Cartas a un joven poeta

Cartas a un joven poeta La influencia de Auguste Rodin en la obra de Rainer Rilke

Además de Cartas a un joven poeta, existe otro muy importante epistolario en la obra de Rilke: Cartas a Rodin. Es interesante ver cómo Rilke, en estos dos epistolarios, que son prácticamente simultáneos, cambia radicalmente de rol: en las cartas con Rodin, Rilke es un artista aprendiz que pide consejos para comprender el modo de pensar el arte de su gran maestro, mientras que con Kappus, Rilke es el maestro, es el que aconseja al joven poeta. Por supuesto, hay una gran correlación entre lo que Rilke aprende de Rodin y lo que luego le enseña a Kappus. Rodin es, por lo tanto, fundamental en las Cartas a un joven poeta. Es la fuente de inspiración y saber de donde nace el conocimiento de Rilke. Ahora bien, ¿quién es Auguste Rodin?

Auguste Rodin es un escultor francés nacido en 1840 y fallecido en 1917. Es considerado el padre de la escultura moderna, y es admirado por Rilke desde que este es muy joven. El primer encuentro entre ambos artistas sucede en 1902 en París. En ese entonces, Rodin tiene 62 años y pleno reconocimiento en el mundo artístico. Rilke, por su parte, tiene 26 años y aún está lejos de escribir sus obras más importantes. El motivo de este encuentro es el encargo que le realiza una editorial alemana a Rilke para que realice una monografía sobre Rodin.

El poeta y su mujer, Clara Westhoff, escultora, se instalan en el taller de Rodin. Ya desde el primer día, Rilke llama “maestro” al escultor. Si bien Rilke solo permanece 8 meses viviendo junto a su maestro, hasta que termina la monografía, la relación de amistad entre ambos dura hasta 1913 (no existe testimonio de una pelea definitiva entre ambos, sino que, simplemente, ya no hay más encuentros ni cartas desde entonces). Esto es cuatro años antes de que Rodin muera.

En el transcurso de esos años, la literatura de Rilke se ve cada vez más influenciada por el ejemplo que le brinda Rodin de lo que debe ser un artista, así como por sus enseñanzas. Esto se nota inmediatamente en la carta que Rilke le escribe en septiembre de 1902, al mes de conocerlo: “No fue solo para escribir un estudio que vine hacia usted. Llegué para preguntarle: ¿Cómo se debe vivir? Y usted respondió: trabajando. Lo comprendo. Bien comprendo que trabajar es vivir sin morir” (1971, p. 65). Y un mes después le escribe: “Pero lo que yo recibo, todos los milagros de su mano y de su vida, todo eso no se ha perdido; presiento que la pesada riqueza que usted ha dejado sobre mi corazón perdurará; en la resurrección de mis versos se levantará, belleza tras belleza, todo este tiempo enigmático” (1971, p. 71).

Bajo la influencia de Rodin, Rilke comienza a desarrollar una nueva estética en su poesía, consistente en imitar con palabras el trabajo que el escultor realiza con el cincel. A los poemas de Rilke de esta época, la crítica literaria los denomina “poemas-cosas”. A través de ellos, Rilke intenta que su obra tenga la permanencia de las artes plásticas, que sus palabras sean más que palabras y capten la esencia de las cosas, así como lo hace Rodin con sus esculturas.

Para conseguir eso, Rilke aplica el modo de trabajo de su maestro, consistente en la continua y persistente observación de lo que lo rodea. En esta fase de su obra, sus poemas están centrados en los elementos concretos que lo rodean y en la búsqueda de la esencia a través de dicha observación. Una carta, enviada en 1904, desde Viareggio, Italia, lo demuestra claramente: “Ahora pienso en mis trabajos y me esfuerzo, siguiendo su consejo, en concentrarme, por decirlo así, en aplicar todas mis fuerzas a lo que es el designio más importante de mi vida. No leo mucho; admiro el mar, la llanura, la montaña y todos los animales, y las cosas simples de mi camino” (1971, p. 90). El resultado de esta labor sale a la luz con la publicación de La otra parte de los nuevos poemas, obra publicada en 1908 y dedicada “a mi gran amigo Auguste Rodin”. Sus palabras ahora elaboran imágenes concretas con un lenguaje preciso. Logra dar movimiento a las emociones más profundas a través de una descripción minuciosa de lo que percibe sin hacer referencia a lo espiritual o místico (como lo hacía en sus obras anteriores). Rilke llega a lo más alto describiendo con belleza lo que observa. Trabaja como un escultor, trabaja como Rodin.

La admiración del gran poeta alemán hacia Rodin se demuestra, además, en sus numerosos viajes realizados por distintas partes de Europa, en los que el poeta expone su monografía sobre el escultor, y exalta sus cualidades de gran maestro, aunque Rodin ya es reconocido como tal: “Maestro, yo querría ir por el mundo esparciendo su gloria; pero allá donde llego ya le han reconocido, le cantan y le admiran” (1971, p. 91).

En 1906, la relación entre ambos sufre una fractura. Luego de haberlo invitado a vivir nuevamente junto a él como su secretario personal, Rodin expulsa a Rilke de su casa por considerar que se entrometió en su vida personal. De todos modos, Rilke también precisaba alejarse de su maestro, ya que estar tan conectado con la obra de Rodin le dificultaba concentrarse en la suya propia.

Un año y medio después, Rilke le envía una carta y los artistas se reconcilian. Sin embargo, para ese entonces, Rilke ya había crecido mucho como poeta, y no expresa la veneración que expresaba antes en el trato hacia Rodin. Ya no lo llama “maestro”, sino “amigo” o “querido Rodin”. A partir de entonces, la relación es más distante, pero hasta el final de sus días Rilke lo reconoce como su gran mentor, como puede verse en la carta que le envía a Alfred Schaer, en la que afirma que Rodin fue el maestro más importante de su vida.