Rayuela

Rayuela Resumen y Análisis Parte 1

Resumen

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 73

De acuerdo al orden propuesto por Cortázar en el tablero de dirección, Rayuela comienza por el capítulo 73. Este capítulo se encuentra en la tercera sección de la novela, llamada “De otros lados (Capítulos prescindibles)”. Esta tercera y última sección se compone de una serie de textos muy variados, que se irán intercalando con la trama principal planteada en las dos primeras secciones (“Del lado de allá” y “Del lado de acá”).

En este capítulo 73, el protagonista (que más adelante nos enteraremos que se llama Horacio Oliveira) comienza una larga y arbitraria progresión de preguntas retóricas respecto de un fuego “sordo” y “sin color” que asocia al anochecer en la rue de la Huchette. Luego de una serie de conclusiones que no guardan demasiada coherencia con lo dicho antes, pero que se encabalgan frenéticamente con el objetivo de producir un efecto poético, el narrador acaba preguntándose si “esto no es más que escritura” (p. 413). Profundizando sobre el concepto, contempla la posibilidad de que todas las dicotomías sean, en realidad, literatura. Oliveira asocia esa distancia que existe entre un concepto y su opuesto (el Ying y el Yang, por ejemplo) con una fábula que solo puede explicarse a través de la literatura. En ese sentido, concluye que “Nuestra verdad posible tiene que ser invención (…)” (p. 414).

En este capítulo aparece el personaje de Morelli, que será muy importante durante toda la novela. Por el momento, solo sabemos que es un escritor al que evidentemente Oliveira ha leído, y que en uno de sus libros cuenta la historia de un napolitano que pasaba largas horas mirando un tornillo. Horacio Oliveira plantea que no hay necesidad de entregarse a la “Gran Costumbre” y que se puede inventarlo todo. En ese sentido, quizás el napolitano era tan solo un idiota, pero también existe la posibilidad de que, a partir de ese tornillo, él haya creado un mundo.

Oliveira concluye este capítulo haciendo referencia a ese “fuego inventado” (p. 414), que arde en el pecho de aquellos que eligen su propia invención, sin nadie que los pueda curar. En este sentido, está claro que él se siente parte de este grupo de “incurables”.

Del lado de allá, Capítulo 1

Oliveira comienza el capítulo preguntándose si encontrará a la Maga. Da a entender que tiene algún tipo de relación con ella, y hace referencia a que la dinámica natural de sus encuentros se reduce a salir a caminar por lugares conocidos y cruzarse por casualidad. “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” (p. 21), dice. Está seguro que la Maga no estará en el Pont des Arts, puente en el que se suelen encontrar, pero así y todo, pasa. Oliveira y la Maga suelen verse en puentes, en la terraza de un café, agachados junto a un gato en el barrio latino. En esta primera evocación a la Maga, nos enteramos de que Oliveira está en París y que fue allí para estudiar, pero que no lo hace.

Ese jueves, Oliveira ha ido al Pont des Arts para cruzar a la orilla derecha del Sena a beber vino en el cafecito de la rue des Lombards. Allí, suele encontrar a madame Léonie, quien le lee la palma de su mano y le presagia viajes y sorpresas. Lo cierto es que Oliveira no encuentra a la Maga en el camino al café, y recuerda que nunca le ha hecho conocer a la Léonie.

Oliveira avanza en su relato y nos ofrece algunos detalles de cuando conoció a la Maga: él había llegado hacía poco a París, vivía de prestado, y una tarde vio salir a la Maga de un café de la rue du Cherche-Midi. Se hablaron y Oliveira la siguió, encontrándola petulante y malcriada. Luego se sentaron en otro café, y ella le contó bastantes cosas de su vida. De esa forma, comenzaron a ir a cine-clubs, a comer hamburguesas y a andar en bicicleta a Montparnasse. Otras veces, iban a una zona de terrenos baldíos, donde a la medianoche solían juntarse los del Club de la Serpiente, un grupo de intelectuales que debatían sobre diversos temas. En estos encuentros, Oliveira tenía la costumbre de abstraerse en recuerdos de su pasado en Argentina, hasta que la Maga lo besaba y lo traía de regreso a la realidad de París.

