El viejo y el mar

El viejo y el mar Resumen y Análisis Día 4

Resumen

Santiago se despierta al golpearse con su propio puño la cara por un fuerte tirón del sedal. Se corta la mano izquierda de muy mala manera, y justo entonces el pez salta y cae pesadamente. El tirón arrastra al viejo contra la proa y su cara queda aplastada contra el trozo de dorado que no había comido.

Una vez que se estabiliza, se quita la carne de la cara. Teme que las náuseas le impidan comer ese trozo y tomar fuerzas. A medida que sale el sol, el pez da vueltas en círculos y, de a poco, Santiago lo atrae hacia el esquife. Se siente mareado; ve puntos negros por los vértigos, pero no afloja el sedal. Finalmente, el pez se acerca lo suficiente y al pasar junto al barco sorprende nuevamente al viejo por su tamaño. “Me estás matando, pez” (p.122), piensa Santiago, pero logra clavar su arpón en la carne del marlín a pesar de estar a punto casi de desfallecer del cansancio. Herido de muerte, el pez salta exhibiendo toda su longitud, todo su poder y toda su belleza. Luego queda inmóvil, se mece con las olas. Santiago lo ata al bote y comienza a remolcarlo.

Dos horas después, aparece el primer tiburón. Es un tiburón marrajo y ataca al pez, pero Santiago logra matarlo con su arpón. Lamentablemente, en el combate el viejo pierde el arma. Sabe que tarde o temprano llegarán, por el rastro que va dejando la sangre del pez, más tiburones. Fabrica entonces el viejo una lanza rústica, atando un cuchillo al remo, para tener al menos algo con que atacar a los predadores.

Efectivamente, llegan dos tiburones galanos, carroñeros. Mata a los dos, no sin perder una buena parte del marlín. Una vez más, Santiago desea no haber matado al marlín en primer lugar, pero ya es tarde. Se disculpa con el pez por haber ido tan lejos; finalmente, a ninguno de los dos le ha servido de nada.

Santiago mira con pesar al marlín mutilado y desea que todo haya sido un sueño. Pero llega otro tiburón, un pez guitarra. Al matarlo, la hoja de su cuchilla se quiebra y la pierde. Santiago ya no tiene armas para defender al marlín. Antes del anochecer, dos tiburones galanos se acercan, pero todo el arsenal de Santiago es un garrote con el que ultima a los peces cebo que pesca. Casi ciego, lucha con ellos, pierde el garrote e improvisa otro con la caña del timón. Golpea al tiburón que intenta comerse la cabeza del marlín, lo último que queda del pez.

Cansado, Santiago escupe sangre y por un momento se asusta. Se acomoda para dirigir el barco; la caña aún sirve para timonar. Cuando llega al puerto, exhausto, las luces del pueblo están apagadas. Todos duermen.

Análisis

La pelea final de Santiago con el marlín exhibe en toda su dimensión la idea que la novela tiene de la naturaleza y su vínculo ideal con el hombre: “Me estás matando, pez, pensó el viejo. Aunque estás en tu derecho. No he visto un animal más noble, calmado y hermoso que tú, hermano (...). Me da igual quién mate a quién” (p.122). La vida y la muerte son dos caras de una misma moneda en la concepción del entorno de El viejo y el mar. Santiago aceptaría tanto morir como matar al pez, porque pescar es lo que él hace y pescar es lo que él es. Es hermano del pez; solo una verdadera hermandad entre los hombres y, en este caso, los animales, puede otorgar consuelo a la crudeza de la muerte. Como vimos, morir en manos de un oponente digno es algo más que aceptable en el mundo de Hemingway. La muerte es un ejemplo de vitalidad. Al morir, el pez recobra tamaño: herido de muerte, el pez cobra vida y da un último salto fuera del agua, “exhibiendo toda su enorme anchura y longitud” (p.124).

La expectativa por el aspecto del marlín es mucha a esta altura del texto, ya que, cuando pica, es decir, cuando muerde el anzuelo, lo hace a gran profundidad. Lo primero que ve el viejo, en este tercer día y ya muy cansado, es la aleta: “Era más alta que la hoja de una guadaña y de color lavanda muy pálido por encima del color azul oscuro” (p.120). Luego ve al pez por debajo de la embarcación: “Surcó el agua y mientras el pez nadaba justo por debajo de la superficie el viejo vio aquel enorme bulto surcado de franjas purpúreas. Su aleta dorsal estaba plegada y tenía las enormes aletas pectorales extendidas” (p.120). La imagen del marlín se despliega poco a poco; comienza de modo fragmentario, ya que primero vemos su aleta y luego lo vemos con forma de “bulto”. De este modo, aumenta la expectativa y el efecto posterior de su salto agonizante y majestuoso por sobre la embarcación: “Entonces, herido de muerte, el pez cobró vida y saltó fuera del agua exhibiendo toda su enorme anchura y longitud, todo su poder y toda su belleza. Dio la impresión de quedar colgado por encima del viejo en el esquife” (p.124). La imagen del marlín es tan majestuosa que da la impresión de quedar suspendida en el aire, elevada por sobre el mar como si se tratase de una imagen divina.

