El conde de Montecristo

El conde de Montecristo Resumen y Análisis Capítulos I-VIII

Resumen

Capítulo I

El 14 de febrero de 1815, el propietario del buque mercante El Faraón, M. Morrel, baja al puerto de Marsella para presenciar la llegada de su barco. Al desembarcar, el ayudante del capitán, Edmundo Dantès, le informa que el capitán Leclère murió, víctima de una potente fiebre. Morrel está conforme con el desempeño del joven como capitán y planea ascenderlo, pero Danglars, el contador de El Faraón, le informa que Edmundo ordenó una parada sospechosa en la isla de Elba y que, además, el joven tiene en su poder una carta que le dieron allí y que estaba destinada, en un principio, al capitán Leclère.

Capítulo II

Dantès tiene un feliz reencuentro con su padre. Sin embargo, pronto se entera de que su padre estuvo pasando hambre porque un vecino, Caderousse, se llevó la mayor parte de su dinero para cobrarse una deuda que Edmundo tenía con él. Ante esta situación, Dantès le da dinero a su padre y le cuenta sobre su posible ascenso a capitán. Repentinamente, Caderousse aparece en la puerta y le dirige a Dantès una serie de comentarios malintencionados, que el joven prefiere ignorar. Tras despedirse momentáneamente del padre, Edmundo parte hacia los Catalanes a reencontrarse con su novia, Mercedes.

Mientras tanto, Caderousse se encuentra con Danglars. Ambos comparten el desagrado por el joven y no desean que consiga el puesto de capitán, motivo por el que siguen a escondidas a Edmundo.

Capítulo III

Mercedes discute con Fernando, puesto que él sigue cortejándola a pesar de sus rechazos reiterados. En ese momento, Dantès llega a la casa y se reencuentra con Mercedes, a pesar de la incómoda presencia de Fernando, quien comprende que sobra en aquella casa y se retira, totalmente enfurecido. Al bajar hacia el puerto, es interceptado por Danglars y Caderousse, quienes beben en una posada llamada La Reserva. Fernando está desolado y sus acompañantes simulan ser sus amigos y lo incitan a que recupere a Mercedes y se vengue de Dantès. Danglars deja entrever que planea hacer algo con la carta de Leclère que Dantès debe entregar en París.

Capítulo IV

Danglars intenta aprovecharse del odio que Fernando siente por Edmundo; al mismo tiempo, emborracha a Caderousse para que no se dé cuenta de lo que está tramando. Sin explicar sus motivaciones, escribe una carta para el procurador del rey acusando al marinero de agente bonapartista, aprovechándose de la visita que Edmundo hizo a la isla de Elba, lugar en el que Napoleón se encuentra prisionero, y de la carta que allí le entregaron, que bien podría ser la prueba de una conjura contra Francia. Cuando termina la carta, Danglars se retira con Caderousse y deja solo a Fernando, seguro de que él se encargará de enviarla.

Capítulo V

Dantès y Mercedes celebran su fiesta de compromiso. Con todos los invitados presentes, Dantès revela que el casamiento se va a efectuar en cuestión de horas, lo que alegra a todos, excepto a Danglars y Fernando. Sin embargo, la fiesta es interrumpida por las autoridades, que arrestan a Dantès y se lo llevan sin dar explicaciones. Caderousse recuerda los acontecimientos del día anterior, pero Danglars lo convence de guardar silencio, arguyendo que si la acusación es falsa, nada malo puede pasarle a Dantès. Finalmente, Fernando se queda consolando a Mercedes y Danglars toma temporalmente el rol de capitán de El Faraón.

Capítulo VI

Al igual que Dantès, Villefort, sustituto del procurador del rey, está a punto de casarse. Su prometida, Rafaela, es hija de los marqueses de Saint-Meran. Sin embargo, la boda debe posponerse, ya que la policía captura a Dantès, un posible traidor bonapartista, y magistrado debe encargarse del proceso judicial. Esta situación le sirve a Villefort para probar ante su entorno que él defiende los intereses de la realeza, ya que carga con el estigma de tener un padre bonapartista.

Capítulo VII

En el interrogatorio, Villefort descubre que la carta que Dantès debía entregar está dirigida a su padre, el señor Noirtier. Para protegerse a sí mismo y a su padre, Villefort quema la carta y le sugiere a Dantès que niegue su existencia.

Capítulo VIII

Dantès espera en el calabozo a ser liberado, pero los gendarmes lo llevan al castillo de If, una cárcel para prisioneros políticos situada en una isla. Allí, Dantès termina en un calabozo subterráneo, destinado a las personas mentalmente insanas, por atacar a un carcelero que se niega a darle explicaciones de su encarcelamiento y le impide comunicarse con Mercedes.

Análisis

El conde de Montecristo es una extensa novela dividida en 117 capítulos breves y llenos de acción, que originalmente se publicaron como folletines periódicos durante el transcurso de dos años.