Por otro lado, Oliveira también hace referencia a que con la Maga hablaban de patafísica (estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones) hasta cansarse. Oliveira entiende que la Maga debe estar en ese momento deambulando por París, buscando un pedazo de género rojo, y que seguirá caminando toda la noche hasta encontrarlo, ya que piensa que algo horrible le sucederá si no lo hace. Oliveira, por su parte, también es bastante supersticioso y, cuando se le cae algo al suelo, debe recogerlo inmediatamente porque, si no lo hace, algo terrible le ocurrirá a algún ser querido que empiece con la letra del objeto que se ha caído. En relación con esto, recuerda una vez que estaba con Ronald y Etienne, dos amigos de él, y se le cayó un terrón de azúcar. Lo buscó desesperadamente bajo las mesas del café, entre los zapatos de la gente, que no comprendía qué era tan importante para motivar semejante reacción. Cuando lo encontró, la gente lo miró enfurecida y sus amigos se echaron a reír. Oliveira concluye reflexionando respecto de que este tipo de escenas eran cotidianas en su vida.

Del lado de allá, Capítulo 2

Oliveira comienza este capítulo describiendo París como “una tarjeta postal con un dibujo de Klee al lado de un espejo sucio” (p. 29). Luego hace referencia a que la Maga aparece una tarde y sube a su pieza de la rue de la Tombe Issoire. Oliveira, que en ese momento se dedica a juntar alambres y cajas de la calle y fabricar móviles, destaca que él y la Maga no están enamorados, sino que solo hacen el amor con un “virtuosismo desapegado y crítico” (p.29). Oliveira también hace referencia a que en esos momentos no hablan mucho de Rocamadour, el hijo de la Maga.

Oliveira entiende que viven en un desorden absoluto, pero que no puede planteárselo en esos términos a la Maga porque ella se escandalizaría. Ella se peina, se despeina, se vuelve a peinar, piensa en Rocamadour, besa a Oliveira, canta Hugo Wolf, le pregunta por el peinado, todo mientras Oliveira está tirado en una cama que huele a sexo, bebiéndose su cerveza ya tibia, sintiéndose bastante orgulloso de ser un vago consciente.

Horacio Oliveira dice que se siente “antagónicamente cerca de la Maga” (p. 31). Ella admira los conocimientos de literatura y de jazz cool que tiene Oliveira, mientras que él siente que la Maga es su “testigo” y “espía”. Así y todo, Oliveira comienza a sentirse acorralado entre “la Maga y una noción diferente de lo que hubiera tenido que ocurrir” (p. 32). Paradójicamente, él sabe que no tiene sentido sublevarse contra esa situación, ya que desde el primer instante que recobre su independencia va a dejar de sentirse libre.

En este punto del capítulo, nos enteramos de que la historia se está desarrollando en la década del cincuenta y que la Maga está “arrastrando” a Oliveira a conocer a su hijo, Rocamadour, que se llama así en honor a su padre desaparecido. También Oliveira habla de las esperanzas de la Maga de convertirse en una cantante lírica. En ese sentido, a todos los integrantes del Club de la Serpiente les encanta cuando ella canta Shumann, siempre y cuando no recuerde a Rocamadour mientras lo hace, en cuyo caso el canto se va al diablo.

Oliveira concluye diciendo que no quiere escribir sobre Rocamadour porque eso implicaría un gran esfuerzo por acercarse mejor a sí mismo. Luego habla de dejar caer todo eso que lo separa del “centro”, aunque él mismo reconoce después que no sabe de lo que está hablando. En este sentido, Oliveira dice: “pienso que tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos” (p. 33).

