La peste

La peste Resumen y Análisis Capítulo 1 (Parte 2)

Resumen

Rieux mira por la ventana cuando cae la tarde y escucha atentamente la escasa actividad de la ciudad. Sabe que la palabra peste ha sido pronunciada finalmente, pero cree que, tal vez, esta se detenga o pueda controlarse. Se contenta con tener la certeza de su profesión, sus rondas diarias; esa ocupación práctica es suficiente, por ahora, para tranquilizarlo.

Grand y Cottard pasan por la casa de Rieux, y él les pregunta si quieren acompañarlo al laboratorio. Atardece en Orán, y las calles se vuelven un poco más concurridas. Más tarde, Grand dice tener que ir a hacer un trabajo. Curioso, Rieux le pregunta de qué se trata esa tarea, pero, apresurado por marcharse, el interrogado es esquivo en sus respuestas.

Cuando Cottard se va también, Rieux se queda pensando en Grand. Tiene muchos rasgos de insignificancia, mediocridad, y parece claramente hecho para la burocracia. En efecto, lleva muchos años trabajando cómodamente en su puesto del Ayuntamiento, sin conseguir nunca un ascenso, pero con una vida agradable. Según Grand, su principal problema, como dirá más adelante, es que le cuesta encontrar “las palabras adecuadas” (p.43), y atribuye a esta dificultad el hecho de que su esposa Jeanne lo haya abandonado.

Por iniciativa de Rieux, las autoridades sanitarias de Orán se reúnen en el despacho del Prefecto. Con el doctor Castel, se preocupan de que no haya suero en el distrito. Castel dice sin rodeos, en la reunión, que se trata de la peste. Los demás médicos protestan; el doctor Richard advierte que no es bueno ser alarmistas. Cuando se le pide su opinión, Rieux dice que esperar y ver qué pasa sin actuar no es aconsejable, ya que las infecciones se están extendiendo de forma preocupante.

Los médicos discuten y polemizan, hasta que finalmente deciden asumir la "responsabilidad de obrar como si la enfermedad fuera una peste" (p.48). Esto promueve la aprobación de todos. De camino a casa, en los arrabales, una mujer ensangrentada agoniza y le implora a Rieux.

A partir de la mañana siguiente, pequeños avisos oficiales en la vía pública comienzan a aparecer. Se aconseja extremar la limpieza, y las personas que se sientan enfermas deben informar inmediatamente de los casos de fiebre y permitir el aislamiento de los familiares enfermos. Pero la redacción de los avisos es tal que no logra realmente alarmar al público.

Grand y Rieux se reúnen, y Grand comenta que Cottard se ha vuelto muy amable últimamente. Ya no es tan distante como antes, y parece querer hacerse amigo de todo el mundo, aunque sigue preocupado por qué sucede durante este estado de excepción de la ciudad con las personas que tienen pedido de captura. Se muestra también interesado por el proyecto de Grand, que resulta ser un libro: quiere ser escritor.

Al día siguiente, se presentan treinta nuevos enfermos en el hospital. En tres días, las salas ya están llenas. Se habla entonces de crear un hospital auxiliar, mientras Rieux hace lo posible por drenar los bubones que le salen a la gente en las ingles y la garganta, algo que parece traer alivio, y sigue esperando la llegada del suero a Orán. Algo alarmado, llama al Prefecto y le dice que las normas de contención de la epidemia no están yendo lo suficientemente lejos.

Finalmente, en los siguientes días, se imponen nuevas normas de circulación más estrictas. El esperado suero llega a la ciudad, pero no es suficiente. Al final de este primer capítulo, Rieux, cansado, lee un telegrama que ha sido enviado a Orán, que dice: "Declaren el estado de peste, cierren la ciudad" (p.58).

Análisis

La novela de Camus proporciona una visión mordaz de la forma en que la humanidad responde a un fenómeno tan perturbador como una epidemia. Orán, donde se desarrolla la peste, es al mismo tiempo un lugar singularizado y también un soporte de lo universal. Si bien, por un lado, se habla de personajes particulares en una ciudad y una cultura particulares, por el otro, resulta inevitable desprender del texto una sensación de que estamos ante una especie de metáfora de la sociedad moderna y hasta, por momentos, ante una parábola. Por universal nos referimos a pensamientos literalmente universales, como las ideas de solidaridad, fe divina, sentido de la existencia o individualismo, que a Camus le interesa explorar.

