"Fiesta en el jardín" y otros cuentos

"Fiesta en el jardín" y otros cuentos Resumen y Análisis "Fiesta en el Jardín"

Resumen

Mientras desayunan, Laura, Laurie, Meg, Jose Sheridan y su madre discuten los últimos preparativos para su fiesta en el jardín. La señora Sheridan no piensa tomar ni una sola decisión; pretende delegar la organización en sus hijas, lo que trae algunos problemas en el momento en que llegan los hombres a instalar la carpa de exterior y la marquesina. Laurie no va a salir a recibir a los hombres porque acaba de bañarse y tiene el pelo aún mojado, y Jose tampoco, porque sigue con su bata de seda y no se ha vestido aún. Dicen que Laura es quien debería ir a dar las instrucciones a los trabajadores, y ella asiente y sale corriendo. A Laura le gusta arreglar cosas y siente que es mejor en eso que los demás.

Con una tostada de pan con mantequilla en la mano, Laura sale al encuentro de los trabajadores en el jardín. Repentinamente tímida y dándose cuenta de cuán pequeña debe parecerles a esos hombres, intenta imitar el tono de voz de su madre y dar alguna indicación sobre la ubicación de la marquesina. Inmediatamente se arrepiente, al escuchar su voz algo ridícula. Laura menciona la orquesta, pero luego, avergonzada por el efecto que la noticia tiene en algunos de los hombres, dice que se trata en verdad de una banda pequeña, y uno de los trabajadores sonríe.

Cuando los hombres van a colocar la marquesina, uno de ellos se detiene para aspirar el aroma de una flor de lavanda. Laura piensa que ninguno de los muchachos con los que suele compartir cenas y bailes se detendría a admirar una flor y disfrutar su perfume, y que se llevaría mejor con los trabajadores que con aquellos muchachos de su propia clase social. Luego, desde la casa alguien grita llamándola, avisando que atienda en el teléfono a su amiga Kitty. Kitty quiere saber qué sombrero le conviene ponerse para la fiesta.

En medio del movimiento que hay en la casa por los últimos preparativos, llega el florista con cientos de lirios. Al principio, Laura asume que se trata de un error y que ellas no ordenaron semejante cantidad, pero la señora Sheridan aparece y confirma que el pedido es correcto: días antes pasó por la florería y las vio, y decidió darse el gusto de pedir un número extra de lirios.

En la sala, los hermanos y los sirvientes lograron mover del lugar el piano. Jose se dispone a practicar una canción que cantará en la fiesta, si se lo piden. Se llama “Oh, qué cansada vida”, y la letra de sus versos encierra una melancolía y tristeza que su voz no expresa. Al terminar, habla inmediatamente de la calidez de su voz.

Laura y Jose están en la cocina, probando alguna de las variadas delicias que acaban de llegar para la fiesta, cuando escuchan al muchacho que trajo la comida contarle a la sirvienta que hubo un terrible accidente. Un hombre que vivía en la zona baja, lindera al terreno de los Sheridan, trabajaba andando a caballo cuando un tractor lo interceptó. Falleció y dejó a su pobre mujer a cargo de sus cinco hijos. Todos conocían al señor Scott. Ambas familias viven realmente muy cerca, a apenas una cuadra de distancia, pero sus universos son completamente distintos: la familia Scott es pobre, mientras que los Sheridan pertenecen a la clase alta.

Aunque no conoce demasiado a la familia Scott, Laura se siente profundamente dolorida por la noticia. Le pregunta a su hermana Jose cómo harán para suspender la fiesta, a lo que esta responde que suspenderla sería una estupidez, y que nadie esperaría que ellos hicieran tal cosa por la muerte del señor Scott. Laura intenta entonces apelar a su madre, pero la respuesta es similar. Laura se encierra en su cuarto. Allí se mira al espejo y le parece que el sombrero que le ha puesto su madre le queda realmente bien, aunque sigue algo confundida. Ella quería disfrutar de la fiesta, pero no sabe qué sentir desde que recibió la triste noticia. Piensa en las palabras de su madre, y luego imagina a la viuda del señor Scott y el cuerpo difunto, pero todo se le aparece como irreal, como si lo estuviera leyendo en el diario. Laura decide, entonces, preocuparse por eso más tarde: no hay nada que ella pueda hacer y la fiesta está por empezar.