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 116

Este capítulo se compone de una serie de epígrafes, pasajes y notas que rescata Oliveira de la obra de Morelli. En líneas generales, Morelli realiza una distinción entre el novelista voyant (observador) y el voyeur (mirón). El voyant es el que tiende al máximo, el que va en busca de lo profundo de la narración como, por ejemplo, Rimbaud. El novelista voyeur, en cambio, usa técnicas puramente descriptivas, y se queda solo en la superficie.

Luego, Morelli añade que las obras deben conectar diferentes tiempos (la Edad Media con la Edad Moderna, por ejemplo), y que el artista debe ser “moderno” en el sentido de estar al margen del tiempo superficial de su época; y que más allá de que su obra pueda parecer ajena a su época, en realidad los está orientando hacia la trascendencia.

Del lado de allá, Capítulo 3

El capítulo 3, como la mayoría de los capítulos de esta sección, está narrado en tercera persona. Se describe a Oliveira en la cama con la Maga; es la madrugada del lunes, y pasaron todo el domingo leyendo, escuchando música y tomando café o mate. Oliveira tiene insomnio; fuma mirando por la ventana abierta. Recuerda que su hermano le mandó una carta desde Rosario en que le recuerda las obligaciones filiales, que Oliveira menosprecia. También piensa que en unas horas tendrá que ir a lo del viejo Trouille, su jefe, a organizar la correspondencia con Latinoamérica.

Oliveira prende otro cigarrillo y continúa abstrayéndose en reflexiones respecto de la protesta que subyace a cada acción como, por ejemplo, organizar correspondencia. Al mismo tiempo, comprende que su contexto afectivo del pasado (porteño, clase media, colegio público) ha determinado su cosmovisión. Luego recuerda una anécdota de su infancia en que un miembro de su familia había intentado justificar el valor de verdad respecto de lo que estaba diciendo con un simple “¡Se lo digo yo, carajo!” (p. 36). El narrador comprende que ese “se lo digo yo” es propio de la seguridad que trae aparejada las buenas lecturas y la inteligencia de una persona adulta. Así y todo, concluye en que es como si la especie operara permanentemente en el individuo para no permitirle desarrollar tolerancia a las diferencias o a las dudas inteligentes. A raíz de esto, Oliveira piensa que muchas veces la lucidez desemboca en la inacción.

Oliveira le habla de estas cuestiones a la Maga, que se ha despertado. Le explica, por ejemplo, que él parte de que la reflexión precede a la acción. Luego de acusarlo de pensar demasiado, la Maga sintetiza su crítica hacia Oliveira de esta manera: "Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando esta pieza, no estás en la pieza” (p. 38).

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 84

Oliveira vuelve a narrar en primera persona y se recuerda vagando por el Quai des Célestins. Al pisar una hojas secas, recoge una, la lleva a su pieza y la sujeta en la pantalla de una lámpara. Su amigo Ossip, que pasa dos horas allí, ni siquiera mira la lámpara. En cambio Etienne se queda mirando la hoja en detalle. Oliveira entiende que la misma situación tiene dos versiones, y esto lo lleva a reflexionar respecto de todas las hojas secas que él no verá. De alguna manera, piensa él, leer a Joyce implica automáticamente no leer otro libro; es inevitable.

Luego Oliveira dice que Ossip no vio la lámpara porque su límite está mucho más “acá” de lo que significa esa lámpara, y Etienne sí la vio porque su límite está mucho más “allá”. Así y todo, Ossip se dio cuenta de que Oliveira estaba mal por lo de Pola, y Etienne ni siquiera lo notó.

Oliveira compara al ser humano con una ameba, que lanza seudópodos para alcanzar su alimento. Hay personas con seudópodos largos (como Etienne) y personas con seudópodos cortos (como Ossip). De todas formas, ese tipo de humano que con sus seudópodos largos alcanzan grandes distancias, con frecuencia no puede ver una lámpara a un metro. Oliveira entiende que puede saber o vivir mucho en un sentido dado, pero “lo otro”, ese otro sentido, se presentará por el lado de las carencias y lo atacará.

