Las armas secretas (cuento)

Las armas secretas (cuento) Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

Al día siguiente, Michèle explica el motivo de su ausencia y desestima las elucubraciones de Pierre; la muchacha no pudo visitarlo porque su madre se desmayó y su padre, preocupado exageradamente, la llamó para que los acompañara y ayudara.

Superado ese asunto, Pierre la besa mientras canta por dentro un aria de Schumann, “im wunderschönen monat mai”, hasta que Michèle, crispada, le clava las uñas en el hombro y le dice que le está haciendo daño en la boca. Pierre nota la lastimadura que le provocó en el labio al besarla, le pregunta si está enojada, y por qué nunca se pueden encontrar a solas. Mientras tanto, Michèle le anuncia que sus padres se van 15 días a una granja y que tendrá la casa a su disposición, por lo que podrán aprovechar para estar, finalmente, los dos a solas.

Pierre fantasea con ese lugar, al que llaman “el pabellón”; a pesar de no conocerlo físicamente, cree saber cómo es cada recoveco. Lo imagina pequeño, desagradable, con muebles vetustos y con una bola de cristal al comienzo del pasamanos de la escalera. Con esa imagen en su cabeza, le pregunta a Michèle si en efecto existe esa bola de cristal, y la respuesta negativa lo perturba y lo hace pensar que no la conoce tanto como hubiera imaginado. Pierre se sumerge de nuevo en divagaciones mentales, en las cuales vuelve a aparecer Enghien. Michèle está pronta a irse, ya que debe volver al trabajo, pero Pierre la retiene arguyendo que ya llegan Babette y Roland, aunque, a la vez, se muestra molesto por la falta de momentos a solas en su vínculo. Michèle le responde que, justamente, la cita de ese día era para encontrarse con sus amigos.

Pierre vive con fastidio el breve encuentro con los amigos de Michèle, hasta que ella debe regresar al trabajo y él la acompaña. Al retirarse los dos, Babette y Roland se preguntan por qué no avanzan en su vínculo, siendo que los notan enamorados; la posible explicación que le dan a esto tiene que ver con un trauma que Michèle atravesó hace mucho tiempo, del que no llegan a explicar nada.

Pierre se cita con su mejor amigo, Xavier, en un café de la plaza Saint-Michel. Como llega temprano, nuevamente se sumerge en sus divagaciones: siente que desconoce a Michèle, pero la ama y se castiga por sus equivocaciones, por haberle lastimado el labio, por cantar esa canción alemana mientras la lastimaba y por mencionar la bola de cristal inexistente. Piensa también en la curiosa conexión entre sus vínculos: Michèle le presenta a sus amigos Babette y Roland, Roland es camarada de Xavier, su mejor amigo, y de esa forma se consolida un grupo en el que todos están relacionados de una forma u otra. Sobre el grupo, Pierre supone que algunos ya deben pensar que Michèle y él son amantes, porque es inexplicable que con todo lo vivido todavía no hayan concretado el acto sexual. Pierre se lamenta de que no haya sucedido y no acierta a comprender los motivos. Cuando Xavier llega al café, le comenta estas preocupaciones, sus errores con Michèle, su insomnio y su equivocación constante con Enghien. Xavier intenta desdramatizar todo aquello, aunque no lo consigue realmente. Ya solo, Pierre tiene una especie de visión en la que unas hojas secas le cubren toda la cara; sin embargo, en donde está no hay hojas secas. Piensa en llamar a Xavier, pero sabe que su amigo lo interpretará todo como otro desvarío más.

Pierre se encuentra acostado, fantaseando sobre el futuro encuentro con Michèle y la posibilidad de estar a solas y que nadie los interrumpa. Piensa en la noche próxima, cuando lleguen a la casa y suban las escaleras (sin la bola de cristal, repara con tristeza), e imagina la puerta de su habitación cerrada y la llave de la misma en su bolsillo. Esto lo hace levantarse de un salto, perturbado por sus fantasías; ahora se imagina solo, Michèle está encerrada en la habitación sin saber que él tiene otra llave. Para despejarse, Pierre se seca la cara y observa por la ventana a un borracho vagar por la calle.

Análisis

A la escena de la espera le sigue el encuentro con Michèle, en el que explica su ausencia, el desvanecimiento de su madre y la alarma de su padre. Tras la explicación, Pierre comienza a besarla y, en ese momento, se le hacen presentes ciertas imágenes sensoriales confusas: un olor fresco, percibido a la sombra de los árboles; una melodía en la que destaca un verso en alemán: “Im wunderschonen Monat Mai” (p. 363) (“en el maravilloso mes de mayo”). El beso termina de forma violenta: Michèle lo rechaza porque él le ha mordido el labio y le ha hecho mal.