El evento es un éxito. Cuando los invitados se van, el señor Sheridan se sienta con su mujer y sus hijos en la carpa vacía para comer y disfrutar de la vista. El señor Sheridan habla sobre el accidente del señor Scott. La señora Sheridan golpea su tacita, manifestando su incomodidad con la conversación, hasta que de pronto se le ocurre una idea: preparar una canasta con la comida que sobró y que alguien se la lleve a la familia Scott. Al principio, Laura protesta. Considera algo descortés llevar sobras a la casa de los Scott, pero su madre insiste en que la familia seguramente apreciará cualquier ayuda que se le presente en ese momento.

Laura es enviada, entonces, a la casa de los Scott. Se adentra en la zona humilde. Le parece difícil imaginarse a alguien viviendo allí, y sin embargo hay niños jugando en la calle y hombres conversando. Todos parecen estar mirando a Laura fijamente, y ella empieza a sentir una profunda incomodidad y vergüenza por estar luciendo semejante vestuario en un contexto así. Le gustaría tener al menos un abrigo que tapara su vestido.

Un grupo de personas se amontona en la puerta de los Scott, pero al ver a Laura se apartan, rodeándola, como para dejarla pasar. Laura, sintiéndose realmente fuera de lugar, espera dejar la canasta y volver a su casa, pero la mujer que le abre la puerta la hace pasar. Es la hermana de la viuda. La señora Scott está llorando en la cocina y no le dirige la palabra a Laura. La niña deja la canasta e intenta salir, pero la mujer que le abrió la conduce a la sala donde yace el cuerpo del señor Scott.

A Laura le parece que el señor Scott luce muy bien, y que el gesto de su rostro se asemeja mucho a una sonrisa. Ella siente una suerte de envidia: es como si el señor Scott hubiera dejado atrás las fiestas de jardín, las canastas con comida y todas esas pequeñas particularidades de la vida. Mientras la banda sonaba y los invitados de la fiesta reían y socializaban, este hombre yacía espléndido, maravilloso, superior. Parecía contento, estar bien con eso. Aún así, la situación obliga a llorar o a decir algo. “Disculpe mi sombrero” (p.389), dice Laura con un sollozo infantil, y se va.

En el camino, se encuentra a Laurie y se abrazan. Laurie se sorprende de ver a su hermana llorando y le pregunta si le pasa algo. Laura dice: “¿No es la vida…?”, pero no puede terminar la frase. Sin embargo Laurie le responde: “Lo es, querida” (p.389).

Análisis

“Fiesta en el Jardín”, como los otros cuentos de esta selección, no obedece a la estructura común en la literatura de la época. Mansfield, escritora modernista, establece un modo particular de narrar: no se detiene en la descripción detallada para presentar o introducir a cada personaje, sino que, más bien, el carácter de los personajes se configura en base a sus parlamentos o acciones a medida que la historia avanza.

Con las particularidades de este estilo narrativo, la protagonista del cuento se presenta en la acción y en sus pensamientos como un personaje entrañablemente ingenuo: "Y Laura salió corriendo, llevando todavía en la mano un trocito de pan con mantequilla. Es fantástico encontrar una excusa para poder comer afuera y además le encantaba poder arreglar cosas; siempre le había parecido que era capaz de hacerlo mucho mejor que los demás" (p.372). Laura Sheridan es una muchacha mimada y complacida, acostumbrada a los privilegios y comodidades propios de una familia de clase media alta.

