La guerra de los mundos

La guerra de los mundos Imágenes

Los cilindros en el cielo

El primer cilindro que impacta contra la Tierra es descripto como una estrella fugaz. Al principio, la gente piensa que se trata de un simple meteoro, y se lo describe de la siguiente manera:

Se la vio por la mañana temprano volando sobre Winchester en dirección al este. Pasó a gran altura, dejando a su paso una estela llameante. Centenares de personas deben haberla divisado, tomándola por una estrella fugaz. Albin comentó que dejaba tras de sí una estela verdosa que resplandecía durante unos segundos. (p. 18)

Más adelante, se mencionan otros resplandores que preceden a la llegada de los cilindros, y es tan grande el parecido de este fenómeno con las estrellas fugaces, que al final de la novela el narrador afirma que, tras la invasión, cada vez que ve una estrella fugaz se siente turbado por el recuerdo y por la posibilidad de un nuevo intento de conquista marciana.

Los marcianos

A medida que se encuentra con ellos, el narrador describe a los marcianos con lujo de detalles. Así, las imágenes de los marcianos están presentes a lo largo de toda la novela y ayudan al lector a construir una representación completa de su aspecto. La primera vez que aparecen, el narrador los describe de la siguiente manera:

Un bulto redondeado, grisáceo y del tamaño aproximado al de un oso se levantaba con lentitud y gran dificultad saliendo del cilindro. Al salir y ser iluminado por la luz relució como el cuero mojado. Dos grandes ojos oscuros me miraban con tremenda fijeza. Era redondo y podría decirse que tenía cara. Había una boca bajo los ojos: la abertura temblaba, abriéndose y cerrándose convulsivamente mientras babeaba. El cuerpo palpitaba de manera violenta. Un delgado apéndice tentacular se aferró al borde del cilindro; otro se agitó en el aire. Los que nunca han visto un marciano vivo no pueden imaginar lo horroroso de su aspecto. La extraña boca en forma de uve, con su labio superior en punta; la ausencia de frente; la carencia de barbilla debajo del labio inferior, parecido a una cuña; el incesante palpitar de esa boca; los tentáculos, que le dan el aspecto de una gorgona; el laborioso funcionamiento de sus pulmones en nuestra atmósfera; la evidente pesadez de sus movimientos, debido a la mayor fuerza de gravedad de nuestro planeta, y en especial la extraordinaria intensidad con que miran sus ojos inmensos... Todo ello produce un efecto muy parecido al de la náusea. (pp. 26-27)

En ese primer encuentro, es tan grande la diferencia del marciano con respecto a los seres humanos que el narrador experimenta un profundo horror al verlos. Más adelante, cuando se encuentra encerrado en la casa destruida, puede observarlos con detenimiento durante días enteros. En esa nueva oportunidad, el narrador los describe de la siguiente manera:

Vi entonces que eran las criaturas más extraterrestres que imaginarse pueda. Eran enormes cuerpos redondeados -más bien debería decir cabezas-, de un metro veinte de diámetro, y cada uno tenía delante una cara. Esta cara no tenía nariz -los marcianos parecen no haber tenido el sentido del olfato-, sino sólo un par de ojos muy grandes y de color oscuro, y debajo de ellos una especie de pico carnoso. En la parte posterior de la cabeza o cuerpo -no sé cómo llamarlo- había una superficie tirante que oficiaba de tímpano y a la que después se ha considerado como la oreja, aunque debe haber sido casi inútil en nuestra atmósfera, más densa que la de Marte. En un grupo alrededor de la boca había dieciséis tentáculos delgados y semejantes a látigos, dispuestos en dos montones de ocho cada uno. Estos montones han sido llamados manos por el profesor Howes, el distinguido anatomista. Cuando vi a esos marcianos parecían todos esforzarse por alzarse sobre esas manos; pero, naturalmente, con el peso aumentado debido a la mayor gravedad de la Tierra, esto les resultaba imposible. Hay razones para suponer que en su planeta materno deben haber avanzado sobre ellos con relativa facilidad. (p. 128)

Así, las descripciones, cargadas de imágenes visuales, se complementan para terminar de transmitir al lector una clara idea de cómo son estas criaturas.