Por último, Oliveira entiende que la imaginación de las personas no puede ir más lejos de lo que le permiten sus seudópodos, y que, por lo tanto, él no debe dejarse llevar por ella.

Del lado de allá, Capítulo 4

En este capítulo, retorna el narrador en tercera persona, que cuenta un poco sobre la dinámica cotidiana entre Oliveira y la Maga: se dejan llevar por los signos de la noche a través de una París fabulosa; se detienen en plazas para besarse en los bancos o mirar las rayuelas; la Maga habla de sus amigas de Montevideo (aquí nos enteramos de que es uruguaya); Oliveira escucha sin muchas ganas, lamentando no poder interesarse por lo que ella le cuenta.

Luego la Maga hace referencia a una amiga suya uruguaya que no la fue a despedir al barco por snob. Cuando Oliveira le pregunta qué entiende por “snob”, ella le responde que no la fue a despedir porque viajaba en tercera clase, a lo que Oliveira dice que es la mejor definición de “snob” que ha oído. La Maga también hace referencia a su hijo, Rocamadour, como un posible motivo para que su amiga la menospreciara. En ese momento, Oliveira se entera de que ella tiene un hijo. La Maga le cuenta que Rocamadour es el fruto de un aborto que ella no se quiso practicar y que no sabe cómo va a vivir, ya que le cobran mucho de alquiler y, encima, tiene que tomar clases de canto. Oliveira comprende que el hecho de que ella esté en París responde más a su necesidad de salir de Montevideo que a otra cosa; así y todo, él le reconoce a la Maga el coraje que se necesita para embarcarse en una aventura tan difícil.

Por momentos, Oliveira se extraña de estar caminando con la Maga, una mujer definitivamente torpe cuyas extravagancias muchas veces lo avergonzaban.

Oliveira ya conocía a Ronald y Perico; la Maga le presentó a Etienne, y Etienne les hizo conocer a Gregorovius. Así se formó el Club de la Serpiente. Todos aceptan la presencia de la Maga, aunque les molesta tener que explicarle casi todo lo que se está hablando. Por esta razón, Oliveira prefiere ver a los del Club sin ella, para poder perderse en conversaciones filosóficas profundas sin su intromisión.

En uno de sus paseos habituales, Oliveira observa a un tipo que anda siguiendo a “la negrita”. La Maga le explica que a “la negrita” le gustan las mujeres y que, luego de que esta mujer se le insinuara, se hicieron amigas. Luego se detienen en la vidriera de una librería, y la Maga se pone a dibujar en el vidrio mientras escucha a Oliveira explicarle algunas cuestiones sobre los escritores que están exhibidos. Al mismo tiempo, él comprende que es insensato querer explicarle algo a la Maga, ya que no tiene el centro en la cabeza y hay cosas que no está capacitada para entender. Por otro lado, Oliveira le reconoce cierta efectividad en otras cuestiones no vinculadas al intelecto: “(…) cierra los ojos y da en el blanco. Exactamente el sistema Zen de tirar al arco. Pero da en el blanco simplemente porque no sabe que ése es el sistema” (p. 43).

La Maga, por su parte, admira a Oliveira y a Etienne; le fascina esa capacidad que tienen ellos de discutir por horas sobre cualquier tema, en especial, sobre el escritor Morelli. Cuando la Maga pide que le expliquen las teorías de Morelli, Etienne le deja en claro que no es posible, que ella no está capacitada para poder comprenderlas. La Maga se queda triste, agarra una hoja de la vereda y comienza a hablarle y a tratarla como a un “delicado fantasma verde” (p. 44). A raíz de esto, Etienne se siente un poco avergonzado por haberla tratado con tanta brusquedad.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 71