Sin embargo, se evidencia rápidamente una diferenciación entre ella y su grupo familiar. La comodidad que les ha tocado en suerte no produce, en sus hermanas, ninguna inquietud: “Meg no iba a ir a dar instrucciones a los hombres. Se había lavado el pelo antes de desayunar y estaba sentada tomándose el café con un turbante verde en la cabeza” (p.371). En comparación con sus hermanos, Laura es una muchacha dispuesta a la acción, curiosa, hábil y capaz. Al mismo tiempo, parece contentarse con pequeños placeres, distinguiéndose así del extravagante gusto de su madre. En Laura habita una sensibilidad particular que la inquieta y la impulsa a actuar, a salir de su casa, a intentar demostrar sus habilidades o bien compartir un momento con extraños, en este caso, los trabajadores:

En uno de los caminitos del jardín había cuatro hombres en mangas de camisa, esperando. Llevaban gruesos palos arrollados en las lonas y grandes bolsas de herramientas colgadas a la espalda. Su aspecto imponía. Ahora Laura deseó no llevar aquel pedacito de pan con mantequilla en la mano, pero no podía dejarlo en ninguna parte y mucho menos tirarlo al suelo. Notó que se ruborizaba e intentó parecer severa e incluso un poco corta de vista mientras se aproximaba a ellos. (p.372)

Mansfield construye a este personaje por medio de los detalles, mínimos elementos que permiten dibujar y definir el carácter de una niña que oscila entre su pertenencia a un universo y la voluntad de empatizar con otro muy distinto. La diferencia de clases es quizás el tema más importante del cuento, y se manifiesta específicamente en la segunda parte del relato, con la visita de Laura a la casa de los Scott. Pero la voz narrativa elige presentar la inquietud que la protagonista siente en relación a este tema, así como el modo en que la situación de los dos mundos (aquel al que pertenece y aquél otro que desconoce) la conflictua, en varias instancias previas. La escena en que Laura intenta dar indicaciones a los trabajadores es una de ellas: "-Buenos días -dijo, imitando la voz de su madre. Pero sonó tan horriblemente afectada que se avergonzó, y empezó a tartamudear como una niña-. Ah… sí…, ya han llegado, ¿eh?, es por la carpa, ¿verdad?" (p.372).

Dentro de su familia, Laura parece distinguirse también por una empatía que la hace atender a las emociones de los demás, y en su comportamiento puede verse una preocupación natural por lo que sucede a su alrededor, incluyendo a personas externas a su círculo habitual. Sin embargo, el universo en que fue criada no deja de ser su hábitat natural, y Laura no posee demasiadas herramientas para comunicarse con las personas externas a su mundo. La única forma de comunicación con esos hombres que a Laura le resuena es el tono de orden -es decir, de superioridad- con que su madre se dirige a ellos. El hecho de que ella fracase en su intento de imitar a su madre colabora a construir la psicología del personaje, su relativa incomodidad respecto a los modos de manejarse en el mundo donde fue criada. A su vez, su curiosidad se convierte en entusiasmo cuando ve a uno de los hombres deteniéndose a aspirar el perfume de una flor:


Cuando Laura advirtió su gesto olvidó por completo las karakas, maravillada de que al hombre le gustaran aquellas cosas, de que disfrutara con el aroma de la lavanda. De todos los hombres que conocía, ¿cuántos hubiesen tenido aquel gesto? "Oh, qué extraordinariamente simpáticos son los obreros", pensó. ¿Por qué no tendría amigos obreros en lugar de todos aquellos muchachos atontados que la sacaban a bailar y a los que invitaba a cenar los domingos? Se hubiera llevado muchísimo mejor con hombres como aquellos. (p.373)