El sufrimiento del pez antes de morir se equipara al sufrimiento de Santiago. Su batalla de hombre también está marcada por un agudo cansancio y un fuerte dolor físico. Pero el viejo vive en un mundo donde el dolor extremo puede ser muchas veces la fuente del triunfo más que de la derrota. El esfuerzo y la determinación, desde su concepción, son tan necesarios como el golpe de suerte del que carece según los otros pescadores. Se exhorta constantemente a tener la cabeza despejada, a no sucumbir al cansancio y el dolor: “Tirad, manos. Resistid, piernas” (p.121); “despéjate, cabeza” (p.122); “Ponte a trabajar, viejo” (p.125) son algunas de las expresiones con las que se da aliento. El dolor físico, a la vez, es la pauta de que todo fue real: “Veía al pez y le bastaba mirarse las manos y sentir la espalda contra la proa para saber que aquello había ocurrido realmente y no era un sueño” (p.128).

En esta situación, la soledad no es un dato menor. Es, en realidad, uno de los temas principales de la novela. En su soledad, y por soledad entendemos en primer lugar la distancia que mantiene con el resto de la comunidad, el viejo se acerca de otro modo a la naturaleza y, por qué no, a sí mismo. Mantiene consigo mismo una larga conversación durante su pesca; la lucha es con el pez, pero también con su propia debilidad, a la que le da fuerte batalla. Pero la soledad no tiene que ver solamente con la ausencia de personas en su vida, ya que a pesar de que es un hombre solitario tiene la amistad profunda de Manolín. Se trata además de la soledad que es inherente al hombre. Es decir, el hombre se enfrenta a muchas situaciones en la vida en las que tiene que pergeñárselas solo; posiblemente la muerte sea el ejemplo más claro. Santiago extraña al muchacho muchas veces, se dice a sí mismo cuánto lo ayudaría que el joven Manolín estuviera allí, pero jamás desiste y sabe que debe, solo, conseguir su objetivo. Se mantiene en pie porque es consciente de que esta es una situación que determina su fortaleza.

Esta lucha no se libra necesariamente con esperanza. La esperanza del viejo es acotada, la pierde de tanto en tanto. Retirado de la sociedad en absoluto aislamiento, el viejo se enfrenta su destino sin esperanza, pero también sin miedo. Así parece enfrentar entonces la pesca del marlín, e inclusive también la derrota ante los tiburones; “clavó [el arpón] sin esperanzas pero con resolución” (p.132). De este modo se instala otro de los grandes temas del texto: el coraje. No es una idea esperanzadora lo que impulsa al viejo, sino el coraje mismo. Si un hombre se define por sus acciones, él busca determinarse por su valor: la lucha por el pez contra los tiburones cobra dimensiones épicas y es llevada hasta sus últimas consecuencias.

Llevar hasta las últimas consecuencias la defensa del pez es algo inesperado para un pescador de ritos y oficio: Santiago se ve obligado a hacer esto porque, como sucede con tantos héroes en la literatura, se ha dejado llevar por el orgullo navegando más allá de la corriente del Golfo: “No has matado al pez solo para seguir con vida y venderlo como alimento, pensó. Lo has matado por orgullo y porque eres pescador” (p.136). Santiago toma conciencia de sus actos, y se lo dice al pez. Le pide disculpas, comprende que no debería haber ido tan lejos: “No debería haber ido tan mar adentro, pez (...). Ni por ti ni por mí. Lo siento, pez” (p.141). Desea que todo haya sido un sueño, pero sabe que no es así. El orgullo lo ha llevado a romper con reglas que sabía de antemano podían hacerlo peligrar. El viejo es un sabio pescador y conoce al mar y sus amenazas. Sin embargo, o quizá por su vasto conocimiento del mundo, acepta la derrota: “nunca pensé que [la derrota] fuese tan fácil” (p.152), piensa.

Hay cierta circularidad en la relación entre el marlín, el viejo y los tiburones. Los tiburones son para Santiago lo que Santiago ha sido para el marlín. A medida que los tiburones hacen su trabajo, como también Santiago lo ha hecho al pescar el marlín, devoran la ganancia material del viejo y agotan sus fuerzas. Cada uno cumple su rol. La obstinada resistencia del marlín es también la obstinada resistencia de Santiago contra los tiburones. Al final, Santiago sabe que no podrá con ellos. Sin embargo, como el pez, lucha hasta el final y agota todos sus recursos: así como el corazón del marlín es atravesado por el arpón del viejo, algo en el pecho de Santiago se rompe en la lucha contra un tiburón y escupe sangre.