Seis personajes en busca de autor

Seis personajes en busca de autor Símbolos, Alegoría y Motivos

El atuendo de luto (Símbolo)

El uso de vestimentas negras, como una forma de simbolizar el respeto y el dolor ante la pérdida de un ser querido, se encuentra muy extendido al menos desde tiempos del Imperio Romano. El luto, sumado a los avisos mortuorios y los entierros, son algunas de las formas más universalizadas de responder y dar ceremonia ante la muerte en Occidente.

En Seis personajes en busca de autor, tanto la Madre como la Hijastra visten el negro del luto como una manifestación externa del proceso de duelo que atraviesan, la primera por su amante y la segunda por su padre. Sin embargo, es en el caso de la Madre donde el ropaje oscuro se presenta, no solo como una vestimenta protocolar, sino que llega a hacerse carne en el personaje, a definirla e identificarla con el color del duelo.

De hecho, Pirandello recomienda en una de sus didascalias que la Madre lleve una máscara similar a las esculturas que se ven en las iglesias de la Mater Dolorosa o la Señora de los Dolores. Estas representaciones de la Virgen tienden a mostrarla vestida de luto y con expresiones de profunda tristeza. En este sentido, la acotación del autor opera en función de inmortalizar este gesto de duelo mediante la máscara del personaje: la Madre es eternamente una mujer doliente.

La máscara (Símbolo y Alegoría)

Las máscaras ocupan una doble función en este drama de Pirandello: por un lado, simbolizan las tradicionales figuras de la tragedia y la comedia, representativas desde hace cientos de años del teatro de occidental; por el otro -siguiendo el análisis realizado por Romano Luperini-, operan como un recurso alegórico que le permite al autor expresar sus ideas acerca de la oposición entre la existencia inmutable de los personajes -como productos del arte y la fantasía- y la existencia cambiante del elenco de actores y trabajadores del teatro -en tanto productos de la vida-.

Sobre la función simbólica de las máscaras, es sabido que el teatro se representa por dos máscaras: una que ríe, la comedia, y otra que llora, la tragedia. El uso de estas imágenes como símbolos del teatro se remonta a las antiguas celebraciones dionisíacas de la cultura griega, en las que los actores -en ese entonces, solo hombres- portaban máscaras para amplificar su voz y expresar emociones estereotípicas. La máscara, en este sentido, era el elemento que transformaba al actor en un personaje, lo que resulta significativo si tenemos en cuenta que solo los seis personajes las utilizan en la obra.

En esta línea, la asociación de las máscaras con las artes escénicas cumple un rol adicional, ya que evidencia -por su contraste con los actores- el hecho de que los espectadores nos encontramos ante una obra de teatro. Con este gesto, Pirandello busca romper el efecto de verdad que el espectador debería obtener en un teatro realista.

Ahora bien, en cuanto a la función alegórica, Pirandello porta a sus personajes de máscaras para hacerlos ver como “realidades creadas por la voluntad de un artífice, fijas e inmutables cada una de ellas en su propio sentimiento fundamental” (108). Su uso -tal como analizamos en la sección Temas- sirve para dar cuenta de la oposición de los personajes respecto la vida cambiante de los actores. A diferencia de estos, los protagonistas de la obra están condenados a experimentar por siempre el mismo drama y las mismas emociones.

Los seis personajes (Alegoría)

Tal como Pirandello explica en el Prefacio, la presencia misma de los protagonistas en esta obra dramática expresa alegóricamente la imposibilidad de representar la vida cambiante y mutable a partir de las formas fijas e inmutables del arte. En otras palabras, lo que hace el autor con Seis personajes... es discutir con la pretensión de las corrientes dramáticas realistas de poder representar en forma mimética la vida real.