Como se evidencia en este fragmento, Laura no solo es la protagonista de la historia, sino que además la voz narrativa se tiñe de su perspectiva: aunque la voz narra en tercera persona, en el discurso se filtran cuestionamientos, reflexiones, conclusiones que pertenecen a la lógica interna del personaje principal. Este procedimiento se llama focalización interna y, por medio de este, el narrador adquiere el punto de vista de Laura. El relato se ve así atravesado por la interioridad del personaje, es decir, sus emociones, sentimientos y pensamientos. Katherine Mansfield utiliza la tercera persona focalizada para experimentar con el estilo narrativo. Mediante el procedimiento utilizado, el lector accede tanto a las acciones como a los pensamientos de la protagonista, y lo hace en simultáneo. En la literatura de la autora es frecuente el uso de este procedimiento, que en este relato permite una observación más profunda de la perspectiva de Laura mientras la historia se desenvuelve. El punto de vista de la señora Sheridan o el de Jose, por ejemplo, interrumpen solo brevemente la perspectiva dominante, que es la de Laura. Esas interrupciones funcionan más que nada para particularizar la atmósfera o el ambiente de la casa de los Sheridan, mientras que el relato decide poner el foco en lo que sucede al interior de Laura, para ver el mundo tal como ella lo ve en la medida en que se sucede la acción.

Pero puntualmente, lo que se releva en la cita anterior es un pensamiento particular del personaje, en el que está implícita una reflexión acerca de las diferencias de clase. Laura se convence de que ella misma tiene mucho más en común con los obreros (porque uno de ellos se ha detenido ante una flor) que con los muchachos de buena familia con quienes suele compartir las fiestas: "Simplemente para demostrar lo contenta que estaba, para probar al obrero más alto que se sentía totalmente a sus anchas y que despreciaba todos aquellos estúpidos convencionalismos, Laura dio un mordisco al trocito de pan con mantequilla mientras los contemplaba. Se sentía exactamente como una obrera más" (p.374). Por supuesto, la velocidad de su asociación, el modo inmediato en que se siente perteneciente a una clase social más baja por el hecho de masticar una tostada en presencia de hombres trabajadores, constituyen una forma -aunque cálida- de ironía, propia de la voz narrativa, acerca de la inocencia infantil de Laura. Con las mejores intenciones, ella quiere sentirse parte de algo que, sin embargo, es muy ajeno a ella. De hecho, la situación se da en su mismo jardín, y los hombres están ahí porque han sido contratados por su madre. Es justamente un cambio total de escenario, hacia el final del cuento, el que logra en Laura una verdadera transformación, en la medida en que ingresa del todo a aquel otro mundo, sumido en la pobreza, en el cual no le resulta tan fácil encontrarse cómoda.

Otra ironía, aunque de un tinte distinto, se presenta en la escena en que Jose Sheridan ensaya una canción: ella es una adolescente sin preocupaciones, mimada por una familia acomodada, y la canción que elige se titula “Oh, qué cansada vida”. Los versos reflejan una vida agotadora, plena de esperanzas marchitas, que sin embargo no coincide con el matiz despreocupado con que la canta Jose, solo preocupada por su tono de voz. El tema termina diciendo “Adiós, para siempre… ¡Adiós!”, y la voz narrativa enfatiza en la discordancia entre la canción y el estado de ánimo de la muchacha: “Pero a la palabra "¡Adiós!", aunque el piano sonó más desesperado que nunca, su rostro se iluminó con una sonrisa resplandeciente, que no tenía nada de desolada. -¿Verdad que no ando mal de la voz, mami?- dijo Jose, contenta” (p.377). La situación, de matiz irónica, refleja la ignorancia de las niñas criadas en una clase acomodada acerca de los padecimientos propios de una vida agotadora, pero, sobre todo, deja vislumbrar una indiferencia respecto de la tristeza o el sufrimiento real, en el que no reparan, siquiera, cuando lo pronuncian ellas mismas. Además, la niña exhibe una indiferencia acerca de la tristeza o la profundidad emocional inherente a lo artístico: en la canción que entona, Jose Sheridan no ve más que entretenimiento y una mera excusa para lucir su propia voz.

