Kentukis

Kentukis Citas y Análisis

Antes de encender el dispositivo,

verifique que todos los hombres

estén resguardados

de sus partes peligrosas.

Epígrafe, "Manual de seguridad" Retroexcavadora JCB, 2016.

En el epígrafe a la novela, Schweblin cita, a modo de poema, un extracto del manual de seguridad que se adosa a una retroexcavadora. Este cruce entre lo estrictamente tecnológico y lo literario es, de por sí, interesante, pero más aún es el juego de significaciones que propone el corte en versos del fragmento citado. Está claro que lo que el manual quiso indicar es que las personas deben cuidarse de estar a cierta distancia de los extremos punzantes del electrodoméstico antes de encenderlo. Sin embargo, por el modo en que está construida la frase, mediante un simple corte de verso, en las mismas líneas también podría leerse: los hombres, antes de poner en funcionamiento la tecnología, deben tener cuidado de no estar exponiéndose a sus propias partes peligrosas. Es este el sentido por el que Schweblin elige esta frase como antesala a su novela, una novela que hablará menos de los peligros de la tecnología que de la monstruosidad propia en las personas que la tecnología, en todo caso, puede dejar más expuesta.

No sabemos quién mierda es -dijo Amy-, por eso le mostramos las tetas, ¿no?

Narrador y Amy, p.12.

La primera de las situaciones narradas en Kentukis está protagonizada por tres adolescentes que exponen sus cuerpos y otras cuestiones íntimas ante la cámara inserta en los ojos de un peluche. Las chicas saben que hay alguien del otro lado de la cámara, aunque no saben quién, y su carácter anónimo es justamente lo que las motiva a actuar sin recaudos, tal como evidencia la frase citada. Así, la novela propone una dinámica que será común a lo largo del libro, y que tiene que ver con el problema del anonimato del observador y el modo en que el que se exhibe se relaciona con eso. El no saber quién mira no solo no detiene a estas adolescentes a la hora de exponerse, sino que funciona como condición de posibilidad de esa exposición.

¿Qué tipo de persona elegiría 'ser' kentuki en lugar de 'tener' un kentuki?

Narrador, p.27.

En la situación del kentuki se instala desde un principio la temática principal de la novela, que tiene que ver con el exhibicionismo y el voyeurismo. Todos los personajes de Kentukis observan la intimidad de otro o bien exhiben la propia frente a la mirada ajena. La decisión de estar delante o detrás de la cámara (es decir, entre tener un kentuki o "serlo", manejándolo desde la computadora) queda a voluntad del comprador. En la novela, Schweblin ofrece una variedad de historias, algunas protagonizadas por gente que es “ser” y, otras, por gente que es “amo”. Esto permite una reflexión, a lo largo de la trama, acerca de las personas que eligen uno u otro rol, reflexión que bien puede aplicarse a los dilemas existentes en nuestra contemporaneidad en torno a la virtualidad: ¿por qué alguien prefiere mirar las vidas de otros antes que exponer la propia a la mirada ajena?

A la larga, el kentuki siempre terminaría sabiendo más de ella que ella de él, eso era verdad, pero ella era su ama, y no permitiría que el peluche fuera más que una mascota.

Narrador, p.29.

Mientras que por muchas de sus características el kentuki es asimilable a aparatos tecnológicos ya existentes o a fenómenos virtuales como las redes sociales, un atributo bastante significativo lo distingue del resto. El kentuki es un peluche con forma animal: los hay topos, cuervos, conejos, pandas, entre otros. Y la cuestión de la animalidad repercute en el vínculo que los “amos” establecen con los “seres” de un modo que no se daría en la relación exhibicionista-voyeur mediada simplemente por un teléfono. En cierta medida, muchos “amos” tratan al kentuki como a una mascota.

En este aspecto del fenómeno podemos identificar dos cuestiones: por un lado, la deshumanización que se postula (o a la cual se somete) el que mira; por el otro, la apariencia inofensiva que adquieren estos aparatos frente a sus “dueños”. Ambas cuestiones pueden resultar perjudiciales, ya sea para el amo como para el ser. En el caso de Alina, en quien se enfoca el narrador en la frase citada, el hecho de que el personaje decida concebir al kentuki como una mera mascota traerá muchas consecuencias negativas: la mujer torturará al kentuki-cuervo olvidando que detrás del peluche podría haber, por ejemplo, un menor de edad, y que el registro de sus acciones violentas para con el aparato podría volverse público.

Nunca se le hubiera ocurrido que ahora, además de todas las especificaciones que había que leer si se compraba un electrodoméstico nuevo, había que pensar también si sería digno para ese objeto vivir o no con uno.

Narrador, p.46.

Una persona puede comprar un kentuki para tenerlo en su casa, pero la relación entre ambas partes no es unidireccional, como sucede con otros aparatos tecnológicos: del otro lado de la cámara hay alguien controlando ese kentuki desde la computadora de su casa, y ese alguien puede decidir, por ejemplo, abandonar la conexión.

De este modo, tal como señala la frase citada, ya no depende únicamente de que el aparato sirva al dueño, sino que también el aparato decide si el dueño es merecedor de sí. El kentuki parece una mascota y también parece un teléfono, pero no es ninguna de estas cosas: del otro lado, también hay un ser con capacidad de decisión, un ser que quiere o no quiere habitar un espacio, pertenecer o no a cierta gente, ver o no cierto espectáculo.