Frente al retroceso de su amada, Pierre vuelve sobre su idea obsesiva: “¿Cuándo, cuándo, cuándo van a encontrarse a solas?” (p. 363). La repetición, un recurso muy utilizado en todo el cuento, refuerza el carácter obsesivo de Pierre, quien está “obstinado con la idea de verla llegar algún día a su casa, de que va a subir los cinco pisos y entrar a su cuarto…” (p. 363). La obsesión del enamorado, en esta instancia, puede comprenderse como el deseo de concretar el acto sexual con la persona amada, pero en verdad es mucho más que eso: en las imágenes sensoriales mencionadas, comienza a aparecer con más vigor la presencia del alemán que ha violado a Michèle en el pasado: el olor fresco bajo la sombra de los árboles remite al último momento de vida del violador, que es llevado al bosque y asesinado por Roland y Babete. A su vez, los versos del aria de Schumann son una clara referencia a los gustos musicales propios del alemán, que comienzan a colmar el presente de Pierre y a desbordarse sobre su entorno.

El siguiente elemento que se introduce y que vincula el presente con la historia del alemán es la bola de vidrio que Pierre menciona cuando Michèle lo invita a pasar un tiempo en la casa de sus padres, ya que estos se ausentarán por unas semanas. Pierre imagina cómo será la casa y le pregunta: “¿Hay una bola de vidrio en la escalera de tu casa?” (p. 364). Ante la extraña pregunta, Michèle responde que no, y agrega: “te confundes con…” (p. 364), pero entonces calla, “como si algo le molestara en la garganta” (p. 364). Lo que estuvo a punto de decir Michèle es que Pierre se confunde con la casa de Enghien, pero la frase queda trunca, porque, claro, Pierre no ha estado en Enghien, entonces no puede saberlo. La aparición de la bola de cristal en la memoria de Pierre es otro indicio de la superposición de la personalidad del alemán, quien ha violado a Michèle en dicha casa de Enghien, aunque a esta altura del relato el lector aún no lo sabe y no puede siquiera sospecharlo.

Justo después de este episodio llegan al bar Roland y Babette, los amigos de Michèle que en el pasado han matado al alemán. La presencia de la pareja molesta a Pierre, aún cuando aquel encuentro había sido pactado y es la razón por la que se encuentran en el café. Durante toda la charla que se da a continuación, Pierre está molesto y no logra hacerse presente en la situación. Es tal su molestia que no quiere siquiera darle la mano a Roland, aunque sabe que no hay ninguna razón para no querer hacerlo. Cuando esto sucede, otra dimensión propia del enamoramiento se hace presente en el relato: Pierre experimenta un sentimiento de ausencia, de disminución de la realidad frente al mundo. La escena del bar es muy similar a la que Roland Barthes describe al analizar la desrealidad que puede producir el amor:

En un restaurante atestado, con amigos, sufro (palabra incomprensible para quien no está enamorado). El sufrimiento me viene del gentío, del ruido, del decorado (kitsch). Una capa de irreal cae sobre mí de los candiles, de los plafones de vidrio (...) Toda conversación general en la que estoy obligado a asistir (si no a participar) me desuella, me deja aterido. me parece que el lenguaje de los otros, del que estoy excluido, esos otros lo sobreemplean irrisoriamente: afirman, contestan, presumen, alardean. (...) Vivo el mundo -el otro mundo -como una histeria generalizada. (Barthes, 2014 : 108-109).

Es evidente que Pierre sufre al extrañarse de todo lo que lo rodea y no poder conectar con su presente. De hecho, es tan fuerte la sensación de desrealidad que Pierre quiere escapar del café para dejar de sufrir: “Y todo el mundo le hace daño a él, le guiñan un ojo, le sonríen, lo quieren mucho. Es como un peso en el pecho, una necesidad de irse y estar solo en su cuarto preguntándose por qué no ha venido Michèle…” (p. 366). Esta sensación lo asalta por momentos y luego se va y lo deja disfrutar del encuentro con amigos. Cuando finalmente se despiden, Babette y Roland hablan sobre sus amigos, y ella le dice que “Los dos están muy enamorados” (p. 366), algo que deja pensativo a Roland.

Así como todo el episodio del encuentro con amigos puede leerse desde la perspectiva del enamorado, también puede abordarse en función de la presencia del alemán en Pierre: es el alemán quien no quiere saludar a Roland y quien desea escapar de la presencia de sus asesinos y encontrarse solo con Michèle.