El caos y la destrucción

El narrador describe con vívidos detalles el caos y la destrucción que siembran los marcianos. La primera vez que los marcianos utilizan su rayo calórico, el narrador describe la escena de la siguiente manera:

Me quedé mirando la escena sin comprender aún que era la muerte lo que saltaba de un hombre a otro en aquel gentío lejano. Todo lo que sentí entonces era que se trataba de algo raro. Un silencioso rayo de luz cegadora y los hombres caían para quedarse inmóviles, y al pasar sobre los pinos la invisible ola de calor, éstos estallaban en llamas y cada seto y matorral convertíase en una hoguera. Y hacia la dirección de Knaphill vi el resplandor de los árboles y edificios de madera que ardían violentamente. (p. 31)

A estas primeras imágenes le siguen un sinfín de descripciones dedicadas a la brutalidad de la invasión marciana. A su vez, el narrador dedica algunos párrafos a la percepción no solo visual sino también auditiva del caos y la destrucción:

Todo a mi alrededor reinaba un desorden de ruidos ensordecedores: el metálico son de los marcianos, el estrépito de casas que caían, el golpe sordo de los árboles al dar en tierra y el crujir y bramar de las llamas. Un humo negro muy denso se mezclaba ahora con el vapor procedente del río, y al moverse el rayo calórico sobre Neybridge, su paso era marcado por relámpagos de luz blanca que dejaba una estela de llamaradas. Las casas más próximas seguían aún intactas, aguardando su fin, mientras que el fuego se paseaba tras ellas de un lado a otro. (p. 69)

El paso de los marcianos queda marcado por la destrucción y la muerte. Allí donde no descargan su rayo calórico, el Humo Negro aniquila toda la vida y los pueblos vacíos se transforman en cementerios, una imagen tan impactante como la de las ciudades destruidas.

La influencia marciana sobre el paisaje

A lo largo de la novela, el narrador describe muchas veces el paisaje típico del campo de los alrededores de Londres, pero alterado ahora por la extraña presencia de los marcianos y la destrucción. Mientras se encuentra con el cura, el narrador otea el paisaje desde su refugio y lo descubre alterado por estas presencias:

Alrededor de medianoche, los árboles que ardían en las laderas de Richmond Park y el resplandor de Kingston Hill proyectaban su luz sobre una capa de humo negro que cubría todo el valle del Támesis y se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Por este mar de tinta avanzaban dos gigantes, que lanzaban hacia todos lados sus chorros de vapor para limpiar el terreno. (p. 93)

Nuevas imágenes de un paisaje desolado y totalmente alterado golpean al narrador cuando sale de su escondite después de quince días de permanecer encerrado y encuentra que todo está cubierto por la hierba roja traída por los marcianos. La hierba crece desmesuradamente y asfixia a las otras plantas, y tapa los cauces naturales de los ríos y los hace desbordar, convirtiendo los valles en pantanos:

Al principio me sorprendió ver allí agua a esa altura del año, pero después descubrí que esto se debía a la exuberancia tropical de la hierba roja. Al encontrar agua, esta extraordinaria vegetación se tornaba gigantesca y adquiría una fecundidad notable. Sus semillas llegaron hasta el Wey y el Támesis, y la titánica planta, que crecía con tanta rapidez, ahogó de inmediato a ambos ríos. En Putney, como lo comprobé después, el puente estaba cubierto por completo por esa hierba, y también en Richmond se vertían las aguas del Támesis en un amplio lago, que cubría las campiñas de Hampton y Twickenham. Al extenderse las aguas, la hierba las seguía, hasta que las villas en ruinas del valle del Támesis estuvieron por un tiempo perdidas en medio de un pantano rojo -cuyas márgenes exploré-, y gran parte de la desolación causada por los marcianos quedó así oculta. (p. 149)

Estas imágenes demuestran hasta qué punto la colonización marciana es capaz de cambiar la fisonomía de la Tierra.