El capítulo 71 es una morelliana (una reflexión del escritor Morelli), de las varias que componen la sección “De otros lados (Capítulos prescindibles)". Morelli comienza diciendo que todo lo que vale la pena ser leído en estos tiempos está orientado hacia la nostalgia. Hace referencia a que una taza es blanca, a que el buen salvaje es marrón, pero que detrás de todo eso está el Paraíso, el otro mundo, que todos buscan, más que nada para evadirse por un rato de la realidad. Luego hace referencia a los sufrimientos que tienen esas personas en el mundo real: la jubilación a patadas en el culo, el despertar a campanilla. Así y todo, reconoce que ese otro mundo se encuentra en este, pero hay que saber “leerlo”. Dicho de otra forma: en varias páginas del Diccionario de la Real Academia Española están las palabras necesarias para escribir un poema de Garcilaso, lo que no implica que podamos hacerlo. Esta morelliana concluye con una reflexión sobre la modernidad y la era cibernética. Describe una nueva realidad futurista, con avances tecnológicos que conformen “un mundo satisfactorio para gentes razonables” (p. 410). El viejo mundo, ese reino olvidado, dejará vestigios de sí. Pero como afirma el propio Morelli: “Se puede matar todo menos la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña” (p. 411).

Del lado de allá, Capítulo 5

En este capítulo, retoma el relato el narrador en tercera persona y cuenta la primera vez entre Oliveira y la Maga. Fue en un hotel de la rue Valette. Al principio, la Maga se quedó junto a la ventana de la habitación, fingiendo mirar la calle en una actitud que el narrador define como “pretendiendo inocentemente hacer literatura” (p. 45). Oliveira, por su parte, analizaba los detalles de la habitación. Juntos comparaban los acolchados de los distintos hoteles por los que pasaban. A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque daba la sensación de que ella lo vivía como lo más importante que le estaba pasando en su vida hasta que caía en una zona crepuscular, en la que la invadían recuerdos y pensamientos oscuros, y Oliveira debía besarla para sacarla rápidamente de ese estado. Cuando sucedía esto, la Maga se volvía una bestia frenética; incluso una tarde, llegó a morder a Oliveira en el hombro hasta dejarlo sangrando. A raíz de este episodio, Oliveira vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego. Le exigió, en palabras del narrador, “las servidumbres de la más triste puta” (p. 47). Oliveira no podía permitir que ella sacralizara esos juegos básicamente porque no la amaba y el deseo entre ellos cesaría.

La Maga quería aprender, instruirse en las cuestiones filosóficas que charlaban Oliveira y el resto en el Club de la Serpiente, y para entrar en ese círculo de conocimiento, ella sentía que necesitaba morir y renacer como el ave Fénix; y Oliveira era el encargado de llevar a cabo ese sacrificio. Esa forma violenta de tener relaciones era parte de esa muerte y resurrección.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 81

Este capítulo es una cita del escritor cubano José Lezama Lima en la que reflexiona sobre la necesidad de inventar pasiones nuevas y de reproducir las viejas con intensidad. Por último, hace referencia a que la verdadera creencia está entre la superstición y el libertinaje.

De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 74

Este capítulo es una reflexión de Morelli respecto de la persona inconformista. Según el escritor admirado por Oliveira y el resto de los integrantes del Club de la Serpiente, el inconformista se mueve en las esferas más altas y las más bajas, desdeñando las intermedias, es decir, la zona corriente donde se concentra la mayor parte de la espiritualidad humana. El hecho de construir un barrilete y remontarlo para felicidad de los niños constituye un acto importante para el inconformista, porque se conecta con elementos puros y logra alcanzar un breve lapso de armonía. El inconformista, según Morelli, rechaza todo lo que huela a idea recibida. En síntesis, acepta solo la parte de hombres y mujeres que no haya sido “plastificada por la superestructura social” (p. 417).

