El esclavo

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Las montañas

Durante los primeros capítulos de la novela, Jacob vive en el establo de la familia Bzik. Allí se despierta cada día y contempla la inmensidad del territorio:

Abrió la puerta del establo y contempló las montañas que ondulaban hacia el horizonte. Algunos picos, cuyas laderas aparecían cubiertas de bosques, parecían al alcance de la mano, gigantes de barba verde. Las brumas que en tenues rizos se alzaban de los bosques hicieron que Jacob pensara en Sansón. El sol que acababa de salir, lámpara del cielo, ponía en todas las cosas un vivo fulgor. Aquí y allá, nubes de humo se elevaban de las montañas, como si ardieran por dentro. Un halcón planeaba tranquilamente, con extraña lentitud, ajeno a las ansiedades terrenas. A Jacob le pareció que aquella ave llevaba volando ininterrumpidamente desde la Creación (p.14).

En esta imagen inicial de las montañas se evidencian comparaciones, símiles y metáforas que serán recurrentes en el monólogo interior del personaje. En la vastedad del paisaje se destaca un halcón, que a Jacob lo lleva a pensar en el momento de la Creación. La alusión a este estado iniciático se renueva poco antes del final de la segunda parte, renovando la sensación de comienzo:

Brillaba la luna en un cielo limpio de nubes. La noche era tan clara que parecía de día. Desde la puerta del granero Jacob contemplaba kilómetros y más kilómetros de montañas. Los riscos que surgían de los bosques semejaban cadáveres envueltos en sudarios, fieras erguidas sobre las patas traseras, monstruos de otros mundos. Era tan intenso el silencio, que a Jacob le zumbaban los oídos como si cantaran miles de cigarras bajo la nieve. Aunque ésta había dejado de caer, todavía volaba algún que otro copo que lentamente iba a posarse en el suelo (p.78).

La monstruosidad de lo enorme de las montañas, sugerida en el primer pasaje, se profundiza en esta continuación de la imagen. Esta descripción sucede mientras Jacob está en el granero de la cabaña de los Bzik. Algunos momentos después, Wanda se acercará para contarle que su padre falleció. Lo sombrío que resulta este paisaje, en comparación con el anterior, fija el ambiente de la mala noticia. En este sentido, la intensidad del silencio se puede leer como vaticinio de la muerte.

Las fiestas paganas

El pueblo de la familia Bzik se caracteriza por una fuerte tendencia al salvajismo. Este rasgo encuentra su máxima expresión en la celebración de festividades paganas y reuniones sociales. Jacob se ve forzado a presenciar algunas de ellas, como la fiesta de la baba, durante la recolección. Allí puede apreciar que “Después de la cena, [los campesinos] recogían ramas y encendían hogueras. Se asaban castañas, se proponían acertijos y se contaban historias de hombres lobo, duendes y demonios” (p.47). Esta suerte de ritual le resulta profundamente ajeno. Los habitantes del pueblo acostumbran poner a arder madera y reunirse alrededor, costumbre que Jacob interpreta como propia de los idólatras. Junto al fuego se comparten narraciones sobre seres fantásticos, imposibles de ser tomados en cuenta si siguieran estrictamente la fe cristiana.

Una descripción más acabada de la esencia bárbara de estos campesinos figura una noche en la que van a buscar a Jacob y lo conducen más abajo en la montaña:

Llevaron a Jacob hasta un claro en que la hierba estaba pisoteada y manchada de vómitos. Cerca de una hoguera casi apagada había una jarra de vodka vacía en sus tres cuartas partes. Unos músicos borrachos tocaban tambores, flautas, un cuerno de carnero muy parecido al que se hace sonar en la fiesta de Rosh Hashaná y un laúd cuyas cuerdas estaban hechas con las vísceras de algún animal. Sin embargo, el auditorio estaba demasiado intoxicado para hacer otra cosa que revolcarse por el suelo, gruñir como cerdos, lamer la tierra y murmurar a las piedras. Muchos yacían como cadáveres. Había luna llena. Una muchacha lloraba amargamente abrazada al tronco de un árbol. Un pastor se acercó a arrojar unas ramas a la hoguera y casi se cayó encima del fuego. Enseguida, un compañero trató de apagar las llamas orinando en ellas. Las chicas aullaban, gritaban y maullaban igual que gatos (p.55).