Antes del viaje a la casa de los padres de Michèle, Pierre consulta a Xavier, un amigo suyo que es médico, sobre lo que está sintiendo. Al reflexionar sobre lo que le pasa, el sentimiento de abismo propio del enamorado se describe en detalle: "Los últimos meses son tan confusos como la mañana que aún no ha transcurrido y es ya una mezcla de falsos recuerdos, de equivocaciones. En esa remota vida que lleva, la única certidumbre es haber estado lo más cerca posible de Michèle, esperando y dándose cuenta de que no basta con eso, que todo es vagamente asombroso, que no sabe nada de Michèle, absolutamente nada en realidad" (p. 367).

A la sensación de desrealidad se le suma también la angustia ante la ausencia del objeto del deseo y la imposibilidad, hasta el momento, de la concreción del encuentro. El sujeto amoroso se siente enloquecer y se echa toda la culpa de lo que está sucediendo: “te tiene miedo, tiene asco, a veces te rechaza en lo más hondo de un beso, no se quiere acostar contigo, tiene horror de algo, esta misma mañana te ha rechazado con violencia (y qué encantadora estaba, y cómo se ha pegado contra ti en el momento de despedirse, y cómo lo ha preparado todo para reunirse contigo mañana e ir juntos a su casa de Enghien)” (p.367).

En este fragmento, las personalidades de Pierre y del alemán se mezclan sutilmente, especialmente al final de la cita, cuando Pierre menciona la casa de Enghien, cuando en verdad van a encontrarse en Le Mans. Además, a los ojos de Pierre, la actitud de Michèle parece no tener explicación y ser contradictoria, como si algo oculto molestara a la muchacha. Desde la perspectiva de Michèle y sin conocer todavía el final del cuento, el lector puede comprender que la mujer está enamorada de Pierre, pero que, a su vez, siente rechazo por las actitudes violentas y obsesivas del joven. Esta lectura puede sustentarse en los episodios que van a suceder a continuación, en los que la violencia del novio hacia Michèle va a aumentar y se va a aproximar al abuso. Así, Michèle podría estar queriendo escapar, simplemente, de una relación marcada por la violencia física y el sometimiento.

Sin embargo, cuando se sabe el final y se conoce que Michèle ha sido violada por el alemán, todo su rechazo se torna más claro: Michèle sabe que, por la edad de Pierre, no puede tratarse de su antiguo agresor (ella no sabe que sus amigos han matado al alemán), pero algo en la conducta de Pierre y en las cosas que sabe de su casa de Enghien la ponen en guardia y la llenan de dudas.

Después de su charla con Xavier, cuando Pierre está atravesando el Pont Neuf, otra imagen del alemán se hace presente y hace avanzar la superposición de personalidades:

“Un ciclista pelirrojo silba largamente al cruzarse con las muchachas, que ríen con más fuerza, y es como si las hojas secas se levantaran y le comieran la cara en un solo y horrible mordisco negro. Pierre se frota los ojos, se endereza lentamente. No han sido palabras, tampoco una visión: algo entre las dos, una imagen descompuesta en tantas palabras como hojas secas en el suelo (...) Como si él no supiera que no hay hojas secas en el Pont Neuf, que las hojas secas están en Enghien” (pp. 369-370).

Las hojas secas que se comen la cara corresponden a la imagen del alemán muerto en el bosque: con la cara destrozada por el escopetazo, el cuerpo inerte se desploma sobre un colchón de hojas. Pierre sabe que esas hojas están en Enghien, aunque le es imposible saber cómo es que lo sabe. Así, el avance de la personalidad del alemán sobre el joven francés se hace cada vez más evidente y constante, al punto de opacarlo y de someterlo indefectiblemente.

A esta imagen también se le suma la ya mencionada melodía de Schumann, que se instalan en la cabeza de Pierre como una obsesión malsana e inexplicable:

Las palabras se dibujan en los labios resecos de Pierre, se pegan al canturreo de abajo que no tiene nada que ver con la melodía, pero tampoco las palabras tienen que ver con nada, vienen de todo el resto, se pegan a la vida por un momento y después hay como una ansiedad rencorosa, huecos volcándose para mostrar jirones que se enganchan en cualquier otra cosa, una escopeta de dos caños, un colchón de hojas secas. (p. 371)

En este fragmento, la obsesión de Pierre ya no es la obsesión del enamorado a la que nos hemos referido anteriormente, sino que se presenta de otra manera: se trata de la obsesión de una persona que busca venganza, la obsesión del alemán que culpa a Michèle por su muerte y desea volver y castigarla.