Del lado de allá, Capítulo 6

Oliveira y la Maga solían citarse en un barrio a cierta hora, corriendo el riesgo de no encontrarse. Si sucedía eso, debían pasar el día solos, en un café, leyendo “un-libro-más”. Para la Maga, esta teoría de Oliveira de “un-libro-más” (leer siempre que se pudiera) no respondía exactamente a sus deseos (hubiera preferido llenarse de una gran sed lectora y leer varios clásicos seguidos), pero la aceptaba.

Oliveira, por su parte, tenía una tendencia vaga respecto de las cuestiones intelectuales y pasaba mucho tiempo mirando los árboles o los piolines que encontraba por el suelo. Cada vez que la Maga le pedía ayuda con respecto a alguna cuestión intelectual, Oliveira se la proporcionaba pero sin ganas, como algo inútil.

Así y todo, lo cierto es que casi siempre se encontraban y luego, sentados en un café, reconstruían los itinerarios que habían seguido cada uno hasta encontrarse en ese laberinto de calles. La Maga despreciaba los cálculos elementales, mientras que Oliveira había hecho un análisis minucioso de las posibilidades de encontrarse con ella para fijar su itinerario. Esa diferencia de perspectiva era la base del amor entre ellos.

Del lado de allá, Capítulo 7

Este capítulo está narrado en primera persona, y la mayoría de los críticos coinciden en que es Oliveira. Se trata de un poema en prosa en el que Oliveira describe cómo desliza su dedo por la boca de la Maga, de una manera sensual y afectiva. Luego hay un cruce de miradas entre los dos, que Oliveira describe como un juego de “cíclope”. Acto seguido se besan: “las bocas se encuentran y luchan tibiamente (…), nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces” (p. 51). El narrador concluye haciendo referencia a que siente temblar a la Maga contra él “como una luna en el agua” (p. 51).

Del lado de allá, Capítulo 8

Este capítulo también está narrado en primera persona por Oliveira. Comienza recordando que iban todas las tardes con la Maga a ver los peces Quai de la Mégisserie. Oliveira hace referencia a cómo pegaban sus narices a las peceras, para indignación de las viejas vendedoras de peces. También recuerda que leyó con la Maga que un pez solo en su pecera se pone triste y que es necesario ponerle un espejo para que no se sienta tan solo. Descubrían, él y la Maga, los comportamientos, las formas y los amores de esos peces.

Análisis

Ante todo, vale la pena aclarar que para realizar la guía de Rayuela hemos elegido seguir el Tablero de dirección ideado por Cortázar, no solo para respetar la propuesta lúdica y novedosa del autor, sino también para que no quede ninguna parte sin trabajar, pues si el lector decide leer Rayuela de la forma tradicional, “prescindirá sin remordimientos” de la tercera parte de la obra, “De otros lados”. Dicho esto, Rayuela comienza por el capítulo 73: definitivamente una anomalía desde el punto de vista de cómo solemos comenzar la lectura de un libro. Es decir, la novela empieza haciendo explícita la intencionalidad de desestructurar la forma convencional de abordar un texto.

Al mismo tiempo, en este primer capítulo Oliveira también sienta los precedentes de una idea que se sostendrá durante toda la novela: la escritura como un fin en sí mismo, desdoblada de las pretensiones literarias. Horacio pone énfasis en que la única verdad posible es la inventada y, en ese sentido, la escritura pasa a ser el instrumento fundamental. Contrapone este concepto con la “gran costumbre” humana de aceptar todo tal como se nos es dado, sin cuestionamientos. Por otro lado, valora ese “fuego inventado” (p. 414) que arde en el pecho de los que eligen su propia invención. De esta forma, Rayuela se inicia con una reflexión sobre la relevancia de la literatura que, para Oliveira, funciona como una manera de inventar la única verdad posible. "Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos (...). Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura (...)" (pp. 413-414). Aquí se manifiesta el sistema de pensamiento de Oliveira, que se pondrá cada vez más de relieve conforme avance la novela: la única verdad posible hay que inventarla, prescindiendo de ese orden prestablecido e impuesto, y que la sociedad acepta pasivamente. Vivir como si se estuviera escribiendo una novela; escribir nuestra propia vida, libres de las ataduras de una tradición opresora.

