"Fiesta en el jardín" y otros cuentos

"Fiesta en el jardín" y otros cuentos Símbolos, Alegoría y Motivos

El peral ("Felicidad") (Símbolo)

El peral en flor, en el cuento, constituye un símbolo de la felicidad que atraviesa a la protagonista. Las reflexiones de Berta Young acerca de la felicidad se dan mientras observa el árbol, así como también el momento de mayor intimidad o conexión entre Berta y Perla, la mujer por la que siente fascinación, se da en esa misma situación de expectación. A su vez, las imágenes empleadas para describir el peral coinciden con el campo léxico del fuego con el que se ilustra la felicidad que atraviesa a la protagonista. Esta asociación se explicita en la interioridad de Berta, mientras piensa en su felicidad: “Y constantemente, en lo profundo de su pensamiento, tenía la imagen del peral. Ahora debía ser todo de plata bajo la luz de la luna (...); plateado como la señorita Fulton”(p.210).

La simbología de felicidad del peral no se clausura en el desenlace del cuento, es decir, cuando Berta descubre el amorío entre Perla y su marido. Perla vuelve a nombrar el peral y, luego del comentario frío y sereno de Harry, ella corre hacia la ventana, repitiendo para sí la frase última de Perla. El narrador describe lo que Berta ve: "Y el peral, alto y esbelto, cargado de flores, seguía inmóvil como la llama de una vela que alargándose estuviera casi a punto de tocar el borde plateado de la luna" (p.215). La imagen del peral sobrevive intacta, como también, por lo tanto, la emoción que simboliza. La protagonista, incluso luego del golpe de realidad reciente, sigue encontrando la misma belleza en ese árbol que simbolizaba para ella la felicidad. En las palabras que elige el narrador en su descripción, se trasluce la sensación de una conexión que no se ha roto. El peral “seguía inmóvil”, es decir, conserva su ser, al igual que la llama al interior de la protagonista. El peral se mantiene, cargado de todas sus flores: nada sustancial se ha perdido. Al interior de Berta, la llama sigue intacta, al igual que el sentimiento profundo y verdadero que la ha conectado a Perla esa noche.

La casa de muñecas ("La casa de muñecas") (Símbolo)

En un ambiente gobernado por las diferencias sociales y de clase, la casita de muñecas funciona como un símbolo de alto estrato social: la “buena señora” Hay, amiga de los Burnell, se la envía como una atención, una retribución a la familia, y el objeto representa el poderío económico de quienes pueden -y al parecer, acostumbran a- hacer regalos caros. Como regalo, la casita de muñecas sitúa a los Burnell como una familia acomodada desde el principio del relato, y la ostentación de poderío económico se trasluce en las niñas, sobre todo en Isabel, ansiosa por utilizar este objeto para provocar envidia en sus compañeras. En el comportamiento de Isabel se evidencia la voluntad de las clases pudientes de exhibir sus bienes y utilizarlos como objetos de poder. No solamente la mayor de las Burnell hace gala de su posesión frente a las niñas del mismo estrato social, sino que además funciona para agudizar la brecha existente entre ella y las niñas humildes, encarnadas en las Kelvey, quienes ni siquiera gozan del beneficio de observar la casita.

Por otro lado, es importante relevar que la simbología del objeto no se limita al hecho de que constituye un elemento caro, sino que además se trata de una pequeña representación de una casa lujosa, es decir, de la propiedad privada en su máxima expresión. En una casa reside el valor económico de una familia, así como su idiosincrasia y sus valores. La reproducción de la casa en menor escala guarda la particularidad de que logra reproducir, a su vez, los valores de la propiedad en sus dueñas, las niñas. La dinámica de poder que ya gobernaba el ambiente escolar se intensifica, entonces, con la llegada del objeto, e Isabel reproduce, siendo una niña, la lógica incentivada por sus padres de que el valor de una persona se mide en los bienes materiales que posee.

La lamparita ("La casa de muñecas") (Símbolo)

La lamparita funciona en este cuento como un símbolo de esperanza. Desde un principio, es el elemento que permite diferenciar dos puntos de vista, encarnados en las hermanas Burnell. Mientras que Isabel no repara en ella porque está concentrada en la espectacularidad de la casa en su conjunto, la cual le permite ostentar frente a sus compañeras y seguir discriminando a las niñas pobres, Kezia siente una apreciación particular por la belleza de ese elemento en sí, y no comprende por qué habría niñas para quienes estaría prohibido apreciar esa belleza también.

En la escena final que se da entre las hermanas Kelvey, una vez echadas de la casa, Else rescata con una sonrisa lo mismo que ha resaltado Kezia: “He visto la lamparita” (p.535), dice. La lámpara bien puede entonces, debido a su asociación inevitable a la luz, estar simbolizando un destello de esperanza -aunque pequeño, como el objeto-, una esperanza de igualdad. Kezia puede notar la belleza del objeto, no así su hermana, aunque provengan de la misma cuna. Y es Else Kelvey la que puede captar el valor de la lámpara también: es la sensibilidad, y no la posesión, lo que comparten las dos niñas y aquello que las iguala. A pesar de que Kezia sea dueña de la casita y Else solo haya podido admirarla durante un instante, han visto lo mismo. En la lamparita se encarna una pequeña ilusión de que las diferencias sociales pierdan su fuerza y dejen lugar a otro tipo de relaciones, no basadas en la posesión de bienes sino en la capacidad sensible de apreciar lo bello sin necesidad de adueñarse de ello por medio del dinero.

