Cartas a un joven poeta

Cartas a un joven poeta Resumen y Análisis Cartas V-VI

Carta V

Resumen

La “Carta V” está fechada el 29 de octubre de 1903 y es enviada desde Roma. Rilke comienza disculpándose por la tardanza en su respuesta y afirma que la misma se debió a que estaba en viaje y le cuesta mucho responder cuando está en continuo movimiento. Para escribir las respuestas necesita “algo de quietud y soledad, y una hora no muy contraria” (p. 68).

A continuación describe su llegada a Roma, su difícil adaptación y algunas características de la ciudad. Reflexiona sobre el valor de la cultura romana y la gran estima que se tiene en esta ciudad por el pasado en contraposición al presente; un valor reflejado, fundamentalmente, en el cuidado de sus ruinas. Según Rilke, la desmedida valoración del pasado romano demuestra la carencia artística del presente. Afirma que se valoran cosas desfiguradas y gastadas que son solamente restos casuales de otra vida que no tiene relación alguna con la del presente.

En contraposición a esas figuras gastadas, Rilke encuentra belleza en las diversas fuentes de agua que hay en las distintas plazas. En el salto del agua, en su murmullo por la noche, en el derramarse sobre las piedras.

Tras esto, se refiere a su mudanza próxima dentro de la ciudad, y promete responderle extensamente a los distintos asuntos que Kappus abordó en su carta. Finaliza la “Carta V” refiriéndose a un libro que Kappus le envió con algunos de sus trabajos, pero que no llegó a sus manos, y sobre el deseo de volver a leer al joven poeta.

Análisis

La “Carta V” tiene la particularidad de que Rilke no aborda ninguno de los grandes temas que aborda en las otras cartas, sino que narra fundamentalmente su llegada y su experiencia en Roma. Es importante destacar que entre esta carta y la anterior pasaron más de tres meses, un tiempo mucho más extenso del que suele haber hasta aquí entre carta y carta. Además, esta nueva carta está escrita desde una ciudad grande como Roma. Si recordamos lo que Rilke afirma en la “Carta IV” en relación a la imposibilidad que tiene para sentir la verdad de las cosas cuando está en la ciudad (en aquel caso, París), tiene sentido que aquí no pueda abordar las inquietudes planteadas por Kappus.

Respecto a su experiencia en Roma, Rilke plantea una idea fundamental: el pasado cultural no tiene valor de por sí. En el ideal romántico de Rilke, el futuro es mucho más importante que el pasado. Y Roma, con todas esas ruinas, se aferra a un pasado que no se conecta con el presente. Carece de alma.

Por el contrario, Rilke solamente encuentra placer en Roma en las fuentes de agua que son, por esencia, vida pura, vida natural que brota todo el tiempo. Y eso es lo que le importa; no las reflexiones de especialistas sobre el pasado y su importancia, sino aquello que puede disfrutar, en su belleza, en su presente.

Es importante destacar que el Romanticismo del que Rilke forma parte se opone a la Ilustración, que valora la lógica y la razón por sobre todo. Dicha Ilustración es la que valora las ruinas romanas por su importancia cultural, mientras que para Rilke, como para los románticos en general, todo aquello que no genera emoción carece de valor. Para los románticos no importa el valor exterior de la razón, sino el valor interior del sentir; ese valor que Rilke encuentra en las fuentes, que encuentra en Miguel Ángel: “Y hay aquí jardines, alamedas inolvidables y escaleras; escaleras imaginadas por Miguel Ángel, escaleras construidas a semejanza de los saltos de agua…” (p. 69). Se evidencia así que el problema no es con el pasado en sí: estas escaleras de Miguel Ángel también son de otra época, pero fueron construidas de tal modo que Rilke aún siente que tienen alma; son eternas. No son ruinas, son una obra de arte.

Carta VI

Resumen

La “Carta VI” también está situada en Roma y su fecha es 23 de diciembre de 1903. Rilke comienza saludando a Kappus por la llegada de Navidad y reflexiona acerca de lo solo que debe sentirse el joven poeta, especialmente en estas fechas. Sin embargo, en lugar de sentir lástima o consolarlo, le dice, refiriéndose a dicha soledad: “…si advierte que ésta es grande, alégrese; pues ¿qué sería (pregúntese usted) una soledad que no tuviese grandeza?” (p. 75).

A continuación, Rilke conecta la soledad con el tema de la infancia. Le pide a Kappus que se interne en la soledad como cuando era niño y estaba solo mientras los padres se mantenían ocupados en sus asuntos. Internándose en ella como un niño, puede incluso percibir de otro modo su vida cotidiana, sobre todo si la siente chata, vacía de emociones. Percibir la vida desde la soledad infantil es percibirla desde la profundidad del mundo propio del ser. Desde allí puede verse cuán extraña es esta vida cotidiana, así como lo eran los asuntos de los padres a los ojos del niño.

Luego, Rilke une el tema de la soledad con el de la profesión. Afirma que preveía su queja (queja que debe estar en la carta de Kappus que no tenemos) al respecto de su carrera, y le aconseja que “considere si todas las profesiones no son así, si no están llenas de exigencia, llenas de hostilidad hacia el individuo…” (p. 77). Le recomienda que no se sienta una víctima, sino que comprenda que este es un obstáculo con el que la mayor parte de las personas deben convivir, y que él debe superar refugiándose en la soledad.

