Cartas a un joven poeta

Cartas a un joven poeta Temas

La soledad

La soledad es el tema más importante de la obra. Es el único tema que Rilke aborda, prácticamente, en todas las cartas, en algunas con mayor detenimiento y en otras a través de breves reflexiones. Además, es un tema que relaciona con otros temas importantes de la obra y que, de algún modo, los abarca.

En las primeras cartas, la soledad aparece unida fundamentalmente al tema de la formación del artista, aunque también se relaciona con el tema de la crítica literaria. Rilke sostiene que lo primero que debe hacer el ser para saber si ha de convertirse en poeta es preguntarse si debe escribir. Dicha pregunta solo puede encontrar una respuesta verdadera si el poeta se la hace a sí mismo en su soledad más íntima.

Contrapone la importancia de dicha soledad en la formación del artista y la percepción del arte con la inutilidad de buscar respuestas en la opinión de los críticos literarios. Las respuestas del artista acerca de su obra, y acerca de las obras que lee o contempla, deben surgir desde la soledad, desde los juicios que nacen del interior del ser, y no desde el mundo exterior. Las obras de arte son de una infinita soledad y, por eso mismo, son inabordables por la crítica literaria y su lenguaje técnico.

La soledad también es importante en relación al sexo y el amor. Según Rilke, los hombres no logran disfrutar verdaderamente la experiencia sexual, que debe estar unida al amor y no ser meramente superficial, exterior, por no estar, precisamente, formados interiormente para poder amar. Solamente en soledad, el ser humano puede percibir cómo el amor se encuentra en todo lo que lo rodea, como los animales y las plantas. Esto es porque, en realidad, el amor se encuentra en su interior. Para aprender a amar hay que, primero, conectar con esa interioridad profunda. Para poder conectar con esa interioridad, hay que estar en soledad, aunque sea difícil y doloroso. Es más, para Rilke, lo difícil es necesariamente bueno. La soledad, por lo tanto, es buena por ser difícil. Los jóvenes no están preparados para amar porque aún no se formaron en su soledad, y escaparon de dicha dificultad uniéndose de manera precipitada con otra persona. La unión entre dos seres que no tienen esta formación interior siempre es fallida, y no se puede cultivar la soledad estando junto a otra persona. El verdadero amor es, para Rilke, aquel en que dos soledades cultivadas interiormente se unen.

En relación al tema de la profesión, también la soledad es fundamental. El consejo que, constantemente, le brinda Rilke a Kappus sobre cómo hacer para sobrellevar su carrera militar (que el joven poeta padece, ya que no logra una relación verdadera con sus colegas) es, precisamente, refugiarse en la soledad. Allí encontrará la fuerza espiritual para superar los obstáculos que aparezcan en su carrera. La soledad le permitirá estar cerca de las cosas, y con eso le alcanzará para no sufrir la imposibilidad de relacionarse con sus colegas.

Rilke también hace referencia a la importancia de la soledad en relación con el trajín de la ciudad y la calma de los entornos más naturales. Según Rilke, en la ciudad, por el estrépito constante, es muy difícil conectar con la verdad de las cosas. Para poder sentir dicha verdad, se necesita estar en un entorno calmo, en donde la persona pueda sentir su soledad y, a partir de eso, conectar con el mundo que lo rodea.

Otro tema fundamental que se aborda a partir de la soledad es el de la infancia. Para Rilke, no hay momento de mayor soledad que cuando uno es niño, y los padres están en sus asuntos. Esta soledad infantil debe ser, para la persona adulta, un refugio. Cuando la persona adulta no puede encontrar riqueza en su vida cotidiana, debe internarse en el recuerdo de esa soledad infantil, e intentar observar su vida actual como ese niño solitario observaba su vida; con el mismo deseo de descubrir el secreto de todo lo que lo rodeaba, con la misma inocencia y sorpresa. Solamente así, el adulto puede descubrir la singularidad de su vida cotidiana.

También a través de la soledad, el ser puede conectar con Dios. A través de cada acto íntimo, solitario, en el que el ser conecta con lo que lo rodea, también conecta con Dios.

La tristeza es otro de los temas que Rilke relaciona con la soledad. Según él, el modo de sobrellevar la tristeza es aceptándola, sin negarla. Para aceptarla hay que refugiarse en la intimidad pacífica de la soledad, y no buscar distracciones con las que evitar sentir dicha tristeza. Solamente desde la profundidad de la soledad se puede comprender de dónde surge la tristeza y que no sea algo extraño que se aloja en el cuerpo del ser.

Por todo esto, es fundamental que el hombre acepte su condición natural de solitario. La soledad no es una opción, aunque el ser quiera engañarse al respecto. El punto de partida para comprender la verdad de la vida es aceptar la soledad.