Esa indiferencia se vuelve explícitamente manifiesta cuando llega la noticia de la muerte del señor Scott. El acontecimiento pasa desapercibido para la mayoría de los miembros de la familia Sheridan. Sin embargo, impacta en Laura y la dispone a actuar en consecuencia. Ella siente que sería extremadamente desconsiderado, de parte de la familia, proceder con la fiesta teniendo en cuenta la tragedia acontecida apenas a una cuadra de distancia: “Imaginate qué efecto le producirá a esa pobre mujer la música de la orquesta -dijo Laura” (p.381). Pero nadie más comparte esta preocupación: “Si vas a prohibir que toque la orquesta cada vez que alguien tiene un accidente te garantizo una vida muy dura” (p.381), responde Jose, ya algo irritada por el comportamiento de su hermana. Y cuando Laura amenaza con ir a hablar con su madre, Jose no solo no se asusta, sino que la incentiva; parece conocer mejor a su madre y sabe lo que responderá. En efecto, la inocente exaltación de Laura por el asunto del señor Scott encuentra en la señora Sheridan su final, o al menos su aplazamiento. Laura entra en el cuarto de su madre, que se está probando un sombrero nuevo, y empieza a contarle que se ha muerto un hombre. “¿En nuestro jardín?” (p.382), irrumpe, sobresaltada, la señora Sheridan. Cuando Laura responde que no, pero que se trata de un terrible suceso a causa del cual ellas deberían suspender la fiesta, la señora Sheridan se dirige a ella en el tono en que se atiende un capricho infantil: "Pero, hijita, piensa un poco con la cabeza. Solo nos hemos enterado de lo ocurrido por casualidad. Si alguien hubiese muerto de muerte natural, y lo cierto es que no entiendo muy bien cómo siguen viviendo hacinados en esos sucios agujeros, no habríamos suspendido la fiesta, ¿verdad?" (p.382).

La señora Sheridan es el personaje que se opone más directamente a los sentimientos de Laura: para ella, que una familia de bajos recursos sufra una tragedia no implica en absoluto que su propia familia deba hacer sacrificios tales como suspender una fiesta. En este parlamento expone, a sus anchas, su indiferencia. A la señora Sheridan le parece increíble que esa gente viva en las condiciones en que vive y, sin embargo, no le parece que ella deba hacer algo para ayudarlos. El personaje de la señora Sheridan encarna una ideología propia de ciertos sectores de clase alta a principios del siglo XX, con sus prejuicios sobre las personas de clase baja: muestra simpatía o compasión por la situación de la humilde familia, pero no cree que eso deba repercutir para nada en su modo de vida, ni alterar ninguna decisión. Con esa lógica la señora Sheridan cría a sus hijos, y en algunos logra reproducir su sistema de pensamiento: Jose, por ejemplo, ha expuesto una actitud similar, diciendo que le “daba lástima” lo sucedido al señor Scott, pero que no les correspondía a ellas hacer nada al respecto. Laura, criada en el mismo universo familiar, no acaba de juzgar del todo la actitud de su madre, pero sí sospecha que algo no está del todo bien en su actitud. Ante el parlamento de la señora Sheridan citado anteriormente, el narrador señala el proceso interno del personaje de la niña: “la única respuesta que Laura podía dar al planteamiento de su madre era un "sí", pero de algún modo presentía que todo el planteamiento estaba equivocado” (p.382). Laura intenta insistir: “Mamá ¿no crees que es mostrarnos tremendamente crueles?” (p.382).

Laura posee la sensibilidad como para imaginar lo devastada que debe estar la familia Scott, y eso intensifica sus deseos de ayudar. Pero su voluntad, tratándose de una adolescente, parece precisar de algún tipo de validación o permiso por parte de sus mayores para convertirse en acción. Y la familia le devuelve algo muy contrario a la validación que ella espera. La señora Sheridan pone en la cabeza de su hija el sombrero que se estaba probando: “Te queda perfecto”, le dice, “Nunca te había visto tan elegante” (p.382), para acompañar con elogios su intención de hacer entrar en razón a su hija: “Esa gente no espera ningún sacrificio de nosotros. Y no es muy agradable echar a perder la diversión de los demás, como tú lo estás haciendo” (p.382). La niña intenta no dejarse distraer pero, al entrar a su cuarto, se ve sorprendida por su propia imagen en el espejo: "Al entrar lo primero que vio fue, casualmente, su agraciada figura juvenil reflejada en el espejo, el sombrero negro engalanado de doradas margaritas y una larga cinta de terciopelo negro. No se había imaginado que le fuese a sentar tan bien. -¿Tendrá razón mamá?- pensó. Y empezó a desear que sí, que la tuviese (p.383).