No cualquiera puede exhibirse. O sí, pero quizás no haya nadie que quiera verlo.

Las empresas se apoderarían pronto del negocio que había detrás de los kentukis, y la gente no tardaría en calcular que, si se tiene el dinero, mejor negocio que pagar setenta dólares por una tarjeta de conexión que se encendería al azar en cualquier rincón del mundo, era pagar ocho veces más para elegir en qué lugar estar.

Narrador, p.61.

Grigor, un joven croata que vive la emergencia del fenómeno kentuki, ve rápidamente un agujero legal: el gobierno no ofrece ningún límite judicial sobre el uso de kentukis, y las grandes empresas aún no vieron allí una oportunidad. Lo que el muchacho comprende es que muchas personas estarían dispuestas a pagar más dinero para librarse de la variable azarosa en la conexión entre un usuario y un dueño de kentuki, variable que supone, entre otras cosas, el riesgo de manejar un kentuki en un lugar indeseado.

Así, Grigor mantiene múltiples conexiones y describe para la venta las características que ofrece tal o cual. Los voyeurs son muchos, pero sus gustos muy variados. Hay quienes pagan fortunas por vivir en la pobreza unas horas al día, quienes buscan hacer turismo sin quitarse el pijama. El croata entiende que el mercado tiende a la especificidad, la segmentación, y busca complacer las exigencias de compradores, sobre todo si estos están dispuestos a pagar por ello.

Míster había asimilado perfectamente sus funciones de copaternidad, y Enzo se sentía agradecido. Rico o pobre, en su otra vida el kentuki era, evidentemente, alguien con bastante tiempo libre.

Narrador, p.83.

Enzo, recién divorciado, admira y agradece la "ayuda" que le brinda le kentuki en la crianza de su hijo. Lo que no sabe es que, del otro lado del aparato, se esconde un pedófilo, y que lo que parece dedicación y cuidado es en verdad acoso infantil. Este es solo uno de los riesgos posibles a la hora de tener un kentuki en el hogar, puesto que, a priori, no hay demasiadas certezas acerca de qué clase de persona controla el muñeco desde algún otro rincón del mundo.

Marvin ya no era un chico que tenía un dragón, sino que era un dragón que llevaba dentro a un chico.

Narrador, p.91.

La historia de Marvin ofrece un escenario más esperanzador en torno al vínculo humano-kentuki, quizás por el hecho de que mediante el kentuki este personaje no se inmiscuye en una vida ajena, sino que expande los límites y horizontes de su propia experiencia. El dragón que maneja Marvin no es la mascota de nadie, de hecho goza de ser de los pocos kentukis que viven en libertad y autonomía. Marvin sería así “amo” y “ser” al mismo tiempo, solo que la primera de estas identidades la debe asumir desde la distancia.

Teniendo en cuenta que, en su realidad cotidiana en Guatemala, Marvin es un niño que vive bajo el mandato de un padre poco afectivo que decide sobre su tiempo y su experiencia, pareciera tener sentido que el chico sienta mayor vitalidad en su vida como dragón en las nieves de Noruega que en sus vivencias como hijo confinado a estudiar en un escritorio diariamente.

Se enfocaría en Erfurt y en la chica, que no estaba llevando su vida nada bien. De su propia vida y la de su hijo se ocuparía más tarde.

Narrador, p.126.

Emilia es una jubilada cuyo hijo vive en Hong Kong, y que pasa largas horas del día, desde su computadora en Lima, paseando su kentuki coneja por la casa de una alemana en Erfurt.

La trama da cuenta de cierta alienación que se encarna en la mujer, en tanto toda su atención se concentra en la vida de esta desconocida. En Eva, una chica de la edad de su hijo a la que solo conoce a través de la pantalla, Emilia volcó una preocupación propia de un rol maternal: cuida las actividades de la alemana, así como vigila a su novio, tal como lo haría una madre con una hija adolescente.

Incluso después de mantener una perturbadora conversación con su hijo, Emilia pone primero a Eva en su jerarquía de prioridades, tal como evidencia la frase citada. Lo que se pone en escena es, en este caso, una gran dificultad para ocuparse de los vínculos cercanos, en paralelo a una tendencia a interesarse por la vida de desconocidos que habitan del otro lado de la pantalla.

En el tránsito, algunos coches llevaban en el vidrio trasero calcomanías de sus kentukis (...). Y en el supermercado ya no eran los únicos que llevaban un kentuki en el carrito. Frente a las heladeras de congelados una mujer le preguntó al suyo si necesitaban más espinaca, recibió un mensaje en el teléfono que la hizo reír, después abrió la heladera y tomó dos bolsas congeladas.

Narrador, p.144.

Al inicio de la novela, el fenómeno de los kentukis es bastante novedoso. Cuando los protagonistas de los principales arcos narrativos de Kentukis adquieren por primera vez el muñeco o acceden a la conexión, no han escuchado hablar aún del funcionamiento del aparato.

Con el avanzar de la trama, sin embargo, se presenta poco a poco una gran explosión del fenómeno. Los kentukis se popularizan a pasos agigantados, pasan a formar parte de familias, y ocupan un lugar físico ya significativo, en tanto incluso hay ciudades donde se deben construir cementerios especialmente destinados a enterrar los muñecos que ya no funcionan.