Trafalgar

Trafalgar Imágenes

El ataque de los ingleses (Imagen auditiva)

En casa de doña Francisca y don Alonso, Marcial cuenta una experiencia marítima de guerra sucedida unos años antes, cuando él era parte de la tripulación de una embarcación llamada Real Carlos. En su narración destacan las imágenes sonoras, dado que el ataque del barco inglés enemigo se produce de noche y, por tanto, la embarcación no se alcanza a ver con claridad: “José Débora –dije a mi compañero–, o yo estoy viendo pantasmas o tenemos un barco inglés por estribor” (31). Lo que sí se percibe de manera evidente son los ruidos de los múltiples disparos y las vociferaciones de los marinos. Las imágenes sonoras de los disparos se presentan, sobre todo, a través de las onomatopeyas que utiliza Marcial, algo muy usual en este verborrágico personaje.

Así, Marcial cuenta que, a pesar de la oscuridad y gracias a su agudeza visual, tiene la sospecha de un posible ataque por estribor, por lo que decide comunicarlo a sus superiores: “No había acabado de decirlo, cuando, ¡pataplús!… sentimos el musiqueo de toda una andanada que nos soplaron por el costado […] ¡Qué batahola, señora doña Francisca!” (31).

Cuando comienza a amanecer, los gritos en español provenientes del barco con el que se están bombardeando hacen que los tripulantes de ambas naves noten que están embistiéndose entre sí con españoles: “Oímos juramentos españoles a bordo del buque enemigo. Entonces nos quedamos tiesos de espanto, porque vimos que el barco que nos batíamos era el mismo San Hermenegildo” (34). Han sido víctimas de una treta de los ingleses que huyeron aprovechando la oscuridad nocturna.

La luz del amanecer, sin embargo, no silencia las voces que dan cuenta del horror y del miedo padecido: “Nosotros jurábamos, gritábamos insultando a Dios, a la Virgen, y a todos los santos, porque así parece que se desahoga uno cuando está lleno de coraje hasta la escotilla” (32).

Rosita (Imágenes visuales, auditivas y táctiles)

Desde pequeño, Gabriel se siente atraído por Rosita, la hija de don Alonso y doña Francisca. Cuando recuerda sus antiguos días con ella, surgen imágenes sensoriales que refuerzan su belleza y dan cuenta del profundo deseo que siente por ella.

Por ejemplo, recuerda el canto de la muchacha utilizando símiles con los que compara su voz con el canto de las aves, y describe el modo en que hace sonar las notas musicales:

Desde muy niña acostumbraba a cantar el olé y las cañas con la maestría de los ruiseñores [...]. Era aquel canto un grojeo melancólico, aún modulado por su voz infantil. La nota, que repercutía sobre sí misma, enredándose y desenredándose como un hilo sonoro, se perdía subiendo y se desvanecía alejándose para volver descendiendo con timbre grave. Parecía emitida por un avecilla que se remontara primero al cielo y que después cantara en nuestro propio oído (42).

Cuando rememora sus juegos juntos y describe el movimiento de sus cuerpos, afirma que la atrapaba “asiéndola por la parte de su cuerpo que encontraba más a mano” (42) y cómo él “encogido y palpitante, esperaba la impresión de sus brazos ansiosos de estrecharme” (ibid.).

Al crecer, él observa y da cuenta de los cambios corporales en la muchacha:

Advertí que las formas de mi idolatrada señorita se ensanchaban y redondeaban, completando la hermosura de su cuerpo; su rostro se puso más encendido, más lleno, más tibio; sus grandes ojos, más vivos [...]. Pero ninguno de estos accidentes me confundió tanto como la transformación de su voz, que adquirió cierta sonora gravedad, bien distinta de aquel travieso y alegre chillido con que me llamaba antes (43).

El 'Santísima Trinidad' (Imagen visual)

La ansiedad y el entusiasmo que el narrador siente al comenzar a formar parte de la escuadra que participará en la batalla de Trafalgar se manifiesta en la forma en la que describe al barco que lo llevará a vivir su aventura marítima, el Santísima Trinidad. Al verlo, los epítetos para referirse a él, y los símiles y metáforas utilizados lo describen como una embarcación de madera de tamaño descomunalmente grande. La imagen que se presenta es la de un enorme y fuerte barco, comparable a castillos, fábricas y monstruos, que causa admiración en quien lo ve:

Figúrense ustedes cuál sería mi estupor, ¡qué digo, estupor!, mi entusiasmo, mi enajenación, cuando me vi cerca del Santísima Trinidad, el mayor barco del mundo, aquel alcázar de madera, que, visto de lejos, se representaba en mi imaginación como una fábrica portentosa, sobrenatural, único monstruo digno de la majestad de los mares (76).

Además de enorme, esta embarcación le resulta hermosa al narrador; digna de una arquitectura sutil, comparable a las catedrales góticas, como las de Castilla y Flandes. Lejos está de los barcos náutico-militares de épocas posteriores, “cubiertos con su pesado arnés de hierro, largos, monótonos, negros, y sin accidentes muy visibles en su vasta extensión, por lo cual me han parecido a veces inmensos ataúdes flotantes” (77).

Al subir a cubierta, Gabriel no hace más que confirmar la admiración que siente por el Santísima Trinidad, dado que el orden sobre el barco y la organización de todo lo que hay allí es armonioso y bello:

La airosa y altísima arboladura, la animación del alcázar, la vista del cielo y la bahía, el admirable orden de cuantos objetos ocupaban la cubierta, desde los coys puestos en fila sobre la obra muerta, hasta los cabestrantes, bombas, mangas, escotillas; la variedad de uniformes; todo en fin, me suspendió de tal modo, que por un buen rato estuve absorto en la contemplación de tan hermosa máquina, sin acordarme de nada más (76-77).

Doña Flora de Cisniega (Imagen visual)

Al conocer a doña Flora de Cisniega, prima de don Alonso, el narrador le avisa al lector que la describirá “con alguna prolijidad, por ser tipo que lo merece” (65). Procede entonces a realizar una caracterización, en algún punto satírica y burlesca, de la mujer.

Doña Flora es una mujer de más de cincuenta años, pintada por el narrador como “una vieja que se empeñaba en permanecer joven” (ibid.). Por ello, el narrador hace una enumeración hiperbólica de sus artificios para aparentar menos años, y dice que usa “rizos, moñas, lazos, trapos, adobos, bermellones, aguas y demás extraños cuerpos” (ibid.). Al describirla, apela a la caricaturización, dado que resalta algunos rasgos y gestos al punto de ridiculizarlos:

Respecto a su físico, lo más presente que tengo es el conjunto de su rostro, en que parecían haber puesto su rosicler todos los pinceles de las academias presentes y pretéritas. También recuerdo que al hablar hacía con los labios un mohín, un repliegue, un mimo, cuyo objeto era o achicar con gracia la descomunal boca, o tapar el estrago de la dentadura, de cuyas filas desertaban todos los años un par de dientes; pero aquella supina estratagema de la presunción era tan poco afortunada, que antes la afeaba que la embellecía (65).