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Los olores de las ciudades estadounidenses

Desde el comienzo de la novela, se reconstruye la presencia de Ifemelu en Estados Unidos como experiencia corporal y afectiva. Para hacerlo, la narración aprovecha muchas imágenes sensoriales. En particular, se destacan las imágenes olfativas, ya que la protagonista identifica los aromas y olores propios de cada ciudad en la que ha vivido. Leemos en las primeras líneas de Americanah:

Princeton, en verano, no olía a nada, y si bien a Ifemelu le gustaba el plácido verdor de los numerosos árboles, las calles limpias y las casas regias, las tiendas con precios exquisitamente prohibitivos y el aire tranquilo e imperecedero de elegancia ganada a pulso, era eso, la falta de olor, lo que más la atraía, quizá porque las otras ciudades estadounidenses que conocía bien poseían olores muy característicos. Filadelfia exhalaba el tufo a viejo de la historia. New Haven olía a abandono. Baltimore olía a salitre, y Brooklyn a basura recalentada por el sol. Princeton, en cambio, no tenía olor. Allí le gustaba respirar hondo (7).

Esta forma de describir los espacios de acuerdo con lo olfativo vuelve a aparecer cuando se recuerda la llegada de Ifemelu a Filadelfia: "Filadelfia olía al sol del verano, a asfalto quemado, a la carne que se asaba entre chasquidos en los puestos de comida ambulantes encajonados en las esquinas, atendidos por hombres y mujeres extranjeros de piel oscura encorvados en el interior" (142).

Los alimentos en Estados Unidos

Ifemelu pasa sus primeros meses en Estados Unidos en la casa de la tía Uju, que por entonces vive en Brooklyn. Allí, la protagonista prueba comidas típicas del país que para ella constituyen sabores nuevos. La narración describe esta experiencia usando muchas imágenes sensoriales, en particular gustativas:

También fue un verano para comer. Le gustaba lo desconocido: las hamburguesas de McDonald’s con el crujido agrio y breve de los pepinillos en vinagre, un sabor nuevo que le gustó un día y le disgustó al otro, los burritos que la tía Uju llevaba a casa, rezumando el sabroso relleno, y la mortadela y el salchichón que dejaban una película de sal en la boca. La desorientaba la insipidez de la fruta, como si la Naturaleza se hubiese olvidado de sazonar las naranjas y los plátanos, pero le complacía mirarla, y tocarla; como los plátanos eran tan grandes, y de un amarillo tan uniforme, les perdonaba la falta de sabor (132).

El color y el tono de la piel de cada personaje

Uno de los temas centrales de la novela es la raza en la sociedad estadounidense. Un núcleo de las reflexiones y las denuncias del libro a ese respecto es que las personas negras y afrodescendientes son muy diversas en varios sentidos: tienen diferentes orígenes, pertenecen a diversas clases sociales, hablan diferentes idiomas, practican distintas culturas y tienen cuerpos muy diversos.

En sintonía con ello, en casi todos los casos, cada vez que se presenta un personaje, se lo describe a través de imágenes visuales que procuran transmitir ideas muy precisas sobre el color y el tono específico de su piel. Por ejemplo, Ginika tiene la "piel de color caramelo" (66), y por eso es considerada la chica más hermosa de la clase cuando están en la secundaria; Alma tiene la "piel pálida" (123), y aunque en Estados Unidos es clasificada como hispánica, en Nigeria sería considerada blanca. En su blog, Ifemelu analiza que también hay identidades hispánicas con otros tipos de piel, como "la mujer peruana con la piel de color chocolate" (123). Bartholomew tiene "la cara de un color raro" (137) e Ifemelu está segura de que usa cremas blanqueadoras. Por su parte, Hari, una amiga india de Ginika, tiene "la piel de color café" (144); Blaine tiene "la piel del color del pan de jengibre" (206); Cleotilde tiene la "piel aceitunada" (263); Barack Obama tiene "la piel del color de una almendra tostada" (385), y Boubacar tiene la "piel azabache" (386).

Los espacios de trabajo

Tanto Ifemelu como Obinze se ven forzados a tomar empleos precarizados por ser migrantes. En varias ocasiones, la novela describe los espacios donde se realizan esos trabajos para enfatizar su decadencia, su suciedad o las malas condiciones generales. Por ejemplo, una de las primeras entrevistas a las que va Ifemelu para ser cuidadora de un anciano transcurre en un lugar desagradable y perturbador:

En un apartamento de Filadelfia sur, una mujer de rostro cansado abrió la puerta y la hizo entrar a un espacio saturado de un fuerte hedor a orina. El salón estaba a oscuras, mal ventilado, y ella imaginó el edificio entero sumergido en la orina acumulada durante meses, incluso años, y a sí misma trabajando a diario en esa nube de orina. En el interior del apartamento un hombre gemía, sonidos profundos e inquietantes: eran los sonidos de una persona para quien gemir era la única opción que quedaba, y la asustaron (151).

Para construir el aspecto del apartamento, se usan imágenes olfativas que remiten al olor a orina y a la falta de ventilación, así como imágenes auditivas que expresan los sonidos de malestar del anciano que debería cuidar, con lo que entendemos que se encuentra en muy mal estado de salud.