La mujer

En la “Carta VII”, Rilke reflexiona ampliamente acerca de la transformación de la mujer en la sociedad actual y futura, su rol en relación al hombre, y su rol en el amor.

Su planteo es muy avanzado para la época, para la concepción que se tenía sobre lo que era y debía ser la mujer. Aún más, hay una gran afinidad entre su planteo, realizado en 1903, y planteos feministas que se comienzan a propagar, al menos, 50 años después, y aún continúan vigentes. Es importante destacar que las primeras organizaciones que se consideran feministas son de fin del siglo XIX. Es decir, muy pocos años antes de la carta escrita por Rilke.

Sin embargo, hay elementos de la época que le permiten al autor reflexionar acerca de la transformación de la mujer en la sociedad. Entre esos elementos, se debe nombrar el surgimiento del psicoanálisis, que Rilke conocía a través de la estrecha relación que mantenía con Lou Andreas-Salomé, psicoanalista y colaboradora de Sigmund Freud. Los estudios psicoanalíticos de la época se centran con especial atención en la condición de la mujer y, por primera vez, exponen sus problemáticas: se comprende la profundidad de las mismas, se las relaciona con su rol en la sociedad y su relación con el hombre. Es decir, la mujer comienza a ser pensada y comprendida como sujeto.

Es importante destacar que, en términos políticos, a comienzos del siglo XX la mujer no es considerada ciudadana en casi ningún país; no tiene derecho a votar. Hasta este momento, incluso grandes filósofos como Kant y Rousseau afirmaban que la mujer debía estar excluida, por naturaleza, del derecho de la ciudadanía. Sin embargo, ya desde mediados del siglo XIX, en distintas partes del mundo comienzan a aparecer pequeños grupos de mujeres que empiezan a luchar por sus derechos. La abolición de la esclavitud en Estados Unidos es fundamental para fortalecer esa lucha por la igualdad. Además, la Revolución Industrial las había incorporado al mundo del trabajo que, por lo tanto, dejaba de ser exclusivo del hombre. Es, entonces, importante comprender que las reflexiones de Rilke surgen en este contexto, pese a que él no lo defina de manera específica.

Lo primero que afirma Rilke sobre este tema es que su época permite comenzar a percibir las relaciones amorosas entre individuos, sin prejuicios, de manera objetiva. Es decir, sin imponer diferencias a priori entre hombre y mujer. Están sucediendo muchas cosas (allí es donde Rilke no especifica cuáles son esas cosas) que ayudan tímidamente a juzgar sin prejuicios.

A continuación, afirma que la mujer, dado su desenvolvimiento más reciente en la sociedad, comenzará a imitar los hábitos y modales masculinos, y ejercerá profesiones que están hasta ese momento reservadas al hombre. Esto lo hará, durante un tiempo, para incorporarse del todo a la sociedad. Sin embargo, una vez que logre igualarse al hombre, la mujer se quitará este “disfraz” de hombre y descubrirá su verdadera esencia, sin las deformaciones masculinas.

Esta esencia es, para Rilke, más profunda. La mujer, a diferencia del hombre, no es engreída, no menosprecia lo que ama. Está, naturalmente, más conectada con la verdad, con la naturaleza. Su capacidad de dar a luz es una diferencia con el hombre que Rilke destaca.

Además, el poeta profetiza que esta humanidad más honda de la mujer, tras todo el sufrimiento y las humillaciones vividas durante mucho tiempo, aparecerá en el mundo de repente, y los hombres quedarán sorprendidos y vencidos. Cuando esto suceda, la mujer dejará de definirse en oposición al hombre, como su mero complemento. Será un ser humano femenino. A través de la palabra “humano”, Rilke se refiere a algo que no diferencia hombre y mujer, sino que abarca a ambos. Por lo tanto, al hablar de “ser humano femenino” en lugar de “mujer”, pone en primer lugar la humanidad, la igualdad, y no la diferencia. La mujer es, primero, humana, al igual que el hombre.

Este progreso femenino, afirma Rilke, será muy resistido por los hombres, que se sentirán superados. Esta afirmación, hecha en 1903, tiene un gran peso histórico, y está muy vigente incluso en la actualidad.

Más allá de esa resistencia de los hombres, estos cambios transformarán de modo radical la vida amorosa, dado que esta dejará de ser comprendida como una relación entre hembra y varón, para comenzar a ser comprendida como una relación entre humano y humano. De ese modo, los convencionalismos sociales y los prejuicios dejarán de imponerse en el amor, y eso lo transformará en un acto natural, verdadero.

El amor

Según Rilke, el punto de partida para poder sentir amor por otra persona es aprender a amar en soledad. Solamente en soledad el ser humano puede percibir cómo el amor se encuentra en los animales y en las plantas que se unen, se multiplican y crecen, no por placer ni por dolor, sino por algo mucho más poderoso.