En la duda, en la vacilación que evidencia la pertenencia inevitable a un mundo, a pesar de que se quiera comprender a otro, se construye con sutileza el personaje de Laura. A ella se le vuelve incomprensible la falta de empatía de su madre y hermanos pero, a su vez, son estos quienes más la conocen y saben cómo influenciar en ella. Laura, conflictuada, llega a considerar que su madre pueda estar en lo cierto y decide disfrutar de la fiesta. El momento en que lo decide evidencia la distancia entre ella y la situación que la conmueve: "Durante un segundo volvió a ver fugazmente a aquella pobre mujer y a sus hijuelos, y a los hombres entrando el cadáver en la casa. Pero todo parecía confuso, irreal, como una de esas fotos de los periódicos. "Volveré a pensar en ellos cuando termine la fiesta", decidió" (p.383).

Dentro del mundo en que Laura fue criada, el imaginario de la pobreza y la miseria no tiene demasiado lugar: ella no encuentra siquiera material, en su cabeza, que pueda graficar lo que imagina. La pobreza, desde su perspectiva, nunca tiene un tinte del todo real, sino que es algo que se manifiesta de forma confusa, poco nítida, como las fotos de los periódicos. Lo que se presenta como real enteramente es su propia familia y la fiesta que está por empezar, de modo que Laura decide dejar de oponer resistencia a todo aquello. Este rápido cambio de opinión mediante el cual Laura resigna sus preocupaciones y decide continuar con la fiesta revela, quizás, una falta de convicción propia de su corta edad. Ella intenta actuar en consideración por el dolor que, imagina, padecen los miembros de la familia Scott pero, por otro lado, también es demasiado joven y, por tanto, fácilmente influenciable por su entorno familiar, en especial por su hermano Laurie, que la distrae con cumplidos. Sin embargo, aunque decida postergar sus pensamientos, lo que ha surgido en ella no resulta en vano. En la medida en que ha sentido una preocupación con la que ningún miembro de la familia pudo empatizar, hace que Laura empiece a ver su propio entorno de un modo distinto, desde una perspectiva personal, que la distingue en cierta parte de sus familiares.

Entonces, Laura tiene la sensibilidad para captar que algo resulta correcto o incorrecto y se diferencia en ese aspecto de sus familiares, hasta que estos la distraen y ella termina resignando -o postergando- su posición personal. Esta misma secuencia se repite en el momento anterior a que Laura vaya a la casa de la familia Scott. La señora Sheridan, inquieta por el comentario de su marido acerca del terrible suceso, decide terminar con el asunto y enviar a una de sus hijas con una canasta repleta de sobras de la fiesta. Laura capta que algo en ello no es correcto, y que la señora Scott podría tomarse a mal el hecho de que le ofrezcan sus propias sobras. Sin embargo, una pequeña discusión acerca de si debería o no llevar un ramo de flores logra distraerla: la madre sugiere que lleve flores, pero Jose advierte que pueden arruinarle la falda, y Laura es enviada, algo aturdida, con la canasta. Nuevamente, el estado de confusión en torno a los detalles hace que la muchacha proceda con la acción que le demandan, olvidando sus objeciones. Durante la caminata, la confusión solo logra hacerse cada vez más ruidosa: "Bajaba el pequeño cerro dirigiéndose a un hogar en el que había un hombre muerto, pero no acababa de hacerse a la idea. ¿Por qué le costaba tanto? Se detuvo un instante. Le pareció que todos los besos, las voces, el tintineo de las cucharillas, las risas, el aroma del césped pisoteado, reverberaban en su interior. No le cabía nada más (p.386)".