La novela avanza cronológicamente, aunque se detiene solo en algunos períodos de tiempo y omite otros por completo, con el objetivo deliberado de generar una atmósfera de misterio en algunos momentos y de proporcionar abundantes detalles en otros. Así, por ejemplo, nada se dice del periodo que transcurre entre 1829 y 1837, pero luego la novela se concentra en el verano parisino de 1838.

Así, es posible dividir la obra en cuatro secciones: el inicio, que comprende los capítulos I-XIII y presenta la vida de Dantès hasta su arresto; una segunda parte, desde el capítulo XIV hasta el XXX, dedicada a la experiencia de Dantès en prisión, su fuga y su regreso a Marsella; una tercera parte, comprendida entre los capítulos XXX y XXXVIII, que presenta a Dantès como el conde de Montecristo y aborda su interacción con Franz y Alberto; y, finalmente, una cuarta parte, la más extensa, desde el capítulo XXXIX hasta el CXVII, dedicada a la ejecución del plan de venganza del conde en París. Como observaremos luego, la longitud de esta cuarta parte, en comparación con los demás, pone en evidencia la importancia fundamental que tiene la venganza para la novela.

La estructura del relato de aventuras se hace evidente desde el primer capítulo de la obra, que presenta la llegada de El Faraón, el barco de carga en el que trabaja Edmundo Dantès, al puerto de Marsella y se revela la muerte de su capitán, Leclère, y la escala realizada en la isla de Elba, donde Napoleón está prisionero. En este sentido, un rasgo destacable de la estructura narrativa de las novelas de aventura es la construcción de una trama que busca promover el suspenso y generar tensión para atrapar al lector. Para la novela de aventuras, la acción es un componente fundamental que determina la estructura secuencial y cronológica del relato: la historia avanza conforme su protagonista sortea una serie de peripecias que componen el conflicto principal de la obra.

Otro rasgo propio del El conde de Montecristo es la influencia del estilo dramático propio del autor, Alejandro Dumas, quien es, además de novelista, un prolífico dramaturgo. En muchas escenas a lo largo de toda la novela predominan las secuencias dialogales, en las que los personajes exponen directamente sus pensamientos. El capítulo IV, por ejemplo, transcurre por completo en el bar La reserva, donde Danglars y Fernando preparan la conjura contra Dantès. En todo el episodio, las intervenciones del narrador en tercera persona son mínimas y se limitan a reponer información contextual, como si se tratara de las acotaciones de un texto dramático que indican cómo debe representarse la escena.

En el joven protagonista, Edmundo Dantès, se encarnan algunos de los ideales del héroe romántico: se trata de un muchacho inteligente, pero ingenuo, honesto, desinteresado, apasionado, que no teme a ningún peligro y está dispuesto a jugarse la vida por sus ideales. La vida le sonríe a Edmundo: con diecinueve años, Morrel, su jefe, lo toma como protegido y piensa convertirlo en capitán de El Faraón. Además, Edmundo tiene una hermosa prometida, Mercedes, con quien está por casarse. El éxito del protagonista, aunque modesto en su ambición, despierta la envidia y el odio en tres personajes que deciden traicionarlo: Fernando Mondego, Danglars y Gerardo Villefort.

Para que el lector pueda identificarse positivamente con Edmundo y sufrir junto a él por las injusticias a las que será sometido, el narrador presenta en los primeros capítulos una serie de escenas que evidencian tanto su trasfondo humilde como su naturaleza bondadosa y su altura moral. Al llegar a Marsella, Dantès se dirige directamente a la casa de su padre, un buen hombre a quien ayuda económicamente. En la escena del encuentro entre padre e hijo destaca el amor filial como un valor fundamental para la psicología del protagonista, quien dice que en su vida solo existen dos amores: su padre y su prometida, Mercedes.

El conde de Montecristo es, como muchas veces se ha señalado, un profundo estudio sobre las pasiones que mueven a la humanidad. Así como Dantès representa en un primer momento la bondad, la fidelidad, el honor y el amor incondicional, cada uno de los traidores que planean su caída representa un valor negativo: Danglars, el contador de El Faraón, representa la avaricia; Villefort, el magistrado de la justicia que actúa como sustituto del procurador del rey, simboliza la ambición desmedida; y, por último, en Fernando Mondego encarnan el odio y la envidia. Movidos por dichos sentimientos, los tres personajes se conjuran para hacer caer a Edmundo.

En la conjura interviene, además, el sastre Caderousse, un vecino del padre de Edmundo que está celoso de la fama y de los amigos que tiene el joven. Si bien Caderousse no tiene participación activa en la ruina de Dantès, es quien sin darse cuenta siembra la idea de la traición en Danglars. Caderousse es un enemigo menor para el conde de Montecristo, pero no por ello deja de tener importancia, como veremos a lo largo de la novela.