Según Rilke, únicamente el hombre solitario se une a las leyes profundas de la naturaleza, que superan, por ser verdaderas y profundas, a las de la profesión. Por lo tanto, aquel que se encuentra a sí mismo en la soledad, encuentra una conexión mayor con las cosas, y la profesión, aún cuando sea hostil, pasa a un segundo plano de importancia. Si no puede conectar con los hombres que lo rodean en su carrera, la soledad lo protegerá, ya que le permitirá estar cerca de las cosas, que no lo abandonarán. Además, siempre podrá refugiarse en su soledad infantil: “…y si piensa en su infancia, revivirá entonces en medio de ellos, en medio de los niños solitarios; y los adultos nada son, y su dignidad nada vale” (p. 78).

Por primera vez en las cartas, Rilke reflexiona sobre Dios. A través de muchas preguntas, invita a Kappus a cuestionarse acerca de si perdió a Dios o si nunca lo tuvo junto a él. Le pregunta si le parece posible perder a Dios, como si se perdiera una piedrita. Según Rilke, el que tiene a Dios no lo puede perder. Afirma además que Dios no está en el pasado, sino en el porvenir: “¿Y qué sentido tendríamos nosotros si Aquel a quien anhelamos ya hubiese existido?” (p. 80).

Rilke afirma que el modo de conectar con Aquel es a través de cualquier acto mínimo, sea el que sea, pero que suceda con amor. Y retoma el tema de la soledad: “…con todo lo que hacemos solos, sin participantes ni adeptos, comenzamos a Aquel que no llegaremos a ver, así como nuestros antepasados tampoco alcanzaron a vernos” (p. 80). A continuación, Rilke afirma que esos antepasados están presentes en nosotros pese a que no los conocimos; de la misma manera, nosotros estaremos en Dios, cuando advenga. Sobre el final de la carta, Rilke le sugiere a Kappus que puede que esta Navidad en soledad sea lo que precisa para conectar con Dios. Y le aconseja que, para eso, tenga paciencia y serenidad.

Análisis

En la “Carta VI”, el tema fundamental que aborda Rilke es el de la soledad y su relación con la infancia. Ya en cartas anteriores (fundamentalmente, la “Carta IV”) afirmaba que internarse en la soledad era el modo de cultivar la interioridad del ser; en esta sexta carta, Rilke va más allá y explica cómo la soledad no solo sirve para cultivar la interioridad, sino que también le permite al ser superar los obstáculos que impone la profesión y conectar con Dios.

En principio, para comprender por qué para Rilke la soledad es tan importante, hay que volver sobre el Romanticismo y su concepción de la misma. Para el Romanticismo, la soledad es el refugio ante la insatisfacción que produce la realidad. Para Rilke, sus contemporáneos viven privilegiando lo superficial por sobre lo profundo y, por lo tanto, no hay una verdadera conexión entre los seres y las cosas (cuando Rilke habla de “cosas” incluye no solo los objetos creados por el hombre sino también la naturaleza). Esa desconexión, por supuesto, genera una realidad sentimentalmente pobre, falsa, superficial. La soledad, por el contrario, es el lugar donde todo es necesariamente profundo. No es solamente un refugio interior, sino también el modo definitivo en que los hombres pueden conectarse verdaderamente consigo mismos y luego entre sí. Cuando ese momento llegue, podrán cambiar la realidad y crear un nuevo porvenir. La soledad es el punto de partida de este cambio. La idea de la creación de un nuevo porvenir atraviesa toda la obra, lo que demuestra claramente la insatisfacción romántica de Rilke con su realidad.

Ahora bien, en esta carta Rilke une la soledad con la infancia. ¿Por qué? ¿Cuál es la relación entre ambas? Para Rilke, la infancia es el mejor momento de la vida de las personas, ya que en ella no se debe responder aún a los convencionalismos sociales y, por lo tanto, el modo natural de vivir es en soledad. El adulto debe hacer un gran esfuerzo por escapar a los convencionalismos sociales (que para Rilke son siempre superficiales) y encontrar la verdad de la soledad. El niño no. El niño naturalmente está solo, alejado de dichos convencionalismos.

Recordar la infancia aparece en esta carta, entonces, como la manera más simple que tiene el ser de reforzar su conexión con la soledad. Se puede deducir que Kappus tiene problemas para escapar de los convencionalismos, seguir los consejos de Rilke y cultivar su interioridad a partir de la soledad. Y que, por eso, Rilke en esta carta profundiza sobre el tema, y le propone a Kappus que recuerde la soledad de su infancia para encontrar un refugio íntimo más profundo.

Desde ese refugio íntimo, Kappus podrá encontrar la esencia de su propia vida, la singularidad, las cosas íntimas y verdaderas que lo rodean, en lugar de ver su vida como algo meramente conocido y repetitivo. Desde la mirada del niño, verá la vida como una aventura única, que se disfruta siguiendo los impulsos íntimos y no los mandamientos sociales. Así podrá superar los obstáculos de la profesión y las dificultades de rodearse con personas que no tienen sus propios intereses. Al sentirse completo espiritualmente, podrá sortear estos obstáculos con facilidad.

Luego, Rilke aborda la siguiente cuestión: ¿qué sucede si, al pensar en la infancia, el hombre se angustia? De la serie de preguntas incisivas que Rilke le hace a Kappus en relación a Dios y su infancia, se puede deducir que Kappus no siente consuelo al recordar la infancia y adjudica eso a que, cuando era niño, no tenía a Dios junto a él. Rilke, nuevamente, desde su Romanticismo, apunta hacia el futuro y no hacia el pasado. No se puede perder a Dios porque Dios está en el porvenir, y en lugar de lamentar haberlo perdido, hay que seguir esperando su llegada, cultivando el amor y la verdad en la profunda soledad, para que cuando la llegada de Dios suceda, la persona esté junto a Él.