En relación a esto, Rilke afirma que por no haber transitado aún profundamente la soledad, y tener necesidad urgente de sentir placer (y además evitar el dolor de sentirse solos), los jóvenes que se unen en pareja fracasan en el amor. Les falta la experiencia de la soledad. Los jóvenes, entonces, recurren a convencionalismos como el matrimonio o las diversiones públicas para sostener la pareja. Pero, para Rilke, esos convencionalismos no son sinceros sino superficiales y, por lo tanto, no permiten conectar con la profundidad del amor.

A dicha profundidad, entonces, solo pueden acceder dos personas que hayan conectado profundamente con su soledad. Por eso, Rilke afirma que el amor consiste en la unión de dos soledades que “se protejan, limiten y se reverencien” (p. 96).

Ahora bien, Rilke hace profundo hincapié en la idea de lo humano como aquello que no distingue al hombre y la mujer. Según el escritor, cuando el ser conecta con la verdad profunda que se halla en su soledad, se libera de los convencionalismos sociales que le fueron asignados por su sexo. Es decir, los hombres que encuentran esta verdad pueden dejar de “actuar” como hombres, y las mujeres como mujeres. Ambos se vuelven humanos, no solamente hombre o mujer. La gran renovación del mundo podrá suceder, afirma Rilke, cuando los sexos no se busquen como opuestos, no se busquen como hombre y mujer, sino, precisamente, como humanos.

Por todo esto, el amor es, para Rilke, lo más difícil que le ha sido encomendado al ser humano. Es la prueba más importante, el examen definitivo para el que debe prepararse constantemente.

La formación del artista

Este es el tema por el cual Kappus y Rilke inician su correspondencia. Es fundamental en las primeras cartas. Kappus quiere recibir consejos acerca de lo que debe hacer para formarse como poeta. Con el paso de las cartas, el tema deja de ser abordado directamente, y Rilke se expande sobre otros temas. La formación del artista es, entonces, el punto de partida.

Al respecto, lo primero que afirma Rilke es que lo que tiene que hacer el artista es preguntarse, en su soledad más íntima, si debe realmente realizar la labor artística que pretende encarar. En este caso, le dice al joven poeta que se pregunte si debe escribir. Es decir, el ser debe averiguar en el fondo de su alma si tiene un impulso íntimo, verdadero, que lo conduzca a hacer arte, a convertirse en artista. La idea de Rilke es que muchos artistas no tienen este impulso, y son pseudo-artistas que realizan pseudo-arte.

Según Rilke, el artista que recién comienza no debe abordar los grandes temas del arte. Se necesita una fuerza y una madurez muy grandes para realizar una obra destacable en relación a esos temas, ya que existen demasiadas obras al respecto. El artista, en sus inicios, debe abordar sus propias tristezas, sus anhelos, sus pensamientos, su fe. Además, debe ejercer su labor con sinceridad, apoyándose en las cosas que lo rodean, las imágenes de sus sueños y sus recuerdos. La idea fundamental de Rilke es que el arte debe surgir desde el interior del ser, no debe ser una influencia o una copia del exterior, es decir, de otros artistas, convencionalismos u opiniones críticas.

Ahora bien, si el artista siente que su vida cotidiana (es decir, aquello que lo rodea y de donde debería surgir su arte) es pobre, no debe culpar a la vida, sino que debe culparse a sí mismo. La monotonía de la vida cotidiana no es una excusa para no poder realizar obras de arte sinceras, que broten desde el interior. Rilke aconseja que, en tal caso, el artista debe recurrir a las imágenes y recuerdos de su infancia. Debe recordar el modo de percibir las cosas que tenía cuando era un niño solitario, la extrañeza que tenía hacia aquello que lo rodeaba y aún no comprendía, y mirar de ese modo su vida de adulto. Así logrará entender la profundidad que se esconde en su cotidianeidad, y llevar esa profundidad a su arte.

Otro consejo de Rilke para el artista en formación es que evite la ironía hasta que logre utilizarla con pureza. Según Rilke, la ironía es un escape fácil, una tentación para no abordar la verdadera profundidad de las cosas. Un modo de abordar el arte desde el exterior. El arte debe siempre brotar del interior.

En este sentido, es fundamental para la formación del artista percibir el arte (propio y ajeno) desde los juicios del interior. Es decir, no importa lo que digan los expertos, los críticos, o lo que se suponga que una obra signifique. Importa lo que el artista sienta y piense al percibir la obra. Y si no sabe qué pensar al respecto, debe tener paciencia, ya que su sensibilidad y su percepción crecerán con el paso del tiempo.