Nuevamente, aparece el contraste entre dos mundos cuya desigualdad se enfatiza por el hecho de que, para el personaje, uno se presenta con más “realidad” que el otro. Además, en la medida en que Laura se aleja de su casa, la presencia de ese otro mundo no se manifiesta de un modo feliz. Hombres, niños, mujeres, todos con vestimentas humildes y todos mirando a Laura, contrastan con su entorno: “Laura bajó la cabeza y apretó el paso. Ahora hubiese deseado llevar puesto el abrigo. ¡Qué llamativo resultaba su vestido! ¡Y el gran sombrero con la cinta de terciopelo!” (p.386). En la caminata de Laura desde su casa hasta la de los Scott, su vergüenza por estar vistiendo su vestuario más lujoso y sus impresiones acerca de ese espacio tan contrastante con la realidad en la que fue criada pueden leerse como el inicio de un brutal despertar en la interioridad del personaje. Sin una tostada de pan en la mano que la haga sentir igual que los obreros, sin las comodidades de su hogar, ella debe enfrentarse a la brutal realidad, que es la atroz diferencia entre su universo y aquel otro en el cual se adentra, es decir, la abismal diferencia de clases. Ese contraste se evidencia no solo por las descripciones del espacio, sino además por la atención que Laura y su vestido reciben por parte de los lugareños, que demuestra lo discordante entre la muchacha y ese entorno. Lo único que Laura siente es incomodidad y deseos de volver a su casa, y se acerca a la puerta de los Scott con el único propósito de dejar la canasta y emprender el regreso. Pero la hermana de la señora Scott no solo la hace pasar a la casa, sino también adentrarse a la habitación en la que yace el cuerpo muerto del señor Scott.

Es recién en la casa de los Scott donde se evidencia una claridad al interior de la protagonista, así como el principio de un cambio, de una experiencia transformadora. Al principio, ella se siente mal por su canasta, por toda la situación, pero casi todo esto se desvanece cuando se enfrenta al rostro del señor Scott: Laura transita una suerte de epifanía al observar la paz en el rostro del muerto, y el relato exhibe el proceso interno de la muchacha. Ella ve a un hombre que duerme y ya no despertará de su sueño, y se lo imagina elevado, lejos ya de todo lo que representaban, hasta un instante, sus preocupaciones diarias: "¿Qué le importaban ya las fiestas, las canastillas de emparedados o los vestidos bordados? Se hallaba muy lejos de todas aquellas cosas. Y era espléndido, hermosísimo. Mientras ellos reían y la orquesta desgranaba sus melodías, aquella maravilla había llegado a aquel callejón. Feliz… feliz… Todo va bien, decía aquel rostro dormido. Todo es tal y como debe ser. Estoy contento" (p.388). La muerte se muestra capaz de vencerlo todo, una suerte de superación del ruido de lo cotidiano, de lo mundano. A su vez, es una suerte de cataclismo que fuerza al personaje de Laura a revisar su propia vida. De algún modo, el rostro del señor Scott, elevado por encima de cualquier padecimiento terrenal, le ofrece un reflejo brutal de la vida que está llevando: frívola, ingenua, casi ridícula. Las imágenes que cruzan la mente de Laura sugieren, de un modo poético, que la muchacha llega a sentir una suerte de envidia por el hombre que, por muerto, ha superado todo.

Pero, a pesar de todo, era imposible no echarse a llorar, y no podía dejar la habitación sin decirle algo, Laura dejó escapar un sollozo infantil:

-Disculpe mi sombrero- dijo. (p.389).