La taza de té ("Una taza de té") (Símbolo)

La taza de té funciona como símbolo de poder adquisitivo. Desde un principio tiene significados muy distintos para los personajes, quienes representan estratos opuestos de la escala social. Para la muchacha que mendiga, la taza de té representa la posibilidad de no morir de frío esa noche en la calle. Para Rosemary, que antes pensó en ese elemento en forma plural -”unas cuantas tazas de té”- y como un ingrediente más de una abundante comida, la taza de té por la que pide la muchacha le resulta de una insignificancia tan ridícula que la pregunta la desconcierta. "-¿Una taza de té?- -¿Pero usted no tiene nada, ni un céntimo?" (p.547) pregunta la protagonista, raptada por el asombro. En un mundo tan injusto, una mínima taza de té es un elemento de acceso restringido. Que el límite entre las clases económicas pueda trazarse en el poder de acceso o no a una taza de té desconcierta a la protagonista, acostumbrada a vivir entre lujos sin cuestionarlos.

El abrigo de zorro ("La señorita Brill") (Alegoría)

El abrigo de zorro que utiliza la señorita Brill funciona de manera alegórica, simbolizando el recorrido que la protagoniza traza en el relato. Al principio, cuando la protagonista está feliz e ilusionada, revive un abrigo de zorro que guardaba en el placard, devolviendo la "vida" a sus ojos. Ese es el inicio de su fantasía, de su salida de la oscuridad para vivir la luminosa ilusión de ser actriz y formar parte de una obra. Por el transcurso que hace la protagonista en el cuento, se establece una relación entre la “vida” del zorro y la “vida” de la fantasía de la protagonista: mientras que la ilusión comienza con la señorita Brill sacando al zorro de la caja, en el desenlace, el fin de la fantasía se completa con la acción de volver a guardarlo. Por lo tanto, el carácter simbólico del abrigo de zorro resulta alegórico, ya que su significación se transforma con el desarrollo del cuento. Es tal la identificación que se produce entre la protagonista y este abrigo, tal la simbología del objeto, que en él se proyectan los sentimientos de la señorita Brill: se describe al zorro, cuando ella lo saca de la caja, como si el animal estuviera emocionado por salir; del mismo modo, al volver a guardarlo, a ella le parece “oír un ligero sollozo” (p.473).

El veneno ("El veneno") (Símbolo)

En el relato, el veneno adquiere una significación simbólica que convive con el significado literal de la palabra. En un cuento cuyo tema principal es la pareja, el veneno es aquello capaz de destruirlo todo, y que se da en dosis tan pequeñas, tan sutiles, que puede resultar imposible dilucidar por completo su sustancia: “Son casos excepcionales las parejas, tanto de casados como de amantes, que no se envenenan mutuamente” (p.841), afirma Beatriz, y también: “¡cuantos vasos de vino o tazas de café han sido ligeramente envenenados! ¡Cuántas me han ofrecido a mí misma y las he bebido, a sabiendas o no, y me he arriesgado!" (p.841). El veneno, tal como se lo plantea en el cuento, es aquello que reúne los elementos tóxicos que la protagonista considera inherentes a toda pareja.

Por lo tanto, el elemento adquiere una condición simbólica: su significado no se agota en la literalidad, es decir, una sustancia material que se vierte en una taza de té; sino que está refiriendo también a comportamientos, al interior de una pareja, que hieren al otro de un modo sutil, dosificado, prolongado. La toxicidad del veneno se plantea como símbolo de la toxicidad que puede existir en una relación amorosa. En este sentido, el envenenamiento aparece como una conducta difícil de evitar, y Beatriz, cuando alude a esto, se refiere tanto a sus maridos anteriores como a sí misma.

De algún modo, esto se evidencia en el transcurso del cuento, en las tonalidades que la conversación va adquiriendo y los efectos que esta tiene en el narrador. El protagonista masculino tiene de por sí una actitud posesiva respecto de la mujer, y ella no deja de mencionar a sus otros maridos, como también al cartero: es decir, todos elementos externos a la pareja que aumentan los celos del narrador. Beatriz completa su dosis cuando, al final del relato, le pide que al día siguiente vaya a buscar las cartas, a ver si hay algo para ella. Cuando el narrador bebe su aperitivo, apunta: “Pero ¡Dios mío! ¿Eran imaginaciones mías? No, no lo eran. Mi aperitivo tenía un gusto desconcertante, amargo, extraño.” (p.841). El narrador describe supuestamente el sabor del líquido que bebe, sugiriendo que está envenenado, pero de por sí el relato propone una lectura más simbólica: el sabor que el narrador siente se corresponde con algo más subjetivo, el efecto que hacen en el personaje los comportamientos envenenadores de Beatriz.