Cantar de mio Cid

Argumento y estructura

Reproducción del Cantar expuesta en el Convento de Nuestra Señora del Espino de Vivar del Cid (Burgos)

Estructura interna

El tema del Cantar de mio Cid es el complejo proceso de recuperación de la honra perdida por el héroe, cuya restauración supondrá al cabo una honra mayor a la de la situación de partida. Implícitamente, se contiene una dura crítica a la alta nobleza leonesa de sangre o cortesana y una alabanza a la baja nobleza que ha conseguido su estatus por méritos propios, no heredados, y guerrea para conseguir honra y honor.

El poema se inicia con el destierro del Cid, primer motivo de deshonra, a causa de la figura jurídica de la ira regia[4]​ ("el rey me ha airado", vv. 90 y 114), injusta porque ha sido provocada por mentirosos intrigantes ("por malos mestureros de tierra sodes echado", v. 267) y la consiguiente confiscación de sus heredades en Vivar, el secuestro de sus bienes materiales y la privación de la patria potestad de su familia.

Tras la conquista de Alcocer, Castejón, la derrota del conde don Remont y la final conquista del reino de taifas y ciudad de Valencia, gracias al solo valor de su brazo, su astucia y prudencia, consigue el perdón real y con ello una nueva heredad, el Señorío de Valencia, que se une a su antiguo solar ya restituido. Para ratificar su nuevo estatus de señor de vasallos, se conciertan bodas con linajes del mayor prestigio cuales son los infantes de Carrión.

Pero con ello se produce la nueva caída de la honra del Cid, por el ultraje que le infieren los infantes de Carrión en la persona de sus dos hijas, que son vejadas, fustigadas, malheridas y abandonadas en el robledal de Corpes para que se las coman los lobos.

Este hecho supone según el derecho medieval el repudio de facto de estas por parte de los de Carrión. Por ello el Cid decide alegar la nulidad de estos matrimonios en un juicio presidido por el rey, donde además los infantes de Carrión quedan infamados públicamente y apartados de los privilegios que antes ostentaban como miembros del séquito real. Por el contrario, las hijas del Cid conciertan matrimonios con reyes de España, llegándose así al máximo ascenso social posible del héroe.

Así, la estructura interna está determinada por unas curvas de obtención–pérdida–restauración–pérdida–restauración de la honra del héroe. En un primer momento, que el texto no refleja, el Cid es un buen caballero vasallo de su rey, honrado y con heredades en Vivar. El destierro con que se inicia el poema es la pérdida, y la primera restauración, el perdón real y las bodas de las hijas del Cid con grandes nobles. La segunda curva se iniciaría con la pérdida de la honra de sus hijas y terminaría con la reparación mediante el juicio y las bodas con reyes de España. Pero la curva segunda supera en amplitud y alcanza mayor altura que la primera.

Las hijas del Cid de Ignacio Pinazo, 1879. Doña Elvira y doña Sol aparecen atadas en el robledo de Corpes tras ser vejadas por sus esposos, los infantes de Carrión.

Estructura externa

Los editores del texto, desde la edición de Menéndez Pidal de 1913, lo han dividido en tres cantares. Podría reflejar las tres sesiones en que el autor considera conveniente que el juglar recite la gesta. Parece confirmarlo así el texto al separar una parte de otra con las palabras: «aquís conpieça la gesta de mio Çid el de Bivar» (v. 1085), y otra más adelante cuando dice: «Las coplas deste cantar aquís van acabando» (v. 2276).

Argumento

Primer cantar. Cantar del destierro (vv. 1–1084)

Tras ser acusado falsamente de haberse quedado con las parias que fue a recaudar a Sevilla, el Cid es desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI. Algunos amigos suyos deciden acompañarlo: Álvar Fáñez, Pedro Ansúrez, Martín Antolínez, Pedro Bermúdez etc. Antolínez aporta víveres y consigue un préstamo de los judíos Raquel y Vidas para poder financiar el viaje, empleando en su favor el rumor de que Rodrigo se ha quedado con las parias; así les deja en depósito y garantía dos cofres, en realidad llenos de arena, sin siquiera decirles qué hay en su interior. El rey ordena que nadie los albergue mientras pasan hacia la frontera, por ejemplo en Burgos; por nobleza el Cid se niega a aposentarse por la fuerza en una posada y acampa a las afueras. Para evitarles peligros, deja a su esposa e hijas bajo el amparo del abad Sancho del monasterio de San Pedro de Cardeña, e inicia una campaña militar acompañado de sus fieles en tierras no cristianas. Primero conquista Castejón y luego Alcocer y, por último, derrota en la batalla de Tévar al conde don Remont, quien, lleno de soberbia por haber sido capturado por esos "malcalçados", se niega a comer hasta que la amabilidad del Cid le hace deponer su actitud. Con cada victoria envía una parte del botín (el llamado "quinto real") al rey, a pesar de que no está obligado por haber sido desterrado, pues pretende lograr el perdón real.

Véanse también: Castillo de Alcocer y Castillo de Torrecid.

Segundo cantar. Cantar de las bodas de las hijas de Cid (vv. 1085–2277)

El Cid campeador se dirige a Valencia, en poder de los moros, y logra conquistar la ciudad. Envía a su amigo y mano derecha Álvar Fáñez a la corte de Castilla con nuevos regalos para el rey, pidiéndole que se le permita reunirse con su familia en Valencia. El rey accede a esta petición, y el Cid puede mostrar orgulloso la ciudad y su vega a su familia desde una alta torre; el rey incluso lo perdona y levanta el castigo que pesaba sobre el Campeador y sus hombres, y tanta fortuna del Cid hace que los infantes de Carrión pidan en matrimonio a doña Elvira y doña Sol (las hijas del Cid); el mismo rey pide al Campeador que acceda al matrimonio; para terminar de congraciarse con él, accede, aunque no confía en ellos. Las bodas se celebran solemnemente, la celebración dura 15 días.

Tercer cantar. Cantar de la afrenta de Corpes (vv. 2278–3730)

Los infantes de Carrión muestran su cobardía ante un león que escapó de su jaula, huyendo despavoridos. Algo similar ocurre en la lucha con el rey Búcar, que busca recuperar Valencia. Los capitanes de las mesnadas del Cid ocultan el deshonor de los Infantes al Cid y se burlan de ellos. Sintiéndose humillados, los infantes deciden vengarse. Para ello emprenden un viaje hacia Carrión de los Condes con sus esposas y, al llegar al robledo de Corpes, las azotan y las abandonan dejándolas desfallecidas, para que se las coman los lobos. El Cid ha sido deshonrado y pide justicia al Rey. Este convoca Cortes en Toledo y allí el juicio empieza con la devolución de la dote que el Cid dio a los infantes: sus espadas Tizona y Colada, y culmina con el «riepto» o duelo en el que los representantes de la causa del Cid (los mismos capitanes que habían ocultado la deshonra de los infantes), Pedro Bermúdez y Martín Antolínez, retan con elocuentes discursos y los vencen dejándolos medio muertos y deshonrados. Se anulan sus bodas y el poema termina con el proyecto de boda entre las hijas del Cid y los príncipes de Navarra y Aragón y, por tanto, con la honra del Cid en su punto más alto.


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