En el capítulo 1, el segundo que se lee de acuerdo a lo que propone el Tablero de dirección, ya podemos apreciar cómo se ponen en relieve dos de los temas más relevantes en Rayuela, que estarán presentes durante toda la novela: el amor y la ciudad. Por un lado, el propio Oliveira nos cuenta cómo comenzó la historia de amor entre él y la Maga. Por otro lado, hay una descripción minuciosa de París, una de las ciudades más importantes de Occidente, donde en ese momento se estaba expandiendo una de las corrientes filosóficas más influyentes del siglo XX, el existencialismo, de la mano del filósofo francés Jean-Paul Sartre. El existencialismo postula que el hombre es arrojado al mundo sin un propósito en concreto, y que esto le produce una fuerte sensación de absurdo y, en consecuencia, de angustia existencial. Conforme avance la novela, vamos a ir descubriendo que Oliveira encarna mucho de este ser existencialista, y vamos a ver cómo esta sensación de absurdo existencial se refleja en la forma que tiene de relacionarse con el resto de los personajes, en especial, con la Maga.

La descripción minuciosa de París, con precisiones de sus calles, sus cafés y sus lugares públicos, está íntimamente ligada a la fascinación que sintió Cortázar por esa ciudad durante sus primeros años de exilio. Oliveira camina las calles de una París que todavía conserva las reverberaciones que ha dejado la Segunda Guerra Mundial. De alguna manera, las calles de París representan para Horacio un espacio de reflexión filosófica constante, y estas reflexiones están muy conectadas, desde ya, con lo que absorbía Cortázar en esos primeros años en la capital francesa.

Luego, Oliveira da su perspectiva respecto de la relación que tiene con la Maga: “No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo” (p. 29). Por supuesto, esta es su versión, y poco tiene que ver con la concepción que tiene la Maga respecto de su amor por él. Ya desde el comienzo de la novela, entendemos que Oliveira y la Maga tienen personalidades opuestas, antagónicas: ella posee un espíritu libre, es espontánea y, por lo general, no logra comprender los conceptos que se desarrollan en las discusiones que tiene Horacio con el resto de los integrantes del Club de la Serpiente. Oliveira, por su parte, está permanentemente racionalizando cada situación, y su discurso tiene una fuerte impronta metafísica. En ese sentido, se van insinuando las dificultades que tendrá Horacio no solo para amar, sino también para solidarizarse con la concepción ajena de lo que es el amor.

En el capítulo 5 se da una situación entre Oliveira y la Maga que merece un análisis aparte: Horacio viola a la Maga como una forma de castigarla por haberle mordido el hombro. Más allá de lo aberrante del hecho, también es perturbador la naturalidad con la que se lo narra. Oliveira responde al estereotipo de hombre machista que incurre en la violencia de género de una manera espontánea, natural, sin el menor indicio de refexión sobre sus actos. Por supuesto que la violación representa una de las formas más brutales y extremas de violencia de género, pero conforme avance la novela, veremos que la actitud de Oliveira hacia la Maga está permanentemente impulsada por una sensación de superioridad, y que esa sensación, en varias oportunidades, se basa en su condición de hombre. Y no solo él; serán varios los hombres de Rayuela que traten a la Maga como si ella fuera tonta, descalificándola o subestimándola.