Sin embargo, el modo en que estos personajes encarnan la imposibilidad de una existencia cambiante varía según el caso: el Padre y la Hermana son quienes más hablan sobre el carácter fijo y repetitivo de sus dramas. Principales interlocutores del Director, expresan “para siempre, inmutable, su esencia, que para él significa castigo y para ella venganza” (89). El Hijo, parcialmente consciente de su realidad como personaje, intenta por momentos escapar a su parte en el drama. Es en vano, sin embargo, ya que lo inmutable de su existencia lo empuja una y otra vez a su destino inevitable, como cuando intenta huir del escenario y queda paralizado ante las escaleras.

El tema de la inmutabilidad del arte se presenta en la Madre a través de una alegoría distinta: antes de aceptar su papel y su drama como un destino, la Madre se opone y se enfrenta a él. Constantemente, intentará evitar las escenas trágicas del Padre con la Hijastra, la muerte de la Hija y el Muchacho, y hasta le pedirá al Director que le permita representar una escena de reconciliación con el Hijo. Pirandello dice de ella que es, “en suma, naturaleza” (94), en tanto no tiene el espíritu crítico que le permitiría comprender la realidad fija de su existencia.

Por último, la Niña y el Muchacho representan la fijeza de la forma artística al presentarse como presencias mudas, suspendidos en una existencia en la que ya están muertos; ella ahogada y él, suicidado.

La oscuridad final (Alegoría)

Tal como menciona el crítico Romano Luperini, la oscuridad que envuelve al escenario al final de la obra y en la que se insinúan las sombras de los personajes opera como una alegoría de la imposibilidad de extraer un significado que justifique no solo la realidad escénica sino también la de la vida.

Al final de Seis personajes en busca de autor, la muerte de la Niña y del Muchacho sorprende y confunde a los integrantes de la compañía, quienes hasta entonces no terminaban por aceptar la realidad fantástica de los personajes. En ese momento, y profundamente perturbado, el Director interrumpe el ensayo, manda a todos a casa y pide que apaguen las luces. El escenario queda a oscuras y en silencio, como un teatro vacío. Así, la oscuridad que viene a detener la obra sin darle fin o cierre al drama de los personajes representa, como menciona Luperini, “el vacío de luz y de significado en el que se ven obligados a permanecer los espectadores en particular y los hombres en general” (40).

Cabe destacar que este recurso alegórico se relaciona íntimamente con uno de los temas fundamentales de la producción pirandelliana: la falta de una verdad o un sentido último. Tal como mencionamos en la sección Temas, el problema de la inaprehensibilidad del sentido o la falta de fe en la existencia de una verdad fundamental responde a una serie de crisis sociales, políticas y filosóficas propias de principios del siglo XX, fundamentalmente luego de la Primera Guerra Mundial. Pirandello, como muchos otros artistas y pensadores de su época, no es ajeno a estos cambios sociales, y plasma sus reflexiones a través del arte.

El autor (Motivo)

Presente ya desde el título, la mención de la figura del autor es un motivo constante a lo largo de toda la obra y se vincula explícitamente a las nociones de rechazo o abandono. Los personajes están obsesionados con la búsqueda de un autor porque el suyo los ha rechazado junto al drama que justifica sus existencias. De este modo, y con este objetivo, se presentan de imprevisto en el ensayo, rogándole al Director que los acoja en su fantasía y termine de darle forma a sus dramas.

Tal como explica en el “Prefacio” de la obra, para Pirandello la creación de un personaje es similar a la de una persona: del mismo modo en que un día una partícula de vida crece en el interior de la mujer hasta que sucede la concepción, el personaje “se le insinúa al autor en la fantasía hasta convertirse en una criatura viva” (85). Sin embargo -y a diferencia de las personas-, la plenitud en la existencia de un personaje no se alcanza sino en el momento en que su autor los traslada del mundo de las ideas al mundo material, al volcarlos en una obra.

El abandono que los personajes resienten una y otra vez a lo largo de Seis personajes... consiste justamente en que sus dramas no han sido transportados al mundo material. De ahí la referencia constante al motivo del autor como padre creador pero también ausente. Tal como ellos mismos lo expresan: “el autor que nos dio la vida, luego no quiso, o materialmente no pudo, conducirnos al mundo del arte” (112).