Para abordar esto, podemos pensar en la polémica que durante muchos años Camus sostuvo con el filósofo francés Jean-Paul Sartre. No cabrían en este análisis las innumerables aristas de sus discusiones, pero sí reponer un hecho puntual que ilustra las intenciones de Camus. Para Sartre, La peste era una clara e innegable alegoría de la ocupación nazi en Francia. Sin embargo, a pesar de las protestas de Sartre, Camus negó esto varias veces, y lo hizo señalando este carácter reflexivo en términos universales de su literatura. La peste, para Camus, puede sin dificultad iluminar aspectos de la ocupación nazi, pero es, ante todo, un relato sobre el mal. Pero, ¿qué es el mal? ¿Es la epidemia que llega desde fuera o es acaso lo que ya estaba bajo la superficie de la ciudad de Orán? Dice el narrador: “Se hubiera dicho que en la tierra misma donde estaban plantadas nuestras casas se purgaba así de su carga de humores, que dejaba subir a la superficie los forúnculos y linfa que laminaban interiormente” (p.16). La enfermedad de los cuerpos viene desde fuera, la traen las ratas. Pero hay otra enfermedad, según el narrador, que subyace al orden de la ciudad; una linfa que busca purgarse.

En este primer capítulo ya es claro, por el epígrafe, por las ratas y por cierta sintomatología, que la epidemia se trata particularmente del retorno de la peste bubónica: “Había que atenerse a lo que se sabía, el entorpecimiento, la postración, los ojos enrojecidos, la boca sucia, los dolores de cabeza, los bubones, la sed terrible, el delirio, las manchas en el cuerpo, el desgarramiento interior y al final de todo eso…” (p.38). Sin embargo, la sociedad oranesa todavía no se da por aludida, o al menos no en su mayoría. Sigue concurriendo al trabajo y al cine, se divierte con la llegada de los primeros calores de la primavera. La información sobre lo que sucede todavía es, ante todo, propiedad de los médicos y gobernantes. Esta es una de las razones primordiales por las cuales, para dar cuenta de todo lo sucedido en Orán en aquel año, el narrador elige como foco de su relato al doctor Rieux, que, desde un principio, combate la enfermedad con las pocas herramientas que posee. Tener información, a su vez, distancia a Rieux de su ciudad; se instala a partir de aquí un pragmatismo frío en él, cierta imperturbabilidad de su actitud. Dice el narrador: “esa hora [de la noche] que Rieux conocía tan bien, y que antes tanto adoraba, le parecía ahora deprimente a causa de todo lo que sabía” (p.53). Se instala en el texto cierta idea de ignorancia feliz de la plebe en oposición a la impotencia que genera en el cuerpo médico el hecho de saber que se está ante una epidemia agresiva.

Para el narrador, parece imposible que una enfermedad pueda asolar el pueblo cuando hay "hermosos cielos azules desbordantes de luz dorada" (p.56) que iluminan la ciudad de Orán cada mañana. E imposible parece también, según Rieux, "que la peste pudiera instalarse verdaderamente en una ciudad donde podía haber funcionarios modestos que cultivaban manías honorables" (p.45). Quizá no se encuentra tematizado en profundidad, pero el procedimiento de negación del mal que agobia y la evasión ante la tragedia de la sociedad están más de una vez señalados en el texto. Rieux, como todo el mundo, es consciente de que las plagas se propagaron también en el pasado, pero las epidemias y las guerras siguen tomando a la gente por sorpresa. Para el doctor, la gente de Orán se encuentra encerrada en sí misma y no puede concebir las pestes. Todo sigue siendo posible para ellos, a pesar de que, inclusive, algunos fueron testigos ya en estos días de muertes por la enfermedad.

En estas páginas se presenta algo mejor al personaje de Joseph Grand. Su nombre resulta ser en esta primera parte del relato una ironía. Grand significa “grande” en francés y, sin embargo, Joseph lleva una vida mediocre, monótona. “A primera vista, en efecto, Joseph Grand no era más que el pequeño empleado de ayuntamiento que su aspecto delataba” (p.42), dice el narrador. El adjetivo pequeño contrasta irónicamente con su apellido. Joseph Grand tiene un trabajo de poca repercusión y salario en la oficina gubernamental, ha sido abandonado por su mujer y se encuentra obsesionado con su propia expresión verbal. Se lo muestra como a alguien frustrado y triste. Es importante guardar atención a este aspecto, porque el personaje de Grand es uno de los que tomará un giro interesante en relación con las ideas de Camus plasmadas en este libro.