Así, madurando interiormente y en conexión íntima con los propios sentimientos y lo que lo rodea, es como debe formarse el artista.

La crítica y el arte

Rilke se refiere a este tema sobre todo en las primeras cartas. Muchas veces habla de la crítica literaria específicamente, pero esto se debe a que está tocando el tema en relación a la poesía, dándole consejos al joven poeta. Sus opiniones sobre el tema, en realidad, abarcan a toda la crítica artística, de todas las ramas.

La opinión de Rilke es contundente al respecto. Según él, la crítica es absolutamente ineficaz para comprender las obras de arte. Estas son objetos misteriosos, muy difíciles de comprender, y la crítica, con un lenguaje que busca la comprensión absoluta, es incapaz de develar esos misterios.

El problema fundamental de la crítica artística, dice el autor, es que aborda las obras de arte desde el exterior y no desde el interior. No existe la posibilidad, siquiera, de que haya buenos críticos de arte, ya que estos (más allá de la profundidad de sus propios juicios de valor) siempre estarán obligados a apoyarse en convencionalismos sociales para ser comprendidos por el resto de las personas, y a afirmar verdades universales.

Todo esto conduce a que Rilke considere la crítica artística como una carrera “seudoartística”.

La infancia

La infancia, según Rilke, es el mejor momento de la vida de las personas, el más natural, ya que aún no debe responder a los convencionalismos sociales. Además, es el momento más solitario (para Rilke, como hemos visto, la soledad es fundamental para desarrollarse interiormente).

Ahora bien, la infancia no es solamente un momento de la vida que sucedió en el pasado. Todo lo contrario. Para Rilke, la infancia es un lugar que el ser debe mantener vivo en sus recuerdos. Y es que poder revivir la infancia tiene diversos beneficios. Por un lado, le permite al artista escapar de la monotonía de su vida cotidiana (si así la percibiera). Si el artista entra en el “arca de los recuerdos” (así llama Rilke a la infancia), puede mirar su vida cotidiana con la extrañeza y la novedad con la que el niño que alguna vez fue miraba su vida. De ese modo, podrá comprender la riqueza que se esconde en la supuesta monotonía de su vida, así como un niño que debe jugar solo puede crear un mundo mágico en medio de la nada.

Por otro lado, al internarse en la “riqueza preciosa” (así también llama Rilke a la infancia), el sujeto adulto puede conectar con la soledad que tenía el niño solitario, ese niño que, mientras sus padres se ocupaban de sus asuntos, conectaba profundamente con las cosas que lo rodeaban. De ese modo, el sujeto adulto puede volver a conectar con su soledad más íntima y, por lo tanto, conectar con lo que lo rodea.

Por último, cuando Rilke distingue los sentimientos puros de los impuros, afirma que todo lo que se relacione con la infancia es puro, dado que atraviesa la totalidad del ser, de manera natural.

La profesión

Las diversas reflexiones que desarrolla Rilke acerca de este tema nacen de la constante inquietud de Franz Kappus en relación a su profesión: la carrera militar (carrera que también realizó Rilke). Esta constante inquietud prácticamente no aparece en la obra, ya que las cartas de Kappus no están, pero se puede deducir de las respuestas de Rilke. Lo único que aparece en Cartas a un joven poeta, escrito de mano de Kappus, se encuentra en el prefacio, en el que Kappus se refiere a su motivación para escribirle a Rilke y afirma que hacia sus 20 años se hallaba en el umbral de una profesión que sentía diametralmente opuesta a sus inclinaciones naturales.

Lo primero que afirma Rilke respecto a este tema es que se debe tener paciencia para determinar hasta qué punto la profesión obstaculiza el desarrollo íntimo del ser. Sin embargo, en definitiva, si el ser encuentra refugio en su soledad, la profesión nunca podrá bloquear ese desarrollo íntimo, y superará los obstáculos que esta le ponga en su camino.

Según Rilke, la mayoría de las profesiones obstaculizan el desarrollo íntimo del ser. Todas están llenas de hostilidad, de exigencias que van contra el individuo. Por lo tanto, este no debe sentirse una víctima, ya que todos los individuos están en la misma situación. Lo que debe hacer, insiste, es refugiarse en la soledad. Allí se unirá a las leyes profundas de la naturaleza que, por ser verdaderas, superan a las de la profesión, que son superficiales. De ese modo, la hostilidad de la profesión pasará a un segundo plano.

Rilke también propone que la soledad es la solución para el individuo que, como Kappus, no puede relacionarse con los colegas de su profesión, dado que estos tienen otros intereses. Abrazando esa soledad entre sus colegas, el ser logrará estar cerca de las cosas, que, a diferencia del resto de los hombres, nunca lo abandonarán.