La dama del perrito

La dama del perrito Resumen y Análisis Capítulo II

Resumen

Una semana después, Gúrov sale a tomar una copa con Anna. Luego pasean hasta terminar en el puerto, donde se detienen a ver cómo llegan los nuevos visitantes. Anna parece nerviosa ante la multitud. Cuando oscurece, la gente comienza a dispersarse y terminan quedándose solos. En ese momento, Gúrov la besa furtivamente y, con la precaución de que nadie los vea, se dirigen al hotel para tener relaciones sexuales.

Anna parece entristecida tras el encuentro. Siente culpa y cree que ya no es digna de respeto; ni el de Gúrov ni el de nadie. Explica que se casó muy joven, que no ama a su esposo y que siempre sintió una gran curiosidad por la vida. Aunque Gúrov se aburre de sus lamentos, la consuela hasta que el humor de ella mejora.

Al amanecer, los amantes visitan la costa. La niebla cubre parcialmente Yalta, y los sonidos de los saltamontes y el océano sugieren la existencia de un orden superior, mucho más grande que los hombres. Sentado junto a Anna, Gúrov considera que la vida es algo hermoso.

A partir de entonces, los amantes comienzan a compartir su cotidianidad en Yalta. A menudo, Anna se preocupa por no ser una mujer respetable, consecuencia de su infidelidad. Por su parte, Gúrov siente crecer su pasión, aparentemente a causa del carácter clandestino de la relación.

Un día, Anna recibe una carta de su marido, quien le pide que vuelva a casa debido a que tiene una enfermedad en los ojos. Los amantes se despiden en la estación de tren. Anna no llora, pero está visiblemente angustiada, y le asegura a Gúrov que lo recordará por siempre. Cuando el tren parte, Gúrov se lamenta de no haber podido hacerla feliz, pese a haber sido afectuoso con ella. Siente, además, que el hecho de que sea mucho mayor que ella y que tenga una experiencia de vida superior constituye un engaño, “La grosera presunción de un hombre satisfecho que además casi le doblaba en edad” (18). En ese momento, decide que es hora de volver a su casa en Moscú.

Análisis

A medida que avanza la historia, Gúrov conserva las actitudes contradictorias, respecto a las mujeres, que ya habíamos notado en el capítulo anterior. Por un lado, continúa flirteando con Anna y, en su interés por consumar la aventura, la besa primero furtivamente y luego sugiere que vayan al hotel a tener relaciones sexuales. Sin embargo, una vez logrado su objetivo, comienza a compararla fríamente con otras mujeres con las que se ha acostado a lo largo de su vida:

Al mirarla de nuevo, Gúrov pensó: «¡Hay que ver qué encuentros nos depara la vida!». De su pasado guardaba el recuerdo de mujeres despreocupadas y bondadosas contentas de poder amar (...); había otras —como por ejemplo su mujer— que amaban sin sinceridad (...); había otras dos o tres, muy hermosas y frías, de cuyo rostro se adueñaba de repente una expresión rapaz, un deseo obstinado de obtener y arrebatarle a la vida más de lo que podía ofrecer (...); cuando Gúrov dejaba de interesarse por ellas, su belleza le inspiraba aborrecimiento y los encajes de sus vestidos se le antojaban escamas” (14).

Como vemos, Gúrov tiene relaciones superficiales con sus amantes, a quienes clasifica y ‘colecciona’ como objetos, meditando sobre ellas con adjetivaciones que no carecen de misoginia, y sin ningún tipo de reflexión respecto a su propio rol en el fracaso o el éxito de estas relaciones.

Bajo su perspectiva, el elemento diferencial de Anna reside en su corta edad y su inexperiencia, lo que ilustra la centralidad del tema “La juventud y el envejecimiento” en este relato: “Aquí, en cambio, se percibía esa timidez, esa torpeza, esa turbación de la juventud inexperta, así como una sensación de confusión, como si alguien hubiera llamado de pronto a la puerta” (14). Sin embargo, aunque es consciente de la inexperiencia y la fragilidad de Anna, tampoco asume una posición responsable respecto a los sentimientos que la aventura despiertan en ella, y pronto se aburre de la vergüenza y la culpa que la corroen: “Gúrov estaba ya aburrido de escucharla; le irritaba ese tono ingenuo, esa confesión, tan inesperada como intempestiva; de no haber sido por las lágrimas, habría podido pensarse que bromeaba o interpretaba un papel” (15).