Al mismo tiempo, el tema del amor también está teñido por el perfil estereotipado de los personajes. Mientras que para la Maga el amor por Oliveira es de tinte romántico y resulta en una devoción lindante con el masoquismo, él tiene una concepción más pragmática y desapasionada del amor: la Maga representa una compañía, la posibilidad de compartir los gastos de un departamento y un cuerpo del que dispone para exigirle “las servidumbres de la más triste puta” (p. 47). Esto es así más allá del voltaje poético que Oliveira les imprime a varios pasajes de la novela en los que describe su relación con la Maga. En ese sentido, su idealización respecto del amor es puramente discursivo y no matiza en absoluto su perspectiva machista sobre su vínculo con la Maga. En el debate instalado entre diversos críticos literarios respecto de si Rayuela es una novela que "envejece mal" (en el sentido de que plantea situaciones que se perciben anacrónicas e infructuosas para el lector o la lectora de hoy en día), la perspectiva de género que posee la novela constituiría, sin duda, uno de los argumentos más contundentes para pensar que sí lo hace.

En esta primera parte también aparece el escritor Morelli, considerado por la mayoría de los críticos como un alter ego del propio Cortázar. La mayoría de las apariciones de Morelli durante la novela son a través de fragmentos, tanto de su obra literaria como de anotaciones personales. Cada capítulo relacionado con un texto de Morelli es una reflexión literaria que busca poner en perspectiva la concepción de “novela”, cuestionándola y proponiendo formas de resignificarla. En ese sentido, los escritores deben ser modernos, aunque ello implique que su obra pueda parecer ajena a su época. El arte en general y la escritura en particular deben buscar la trascendencia más allá de los cánones impuestos por la tradición. Ser un artista “incomprendido” quizás sea el precio que se debe pagar para que la obra trascienda. Es evidente que Cortázar, a través de Morelli, va reflexionando sobre su propia obra a medida que la va escribiendo, y que en ese ejercicio de introspección literaria cuestiona ciertos aspectos tradicionalistas de la literatura. En ese sentido, cabe señalar que, en París, Cortázar estaba en contacto con varios de los movimientos vanguardistas de la época como, por ejemplo, el surrealismo, y que ese deseo que manifiesta en (y con) Rayuela de actualizar el concepto de novela tiene relación con esas nuevas corrientes artísticas.

Rayuela propone un contrapunto muy interesante entre la historia de Oliveira y varias reflexiones literarias, que se dan tanto a través de las notas de Morelli como de otros textos literarios incluidos en la novela a la manera de "hipertextos". En líneas generales, podemos decir que el hipertexto es una estructura a partir de la cual se incluye un fragmento perteneciente a una obra, dentro de otra, para ejmplificar o desarrollar un concepto. Rayuela cuenta con una gran cantidad de hipertextos, varios de ellos relacionados con la obra y las notas de un escritor ficticio como Morelli, pero también con fragmentos de obras de escritores reales como, por ejemplo, del escritor cubano José Lezama Lima, en el capítulo 81. Cortázar utiliza estos hipertextos para ir dándole forma a su ideal literario en el que, como dice el escritor cubano, es necesario inventar pasiones nuevas y reproducir las viejas con intensidad. Con el correr de las páginas, seguirán las inclusiones de fragmentos y citas que respalden a Cortázar (y a Morelli) en esta idea de polemizar con la concepción más tradicional de la literatura.

Otra de las cuestiones interesantes para analizar en Rayuela tiene que ver con el narrador. Hay capítulos en los que Oliveira narra en primera persona; hay otros en los que un narrador en tercera persona cuenta la historia, y hay otros que simplemente son fragmentos de obras literarias, de artículos periodísticos o de notas de Morelli; incluso hay un capítulo más adelante adjudicado a la Maga por la mayoría de los críticos. Este cambio permanente del "punto de vista" de la narración también propone una dinámica narrativa lúdica en contraste con la forma tradicional de novela. Dicho de otra forma, los cambios arbitrarios de narrador en Rayuela contribuyen a crear esa sensación de "rebeldía" literaria, y ponen de manifiesto que en cada página del libro encontramos la ambición de Cortázar por expandir los ámbitos de la novela.