Danglars desea ser el capitán de El Faraón, y se siente vejado cuando Morrel elige a Dantès, el segundo a cargo del barco, antes que a él. Fernando, por su parte, está enamorado de Mercedes, la prometida de Edmundo, a quien conoce desde su infancia. Para Mercedes, Fernando es un amigo tan cercano como un hermano, pero nunca lo ha contemplado como una posible pareja; por eso, Fernando envidia y odia profundamente a Dantès. Finalmente, Villefort no conoce a Edmundo ni está interesado por su persona en lo más mínimo. Sin embargo, cuando el magistrado descubre que el ingenuo joven lleva una carta de Napoleón destinada a su padre, el bonapartista Noirtier, comprende que aquel conocimiento pone en peligro sus deseos de ascender en los escalafones de la justicia francesa y no duda en sacrificar a Dantès en pos de su ambición. Con todo ello, el joven Edmundo termina prisionero en el famoso castillo de If, sin siquiera saber los motivos de su condena.

Dicha carta es, en verdad, el elemento disparador de la aventura: en el capítulo I el lector se entera de que Edmundo, para cumplir con la última voluntad del capitán de El Faraón, hizo una escala en la Isla de Elba, donde recibió una carta de Napoleón destinada a uno de sus agentes en París. Dantès, ingenuo e ignorante, pero fiel a su superior, lleva la carta consigo y no se preocupa de ocultar dicha información, sin saber que se trata de un documento que lo compromete profundamente, puesto que coordina el escape de Napoleón de Elba y su regreso a Francia. Edmundo actúa de esta forma movido por el honor, un valor de gran importancia para la sociedad francesa del siglo XIX. Al dar su palabra al capitán moribundo, se compromete con su vida a cumplirla y, de no lograrlo, la deshonra y el escarnio sociales serán tan grandes que no podrá seguir viviendo. Como veremos más adelante, son muchos los personajes que hacen del honor el pilar fundamental de sus vidas.

Cabe destacar que El conde de Montecristo, al igual que muchas novelas famosas de Alejandro Dumas —como Los tres mosqueteros tiene como telón de fondo un momento muy particular de la historia de Francia, que al escritor le interesa explorar. Mientras que para Los tres mosqueteros, por ejemplo, el periodo histórico que le interesa a Dumas es el reinado de Luis XIII, la historia del conde de Montecristo tiene lugar durante el largo periodo de la restauración de la monarquía de los Borbones. Dicho periodo está comprendido entre 1814, con la caída de Napoleón, y 1830, con la llamada Revolución de Julio. Después de la Revolución francesa —que se extiende desde 1789 hasta 1799—, Napoleón Bonaparte se convierte en el gobernante de Francia y se corona a sí mismo como Emperador. Tras años de expansión de su imperio, una coalición de potencias europeas lo derrota y pone fin al llamado Primer Imperio. En 1814, los gobernantes victoriosos deciden poner en el trono de Francia a Luis XVIII, heredero de Luis XVI, de la dinastía de los borbones. Aunque con ello Francia vuelve a ser una monarquía, con el ascenso de Luis XVIII se firma la llamada Carta de 1814, que garantiza la creación de una Cámara de Pares y una Cámara de Diputados elegidas mediante el voto de la alta burguesía francesa. Si bien el rey es quien sigue teniendo el poder de sancionar las leyes, las cámaras se convierten en un instrumento para reducir el poder de la monarquía e instaurar el estado de derecho en el nuevo orden político.

Debido a este trasfondo histórico, la sociedad francesa se halla a fines de 1814 y principios de 1815 dividida entre los bonapartistas derrotados y los realistas que se encuentran nuevamente encumbrados en el poder. Villefort es uno de dichos realistas; ostenta la posición de magistrado dentro del aparato de justicia y cumple la función de sustituto del procurador del rey en Marsella cuando Edmundo llega a sus manos con la carta de Napoleón. Villefort comprende rápidamente que Edmundo no es ningún traidor, sino un simple joven ignorante. Sin embargo, Edmundo confiesa que debe entregar la carta a Noirtier, quien no es otro que el padre de Villefort y el vicepresidente del partido bonapartista que está tramando el regreso de Napoleón. En el nuevo orden social, la posición de Villefort es precaria, pero promisoria: si Luis XVIII se mantiene en el poder, los magistrados fieles al rey ocuparán los más altos puestos del gobierno. Si, por el contrario, la insurrección napoleónica resulta exitosa, la balanza entonces se dará vuelta completamente: los realistas, como Villefort, comenzarán a ser perseguidos y los bonapartistas, como Noirtier, gozarán nuevamente de todos los privilegios del poder.

En este contexto tan particular, Villefort decide encerrar a Dantès de por vida y asegurarse así de que nadie se entere de las conexiones que su padre aún guarda con los bonapartistas. En el capítulo VIII, mientras Dantès es conducido al castillo de If, Villefort se prepara para viajar a París con el objetivo de desbaratar la conjura bonapartista contra Luis XVIII.