La imagen visual del espanto que compone el narrador se nutre de estímulos olfativos que reinciden sobre el rechazo que le produce a Jacob toda la escena: “Aquella gente hedía; su olor era una mezcla de sudor y orina con la pestilencia de algo innominado, como si sus cuerpos estuviesen pudriéndose en vida” (p.54). La mezcla de vómitos, orina, transpiración y una cantidad inhumana de alcohol resulta intolerable. Se suma la decadencia que los participantes de la fiesta demuestran a los ojos de Jacob, algunos incluso sin poder levantarse del suelo. En su anonadamiento, Jacob solo puede preguntarse: “¿Cómo podían los hijos de Adán, creados a imagen de Dios, descender hasta semejante envilecimiento?” (p.55).

La apariencia de Gershon

Gershon, el rabino de Pilitz, aparece por primera vez en El esclavo a colación de su enfrentamiento con el administrador, Pilitzki. El narrador describe su apariencia contraponiéndola con cómo se espera que luzca un rabino:

Aunque vestía de rabino, Gershon tenía la oronda figura de un carnicero. Su nariz era chata, sus labios gruesos y su vientre abultado como el de una embarazada. Tenía un ojo más grande y situado más arriba que el otro, y unas cejas gruesas e hirsutas. No sólo era agresivo, sino también terco. Cuando pronunciaba un discurso, de cada tres palabras que decía, una era un barbarismo; peroraba hasta que todos se dormían, por lo que la oposición nunca tenía ocasión de expresar su parecer (p.141).

La imagen visual compuesta aquí se condice con su actitud desfachatada y desprolija. Se completa, además, con el efecto que generan sus sermones: el hecho de que "de cada tres palabras que decía, una era un barbarismo" se contradice con el ejemplo que debería dar un hombre de fe. A su vez, lo soporífero de sus discursos termina por generar la ausencia de diálogo con otras posiciones sobre las escrituras.

El rostro que retrata el narrador muestra muchas similitudes con la manera en la que se presentan los campesinos del pueblo de la familia Bzik: “Sus ojos, del color del ámbar, no habían perdido ni un ápice de arrogancia, y por entre el mostacho se veía su grueso labio contraído en una torva mueca que dejaba al descubierto unos dientes separados y amarillos” (p.143). Su gesto altanero y la falta de higiene revelan un carácter contestatario y descuidado. Antes de cometer actos atroces en contra de la pareja protagonista, desde su introducción queda asociada a Gershon la incompatibilidad entre su semblante desaliñado y la rectitud propia de un rabino.

El bosque

En sus viajes entre ciudades, Jacob se ve obligado a atravesar bosques. De todos ellos, igualmente, el bosque que atraviesa junto a su bebé en las afueras de Pilitz se describe como un espacio de revelación:

De repente, una luz extraña inundó el bosque, y por un segundo Jacob pensó que el Cielo lo había escuchado. Todos los pájaros rompieron a cantar a la vez. Los troncos de los pinos parecían arder. A lo lejos, en un claro, divisó unas llamaradas, y un momento después comprendió que era el sol. Jacob miró al niño, se sentó y le ofreció el trapo empapado en leche. Al principio pareció que el pequeño se rebelaba al no recibir el pecho, pero pronto empezó a chupar. Por primera vez en varias semanas, Jacob sintió alegría (p.232).

La llegada a ese claro, en apariencia celestial, da lugar a una conexión inesperada entre padre e hijo. Esa comunión con el espacio despierta en Jacob una epifanía: debe nombrar a su hijo Benjamín, como el hijo del Jacob bíblico. Una vez más, así como sucede en las imágenes que involucran a las montañas, la descripción del espacio en el que está Jacob concuerda con sus sentimientos.

Cuando se adentra en dirección al río, puede contemplar que "Las aguas, tranquilas, puras y radiantes, rechazaban la oscuridad de la noche. Comparada con aquella luminosidad, hasta la muerte parecía una simple pesadilla. Ni el cielo ni el río ni las dunas estaban muertos" (p.233). Este encadenamiento de figuras reivindica, mediante la mención del agua, al personaje de Sara. Los comienzos de romance de Jacob y Sara están fuertemente influidos por el agua, en tanto Jacob considera que es un factor de redención. Al hacer énfasis en la impresión de que todo en el paisaje que lo rodea está vivo, Jacob siente la presencia de su amada con la misma fuerza con la que la vio en su sueño.