olvidados en una cárcel. Comenzó por el orgullo, que es consecuencia de la esperanza, y que consiste en tomar conciencia de la propia inocencia; le llegó también el momento de dudar de esta, lo que justificaba las ideas del alcaide acerca de la alienación mental (p. 106).

Sepultado vivo en su calabozo, Dantès muere simbólicamente: poco a poco, el encierro lo despoja de todo aquello que constituye su identidad. Edmundo, un marinero acostumbrado a la vastedad del mar, queda confinado a una oscura celda, cercenado del mundo vital que habitaba. Allí pierde conocimiento del destino de su prometida y de su padre, de quien en el futuro ni siquiera podrá encontrar la tumba. Lo que es más, pierde incluso su nombre, y se convierte en el número 34, el número de la celda que ocupa. En la desesperación, cuando todos los recursos humanos han sido agotados, Edmundo recurre a Dios y se entrega a la oración. Sin embargo, sus rezos se convierten en letanías rabiosas que ni siquiera logran desahogarlo, y el prisionero termina por blasfemar contra Dios y abjurar de su religión.

Eventualmente, la rabia cede su lugar a la desesperación, y Edmundo comienza a pensar en el suicidio. En este punto, la muerte se le figura como una fuerza salvadora, como la única calma que lo puede librar de sus males. Por eso, decide suicidarse mediante el ayuno. Sin embargo, en el momento en que Edmundo ha perdido prácticamente todas sus fuerzas y se encuentra en el umbral de la muerte, el abate Faria hace su milagrosa aparición y lo salva.

Faria es un viejo y enérgico cura italiano que fue encerrado, once años atrás, como preso político, debido a sus escritos revolucionarios sobre la unificación de Italia —algo que no sucedería sino un siglo más tarde—. Su aparición puede considerarse como una suerte de deus ex machina; es decir, un dispositivo externo que interrumpe la secuencia causal de los hechos para salvar milagrosamente al personaje. Al tratarse de un cura que, además, posee el secreto de una fabulosa fortuna, la presencia del abate Faria puede interpretarse como la intervención de la Divina Providencia en la vida de Edmundo. La Providencia es un concepto muy popular en el siglo XIX, que postula la creencia en una potencia divina que gobierna el universo y socorre a la humanidad. Contrapuesta a la idea de la Fatalidad, la idea de la Providencia implica la creencia de que Dios es una potencia que obra constantemente para provecho de la humanidad. Así, cualquier evento que cambie positivamente la suerte de un sujeto puede ser interpretado como un plan benefactor del destino.

A partir de ese momento, Edmundo comienza su pasaje por una serie de estados o pruebas de iniciación que lo convertirán a la larga en el omnipotente conde de Montecristo. En primer lugar, el abate Faria le devuelve la esperanza y la fe en Dios y en la Providencia. Luego, pasa años enseñándole todo el conocimiento reunido por la cultura occidental hasta convertirlo en un hombre instruido sobre las más diversas ciencias. En este sentido, el abate Faria representa al conocimiento ilustrado y funciona como una suerte de enciclopedia que compendia todos los conocimientos importantes de la cultura occidental. Gracias a ellos, Edmundo podrá luego introducirse en las altas esferas de la sociedad parisina para ejecutar su venganza sobre quienes lo traicionaron.

Las enseñanzas del abate no se reducen simplemente a conocimientos enciclopédicos sobre el mundo, sino que Faria le enseña a Edmundo a pensar lógicamente y a comprender la psicología humana. Es él quien lo hace comprender las razones por las que se encuentra prisionero al ayudarlo a reflexionar sobre las pasiones que podrían haber motivado a sus allegados a traicionarlo.

Luego, es el abate quien instala en Edmundo la idea de evadirse de la cárcel, algo a lo que ambos se dedican año tras años. Cuando Faria queda paralizado, Dantès decide quedarse con él antes que escapar solo. Esta prueba de afecto y fidelidad también funciona dentro del esquema iniciático, puesto que gracias a ella Faria comprueba la altura moral de su discípulo y decide revelarle el gran secreto del tesoro de los Spada.

El escape del castillo de If es la prueba decisiva y demuestra que Edmundo ha aprendido a pensar con ingenio: tras la muerte del abate, decide tomar su lugar y ser enterrado, para así poder luego salir de la tumba —otra forma de renacimiento simbólico— y escapar del castillo.

En el escape de Edmundo pueden leerse una serie de elementos que lo vinculan a la figura de Jesucristo: en primer lugar, Dantès, al igual que Cristo, ha sufrido la traición de sus amigos, ha atravesado el camino de su pasión en la prisión, ha muerto simbólicamente y ha resucitado. Su caída al agua funciona como un bautismo salvador en su amado Mediterráneo. No es menos importante notar que, al ingresar a prisión, Edmundo tiene diecinueve años, y pasa en el Castillo de If otros catorce. Al escapar, cuenta con treinta y tres años, la misma edad que tiene Cristo al ser crucificado y resucitar. Con todo ello, la reducción brutal a la nada que sufre Edmundo Dantès va a motivar una reacción contraria que lo dejará convertido en el conde Montecristo, el héroe omnipotente que se convierte en la Providencia y la Fatalidad para salvar a aquellos que fueron fieles a Edmundo y castigar a quienes lo traicionaron.