El tópico de “La infidelidad y la moral” también reluce en su importancia: Anna es una joven que nunca ha sido infiel en su vida, y el hecho de tener una aventura la hace sentir culpable e indecente, al punto que no cree merecer el respeto de Gúrov ni de nadie: “me he convertido en una mujer vulgar y vil, a la que todo el mundo puede despreciar” (15). A Gúrov, por el contrario, lo define una posición cínica e indiferente, lo que revela tanto su edad y el peso de tantas aventuras cometidas, como el hecho de que la moral sexual pesa de un modo diferencial en hombres y mujeres. Es decir, mientras que la virtud masculina tiende a asociarse a valores como la valentía, la inteligencia y la laboriosidad, la femenina siempre estuvo vinculada a la sexualidad, la castidad y la entrega a los deberes conyugales. Este modo desigual de comprender la virtud femenina y la masculina explica el mayor peso moral que se deposita sobre Anna en el relato.

A pesar de lo dicho, el cinismo y la misoginia constituyen solo un lado de la personalidad de Gúrov, quien encuentra en Anna la oportunidad de modificar radicalmente sus posiciones frente al amor y las mujeres y la vida en general. Es así cómo, poco a poco, vemos que su carácter superficial y frívolo comienza a dar indicios de importantes cambios, revelando su capacidad de experimentar emociones profundas y auténticas. La escena en la que se encuentra con Anna viendo el paisaje marino de Yalta, por ejemplo, resulta ilustrativa en este sentido: “Sentado al lado de una mujer joven, que tan bella parecía a la luz del amanecer, con el ánimo sereno, anonadado por la visión de ese fastuoso panorama —el mar, las montañas, las nubes, el anchuroso cielo—, Gúrov reflexionaba que en realidad, si se para uno a pensarlo, todo es bello en este mundo, salvo lo que nosotros mismos discurrimos y hacemos cuando olvidamos los fines supremos de la existencia y nuestra dignidad humana” (16). Estas reflexiones, poco esperables en el personaje que se nos había presentado hasta el momento, se despiertan en él únicamente gracias a la influencia de Anna, quien provoca profundas emociones en él.

Con todo, no será sino hasta el próximo capítulo que Gúrov comprenderá la excepcionalidad e importancia de Anna en su vida. Hasta ahora, esta aventura no ha sido más que un sueño, un lapsus en la monotonía de su vida moscovita, unas vacaciones del trabajo y del matrimonio:

El tren se alejó deprisa, sus luces no tardaron en desaparecer y al cabo de un minuto ya no se oía nada, como si todo se hubiera puesto de acuerdo para poner término cuanto antes a ese dulce olvido, a esa locura. Solo en el andén, con los ojos fijos en la oscura lejanía, Gúrov escuchaba el canto de los grillos y el zumbido de los hilos telegráficos con una sensación extraña, como si acabara de despertar. Pensaba que un nuevo acontecimiento o aventura se había producido en su vida, que ahora había terminado y ya sólo quedaba su recuerdo…

(...)

«Ya es hora de que yo también vuelva al norte —pensaba Gúrov mientras abandonaba el andén—. Ya es hora» (17-18)

Más aún, Gúrov todavía mantiene una distancia impersonal con Anna, y solo siente cierto remordimiento por lo que, considera, ha sido un ‘engaño’ de su parte, una relación asimétrica en la que él se aprovechó de Anna debido a su juventud y su credulidad:

Estaba conmovido, triste, y se sentía algo arrepentido, pues esa mujer joven, a la que nunca volvería a ver, no había sido feliz a su lado; él se había mostrado gentil y cordial, pero en cualquier caso en su modo de comportarse con ella, en sus palabras y en sus caricias, se percibía la sombra de una broma ligera, la grosera presunción de un hombre satisfecho que además casi le doblaba en edad. Ella no había parado de decirle que era bueno, noble, extraordinario; no cabía duda de que no lo había visto tal como era en realidad, es decir, que involuntariamente la había engañado… (18).

Esta actitud de superioridad, sin embargo, comenzará a resquebrajarse a partir del próximo capítulo, cuando Gúrov comprenda que nada de lo que le sucedió en Yalta fue un simple ‘sueño’, sino, probablemente, lo más importante que le pasó en la vida; que lo que siente por Anna es mucho más que el simple deseo sexual de un hombre maduro por una joven, y que si hay algo que tiene fecha de vencimiento, no es su relación con Anna, sino su propio matrimonio.