El esclavo

El esclavo Resumen y Análisis El regreso, Capítulo XIII

Resumen

Capítulo XIII

Pasados veinte años de la partida de Jacob de Pilitz, las cosas cambiaron mucho entre los pueblerinos. Pilitzki y la duquesa se suicidaron y fueron reemplazados por nuevos administradores que repiten sus costumbres. Los judíos del pueblo se dividieron entre quienes creen en Sabbetai Zeví, un rabino que afirmaba ser el Mesías, y quienes no.

Jacob vuelve a Pilitz en el mes de Ob a buscar los restos de Sara. Pretende llevárselos con él a Jerusalén y enterrarlos en el monte de los Olivos, pero como el cementerio creció tanto, la tumba de su mujer se perdió entre la gran cantidad de lápidas. Nunca le ha hablado a su hijo, Benjamín, del origen de su madre.

Su viaje a Jerusalén, veinte años antes, fue tortuoso, pero padre e hijo se instalaron allí y presenciaron la caída de Sabbetai Zeví desde cerca. Benjamín es tan estudioso como su padre, y a los veinte años es instructor en un centro de estudio y padre de tres hijos. A Jacob “a menudo le parecía que Sara aún estaba con él. Ella le hablaba, y Jacob respondía” (p.241). Todavía le explica todo lo que lee y le muestra todo lo que ve, como si ella siguiera viva a su lado.

Jacob visita la casa de estudio de Pilitz, donde algunos de los habitantes antiguos lo recuerdan. Lo más curioso es que la historia de Jacob y Sara ha perdurado en el pueblo como ejemplo de acción directa para los seguidores de Sabbetai Zeví. Los más jóvenes “citaban a Jacob y a Sara como precursores de la Redención” (p.244). Uno de ellos le ofrece a Jacob dormir en su casa, pero él decide quedarse en el asilo.

En el asilo encuentra a un viejo carpintero que se acuerda de él y le cuenta que enterraron a Sara con la ropa que llevaba puesta al momento de morir. Algunas mujeres afirmaban que Sara se les aparecía en sueños reclamando un sudario y que la veían caminando por su casa vacía.

Al día siguiente, Jacob despierta sintiéndose muy débil. A su lado ve a Sara, que le dice: “Mázel Tov, Jacob. Ya hemos estado separados bastante” (p.252). Comprende entonces que va a morir, aunque le cuesta creerlo, porque hasta la noche anterior se sentía en perfectas condiciones. En la casa de estudio se desmaya, y un matrimonio decide llevarlo a su casa para que reciba atención médica. Antes de morir, Jacob ve a sus seres queridos fallecidos, que lo reciben como si llegara de viaje.

Cuando el enterrador cava la tumba para Jacob, en uno de los sectores nuevos del cementerio, encuentra el cadáver de Sara: “El mismo cementerio lo había dispuesto; Sara pertenecía al pueblo judío, y era un cuerpo santificado” (p.257). Para los habitantes de Piltz, este descubrimiento constituye un milagro, y resuelven enterrarlos juntos.

Análisis

Esta última parte de El esclavo, compuesta por un único capítulo, funciona a la manera de un epílogo. Llamada “El regreso”, el primer título que no alude a la identidad del interés romántico de Jacob, indica su retorno a Pilitz después de veinte años. Así como al comienzo de la segunda parte, al inicio de este capítulo el narrador abandona la focalización en Jacob. Entre las novedades del pueblo de Pilitz, cobra relevancia la de la influencia del falso Mesías, Sabbetai Zeví, que despierta rechazo y apoyo entre sus habitantes.

Sabbetai Zeví fue una persona real que se autoproclamó Mesías en 1647. En 1665 cayó prisionero de las autoridades alemanas y se convirtió al islam para escapar de la ejecución. Esta determinación causó un gran desconcierto entre sus seguidores, que se habían desprendido de sus bienes materiales por considerarlos inútiles tras la aparición del Mesías. Algunos estudios críticos sobre El esclavo estipulan que la fama de Sabbetai Zeví estuvo asociada a la demanda popular de un salvador después de la tragedia de la matanza de Jmelnitski.

El narrador introduce a Jacob como una persona que visita el cementerio de Pilitz. Antes menciona que hubo discusión en el pueblo sobre la posibilidad de reubicar los restos de Sara una vez que las tumbas llegaron hasta donde estaba enterrada. Sin embargo, “como suele ocurrir en las ciudades nuevas, donde no hay libro de crónicas ni ancianos que transmitan de viva voz las historias tradicionales, Sara pronto fue olvidada y ya casi nadie se acordaba de Jacob” (p.238). Como no hay nadie que pueda reconocer a Jacob veinte años después, y mucho menos con los signos de la vejez, el narrador comienza por describir sus características físicas y su conversación con el sepulturero como si se tratara de un personaje nuevo.

La compañía espiritual de Sara a lo largo de los veinte años que transcurrieron desde la última vez que Jacob estuvo en Pilitz es crucial para él: “Sara lo libraba de todo mal” (p.242). Resulta curioso que en su recuerdo su mujer lleve por nombre el que decidió cambiarse para estar con él. Jacob la conoció como Wanda, pero elige acordarse de ella como la mujer que eligió convertirse al judaísmo.

El modo de vida de Jacob sigue caracterizándose por los castigos que se impone a sí mismo: “su norma era hacer siempre lo más difícil. A veces el propio Jacob se asombraba de las cargas que imponía a su cuerpo y a su alma” (p.247). Sus años después de la muerte de Sara están marcados por la penitencia después de los pecados. Jacob se enfrenta a este tipo de esclavitud, esta vez por elección, como condena por lo que él considera que han sido sus faltas: haberse casado con una gentil y, principalmente, haberla obligado a cambiar de vida sin medir lo que eso significaba para ella.

El final se construye sobre una ironía. Por un lado, cuando Jacob arriba a Pilitz, goza de buena salud, pero la mañana siguiente a su llegada está al borde de la muerte. Teniendo en cuenta que viajó con el objetivo de llevarse los restos de su esposa, resulta irónico que estos aparezcan solo cuando van a enterrarlo a él. Es decir, Jacob no encuentra en vida el cuerpo de su mujer, y solo muriéndose parece cumplir su cometido. Ante los ojos de los habitantes de Pilitz, esta ironía se explica en los términos en los que también Jacob y Wanda explicaron su unión en vida: “Todos veían en el hecho la mano de la Providencia” (p.258).

En la lápida que se talla para acompañar la sepultura de la pareja, el tallista graba, al lado del nombre de Sara, “la línea de los Proverbios: «¿Quién puede encontrar a una mujer virtuosa?»” (p.258). De esta manera, la figura de Sara-Wanda acaba por tener el reconocimiento social que nunca pudo obtener en vida. A su vez, ese reconocimiento viene acompañado por su elevación definitiva a la de una figura milagrosa o santa. Así, el epitafio que figura debajo de los nombres de la pareja, “«Amables y agraciados en vida, no fueron separados a la hora de la muerte»” (p.258), los encuentra finalmente unidos y venerados por una sociedad que avala su relación.