La admiración que suscita en ella la paz en el rostro del hombre le produce una profunda angustia y, al mismo tiempo, un leve sentimiento de vergüenza. Laura nunca se ha sentido tan absurda al vestir un vestido elegante, un sombrero maravilloso. Esto último no es lo que más pesa en ella en este instante, pero es lo único, de ese caudal de emociones, que reconoce y puede nombrar. Atravesada por sentimientos hasta el momento desconocidos, Laura no posee las palabras para expresar lo que sucede en su interior en respuesta a esta experiencia tan novedosa. Al mismo tiempo, sin embargo, su educación le indica que corresponde decir algo antes de salir de aquel lugar. La frase “Disculpe mi sombrero” es resultado de una catarata de emociones que confluyen en el único caudal para el cual Laura posee lenguaje. La misma dificultad, el mismo contraste de universos resultando en una emoción inexpresable en el lenguaje conocido, es la que atraviesa a Laura cuando sale de la casa y se encuentra a su hermano. Llorando, Laura intenta expresarse pero no puede:

-No llores- dijo Laurie con su voz cálida, cariñosa-. ¿Ha sido horrible?

-No- sollozó ella-. Ha sido maravilloso. Pero Laurie… -se detuvo y miró a su hermano-. ¿No es la vida… -balbuceó-, no es la vida…? -Pero se sentía incapaz de explicar lo que la vida era. No importaba. Laurie la había comprendido.

-Lo es, querida- dijo él. (p.389)

Laura no tiene palabras para nombrar eso que siente; aquello que experimentó nunca fue parte de su educación. No hay lenguaje que represente su emoción, y eso mismo es lo que Laurie capta: para darle a entender que la comprende no precisa intentar completar la frase, sino justamente respetar ese silencio. “Lo es”, dice Laurie, conservando lo innombrable de la emoción que están compartiendo. Es relevante este final del cuento protagonizado por la falta de lenguaje, por la pura emocionalidad que no encuentra caudal en las palabras, como contracara del ruido, del tumulto, de la orquesta propios de la primera mitad del relato. Pero, sobretodo, es importante este diálogo final en relación a los que han mantenido otros personajes del cuento, como la señora Sheridan y Jose, en respuesta a las protestas de Laura y sus pedidos de empatía con la familia Scott. Las palabras brotaban fácilmente y sin cuidado de las bocas de la madre de Laura o de su hermana y, sin embargo, la “lástima” o “pena” que ellas enunciaban no parecía denominar ninguna emoción verdadera, sino que más bien colaboraban en construir el carácter hipócrita, a la vez que indiferente, de esos personajes. El lenguaje era más bien la materia mediante la cual estas expurgaban fácilmente sus culpas. La verdadera emoción, entonces, se plantea para la protagonista como lo innombrable, aquello que solo puede ser comprendido por alguien que comparte una sensibilidad particular. La vida se le aparece a Laura como una revelación que no puede encauzarse en una mera frase, recurriendo a los signos usados comúnmente, sino más bien como una emoción arrolladora que deja en ridículo las otras experiencias. La imagen, no la fraseología, parece ser la verdadera sustancia capaz de transmitir tal emoción.

La semejanza entre los nombres de estos hermanos también obedece a un gesto modernista. Mansfield los denomina “Laura” y “Laurie”, relevando así las similitudes entre ellos; son la versión masculina y la femenina de la misma persona, cuya identidad se sugiere en ese intercambio final. No es casual, además, que Mansfield otorgue el protagonismo a la perspectiva femenina. En esta escena final, por otro lado, hay una diferenciación entre ambos: Laura retorna de la casa de los Scott como una persona distinta, y su hermano no atravesó esa experiencia. Aunque dicen lo mismo y comparten el silencio de lo no dicho, queda en el lector suponer si los hermanos mantienen el mismo pensamiento o no. Este intermedio entre la comprensión y la incomprensión puede servir como reflejo del conflicto mayor del cuento: la conexión entre dos mundos, entre distintas clases sociales, no puede darse por saldada al final del relato. Aunque volverá como una persona distinta, que ya no ignora aquello que a sus parientes les resulta indiferente porque se adentra en un universo distinto al suyo y atraviesa allí una experiencia significativa, lo cierto es que la protagonista del cuento retornará, de hecho, a la casa familiar.

En todo caso, gracias a los procedimientos narrativos a los que recurre, el cuento pone en escena las diferentes perspectivas y modos de vida que pueden coexistir en un mismo espacio, apenas separados por metros de distancia.